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Authors: Anne Holt

Tags: #Intriga, policíaca

Noche cerrada en Bergen (8 page)

BOOK: Noche cerrada en Bergen
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La puerta no se podía abrir totalmente, golpeaba contra un armario.

Debía cerrarla y encontrar el baño.

En lugar de escritorio, el pequeño dormitorio tenía una mesa de luz espaciosa, con una pila de libros y una lámpara bajo un estante con cuatro retratos de familia enmarcados. Reconoció enseguida a Erik y a Lukas, junto a un viejo retrato en blanco y negro que probablemente era de la familia, de muchos años atrás, de cuando Lukas era pequeño. Aparecían todos en un bote durante el verano.

En la pared entre el armario y la cama, colgaba una pintura de intensos tonos rojizos, y sobre el respaldo de una silla de madera al pie del lecho vio algunas ropas. Las cortinas eran espesas, oscuras y estaban cerradas.

Eso era todo.

—¡Oiga! ¡Por ahí no!

Yngvar regresó a la entrada con un sobresalto. Lukas Lysgaard se acercaba rápido agitando las manos.

—¿Qué está haciendo? ¿Espiando por la casa? ¿Quién le ha dado permiso para...?

—¡Usted me dijo en la entrada, segunda puerta a la derecha! Quería solamente...

—¡Segunda puerta «a la izquierda»! ¡Ahí! —Indicó indignado la puerta enfrente de Yngvar.

—¡Oh, disculpe! No era mi intención...

—¿Puede darse un poco de prisa? Quisiera estar a solas con mi padre.

Lukas Lysgaard tendría unos treinta y cinco años. Un hombre de apariencia común con una anchura de hombros nada común. Tenía el cabello oscuro, con profundas entradas, ojos probablemente azules. Era difícil decirlo, eran pequeños y se ocultaban tras unas gafas que reflejaban la luz de la lámpara del techo.

—A veces, mi madre tenía problemas para dormir —dijo cuando Yngvar abrió la puerta correcta—. Entonces le gustaba leer. Para no molestar a mi padre, entonces...

Inclinó la cabeza en dirección al pequeño dormitorio.

—Entiendo. —Yngvar sonrió y entró en el baño.

Se tomó su tiempo.

Hubiera dado mucho por ver el dormitorio una vez más. Se arrepentía de no haber estado más despierto. De no haber visto más. No podía, por ejemplo, describir qué clase de ropa había sobre la silla; si era ropa de fiesta, o de Nochebuena o para uso diario. Tampoco se acordaba de qué libros reposaban sobre la mesa. No había la más mínima razón para creer que alguien en la familia tuviese algo que ver con el asesinato de una madre y esposa aparentemente amada. De todos modos, Yngvar Stubø sabía mejor que cualquiera que la resolución de un asesinato misterioso se esconde por lo común en la casa de la propia víctima. Podían ser cosas que ni sus más íntimos supiesen. Tal vez algún pequeño detalle, algo en lo que ni ella ni otros hubiesen reparado.

Pero que de todos modos podía ser importante.

En todo caso, una cosa era segura, pensó mientras se desabrochaba la bragueta: Eva Karin Lysgaard debía de tener enormes problemas para dormir si tenía que buscar refugio en el pequeño cuarto de servicio cada vez que no podía conciliar el sueño. Una explicación más satisfactoria era que la pareja dormía separada.

Se lavó las manos, se las secó bien y salió.

Lukas Lysgaard estaba esperándolo. Abrió la puerta de la calle sin decir una palabra.

—Entonces sabremos de ustedes —dijo sin ofrecer la mano a Yngvar.

—Evidentemente.

Yngvar se ajustó la chaqueta y salió a la pequeña marquesina. Estaba a punto de desearle feliz Navidad, pero, por suerte, se contuvo; justo a tiempo.

El extranjero

—¡Feliz Navidad, entonces! ¡Que lo disfrutes!

La subinspectora Silje Sørensen subió las escaleras de dos en dos mientras saludaba agitando la mano hacia un colega que se había detenido a charlar cuando salía del espacioso y casi vacío edificio de la Central de Policía. Todos los servicios al público estaban suspendidos, excepto Homicidios, donde un agente somnoliento la había saludado inclinando la cabeza detrás de las paredes de vidrio cuando ella entró corriendo por las puertas en forma de esclusa del acceso de Grøndlandsleiret 44.

—Tengo a los niños en el coche —gritó, explicándose—. Vengo sólo a buscar mis esquíes, están en la oficina porque...

El colega ya estaba fuera del edificio. Silje Sørensen llegó al piso que buscaba. Agitada, dobló la esquina del pasillo y redujo la velocidad al acercarse a la puerta de su oficina. Se enredó con las llaves. Estaban heladas después de haber pasado un día entero en el coche. Además, tenía demasiadas llaves, y por lo menos la mitad pertenecían a cerraduras que ya ni siquiera recordaba a dónde pertenecían. Finalmente encontró la correcta y abrió la puerta.

