Naufragio (19 page)

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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Naufragio
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Una semana más tarde izó los seis generadores de aire a la plataforma y los clavó en su posición correcta. Conectó cables de transmisión de energía a la unidad del maser del casco, a escasos metros de distancia, comprobó los circuitos y lo puso en marcha.

Dentro de su traje espacial, Tansis nunca había sido consciente del viento, a no ser que éste fuera tan potente que imposibilitara sus movimientos; sin embargo sabía que en esta isla el viento casi siempre soplaba del este o del norte. Todas las aspas, menos una, giraban bien, y los generadores funcionaban, y después de algunos pequeños arreglos consiguió que funcionara también la última. En aquel momento el viento era moderado, de ocho nudos, pero a veces soplaba con una velocidad de hasta veinte nudos, y en época de borrascas se elevaba a los cincuenta, de lo que sí se daba perfecta cuenta porque entonces tenía que vigilar su equilibrio.

Ahora el resto dependía del computador. Iba controlando el flujo de corriente que salía de los generadores de viento, y le tenía informado. Generaba un quinto del total del generador de la nave, de modo que durante la época de tormentas lo igualaría. Con dos generaciones de viento más, la proporción sería incluso mayor, y si el invierno fuera una estación de tormentas, el generador de la nave podría estar desconectado durante casi todo el tiempo.

Dio instrucciones al computador para que mantuviera un control continuo de la corriente y usara el generador de la nave sólo para suplementar los generadores de viento y el banco de baterías. También debería controlar el consumo de comestible y calcular cuánto podría durar ahora, con una fuente de energía eólica disponible.

La construcción de la torre y de la plataforma habían representado para él unas buenas vacaciones; Tansis había recuperado la salud y el equilibrio mental. Era una pena que no pudiera quedarse al aire libre y dedicarse a otros trabajos de construcción, pero sabía que debía permanecer en la nave luchando con sus estudios.

Estuvo otros dos meses en el interior, cultivando bacterias y analizando su reacción al tejido humano, y regresaron el aburrimiento y la ansiedad. Notaba que casi siempre hablaba a solas, y en algunas ocasiones increpaba a presuntos enemigos que intentaban detener lo que él estaba haciendo. El comandante le había ordenado que no siguiera, que no era necesario, que los equipos de investigación habían comprobado que no corría ningún peligro. Ordenó a Tansis que saliera al exterior sin el traje espacial, y Tansis perjuró, le insultó y luchó con los oficiales que le dieron la orden. Y sin embargo Tansis no estaba loco; sabía que tenían lugar esos ataques de ira y procuraba controlarse; pero el ataque volvería de nuevo y se encontraría con que de nuevo estaba gritando a alguien.

Según todo lo que había descubierto en sus experimentos hasta ese momento, en el aire del desierto había muy pocas bacterias y el tejido humano no reaccionaba ante ellas. Según estos datos parecía que el aire fuera sano, pero, ¿cómo podía fiarse de fragmentos de tejido cultivados artificialmente? ¿Reaccionaría todo el cuerpo humano del mismo modo? Porque, en verdad, ¿cómo sabía la ciencia médica la reacción ante las bacterias del organismo viviente sino a través del lento proceso de prueba y error, salud y enfermedad, vida y muerte? Y en este mundo sólo había un cuerpo humano.

Tansis buscaba, en el fondo, reacciones malignas en los cultivos de tejidos que pudieran justificar su no aceptación de esa zambullida final, exponiéndose él mismo al ambiente. Aunque no podía admitir esta idea, lo demostraba en sus discusiones violentas e insultantes con el oficial médico jefe, que ahora ocupaba el lugar del comandante como centro del odio profundo de Tansis.

El comandante ahora no se aparecía, pero seguía allí arriba en la cabina; y aunque Tansis sabía que se comportaba como un neurótico, no podía entrar en su cabina, e incluso cuando pasaba por delante de la puerta caminaba despacio. Era cierto que por lo menos podía ir al computador quitando de en medio a los demás oficiales porque no les temía, pero no podría enfrentarse con el comandante.

Su madre y su hermana le acompañaban muchas veces, admirando su trabajo y animándolo. Casi siempre descubría que les estaba hablando y pronunciando discursos.

Tansis no estaba casado. Era ésta una de las desgracias de la vida espacial. La primera generación que partió de la Tierra en aquella expedición planetaria engendró demasiados niños, a pesar de todas las píldoras de control de natalidad que llevaron. A la mitad del camino a Capella la población se acercó peligrosamente al máximo permitido por el apoyo vital, y a los más jóvenes se les prohibió casarse hasta llegar a los treinta años; luego sólo se les permitía tener un hijo por pareja. Para Tansis el desastre llegó demasiado pronto para que se materializaran sus esperanzas de boda y de descendencia. Aunque parezca extraño, nunca pensaba en su prometida: en rara ocasión se le presentaba espontáneamente para aliviar su soledad; su padre también aparecía muy poco. Su madre y su hermana eran quienes le acompañaban la mayor parte del tiempo.

