Muerto Para El Mundo (5 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
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Me aseguré de que me miraba a los ojos, y asentí categóricamente.

—Vaya, mierda —comentó, disgustado—. Esa chica me gustaba de verdad y era una verdadera tigresa.

—¿De verdad? —le pregunté, asombrada de que se hubiese transformado delante de él sin ser luna llena—. ¿Y estás bien? —Al instante me reprendí por mi propia estupidez. Claro que no se había transformado.

Se quedó mirándome boquiabierto un segundo antes de explotar en carcajadas.

—¡Sookie, eres una mujer extraña! Ponías cara de creer de verdad que ella podía... —Se quedó paralizado. Noté que la idea perforaba un agujero en la burbuja protectora que la gente suele inflar alrededor de su cerebro, esa burbuja que repele imágenes e ideas que no cuadran con las expectativas cotidianas. Jason se dejó caer en el sillón abatible de la abuela—. Preferiría no saberlo —dijo con un hilo de voz.

—Es posible que no sea exactamente lo que le sucede a ella..., lo de volverse tigresa, pero ten por seguro que algo le pasa.

El rostro de Jason tardó un minuto en recuperar su expresión habitual, pero lo consiguió. Un comportamiento típico de Jason: no podía hacer nada al respecto, de modo que lo aparcaba en un rincón de su cabeza.

—Oye, ¿viste a la chica que iba anoche con Hoyt? Cuando salieron del bar, Hoyt se salió de la carretera cerca de Arcadia y tuvieron que caminar cinco kilómetros hasta encontrar un teléfono, porque el suyo se había quedado sin batería.

—¡Qué me dices! —exclamé, con un tono de lo más chismoso—. Y ella con aquellos tacones. —Jason había recuperado el equilibrio. Estuvo un rato contándome los últimos chismorreos de la ciudad, aceptó el refresco que le ofrecí y me preguntó si necesitaba alguna cosa de la ciudad—. Pues sí. —Mientras él había estado hablando, yo en realidad estaba pensando. Anoche había oído ya, en el cerebro de la gente y en momentos de descuido, la mayoría de cosas que me contaba.

—¿Y eso? —preguntó, haciéndose el asustado—. ¿Qué hay que hacer?

—Necesito diez botellas de sangre sintética y ropa para un hombre de talla grande —dije, y volví a sorprenderlo. Pobre Jason, se merecía una hermana sexy y tonta que le diese sobrinos y sobrinas que le llamasen tío Jase y se subieran a sus piernas. Pero, en cambio, me tenía a mí.

—¿Y cómo de grande es ese hombre, y dónde está?

—Medirá un metro noventa o noventa y cinco, y está durmiendo —dije—. Supongo que una treinta y cuatro de cintura, tiene las piernas largas y es ancho de hombros. —Me recordé verificar la talla en la etiqueta de los vaqueros de Eric, que estaban aún en la secadora del porche trasero.

—¿Qué tipo de ropa?

—Ropa de trabajo.

—¿Es para alguien que yo conozca?

—Para mí —dijo una voz mucho más profunda.

Jason se volvió de repente, como si estuviese esperando un ataque, lo que viene a demostrar que su intuición no es tan mala, a fin de cuentas. Pero Eric parecía tan inofensivo como un vampiro de su tamaño pueda llegar a parecer. Y muy considerado, se había puesto el albornoz de terciopelo marrón que le había dejado en el segundo dormitorio. Lo guardaba allí para Bill y sentí una punzada al vérselo puesto a otro. Pero tenía que ser práctica; Eric no podía andar paseándose por ahí con su calzoncillo ajustado rojo..., al menos, estando Jason en casa.

Jason miró asombrado a Eric y me lanzó una mirada de perplejidad.

—¿Es tu nuevo novio, Sookie? No has perdido el tiempo. —No sabía si hablarme con admiración o indignación. Jason aún no se había percatado de que Eric estaba muerto. Me resulta asombroso que la gente tarde minutos en darse cuenta—. ¿Y tengo que comprarle ropa?

