Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (91 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Estamos en la primavera de 1157 y la situación en Almería es desesperada. La ciudad era en realidad una isla cristiana en medio de un territorio hostil. Las tropas genovesas y castellanas que allí quedaban poco podían hacer ante los enormes ejércitos almohades. Su única opción era encerrarse en el alcázar y aguantar hasta que llegaran refuerzos. Alfonso VII tuvo muy pronto noticia de la crisis. Estaba enfermo y agotado, pero reaccionó con rapidez: concentró a sus tropas en Toledo, pidió refuerzos al Rey Lobo, marchó hacia el sur… Era la única esperanza de Almería.

El Rey Lobo no faltó a la cita, pero ni siquiera con sus tropas —en su mayoría cristianas— se pudo romper el asedio de Almería. Los almohades, ya lo hemos dicho, combatían con ejércitos inmensos, auténticas muchedumbres armadas. Viendo que no podía romper el cerco, Alfonso ideó una estratagema: atacar Granada y obligar así al enemigo a fragmentar sus tropas. Pero el ardid falló: Granada había mejorado mucho sus defensas, y los almohades, por su parte, vieron claro cuál era el juego del emperador. Almería terminará capitulando sin remedio.

La represión almohade en la ciudad debió de ser severa. En la Almería cristiana se había refugiado el médico y rabino judío Maimónides, que había tenido que abandonar Córdoba perseguido por los nuevos amos de Al-Ándalus. En su casa había dado cobijo a su maestro, el filósofo musulmán Averroes, igualmente perseguido por la intolerancia almohade. Maimónides tuvo que huir al sur de Francia; Averroes terminará en Egipto. No hubo sólo represión para los vivos, sino también para los muertos: a un ex gobernador de Jaén, fallecido años atrás, los almohades lo exhumaron y crucificaron el cadáver.

El emperador, mientras tanto, emprendía el camino de vuelta. A su derrotada hueste se iban uniendo las guarniciones de Andújar, Baeza y Úbeda: había llegado el momento de replegarse detrás de Sierra Morena. Pero Alfonso no puede más: apenas ha pasado Despeñaperros, camino de Calatrava, cuando se siente morir. La comitiva se detiene en el paraje de Las Fresnedas.Alfonso se tumba debajo de una encina.Allí la vida se le va. Era el 21 de agosto de 1157. Así murió Alfonso VII, rey de León, Castilla y Galicia, emperador de toda España. Su gente le enterrará en el monasterio de Sahagún. Allí descansa un trozo de historia de España.Y allí terminaba el sueño imperial.

16

ALMOHADES, TROVADORES,
CISTERCIENSES Y LAS PRIMERAS
CORTES DEMOCRÁTICAS DE EUROPA

La herencia de Alfonso VII y la muerte del joven Sancho

Alfonso VII repartió el reino entre sus dos hijos: al primogénito, Sancho, le dio Castilla, y al segundo, Fernando, le dio León. Cada cual se ocupará de marcar su propio territorio y no faltarán los conflictos políticos entre ambos, pero no hubo nada semejante a una guerra civil. Al contrario, es tiempo de optimismo: de hecho, los tratados entre los reyes cristianos españoles contemplan casi unánimemente el reparto de tierras conquistadas en un futuro, como si la derrota del islam fuera cosa hecha. Se avanza en todos los frentes. Sin embargo, este apacible paisaje durará poco: el joven rey Sancho de Castilla muere cuando apenas llevaba un año en el trono.A partir de ahí, las cosas se complicarán.Vamos a ver cómo fue.

Es significativo que Alfonso VII, el emperador, diera Castilla a su primogénito Sancho y dejara León para el segundo, Fernando. Esto quiere decir que Castilla se había convertido en el reino mayor de la vieja corona heredera de Asturias. Castilla, con sus siempre polémicas fronteras con Navarra y con Aragón, con su extensa zona de frente con los musulmanes del sur, con sus poderosos linajes nobiliarios y, al mismo tiempo, con sus múltiples ciudades libres, había adquirido una fisonomía política completamente singular.

