Muerto hasta el anochecer (3 page)

Read Muerto hasta el anochecer Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto hasta el anochecer
7.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bill—dijo él.

Antes de poder evitarlo, solté una carcajada, muerta de risa.

—Bill, el vampiro —dije—. No sé, pensé que sería Antoine, o Basil ¡o Langford! Pero Bill —hacía mucho que nada me hacía tanta gracia—. Bueno, ya nos veremos, Bill. Tengo que volver al curro —noté que la sonrisa tensa se apoderaba de mi gesto sólo con mencionar el Merlotte's. Me apoyé en el hombro de Bill para levantarme. Era duro como una roca y cogí tanto impulso que casi me tropiezo. Comprobé que las vueltas de mis calcetines estaban igualadas, repasé mi uniforme de arriba abajo en busca de algún rastro de lucha, me sacudí el trasero y, ya cruzando el aparcamiento, me despedí de Bill con un gesto.

Había sido una noche increíble, que dejaba mucho en lo que pensar. Por una vez, estaba casi tan contenta como indicaba mi sonrisa.

Pero Jason iba a cabrearse muchísimo con lo de la cadena.

Aquella noche, después de trabajar, volví en coche a casa, que está sólo a unos seis kilómetros y medio al sur del bar. Para cuando regresé del aparcamiento, Jason ya se había ido (tampoco estaba DeeAnne), y eso había supuesto otra buena noticia. Fui repasando cada detalle de la noche todo el camino a casa de mi abuela, donde yo vivía. Está justo antes de llegar al cementerio de Tall Pines, en una de las salidas de una estrecha carretera comarcal. La edificación data de tiempos del padre de mi tatarabuelo, que, al parecer, consideraba vital proteger su intimidad familiar. Por eso, para llegar al claro en que se levanta la casa hay que dejar la carretera y tomar un camino que atraviesa una zona boscosa.

Desde luego, no se trata de un monumento histórico, ya que, en su mayoría, las partes más antiguas se han ido derribando y reconstruyendo a lo largo de los años. Y por supuesto, está provista de todo tipo de comodidades modernas como electricidad, agua corriente y un buen sistema de aislamiento térmico. Sin embargo, aún conserva un tejado de estaño que deslumbra bajo el sol. Cuando lo arreglamos, pensé en emplear tejas normales pero mi abuela se negó. Aunque la que pagaba era yo, la casa es de ella; así que, evidentemente, pusimos estaño.

Fuera histórica o no, yo llevaba viviendo en esa casa desde los siete años, y ya antes había ido de visita a menudo, así que le tenía mucho cariño. No era más que un viejo caserón familiar, demasiado grande para la abuela y para mí, supongo. Tenía una amplia fachada blanca flanqueada por un porche cubierto: mi abuela era tradicional hasta la médula. Crucé la espaciosa sala de estar, repleta de muebles maltrechos que se habían dispuesto como mejor nos convino; atravesé el pasillo, y entré en el primer dormitorio a la izquierda, el más grande.

Adele Hale Stackhouse, mi abuela, se encontraba recostada en su alta cama, con un millón de almohadas alrededor de sus finos hombros. Se ponía un camisón de algodón de manga larga incluso en noches tan cálidas como la de aquella primavera. La luz de su mesilla estaba encendida y apoyaba un libro en su regazo.

—Hola —dije.

—Hola, cariño.

Mi abuela es menuda y muy vieja, pero conserva una buena mata de pelo, tan blanco que a veces casi refleja un ligero matiz verdoso. De día, lo peina en un moño bajo, pero por la noche, suele dejarlo suelto o recogido en una trenza. Eché un vistazo a la portada del libro.

—¿Otra vez leyendo a Danielle Steel?

—Ah, esa mujer sí que sabe contar historias —al parecer, lo que más placer proporcionaba a mi abuela era leer libros de Danielle Steel, ver telenovelas, que ella llamaba «seriales», y asistir a los actos de la multitud de clubes a los que había pertenecido a lo largo de su vida adulta. Sus preferidos eran los Descendientes de los Muertos Gloriosos y la Sociedad Botánica de Bon Temps.