En su época, el arquitecto había ganado un premio por el diseño de la Comisaría Central de Policía. Eso no era fácil de entender. Una vez dentro de la estrecha entrada, uno se engañaba al principio y creía que allí lo importante eran el aire y la luz. El gigantesco vestíbulo crecía en varios pisos de altura, circundado por galerías que lo bordeaban como los cantos de una herradura. Las oficinas, en cambio, eran pequeños cubículos conectados por extensos y opresivos pasillos. A Silje Sørensen siempre le habían parecido estancas y enclaustradas, independientemente de cuánto procurase ventilarlas.

Desde fuera, la Central de Policía parecía no haber soportado bien las sucesivas estaciones, sino haberse torcido y doblado con los golpes, ahí colgada de las alturas, entre la prisión de Oslo y la iglesia de Grønland. Durante sus quince años en la Policía, Silje Sørensen había visto cómo el municipio, el Estado y algunos optimistas entusiastas de la ciudad intentaban mejorar gradualmente la zona. Pero el bello parque Middelalder estaba demasiado lejos como para brindar gloria a la ruinosa Central de Policía. Tampoco la Ópera era más que un techo blanco e inclinado que apenas podía verse desde su oficina, por encima de los edificios sucios, bajo una cubierta de gases de escape.

Se disponía a abrir la ventana, pero tenía prisa.

La mirada planeó sobre el escritorio. Guardaba un orden pulcro en la oficina, al contrario de lo que hacía en todos los demás sitios. La atestada bandeja de
ENTRADA
ubicada en el borde de la mesa le pesaba como una losa en la conciencia desde que había salido de la oficina, el viernes anterior a la Navidad. La bandeja de
SALIDA
estaba vacía, y se percató del estrés que le sobrevendría cuando se le acabaran las vacaciones.

En el centro de la mesa vio una carpeta que no reconoció.

Se inclinó sobre ella y leyó el papelito amarillo adherido a la cubierta.

Subinsp. Sørensen:

Adjuntos encontrará unos documentos referentes a Hawre Ghani, presuntamente nacido el 16/12/1991. Tenga a bien ponerse en contacto en cuanto pueda con el abajo firmante.

Detective inspector Harald Bull, tel. 937*****/231*****

Los niños se iban a enfadar y se volverían intratables si se demoraba demasiado. Por otro lado, los había dejado en el asiento trasero de su coche, cada uno con su Nintendo DS, en un estacionamiento ilegal y con el motor en marcha. Considerando que habían recibido los juguetes ayer y que aún se sentían atraídos por la novedad, quizá no fuera tan peligroso.

Se sentó, todavía con el abrigo puesto, y abrió la carpeta.

Lo primero que vio era una fotografía. En blanco y negro y de grano grueso, con sombras bien marcadas. Podía ser la ampliación de una foto de un documento de identidad, pero tampoco satisfacía los requisitos de una foto de pasaporte. El muchacho (porque éste era más bien un muchacho, y no un hombre adulto) tenía los ojos a medio cerrar. La boca estaba abierta. Los detenidos solían poner caras cuando los fotografiaban, para volverse fácilmente irreconocibles. Por una u otra razón, ella no creyó que ése fuese el caso del joven en cuestión. Lo más probable era que hubieran sacado el retrato mal, simplemente, y que en ese momento el fotógrafo no hubiera tenido ganas de repetirlo.

Hawre Ghani no significaba mucho.

No era lo suficientemente importante.

La fotografía la conmovió.

Los labios del muchacho brillaban, como si se hubiese pasado la lengua por ellos. Había algo infantil e indefenso en el abultado labio superior, con el profundo arco de Cupido. En torno a los ojos, la piel era brillante y los pómulos no mostraban rastros de barba. Lo único que decía que aquél era un muchacho en plena pubertad era la insinuación de un bigote que asomaba bajo una nariz tan grande que casi ocluía el resto de la cara. En todo caso había algo de juvenil desproporción en su rostro. Algo de cachorro. Un rápido cálculo mental le dijo que Hawre Ghani acababa de cumplir diecisiete años.

Cuando siguió hojeando el informe, averiguó que, de todos modos, el joven no había llegado a vivir para cumplirlos.

A pesar de que Silje Sørensen había trabajado durante años para el Departamento de Delitos Violentos y Atentados contra la Moralidad y que había visto más de lo que se había imaginado que era posible ver cuando era una joven estudiante de Policía, la siguiente fotografía la hizo reaccionar. Dentro de una capucha oscura había algo que debía de ser una cara. Todos los rasgos estaban desdibujados, la piel estaba descolorida y terriblemente hinchada. La única órbita ocular era grande y estaba vacía; la otra era apenas visible. El labio superior había desaparecido parcialmente en una grieta irregular que exponía cuatro dientes blancos y uno plateado. En todo caso ella presumió que era plateado, en la loto era más un contraste negro y singular en la hilera de incisivos blancos como la tiza.

Siguió pasando las hojas con rapidez.

La penúltima hoja de la delgada carpeta era un informe escrito por un agente de la Unidad de Personas Extranjeras. Nunca había oído aquel nombre. El informe estaba fechado el 23 de diciembre de 2008.

Hacía ya dos días.