En cuanto al hombre que llegaba ahora a ese trono, Sancho III, llamado el Deseado, era un joven de veinticuatro años, casado con la hija del rey de Navarra —doña Blanca Garcés— y que ya tenía un hijo, de nombre Alfonso. Muy consciente de su posición de superioridad, pronto obtuvo el vasallaje de Navarra y, enseguida, el de Ramón Berenguer IV de Barcelona. Los lazos familiares siguen siendo aquí fundamentales: Sancho no sólo es yerno, sino también cuñado del rey de Navarra, que está casa do con una hermana suya, y es también sobrino del conde de Barcelona, porque es hijo de la reina Berenguela. Una sólida red de vínculos de sangre sostiene los pactos.Acto seguido, Sancho III renovó los acuerdos de su padre con el Rey Lobo, el de Murcia. Así Castilla se convertía en el líder de la cristiandad española.

Hay un punto oscuro en la vida de Sancho III, un dato sobre el que las fuentes se muestran contradictorias. Se trata de la suerte que corrió su esposa, Blanca Garcés. Unos dicen que Blanca murió de parto al dar a luz a su hijo Alfonso; eso debió de ser hacia 1155. Otros señalan que Blanca murió de parto, sí, pero no en el alumbramiento de Alfonso, sino en el del otro hijo posterior, de nombre García, un año después, y que el niño murió en el mismo trance. Sea como fuere, en 1157, al hacerse con el cetro de Castilla, Sancho era un joven viudo y con un solo heredero. Hay que retener el dato para entender bien todo lo que pasará después.

En León, mientras tanto, su hermano Fernando II recomponía las piezas del puzle que le había tocado en suerte: los viejos reinos de León y Galicia, donde el papel de la nobleza feudal era mucho más determinante que en Castilla. Fernando se había criado entre estos nobles: entregado desde niño al cuidado de Fernando Pérez de Traba, el joven rey, veinte años en ese momento, tenía que desenvolverse entre el sólido poder de los Ponce de Cabrera, Pedro Alfonso o Ramiro Froilaz, esos grandes nombres de la corte que ya han salido en nuestro relato.Y uno de ellos, Ponce de Cabrera, iba a ser la causa del primer conflicto entre los dos hermanos.

La historia es relativamente trivial. A poco de llegar al trono, el rey Fernando había confirmado a Ponce Guerau de Cabrera como mayordomo real. Los Cabrera eran un viejo linaje catalán que había emparentado con el clan gallego de los Traba. Este Ponce era en aquel momento administrador de los bienes de los Ansúrez y, en tanto que mayordomo real, desempeñaba además el gobierno de la ciudad de Zamora. Los zamoranos, descontentos con Ponce, se amotinaron y amenazaron con marcharse a Portugal si el mayordomo real seguía allí. El rey Fernando no tuvo otro remedio que ceder a las presiones del pueblo y apartar a Ponce del cargo. Pero entonces Ponce, despechado, se marchó a Castilla e instigó al rey Sancho a invadir León.

¿En nombre de qué podía Sancho atacar a su hermano? ¿Tenían alguna deuda pendiente? En realidad, sí.Alfonso VII, en su concilio de 1155, había repartido el reino entre sus hijos, pero había dejado sin resolver un delicado problema: el gobierno sobre las comarcas de Tierra de Campos, Sahagún y Asturias de Santillana, que teóricamente habían pertenecido hasta entonces al Reino de León, pero que por las disposiciones de Alfonso podían pasar a Castilla.Y ésas eran las tierras que ahora Sancho se proponía ocupar, instigado por Ponce.

Lo más significativo del episodio es que, a pesar de todo, no hubo guerra. Los dos hermanos, Sancho y Fernando, se encontraron en Sahagún. Allí acordaron que las tierras en litigio quedarían en manos de tres nobles que gozaban de la confianza de ambos: el propio Ponce de Cabrera, Osorio Martínez y Ponce de Minerva (otro Ponce que no hay que confundir con el anterior). Además, los reyes de Castilla y León se repartieron España: decidieron que Portugal tenía que ser dividido entre leoneses y castellanos, y señalaron también sus respectivas áreas de reconquista en la España musulmana. Más aún: los hermanos resolvieron que si uno de los dos moría sin descendencia directa, el otro heredaría sus títulos y derechos.