—Adivina qué me ha pasado esta noche —le dije.

—¿Qué? ¿Tuviste una cita?

—No —contesté, tratando de mantener la sonrisa en la boca—. Vino un vampiro al bar.

—Ooh, ¿y tenía colmillos?

Los había visto brillar a la luz de las farolas mientras los Ratas lo drenaban, pero no había ninguna necesidad de contarle todo eso a mi abuela.

—Pues claro, pero estaban retraídos.

—Un vampiro aquí, en Bon Temps —mi abuela no parecía nada contenta con la noticia—. ¿Ha mordido a alguien del bar?

—¡Qué va! Sólo se sentó a tomar una copa de vino tinto. Bueno, la pidió pero no llegó a bebería. Creo que sólo buscaba un poco de compañía.

—Me gustaría saber dónde se aloja.

—No creo que vaya contándolo por ahí.

—No —dijo, pensativa—. Supongo que no. ¿Te gusta?

Esa sí que era una pregunta difícil. Reflexioné un poco antes de responder.

—No lo sé. Me ha parecido muy interesante —dije, con precaución.

—Me encantaría conocerlo —no me sorprendió en absoluto que mi abuela dijera eso porque le gustaban las novedades casi tanto como a mí. No era una de esas reaccionarias que piensan que todos los vampiros están malditos por definición—. Pero ahora, a dormir. Estaba esperando que llegaras a casa para apagar la luz.

Me incliné para darle un beso y le di las buenas noches.

Al salir, dejé la puerta entreabierta y la escuché apagar la luz. Mi gata,
Tina
, apareció para frotarse contra mis piernas; la cogí en brazos y la acaricié un rato antes de sacarla para que pasara la noche fuera. Miré el reloj: eran casi las dos de la mañana y mi cama me reclamaba.

Mi habitación estaba justo al otro lado del pasillo. La primera vez que dormí en ella, tras la muerte de mis padres, la abuela había traído todos mis muebles para que me sintiera como en casa. Y ahí estaban todavía: la cama individual, la coqueta de madera blanca y la pequeña cajonera.

Encendí la luz, cerré la puerta y empecé a desvestirme. Me quedaban al menos cinco pares de pantalones negros de tipo short y una infinidad de camisetas blancas, ya que éstas se manchaban con mucha facilidad. Por no hablar de la cantidad de calcetines blancos que se amontonaban en el cajón. No necesitaba hacer la colada esa noche. Y estaba demasiado cansada como para ducharme. Me lavé los dientes y me desmaquillé, me puse un poco de crema hidratante y me quité la cinta de la cabeza.

Me arrastré hasta la cama con mi camiseta de Mickey Mouse, que casi me llegaba a las rodillas. Me tumbé de lado, como siempre, y disfruté del silencio que reinaba en la habitación. Casi todo el mundo «apaga» su cerebro a estas horas de la madrugada. No hay interferencias ni intrusiones que repeler. En semejante estado de calma, sólo tuve tiempo de acordarme de los oscuros ojos del vampiro antes de caer, exhausta, en los brazos del más profundo de los sueños.

Al día siguiente hacia la hora de comer me encontraba tomando el sol sobre mi tumbona plegable en el jardín de la entrada. Me estaba poniendo morena por segundos. Llevaba puesto mi bikini blanco preferido, que me quedaba menos ceñido que el año anterior, así que estaba más contenta que unas pascuas.

Entonces, escuché el sonido de un motor acercándose por el camino, y la camioneta negra de Jason, con sus motivos rosa y turquesa, se detuvo a menos de un metro de mis pies.

Jason descendió de ella —¿he mencionado que la camioneta luce un tipo de neumáticos enorme?— para acosarme. Llevaba su uniforme de trabajo habitual: camisa y pantalón caqui, y había enganchado su cuchillo de monte al pantalón, como casi todos los trabajadores de carreteras del condado. Por sus andares, deduje que estaba cabreado.