Durante esos dos meses, tuvo que salir unas seis veces al exterior para reparar algunos fallos de los generadores de viento. Como eran productos caseros, nunca podrían tener una gran perfección ni funcionar sin necesidad de reparaciones ni de mantenimiento. No lo había tenido en cuenta inicialmente. Si tenía que continuar saliendo para arreglarlos, terminaría la película de aislamiento mucho antes de que acabara su vida. Era más práctico incluso intentar averiguar si podía correr el riesgo de salir al exterior sin protección alguna.

Los depósitos de comida eran también otro problema, porque se estaban agotando rápidamente. Todos sus platos favoritos se habían agotado, y quedaban muy pocas proteínas cárnicas. Dentro de dos meses tendría que sobrevivir enteramente a base de comida de algas procesadas. Al menos había solucionado el problema principal del procesado de alimentos, pero la disminución de sus reservas le aterrorizaba y deprimía. Este mundo le estaba atrapando cada vez más, agarrando y llevándose consigo lo que le quedaba del planeta Tierra.

Podía procesar las algas, pero no quedaban concentrados de sabor para darles gusto, ni rellenos para hacerles fácil de masticar. Necesitaría procesar papillas de Capella simplemente para obtener algo de sabor.

La papilla que mejor sabía, y que proporcionaba además la mejor fuente de vitaminas, era la papilla rosa obtenida de los protozoos de los charcos de los árboles de cintas, que aquí se encontraban en la cima de esa montaña tremendamente alta. Sólo podía traer poco más de cincuenta litros en cada viaje, y a costa de muchos esfuerzos. ¡Si esos malditos árboles crecieran también acá abajo…! Suponiendo que… ¡Tuvo una gran idea! Suponiendo que dispusiera de un gran depósito en la nave para cultivarlos allí dentro… Tal vez necesitara subir en alguna ocasión allá y bajar algunos litros desde la cima para renovarlos, pero no había ninguna razón por la que no pudiera cultivar esas sustancias allá abajo; en este desierto sólo faltaba agua, y ésa era la única razón de que no hubiera árboles.

Después de pensarlo dos veces decidió que sería mejor cultivarlos en un depósito fuera de la nave. No quería contaminarla, y de todos modos los protozoos vivirían mejor en el propio ambiente de Capella. Como esas sustancias crecían en un charco en la madera de un árbol, debería hacer un tanque de madera y colocarlo bajo la capa de cintas para disminuir la evaporación.

Estuvo toda una semana aserrando una docena de árboles de «reloj de arena» y cortándolos en tablones anchos de quince centímetros de espesor. Luego, debajo de la capa de cintas, formó la base del tanque con dos capas de tablones unidos con goma de pegar, los tablones de la capa inferior perpendiculares a los de la capa superior. De un modo similar hizo los lados del tanque, consiguiendo al fin un depósito de tres metros por dos y medio. Durante cuatro días agotadores estuvo trayendo agua de la fuente situada a trescientos metros por encima de la nave, hasta que el tanque estuvo lleno en sus tres cuartas partes y el agua alcanzó más de medio metro de profundidad.

Para preparar la expedición a la cima de la montaña se fabricó un par de zapatillas de plástico que colocaría sobre el aislamiento de las botas, y se las puso después de haber salido de la nave. Dedicó un día a la ascensión hasta la mitad de la montaña, con depósitos de aire, el depósito de agua y la vagoneta que dejaría allí para recogerla luego. Lo tomó con calma, ocupando todo el día, y no le pareció agotador el esfuerzo.

Después de un día de descanso, se dirigió a la cima. Durante los primeros mil doscientos metros, como iba sin carga no se apresuró. Aún fresco al llegar al recodo, ascendió lentamente a partir de allí hasta la línea de árboles y descansó una hora. En esta ocasión rellenó el depósito utilizando un sifón y se dispuso a descender. El recorrido montaña abajo era el más pesado y cuando regresó estaba cansado y con los pies doloridos; empezaba ya a caer la noche, pero se daba cuenta de que la ascensión entraba dentro de sus posibilidades, con tal de que hiciera preparaciones por anticipado y lo tomara con calma.

Al día siguiente puso el depósito lleno de protozoos en el gran tanque de madera, y como toque final metió dentro bastantes cintas tiesas de los árboles de «reloj de arena», esperando que dieran a los protozoos un ambiente apropiado. Estaba ya cultivando una cosecha de Capella, y le pareció haber dado un gran paso adelante. Dedicó otro día a recoger plantas marinas y a procesarlas para fabricar papilla agria y de sabor amargo.