El acuerdo de Sahagún iba todavía más lejos. Sancho y Fernando coincidieron en no reconocer a otro soberano cristiano legítimo que a su tío Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón. ¿Y qué pasaba entonces con Sancho de Navarra? En principio, quedaba fuera del acuerdo, pero sus lazos familiares con Castilla le facilitaban las cosas. Recordemos la red: Sancho de Castilla estuvo casado con Blanca Garcés, hermana de Sancho de Navarra, y este SanchoVI de Navarra estaba casado con una hermana de los reyes Sancho y Fernando, de nombre también Sancha. Era muy dificil que estallara el conflicto con tanto parentesco por medio. Actuó como mediadora, al parecer, una hermanastra de Sancho y Fernando, de nombre también Sancha (¡otra Sancha!), hija del último matrimonio de Alfonso VII. El caso es que Sancho de Navarra rindió vasallaje a Sancho de Castilla.Y asunto concluido.

El sueño imperial de Alfonso VII ha desaparecido, pero la cristiandad española dista de ofrecer un aspecto de crisis. Aunque en el sur crece el peligro almohade, los reinos cristianos todavía son más fuertes. En Aragón, Ramón Berenguer IV sigue ocupando posiciones tras su conquista del valle del Ebro; la amistad del Rey Lobo en el sur le procura una cómoda seguridad en la frontera. En Portugal, Alfonso Enríquez conquista Alcacer do Sal e incluso se pasea por Évora y Beja. La iniciativa aún corresponde a los cristianos. Al otro lado de la sierra de Gredos, las milicias de Ávila escriben una gesta singular: organizan una incursión al centro de Andalucía, llegan hasta Sevilla y derrotan al gobernador de la ciudad. Así lo dijeron los Anales Toledanos: «Fueron los de Ávila a tierra de moros a Sevilla e vencieron al rey Aben Jacob e mataron al rey filio Dalagem e al rey Abengamar».

Y en ésas estábamos cuando, de repente, muere Sancho III.

En efecto, el joven rey de Castilla, Sancho III, veinticuatro años, fallece por causas naturales el 21 de agosto de 1158. Había reinado un año y diez días. Sancho deja un heredero que aún no tiene tres años: su hijo Alfonso. Como el rey era viudo, el niño queda en manos de los grandes linajes nobiliarios. ¿Qué linajes? Los Castro y los Lara. Sancho, antes de morir, había dispuesto una solución que pudiera contentar a todos: Gutierre Fernández de Castro será el tutor del niño y Manrique de Lara el regente del reino. Pero un tutor sin poder político está en posición precaria, y un regente sin control sobre el heredero también lo está. Inevitablemente se avecina un largo conflicto. Por otro lado, los reinos vecinos ven la oportunidad de saldar viejas deudas con Castilla: aunque el niño Alfonso es proclamado inmediatamente rey, tanto Fernando de León como Sancho de Navarra recuerdan súbitamente sus reclamaciones fronterizas. El paisaje se oscurece sobre Castilla.

Es sugestivo pensar qué hubiera podido hacer Sancho III en un reinado que se anunciaba lleno de promesas, que, sin embargo, quedaron tan rápidamente frustradas. En apenas un año de gobierno, Sancho había afirmado su liderazgo político en la España cristiana y también había manifestado su firme voluntad de reforzar la Reconquista. En este último capítulo había dejado una herencia que al cabo sería determinante: la fundación de la Orden Militar de Calatrava. En realidad, Calatrava será el legado mayor de Sancho III a la historia de España.

La Orden de Calatrava: señores de la frontera

Parece una cosa menor, pero aquello tuvo una importancia decisiva para los siglos posteriores de nuestra historia. Con la Orden de Calatrava, la Reconquista entraría en una nueva fase. Aquí ya hemos contado qué era una orden militar: una hermandad de guerreros que se regía por reglas monásticas o, si se prefiere, una hermandad de monjes cuya misión era la guerra en defensa de la cruz, y cualquiera de las dos definiciones es igualmente apropiada.