—Sí. Anoche se rasgó la camisa y sus vaqueros todavía están sucios.

—¿No vas a presentarme?

Respiré hondo. Habría sido mucho mejor que Jason no hubiese visto a Eric.

—Mejor que no —dije.

Ambos se lo tomaron mal. Jason se sentía herido y el vampiro ofendido.

—Eric —dijo, y le tendió la mano a Jason.

—Jason Stackhouse, el hermano de esta señorita tan mal educada —dijo Jason.

Se estrecharon la mano y me entraron ganas de apretujarles el cuello a los dos.

—Me imagino que debe de haber un motivo por el que no podéis salir los dos a comprarle más ropa —dijo Jason.

—Existe un buen motivo —dije—. Y debe de haber otras veinte buenas razones por las que deberías olvidar que has visto a este chico.

—¿Corres peligro? —me preguntó Jason de forma directa.

—Todavía no —le respondí.

—Si haces alguna cosa por lo que mi hermana pueda salir malparada, te meterás en problemas —le dijo Jason a Eric el vampiro.

—No esperaría menos —dijo Eric—. Y ya que veo que no tienes pelos en la lengua conmigo, tampoco yo los tendré contigo. Pienso que deberías mantenerla y llevártela a vivir contigo, para que estuviese mejor protegida.

Jason volvió a quedarse boquiabierto y yo tuve que hacer un esfuerzo para no echarme a reír. Aquello era incluso mejor de lo que me había imaginado.

—¿Diez botellas de sangre y una muda? —me preguntó Jason, y por el cambio en el tono de voz comprendí que por fin había captado el estado de Eric.

—Eso es. En la licorería tendrán sangre. La ropa puedes comprarla en Wal-Mart. —Eric solía llevar vaqueros y camisetas; de todos modos, tampoco podía permitirme comprarle otra cosa—. Ah, y también necesita zapatos.

Jason se colocó al lado de Eric y puso el pie en paralelo con el del vampiro. Silbó asombrado, y Eric dio un respingo.

—Unos pies muy grandes —comentó Jason, y me lanzó una mirada—. ¿Es cierto ese viejo dicho?

Le sonreí. Estaba intentando relajar el ambiente.

—No me creerás, pero no lo sé.

—Es difícil tragárselo... y no pretendo seguir con el chiste. Bueno, me marcho —dijo Jason, saludando a Eric con un ademán de cabeza. En pocos segundos, oí su camioneta acelerando por las curvas del camino de acceso, avanzando entre el oscuro bosque. Ya era noche cerrada.

—Siento haber aparecido mientras él estaba aquí —dijo Eric para iniciar la conversación—. Me parece que no querías que me viera. —Se acercó al fuego y pareció disfrutar de su calor tanto como yo.

—No es que me sienta incómoda por tenerte aquí —me disculpé—. Es que tengo la sensación de que estás metido en un gran problema y no quiero involucrar también a mi hermano.

—¿Es tu único hermano?

—Sí, y mis padres fallecieron, también mi abuela. Es todo lo que tengo, exceptuando una prima que lleva años metida en las drogas. Me imagino que está perdida.

—No te pongas triste —dijo, como si no pudiera evitarlo.

—Estoy bien. —Mi voz sonó llena de energía e informal.

—Tú has bebido mi sangre —dijo.

Me quedé absolutamente inmóvil.

—No podría haberte dicho cómo te sientes si no hubieras bebido mi sangre —dijo—. ¿Somos..., hemos sido... amantes?

Era una bonita forma de decirlo. Eric solía ser muy anglosajón en lo que al sexo se refiere.

—No —respondí enseguida, y le decía la verdad, aunque sólo por un margen muy estrecho. A Dios gracias, nos habían interrumpido a tiempo. No estoy casada. Tengo momentos de debilidad. Él es atractivo. ¿Qué puedo decir?