A partir de ahora el procesar alimentos se convertiría en una tarea normal, así como el cultivo de protozoos y la recolección de plantas marinas. Decidió no molestarse en hacer otro tipo de papilla con la capa de cintas; recordaba aún la sensación de cosquilleo de la savia del «reloj de arena» y no se fiaba de ella. La capa de cintas era muy extensa para poderla utilizar como alimento.

Sin embargo, una vez más, se estaba comprometiendo a realizar más trabajo en el exterior de la nave y a pasar más veces por la esclusa de aire, gastando el depósito de película de aislamiento. El día fatal en que tendría que salir al exterior sin protección se acercaba. Y eso le planteaba un auténtico dilema, porque una vez dejara de usar el aislamiento contaminaría la nave nada más entrar en ella. Suponiendo que saliera fuera, se quitara el casco y respirara aire de Capella y resultara que el olor era demasiado insoportable, o que le regresara la tos, o que enfermara, debería, a pesar de todo, regresar a la nave y contaminar el aire estéril del interior. ¿Cómo podría atreverse a dar el primer paso sin que el hecho fuera irreversible? No podía meter la cabeza en las cámaras del laboratorio mientras hacía el experimento, porque no estaban diseñadas para ello. La única solución posible sería llevar un respirador bajo el casco y modificar el traje para poder respirar aire del exterior durante algún tiempo sin quitarse el casco. Incluso así, cuando regresara traería consigo el respirador contaminado y al respirar expulsaría todo lo que hubiera entrado en sus pulmones. El problema era insoluble.

Decidió posponer el dilema hasta que el suministro de aislamiento acabara por agotarse. Entonces no habría más solución que contaminar la nave, pero al menos hasta ese momento se mantendría sano. Era una solución, de todos modos, y le quitó un buen peso de encima. Haría todo lo que estuviera en su mano para solucionar sus problemas y hacer todos los preparativos posibles, pero, cuando llegara el día, tendría que fiarse de la suerte. Eso sería el naufragio final, y a excepción de la estación del polen, el resto del año tendría que vivir como un nativo.

El largo verano se acababa, y la temperatura ya estaba descendiendo. Había más nubes en la cima de la montaña y la dirección del viento variaba con frecuencia. Tansis esperaba que el contenido bacteriano y molecular del aire disminuiría conforme se acercara el invierno, y analizaba con frecuencia el aire para averiguarlo.

Bien fuera debido al fatalismo, bien por la convicción inconsciente de que el aire no era peligroso salvo en la estación del polen, dejó de limitar al mínimo sus viajes al exterior. Salía siempre que los generadores de viento necesitaban una reparación, visitaba el gran depósito en días alternos para ver cómo crecía su cosecha, e hizo varios experimentos con ella. Realizó otro viaje a la cima de la montaña para traer más agua, y también trajo más follaje de los árboles de cintas para colocarlo en el depósito. Adaptó otro generador para recibir energía eólica y lo colocó sobre la plataforma, dedicando siete generadores a la obtención de energía y dejando uno libre para posibles trabajos en el exterior. Instaló también en la torre células solares, y las conectó.

Por estas fechas el computador estuvo recibiendo un promedio de tres meses de caudal de energía, y calculó que el generador de la nave era necesario tan sólo para un quinto de las necesidades totales de energía, y que el suministro restante de combustible, aumentado por la energía del viento, podía mantener la nave en marcha durante veintidós años. No era tanto tiempo como Tansis había deseado, pero eso posponía el problema del cierre total durante largo tiempo. Confiaba en que el resto del año fuera también ventoso.

Tansis había superado un punto crítico, y lo sabía. Estaba contento y se había quitado un peso de encima al haber solucionado el problema de la energía, al menos hasta que cumpliera cincuenta años, y entonces debería haber aprendido bastantes cosas. Sabía que no moriría de hambre, aunque tendría que desarrollar algunos gastos alimentarios muy sutiles. Tendría al computador como compañero y guía, y, si proseguía sus estudios con la misma intensidad sería un auténtico Leonardo en el plazo de veinte años. La película de aislamiento se estaba acabando, pero ello no le causaba el viejo temor. Sus pruebas bacteriológicas eran totalmente negativas, y salía y entraba de la nave cada día sintiéndose un tanto culpable de ello, pero haciéndolo a pesar de todo.

Por primera vez se encontraba desconcertado a la hora de decidir qué debía hacer que fuera de urgencia inmediata. Estuvo trabajando bajo una tensión crítica durante tanto tiempo que ahora que había superado la crisis no podía fijarse adecuadamente en las muchas tareas pequeñas que esperaban turno. Pero había algo que quería saber y que había pospuesto. Nunca había olvidado las caras que le miraron por la ventana inferior de la lancha. Aparecían a menudo en sus sueños, sueños vagos e inconsecuentes en los que partía para algún viaje largo con las criaturas marinas; nunca supo adonde iba ni por qué, y los sueños nunca acababan claramente, pero volvían a presentarse de vez en cuando.

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