Calatrava era una pieza esencial del sistema defensivo cristiano. Desde esa fortaleza, clavada en medio del camino natural de Córdoba a Toledo, se controlaba toda la llanura manchega, los pasos a Sierra Morena y el cauce del Guadiana. Alfonso VII la había conquistado en 1147 y la confió a los templarios. Pero ahora, diez años después, los almohades habían recuperado Almería, se habían hecho con el control en Andalucía y empezaban a amenazar seriamente la frontera. Calatrava corría peligro.Y lo que ocurrió en el invierno de 1157 a 1158 fue que los templarios se dirigieron al rey Sancho de Castilla y le dijeron que ya no estaban en condiciones de defender satisfactoriamente la plaza: ellos eran pocos, los contingentes almohades eran cada vez más numerosos y se hacía preciso tomar otras decisiones.

Los templarios habían actuado con plena honradez: sencillamente, ya no podían cumplir la misión que se les había encomendado. Pero el problema que se le planteaba ahora al rey de Castilla era peliagudo: el reino era poderoso y sus guerreros estaban en forma, pero Castilla no poseía un ejército permanente que pudiera ser desplazado a un lugar concreto y acantonado allí durante largos periodos de tiempo. Hasta el momento, la defensa se organizaba sobre la base de las milicias de los concejos y las huestes de los señores, pero Calatrava estaba demasiado lejos de cualquier concejo importante y de cualquier señorío con tropas disponibles. ¿Qué hacer? ¿Cómo defender ahora Calatrava?

El rey Sancho tomó una decisión. Reunió a los notables del reino y les hizo una insólita propuesta: otorgaría la plaza de Calatrava a quien quisiera hacerse cargo de su defensa. Podemos imaginar la escena: miradas de estupor entre los nobles, gestos de embarazo, ademanes incómodos… Porque, en efecto, ¿quién estaba en condiciones de defender Calatrava con sus propios medios? Nadie. ¿Nadie? No. Entre el silencio general, el monje cisterciense Raimundo, abad del monasterio de Fitero, levanta la mano.A su lado está el también monje Diego Velázquez, guerrero en otro tiempo, ahora cisterciense. Los nobles del reino, primero, ríen: ¿cómo pueden dos monjes defender Calatrava? Pero Raimundo y Diego insisten: ellos lo harán.Y como en las subastas, nadie dio más. El rey Sancho, obligado por su palabra, donó a los monjes de Fitero la plaza de Calatrava. Era el 1 de enero de 1158.

Raimundo y Diego sabían lo que hacían. Raimundo, el abad, aporta su autoridad espiritual; Diego, el viejo soldado, sus conocimientos militares. Raimundo predica su propia cruzada y recluta voluntades en Aragón y Navarra. Diego abre bandera sobre el terreno, en la misma Calatrava, y capta a los caballeros que quieran permanecer allí. En pocas semanas queda formado el nuevo ejército: más de veinte mil monjes-soldado que inmediatamente pueblan Calatrava y sus alrededores. Ante semejante concentración de tropas, los almohades desisten de intentar el asalto. Calatrava está salvada.

A partir de ese momento aparece en Calatrava un contingente militar con fuerte sentimiento religioso y una misión concreta. Ahora bien, una vez pasado el peligro, ¿qué hacer con esos veinte mil hombres, monjes unos, guerreros otros? Hay que dar forma a esto, porque la hueste reclutada por fray Raimundo y fray Diego aún no tiene una regla para vivir. No es una tarea fácil: los depositarios de la encomienda son los dos monjes, pero los caballeros no ven con agrado la idea de depender de un abad del Císter y, menos aún, de vivir entre los monjes regulares. La solución pasará por separar a las dos categorías de gentes que habían acudido allí. Los monjes se retirarán a un monasterio.Y los caballeros, por su parte, se instalarán en Ocaña, donde se constituyen en orden y eligen a un maestre: don García. Así, con estos caballeros, nació la Orden de Calatrava.

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