Pero me miraba con intensidad y noté que se me subían los colores.

—Este albornoz no es de tu hermano.

Ya estamos. Me quedé mirando el fuego como si fuera a responder por mí.

—¿De quién es, entonces?

—De Bill —dije. Ésa fue fácil.

—¿Es tu amante?

Moví afirmativamente la cabeza.

—Lo era —respondí con sinceridad.

—¿Es amigo mío?

Me pensé la respuesta.

—Bueno, no exactamente. Vive en el área donde tú ejerces de sheriff. En la Zona Cinco. —Seguí cepillándome el pelo y descubrí que estaba seco. Crepitaba de electricidad y seguía la inercia del cepillo. Sonreí ante el efecto al verme reflejada en el espejo que había sobre la chimenea. Veía también la imagen de Eric. No tengo ni idea de a qué viene ese cuento de que los vampiros no se reflejan en los espejos. La verdad es que a Eric se le veía muy bien..., como era tan alto y no se había abrochado del todo el albornoz... Cerré los ojos.

—¿Necesitas algo? —preguntó con ansiedad Eric.

Más autocontrol.

—Estoy bien —contesté, intentando no apretar los dientes—. Tus amigos llegarán pronto. Tienes los vaqueros en la secadora y espero que Jason regrese en cualquier momento con la ropa.

—¿Mis amigos?

—Bueno, los vampiros que trabajan para ti. Supongo que Pam cuenta como amiga. Y en cuanto a Chow, no sé qué decirte.

—¿Dónde trabajo, Sookie? ¿Quién es Pam?

Aquella conversación se me empezaba a hacer cuesta arriba. Intenté explicarle a Eric cuál era su puesto, que era propietario de Fangtasia, sus otros intereses en el mundo de los negocios, pero la verdad es que no lo conocía lo bastante bien como para informarle completamente de todo.

—No sabes muchos detalles sobre lo que hago —observó con precisión.

—Sólo voy a Fangtasia cuando Bill me lleva, y me lleva cuando tú me pides que haga alguna cosa para ti. —Me di un golpe en la frente con el cepillo. ¡Estúpida, estúpida!

—¿Y por qué iba a obligarte a hacer nada? ¿Me prestas el cepillo? —preguntó Eric. Lo miré de reojo. Se le veía melancólico y pensativo.

—Por supuesto —dije, decidiendo ignorar su primera pregunta. Le pasé el cepillo. Empezó a usarlo sobre su pelo, haciendo que sus pectorales se contrajeran por el movimiento. "Ay, pobre de mí. ¿Y si me vuelvo a la ducha y abro el grifo del agua fría?". Entré en el dormitorio, cogí una goma elástica y me recogí el pelo en la cola de caballo más alta y tensa que pude conseguir. Utilicé mi segundo cepillo favorito para que me quedase bien lisa y volví la cabeza hacia un lado y el otro para comprobar que me había quedado bien centrada.

—Estás tensa —dijo Eric desde el umbral de la puerta, y ahogué un grito—. ¡Lo siento, lo siento! —añadió enseguida.

Lo miré, recelosa, pero se le veía arrepentido de verdad. El Eric de siempre se habría reído. Pero juro que echaba de menos al Eric de verdad. Al menos con él sabías a qué atenerte.

Oí que llamaban a la puerta.

—Quédate aquí —dije. Se le veía preocupado, y se sentó en la silla que tenía en un rincón de la habitación, como un niño bueno. Me alegré de haber recogido la ropa la noche anterior, así mi dormitorio no parecía tan personal. Crucé la sala de estar en dirección a la puerta, esperando no llevarme otra sorpresa.

—¿Quién es? —pregunté, acercando el oído a la puerta.

—Ya estamos aquí —dijo Pam.

Empecé a girar el pomo, me detuve, entonces recordé que de todos modos no podrían pasar, y abrí la puerta.