El abajo firmante acudió esta mañana a la Central de Policía para trasladar a dos detenidos, extranjeros con residencia ilegal en el reino, hasta el internado para extranjeros de Trandum. En la celda escuché la conversación de dos colegas acerca del cadáver de un desconocido, encontrado en la bahía de Oslo el 20 de diciembre pasado. Uno de ellos comentó que el cuerpo casi deshecho tenía un diente de plata en el maxilar superior. Reaccioné de inmediato, ya que durante seis semanas había tratado en vano de ubicar al refugiado kurdo (menor de edad) Hawre Ghani, en relación con su solicitud de residencia en Noruega. En una pelea de pandillas en Oslo City, en septiembre (por lo demás registrada como caso individual número 98*****37***/08), Hawre Ghani perdió el incisivo central derecho. Fue detenido después del episodio, y yo lo acompañé personalmente en una visita al dentista ese mismo día. Prefirió que le colocasen un diente plateado en vez de una corona blanca, y por lo visto eso se arregló luego conjuntamente entre Protección Infantil, Recepción de Refugiados y el dentista en cuestión.

Dado que hasta el momento no se encuentra registrada ninguna denuncia de desaparición que pueda corresponderse con el hallazgo en la bahía de Oslo, solicito al responsable del caso que contacte con el dentista Dag Brå, Tåsensenteret, teléfono 2229****, para una comparación del patrón dental del fallecido con sus fotografías y el material de archivo.

Silje Sørensen siguió hasta la última hoja de la carpeta. Era una copia de una página manuscrita dirigida a Harald Bull:

¡Hola, Harald!

A raíz de la Navidad, hoy 24 hice una rápida y muy poco científica verificación de la recomendación de PU. El dentista Brå accedió a verme en su oficina durante la mañana. Le mostré unas fotos de la dentadura de la víctima que yo mismo tomé (hice unas en Aker Brygge el domingo por la mañana, de mala calidad, pero el intento valía la pena). Las comparó con sus notas y sus radiografías, y por el momento concluyó que el muerto es muy probablemente el ya nombrado refugiado kurdo, menor de edad. Se mandó copia de toda la documentación del caso al Instituto de Medicina Forense. Imagino que una confirmación/negativa formal tendrá lugar enseguida, después de fin de año. Quizás hasta en el lapso que hay entre Navidad y Año Nuevo, si todos los buenos poderes están con nosotros. Escribiré un informe acerca de esto en cuanto regrese a la oficina. Ahora tendré ¡V
ACACIONES
!

¡Feliz Navidad!

Bengt

P.S. Ayer hablé con Medicina Forense. Las cosas apuntan a que fue asesinado con un objeto parecido a un garrote. «Una maravilla que la cabeza esté todavía entera», dijo la médica con quien hablé. Quizá deberíamos considerar mandar el caso al Departamento de Delitos Violentos.

D. S

Silje Sørensen cerró la carpeta y se recostó en la silla. Estaba sudando. El buen humor que tenía camino de la oficina había desaparecido del todo y se arrepintió de no haber dejado la carpeta ahí, sin mirarla.

Ahora sintió un intenso deseo de abrirla nuevamente, sólo para ver a ese joven; a ese huérfano sin raíces, a ese muchacho kurdo sin techo, con un diente plateado y los carrillos brillantes. No importaba cuántas veces asistiese a esos niños, y los dioses sabían que era muy a menudo, que nunca lograba tomar distancia con ellos. De vez en cuando, por la noche, cuando aparecía ante sus propios dos hijos, que ya opinaban que eran demasiado mayores como para que les diera un beso de buenas noches, pero que de todas maneras no se dormían hasta que ella los había arropado, podía sentir un punto de culpabilidad.

Quizás hasta de vergüenza.

Un bocinazo atravesó el silencio e hizo que su corazón se sobresaltase. Abrió la ventana y miró hacia abajo, a la rotonda frente a la entrada y a la Guardia de Homicidios.

—¡Mamá! ¿Mamá, vienes
proooonto?

Su hijo menor colgaba fuera de la ventanilla y gritaba. Sil—je Sørensen se enojó súbitamente. Con manos rápidas, colocó la carpeta de Hawre Ghani arriba de la bandeja de entrada, antes de arrancar la nota amarilla con el número de Harald Bull y ponérsela en el bolsillo.

Cuando echó el cerrojo a la puerta y se apresuró hacia el vestíbulo para ir hasta el coche a tiempo para evitar que su hijo gritase otra vez, olvidó por qué había pasado por la oficina temprano, aquella tarde de Navidad, camino de una cena en casa de sus suegros.

Los esquíes.

Todavía estaban detrás de la puerta de la oficina. Cuando finalmente recordó que los había olvidado, ya era demasiado tarde.

No era tan tarde, concluyó el jefe de guardia. La noticia saldría al aire al cabo de sólo dos minutos, pero como éste no era de ninguna manera un asunto muy importante, sería suficiente con un breve mensaje del estudio y un retrato de la obispo al final de la transmisión. Con la rapidez de un rayo, tecleó un mensaje al productor.

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