Naufragio (11 page)

Read Naufragio Online

Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Naufragio
5.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lo cual aún dejaba un inmenso vacío entre la capa de cintas y todos los demás tipos de vida. ¿Cómo habría evolucionado la vida de forma que una sola especie de plantas se hubiera desarrollado por su cuenta y hubiera llegado a dominar totalmente la superficie terrestre del planeta?

Probablemente era una pregunta demasiado compleja para que pudiera responderla un hombre solo en su corta vida, y él no era un nuevo Darwin. Y, además, ¿a quién demonios le interesaba eso? Lo importante era que había encontrado proteínas y vegetales comestibles, para cuando se agotaran las provisiones de la nave. Y era casi una dieta equilibrada. Si pudiera encontrar árboles de cintas con aquellos charcos de agua en sus cimas, tendría las vitaminas restantes, porque de los protozoos que allí vivían podían obtenerse también sustancias comestibles. Lo cual significaba un viaje, más tarde, a la cima de las montañas, porque estaba seguro de haber divisado árboles allá arriba cuando descendía para efectuar el aterrizaje.

Después de dos semanas de descubrimientos de este tipo, dedicó otra semana a estudiar geológicamente la isla. Hizo perforaciones, instaló instrumentos sísmicos e hizo explotar cargas alrededor de la nave, en la costa y en las pendientes de las colinas cercanas. Encontró que el subsuelo estaba formado por piedra pómez seca y cenizas, encima de una masa sólida de basalto. El agua de la cima de las montañas, a menudo cubiertas de nubes y con lluvias ocasionales, se filtraba siguiendo la capa de basalto por debajo de la capa de cenizas, salía a la superficie al pie de la montaña y hacía posible la franja vegetal de la capa de cintas.

Estas islas se encontraban en la ruta que seguía una corriente fría, con dirección sur. El aire era frío, aunque a Tansis personalmente no le importaba nada; sin embargo, explicaba por qué las islas estaban desiertas a una altura inferior a dos mil trescientos metros.

Tansis decidió que si tuviera que instalar su hogar en este planeta, el mejor lugar sería este archipiélago. Estaba encontrando ahora la vida bastante soportable, y sus observaciones comenzaban a tener sentido. La isla no le dominaba, al contrario de lo que había ocurrido en el continente; era tolerable porque había un poco de todo pero en pequeñas dosis. Necesitaba hacer algunos viajes, sin embargo, para encontrar el mejor lugar posible para establecerse una base permanente. El problema clave de estas islas eran las aguas marinas turbulentas. Necesitaba encontrar una isla semejante pero con una bahía protegida donde pudiera entrar en contacto con aquellas criaturas marinas.

Había estudiado las fotografías que tomó la nave en su vuelo de entrada, y se había dado cuenta de que la tercera isla más meridional del archipiélago era desértica, como ésta, pero tenía un gran cráter sumergido en un extremo, que formaba un área grande, casi cerrada y circular de aguas protegidas. Sus dos picos eran más altos que el de esta isla, y además parecía disponer de un puerto. Decidió ir allí, visitando antes la cumbre de la actual isla.

Por la mañana temprano se encontraba ya en el asiento del piloto, tecleando las instrucciones al computador. Le ordenó que se elevara por encima de la montaña, y que le pasara el control manual para el aterrizaje, y luego computara una ruta desde allí hasta la tercera isla. Marcó la isla en el mapa, mostrándolo en la pantalla, y esperó que el computador calculara el recorrido.

En vez de la habitual serie de números y de símbolos en la pantalla, como respuesta, contempló horrorizado la siguiente objeción del computador: «Imposible continuar sin autorización DIRECTA DEL COMANDANTE O DE ALGUIEN INVESTIDO DE SU AUTORIDAD LEGAL».

Durante un momento de auténtica locura, Tansis se preguntó si el comandante estaría aún vivo, de algún modo, interviniendo en todo.

—¿Por qué? —tecleó Tansis al computador.

—En este momento sólo queda combustible suficiente para un regreso directo a la nave-base que permita el margen de seguridad requerido por las ordenanzas oficiales, sección 19, apartado 11. Sólo el comandante o alguien investido con su autoridad legal puede ordenar el gasto de esa reserva de combustible para cualquier otro propósito. Deben presentarse razones detalladas, y éstas no deben estar en contradicción con las normas suplementarias sobre procedimientos de emergencia, secciones 66 a 83.

Tansis lo leyó con una vaga sensación de desastre. Esto era el naufragio final. Ahora estaba condenado para siempre en esta isla.

Se sentó, muy pensativo, intentando encontrar una respuesta. Gracias a Dios que esto no le había ocurrido en los trópicos. No se atrevía a hacer ninguna pregunta ni ningún comentario hasta que lo hubiera pensado con mucho detalle y hubiera refrescado su memoria con los manuales pertinentes.