Pam tiene el pelo claro y liso y es blanca como un pétalo de magnolia. Aparte de eso, parece una joven ama de casa convencional que trabaja a media jornada en una guardería.

Aunque no creo que nadie quisiera de verdad dejar a Pam al cuidado de sus niños, nunca le he visto hacer nada extraordinariamente cruel o malvado. Pero Pam está terminantemente convencida de que los vampiros son mejores que los humanos, es muy directa y no tiene pelos en la lengua. Estoy segura de que si se viera obligada a actuar de alguna forma horrorosa para su propio bienestar, lo haría sin por ello perder el sueño. Parece una número dos excelente, y no se le ve excesivamente ambiciosa. Si aspira a tener su propio territorio, lo disimula muy bien.

Chow es harina de otro costal. No me apetece conocer a Chow más de lo que ya lo conozco. No confío en él, y nunca me he sentido cómoda en su compañía. Chow es asiático, un vampiro menudo pero robusto, con el pelo negro y bastante largo. No medirá más de un metro setenta, pero lleva hasta el último centímetro de su piel a la vista (excepto la cara) cubierto de intrincados tatuajes que son una auténtica obra de arte. Pam dice que son tatuajes yakuza. Chow trabaja algunas noches como camarero en Fangtasia, y las otras simplemente se sienta allí para que los clientes lo miren. (Éste es en realidad el objetivo de los bares de vampiros, que los humanos normales y corrientes tengan la sensación de que están haciendo algo peligroso al compartir la misma estancia con los no muertos en carne y hueso. Es un negocio muy lucrativo, según me ha contado Bill).

Pam iba vestida con un esponjoso jersey beis y unos pantalones de punto de color tostado, y Chow llevaba su habitual chaleco con pantalones holgados. Casi nunca llevaba camisa, para que los clientes de Fangtasia pudieran disfrutar del arte que llevaba tatuado en el cuerpo.

Llamé a Eric y entró lentamente en la sala de estar. Se le veía desconfiado.

—Eric —dijo Pam al verle. Su voz delató una sensación de alivio—. ¿Te encuentras bien? —Miraba ansiosa a Eric. No hizo una reverencia, pero sí inclinó mucho la cabeza.

—Amo —dijo Chow, e hizo una reverencia.

Intenté no interpretar equivocadamente lo que estaba viendo y oyendo, pero supuse que los distintos tipos de saludo representaban la relación existente entre los tres.

Eric estaba desconcertado.

—Os conozco —dijo, intentando que sonara más como una afirmación que como una pregunta.

Los otros dos vampiros intercambiaron una mirada.

—Trabajamos para ti —dijo Pam—. Te debemos lealtad.

Me dispuse a abandonar la estancia, segura de que querían hablar sobre temas secretos de vampiros. Y si algo no quería saber, era precisamente más secretos.

—No te vayas, por favor —me pidió Eric. Habló con voz asustada. Me quedé paralizada y miré detrás de mí. Pam y Chow me miraban por encima del hombro de Eric y tenían expresiones muy dispares. Pam parecía estar casi divirtiéndose. Chow tenía una mirada que expresaba desaprobación.

Intenté no mirar a Eric a los ojos, para irme con la conciencia tranquila, pero no funcionó. No quería quedarse a solas con sus dos compinches. Bien, maldita sea. Volví al lado de Eric, fulminando con la mirada a Pam.

Llamaron otra vez a la puerta y Pam y Chow reaccionaron de forma dramática. En un instante estaban listos para el ataque, y esa reacción en ellos da mucho, mucho miedo. Les aparecen los colmillos, sus manos adoptan forma de garra y su cuerpo se pone en un estado de alerta total. Es como si el aire crepitara a su alrededor.

—¿Quién es? —dije desde detrás de la puerta. Tenía que hacerme instalar una mirilla.

—Tu hermano —dijo bruscamente Jason. No sabía la suerte que había tenido al no haber entrado sin llamar.

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