Me puse las gafas de sol.

—¿Por qué no me dijiste que les habías dado una paliza a los Rattray? —mi hermano se dejó caer en la silla de aluminio que había junto a mi tumbona—. ¿Dónde está la abuela? —añadió; demasiado tarde.

—Tendiendo la colada —contesté. Mi abuela usaba la secadora sólo cuando era estrictamente necesario. Le encantaba colgar la ropa mojada al sol. Naturalmente, el tendedero estaba en el jardín trasero, como debe ser—. Está preparando chuletas a la parrilla, con boniatos y judías verdes de su cosecha, para comer —añadí, consciente de que eso distraería a Jason un rato. No quería que ella escuchase la conversación—. Habla bajo —le advertí.

—Rene Lenier estaba impaciente por contármelo todo esta mañana en el trabajo. Se pasó por la caravana de los Rattray anoche para pillar un poco de hierba y dice que Denise apareció conduciendo como si quisiera atropellar a alguien. Me dijo que lo podría haber matado de lo furiosa que estaba. Tuvieron que meter a Mack en la caravana entre los dos, y luego lo llevaron al hospital de Monroe —Jason me lanzó una mirada acusadora.

—¿Y te ha contado Rene que Mack me atacó con una navaja? —le pregunté, tras decidir que la mejor defensa posible consistía en pasar a la ofensiva. Sabía que el pique de Jason se debía en gran medida al hecho de haberse enterado por otra persona.

—Pues si Denise le dijo algo, no lo ha mencionado —respondió Jason lentamente, y vi que su atractivo rostro enrojecía de furia—. ¿Te atacó con una navaja?

—Y tuve que defenderme —dije, como si resultase obvio—. Se llevó tu cadena —todo era cierto, aunque la información estuviera algo manipulada.

—Fui a decírtelo —continué—, pero cuando llegué ya te habías ido con DeeAnne, y como me encontraba bien, creí que no merecía la pena intentar localizarte. Sabía que te sentirías obligado a ir por él si te contaba lo de la navaja —añadí, con mucha diplomacia. Era la pura verdad, a Jason le encantan las peleas.

—De todas formas, ¿se puede saber que hacías ahí fuera? —me preguntó, aunque ya más relajado. Estaba empezando a asumirlo.

—¿Sabías que, además de vender droga, los Ratas se dedican a drenar vampiros?

—No... ¿y? —mi hermano empezaba a alucinar.

—Pues resulta que uno de mis clientes de anoche era un vampiro y lo estaban dejando seco en el aparcamiento. ¡No podía permitirlo!

—¿Hay un vampiro en Bon Temps?

—Sí. Y aunque no quieras tener a uno de ellos como mejor amigo, no puedes dejar que gentuza como los Ratas lo drene. No es como robar gasolina del depósito de un coche. Además, lo habrían abandonado a su suerte en el bosque —aunque los Ratas no me habían dicho nada de lo que pensaban hacer, eso era lo que yo creía. Incluso si lo dejaban a cubierto para que pudiera sobrevivir a la luz del sol, a un vampiro drenado le costaba como mínimo veinte años recuperarse. Por lo menos, eso es lo que uno de ellos había contado en el programa de Oprah
1
. Y eso, sólo si otro vampiro puede encargarse de él.

—¿El vampiro estaba en el bar al mismo tiempo que yo? —preguntó Jason, impresionado.

—Ajá. El tipo de pelo oscuro que estaba con los Ratas.

Jason sonrió al escuchar el mote con el que me refería a los Rattray, pero todavía seguía dándole vueltas a la noche anterior.

—¿Cómo supiste que era un vampiro? —inquirió, pero en cuanto me miró supe que habría preferido morderse la lengua.

—Sencillamente, lo sabía —contesté, sin mostrar ninguna emoción.

—Ya —y mantuvimos toda una silenciosa conversación.

—En Homulka no hay un solo vampiro —terció Jason, pensativo. Echó hacia atrás la cabeza para que le diera el sol, y supe que el peligro ya había pasado.