¡Todos aquellos vuelos a baja altura con la nave diseñada para entrada y orbitaje planetarios! Había desperdiciado combustible sin pensar siquiera en dar instrucciones al computador para que le mantuviera al tanto de la reserva total de combustible disponible. Hasta como piloto era un inútil. Se frotó la frente y miró alrededor de la cabina. La nave parecía ahora muy silenciosa; de repente le pareció que estaba muerta.

Aquella situación tenía su lado irónico. Ahora podría abandonar definitivamente el planeta. El computador le llevaría con mucho gusto hasta el infinito. El problema era que no había a dónde ir. Tendría que aferrarse a este planeta desolado, porque era algo, y algo es mejor que ningún sitio, el más terrible de todos los lugares.

Meneando la cabeza, se levantó lentamente del asiento y fue escaleras abajo a sentarse en la sala de reuniones. No tenía que dar una respuesta inmediata al computador. No la esperaba, ni se inquietaría de ningún retraso. El computador no era una persona, y ni sospechaba ni juzgaba las reacciones de los seres humanos. El tiempo no significaba nada de nada para él, excepto cuando lo necesitaba como un factor para calcular una ruta o averiguar cuánto durarían los suministros. Sabía que esperaría un año o cien años antes de que él contestara, y que todo le daba igual.

Para Tansis, como para cualquiera que hubiera vivido en una nave espacial, el computador, incluso el gran computador de la nave principal, no era más que una máquina. Sin embargo, tenía que cuidar mucho la forma de responderle, porque se encontraba en el papel de un hombre que se enfrenta con una burocracia impersonal gobernada por normas escritas, o, para ser más exactos, se enfrentaba con las mismas normas, incorporadas a un computador que, por lo tanto, era capaz de responder.

No podía mover la nave, debido a las ordenanzas oficiales sección tal y cual, y la única forma de salirse con la suya era citar otras normas de otras secciones, o bien conseguir una autorización de los que escribieron esas malditas órdenes, o hacer pasar algo por norma legal, sin que el computador descubriera el truco.

Necesitaba leer las ordenanzas cuidadosamente, aunque conocía y recordaba la mayoría de ellas. A bordo de una nave espacial existen muy pocos libros, y después de pensarlo dos veces decidió que no corría riesgo alguno si pedía al computador que fuera mostrando en pantalla las ordenanzas generales y las normas suplementarias. Recordaba a otros haciendo lo mismo antes de tomar una decisión. Para el computador era una petición más, que nunca podría ir en contra de las ordenanzas oficiales.

Regresó a la cabina de mando y pensó en algo mucho mejor. Dio instrucciones al computador para que imprimiera todas las ordenanzas oficiales y normas suplementarias, y los manuales administrativos y de operaciones y las instrucciones del piloto —iba recordando otras cosas más— y el manual de la expedición, y las normas recomendadas para comandantes de vuelo, y que fueran saliendo impresos en tiras de papel. El papel no abundaba en la nave, pero era una forma disponible de salida del computador, y no la había usado aún, desde que empezó el vuelo. El impresor a gran velocidad traqueteó durante varios minutos, soltando una tira continua de quince centímetros de ancho y cuatro metros de largo. Esto le iba a ocupar todo el día. Hizo café, y se sentó, dispuesto a leerlo.

El peligro que había si le daba una respuesta incorrecta no estribaba en que el computador fuera sospechoso o temperamental, sino en el hecho de que el computador era el centro de todo el sistema de la nave y controlaba todos sus mecanismos y circuitos. Tenía la capacidad de desconectar, cerrar las puertas y la esclusa de aire, poner en entredicho al piloto y dejar de obedecerle, si tales medidas fueran las requeridas por algún procedimiento de emergencia.

Estos procedimientos, elaborados por grandes cerebros a quienes gustaba pensar que podrían reglamentar el futuro indefinidamente, preveían los motines, los secuestros ilegales, la locura del piloto, el error humano, el deterioro del navío, el funcionamiento incorrecto de los sistemas vitales, y así sucesivamente. Todos ellos suponían que alguien podría entrar en escena y tomar el control de la nave antes de que todo se detuviera. Para esta nave planetaria de aterrizaje se suponía que la nave principal estaría dispuesta a ayudar y suministrar alguna autoridad de mayor rango.

Lo que Tansis intentaba encontrar era algún fragmento de los manuales que tomara en consideración la posibilidad de que toda la expedición quedara reducida a un único náufrago solitario. Tenía sus dudas de que existiera, pero debía intentarlo. Tenía que encontrar algún modo de comunicar al computador esta situación imprevista y sin precedentes, para que pudiera acoplar esa información a los manuales y las ordenanzas y para que considerara a Tansis como la máxima autoridad legal de la nave. Si lo hiciera de modo incorrecto, el computador le trataría como a un usurpador, y le pondría en entredicho esperando que una autoridad superior resolviera la situación.

Tansis sabía que no se puede conversar con un computador, ni abrumarle con oratoria florida, ni hacerle llorar de emoción. Tenía que hallar un camino entre la inmensa madeja de disposiciones establecidas y, desde dentro del sistema, hacerse cargo de su situación. Los procedimientos oficiales y, en consecuencia, el computador, no toleraban intrusos.