—Cierto —asentí. Homulka era la población más odiada por los habitantes de Bon Temps. Durante generaciones ambos pueblos habían rivalizado sobre fútbol, baloncesto y relevancia histórica.

—Ni en Roedale —dijo mi abuela desde atrás, dándonos un buen susto. He de reconocer que, cada vez que ve a la abuela, Jason siempre le da un abrazo.

—Abuela, ¿tienes comida suficiente para mí en el horno?

—Para ti, y para dos más como tú —contestó mi abuela mientras le dedicaba una enorme sonrisa. No ignoraba sus fallos, ni los míos, pero aun así lo adoraba—. Everlee Masón acaba de llamar. Me ha estado contando que ayer pasaste la noche con DeeAnne.

—¡Esto es la leche! Aquí no se puede hacer nada sin que se entere todo el mundo —dijo Jason, aunque no parecía estar realmente enfadado.

—Esa tal DeeAnne —le advirtió mi abuela mientras entrábamos en la casa— ha estado embarazada por lo menos una vez, que yo sepa. Ten cuidado, no vaya a ser que te toque estar pagándole una pensión para el resto de tu vida. ¡Claro que ésa sería la única forma de que yo tuviera un bisnieto algún día!

La comida ya estaba servida, así que en cuanto Jason se acomodó, bendijimos la mesa y empezamos a comer.

Jason y mi abuela comenzaron a cotillear —a «ponerse al día», según ellos— sobre la gente de nuestro pequeño pueblo y su parroquia
2
. Mi hermano trabajaba para el Estado, como supervisor de mantenimiento de carreteras. A mí me daba la impresión de que su jornada diaria consistía en pasearse por ahí con la camioneta del trabajo, fichar a la salida, y pasarse toda la noche haciendo lo mismo, esta vez con su propia camioneta. Rene pertenecía a uno de los grupos que Jason supervisaba. Habían ido juntos al instituto y solían salir a tomar algo con Hoyt Fortenberry.

—Sookie, me ha tocado cambiar el calentador de casa —dijo Jason, de repente. Vive en nuestra antigua casa, donde habíamos vivido con nuestros padres hasta que murieron en la riada. Después de aquello nos trasladamos a casa de la abuela, pero cuando Jason finalizó sus dos años de formación profesional y empezó a trabajar para el Estado, se mudó a nuestro antiguo hogar, que sobre el papel nos pertenece a los dos.

—¿Te tengo que dar algo? —le pregunté.

—No, ya está.

Los dos ganamos un sueldo pero también contamos con una modesta renta gracias a los beneficios de un fondo que mis padres crearon cuando apareció un pozo de petróleo en una de sus fincas. El pozo se secó a los pocos años, pero mis padres, y después mi abuela, se aseguraron de invertir bien el dinero. Ese colchón económico nos había ahorrado muchas penurias a Jason y a mí. No logro imaginarme cómo se las habría apañado mi abuela para criarnos de no haber sido por aquel dinero. Ella estaba firmemente decidida a no vender ningún terreno, a pesar de que sus ingresos se reducen casi exclusivamente a la pensión de la Seguridad Social. Esa es una de las razones por las que no me he independizado. A mi abuela le parece razonable que si vivo con ella, traiga comida a casa; pero jamás aceptaría que hiciera lo mismo y luego me marchase a mi piso. Eso es caridad y la ofende muchísimo.

—¿Y cuál has comprado? —le pregunté a Jason, por pura cortesía. Estaba deseando contármelo; mi hermano es un chiflado de los electrodomésticos y se enfrascó en un relato pormenorizado de comparativas de modelos y precios. Le escuché intentando mostrar toda la atención que pude.

Other books

The Night Before by Rice, Luanne
Inhuman by Kat Falls
The Boy Who Plaited Manes by Nancy Springer
Truman by David McCullough
Can't Buy Me Love by Marr, Maggie
Antología de novelas de anticipación III by Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon
2006 - A Piano in The Pyrenees by Tony Hawks, Prefers to remain anonymous
Promises, Promises by Baker, Janice