Lo que estaba en juego no era solamente el combustible para hacer unos cuantos viajes más. Sí, algunos desplazamientos serían útiles y no le gustaba la idea de quedarse estacionado perpetuamente en esta isla; pero eso no era lo peor. A partir de ahora el computador comenzaría a salvaguardar esa reserva de combustible mínimo que podía hacer regresar su nave a la nave principal y esto significaba que, a la larga, desconectaría el generador de la nave y todos los sistemas, excepto el del propio computador.

Devolver su nave a la nave principal era el requisito básico según el cual estaba programado el computador. Si su nave estaba terriblemente deteriorada y no podía lograrlo, las normas vigentes permitían que los sistemas de apoyo vital funcionaran el mayor tiempo posible, aunque esto significara agotar la reserva de combustible mínimo. Pero la nave se encontraba en buena forma, y no se habían recibido instrucciones de autoridades superiores para mantener la nave estacionada en el planeta, una vez alcanzado el nivel mínimo de combustible. De modo que, en cuanto se refería al computador, la nave debería ser capaz de regresar a su destino.

Tansis se dio cuenta de que, más pronto o más tarde, aunque él no hiciera nada, el computador comenzaría a indicar la necesidad de un despegue inmediato. Algún tiempo después avisaría de una próxima desconexión del generador. Si Tansis no hubiera resuelto el problema en aquel momento, no habría más alternativa que largarse de allí con todo lo que pudiera, o quedar encerrado para siempre en una nave muerta.

«Toda esta situación es terriblemente ridícula», pensó Tansis al sentarse para tomar su quinta taza de café y enfrascarse en la lectura de la larga y enmarañada tira de papel. Aquí estaba, náufrago en un planeta extraño con un millón de problemas urgentes que solucionar, y a pesar de ello tenía que luchar con problemas legales abstrusos que destrozarían a un abogado experto. Necesitaba saber todo lo posible sobre comidas, bebidas y el riesgo de enfermedades y, sin embargo, se veía obligado a perder el tiempo estudiando manuales tan muertos como sus autores, tan remotos como la Tierra, tan irrelevantes como las costumbres del antiguo Tibet.

El computador era el guardián de la ley, incorruptible y absolutamente obediente a quienes detentaban la autoridad legal; estaba preparado, como el gran computador de la nave principal, para preservar la ley y el orden durante un viaje que duraba tres o cuatro generaciones. De las nueve grandes expediciones que habían salido de la Tierra en viajes interestelares, tres se habían enfrentado con motines y sediciones. Tansis comprendía y aceptaba la necesidad de esas precauciones, porque sin ellas tal vez nunca se hubiera llegado a Capella; pero ahora su situación no tenía precedentes y, conforme iba repasando los manuales, se daba cuenta de que nunca se había previsto.

Si dijera al computador toda la verdad, eso significaría que él debería ocupar el cargo de autoridad única de la expedición y adquirir el rango de comandante. Y, sin embargo, ésta era la forma que cualquier usurpador habría utilizado para hacerse con el control de la nave en el curso de una insurrección, y esto sí que había sido previsto. Los procedimientos legales para cambiar de comandante exigían el consentimiento de otros oficiales de alta graduación y una votación mayoritaria en que el computador efectuaría el recuento de los votos.

Tansis dejó caer las hojas largas y arrugadas dando un suspiro. No podía decir la verdad al computador.

Estuvo el resto del día allí sentado, melancólico; de vez en cuando se levantaba para volver a leer parte de los manuales, cuando se le ocurría alguna idea. Al final se enfrentó con el hecho inevitable de que en algún momento quedaría encerrado dentro de una nave que se cerraría al mundo exterior.

Después de estudiar con mucho cuidado el texto de sus preguntas, regresó al computador y le preguntó cuánto tiempo podría transcurrir antes de la partida, y, después, cuánto tiempo transcurriría antes del cierre total.

La respuesta del computador fue que disponía de doce días, y luego, de cuarenta y seis días más. Tansis se sintió aterrorizado. En el plazo de cincuenta y ocho días —se trataba de los días-tipo de la nave, no de los largos días de Capella— se vería obligado a salir al exterior sin protección. Todos sus problemas deberían estar resueltos por entonces, pues ni siquiera sabía si podría respirar el aire del planeta. Y con respecto a la comida, ¿cómo podría procesar las sustancias que aquí crecían para el consumo humano sin disponer de un laboratorio? Sin la esclusa de aire, tampoco podría aislarse de las bacterias. Se encontraría desnudo en el ambiente exterior.

Other books

Seldom Seen in August by Kealan Patrick Burke
Boy, Snow, Bird by Helen Oyeyemi
The Flowering Thorn by Margery Sharp
The Criminal Alphabet by Noel "Razor" Smith
Little Bird by Penni Russon
The Perfectly Proper Prince by Suzanne Williams
Neverwylde by Linda Mooney
Incendiary Circumstances by Amitav Ghosh