Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (71 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Vamos a un lugar muy concreto: el extremo oriental de Burgos, a un paso de Álava y de La Rioja. Allí está Belorado.Al norte, el río Tirón que vierte en el Ebro; al sur, los montes de Ayago y la imponente sierra de la Demanda. Allí hubo una ciudad celta antes de que llegaran los romanos. Después fue asentamiento de Roma y, más tarde, visigodo. En los pliegues de su terreno encontraron refugio los hispanogodos que trataron de resistir a la invasión musulmana.Y con éxito, porque esta zona quedará a salvo de la presión islámica, al menos en un primer momento.

Desde los lejanos tiempos de la Reconquista inicial, en el siglo vüi, el primitivo Reino de Asturias se había preocupado por marcar allí el límite oriental de su territorio. Lo hizo constituyendo el monasterio de San Miguel del Pedroso, con veintiocho monjas, y regido por la abadesa Nonna Bella, probablemente pariente de los reyes Alfonso I o Fruela 1. Después, la proximidad de las razias musulmanas hizo que la zona perdiera vigor, pero fue para recuperarlo muy pronto, en cuanto los colonos traspasaron el Ebro para llegar a la sierra de la Demanda. A partir de ese momento, toda esa región de la Riojilla cobró una importancia excepcional.

¿Por qué era tan importante la Riojilla burgalesa? Primero, porque era un lugar muy apto para la supervivencia: a orillas del río Tirón, cerca de llanuras fácilmente cultivables, de montes gratos para la ganadería y de bosques ricos en caza, la gente que se instalaba en Belorado tenía muchas posibilidades de salir adelante. Cuando el Camino de Santiago comenzó a ser recorrido por masas crecientes de peregrinos, precisamente esas condiciones hicieron que la villa se convirtiera en un foco de atracción para el comercio. Además, políticamente era un área crucial: oscilando siempre entre la influencia de Castilla y la de Navarra, la Riojilla será, a veces, frontera, y a veces, puente.

Muchas cosas pasaron entonces en Belorado. Cuando el panorama militar se despejó, y con la repoblación ya bien asentada, se convirtió en una villa codiciada por todos los poderes circundantes. ¿Y cuál era la forma de atraerse a una población? Concederle privilegios. Dice la tradición que fue Fernán González, el primer conde independiente de Castilla, quien concedió a Belorado el privilegio de celebrar mercado todos los lunes. Era su forma de agradecer a los lugareños que le quitaran los hierros con que le había apresado el rey de Navarra.Y más tarde, cuando el Cid se casó con Jimena, la plaza quedó bajo la protección de Rodrigo Díaz de Vivar: era parte de la dote de su esposa. Importante dote, Belorado: como todas las ciudades del Camino de Santiago.

Aquí ya hemos contado cómo las villas del Camino de Santiago, a lo largo de los siglos x y xi, empezaron a convertirse en centros comerciales de primera importancia. Sancho el Mayor estimuló decididamente la entrada de nueva población que se asentaba en las ciudades del Camino y creaba allí sus propios barrios. Para hacer más fácil el proceso y para proteger la actividad de los mercaderes, el poder concedía a estas ciudades derechos y fueros que les permitían gozar de libertades amplias para la época.Y eso es precisamente lo que pasó en Belorado.

¿Quiénes eran esas personas que acudían a las ciudades españolas del Camino de Santiago? ¿De dónde venían? Un documento muy interesante, la Crónica de Sahagún, enumera la procedencia de las gentes que llegaban a España desde otros puntos de Europa.Aunque su fecha es posterior, parece indudable que el contingente humano era el mismo: «Gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos y muchos otros comerciantes de diversas naciones y extrañas lenguas», dice la Crónica.A todos ellos se los llamaba, por extensión, «francos», y por eso sus derechos se llamaban «franquicias». ¿Y qué venían a hacer aquí? También la Crónica de Sahagún nos lo dice: eran «herreros, carpinteros, sastres, peleteros, zapateros, escuderos y hombres enseñados en muchas y diversas artes y oficios». Lo mismo estaba pasando en otros muchos lugares: Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Burgos, León, Oviedo… y por supuesto, Belorado.

Pero ¿por qué Alfonso I el Batallador puso sus ojos precisamente en Belorado, y no en otro lugar? Seguramente, por la posición estratégica de la villa. Alfonso ya no era rey en León, pero seguía siéndolo en Navarra, y Belorado está en la línea fronteriza entre Navarra y Castilla. Recordemos, además, que el Batallador no quería renunciar a sus derechos sobre Castilla, fundamentales para legitimar su proyecto de conquistar Zaragoza.Y también hemos explicado aquí que la política habitual de Alfonso consistía en dotar a las ciudades de fueros y derechos, de modo que éstas quedaban mucho menos dependientes del poder señorial y, al revés, en relación directa con la corona. Este contexto explica la decisión de Alfonso el Batallador de dotar de fueros a Belorado.

Es en el mes de agosto de 1116 cuando se firma el fuero. ¿Qué decía aquel papel? El documento regulaba las penas y garantías en caso de delito, eximía a la villa de la mañería (aquella práctica de que las tierras sin sucesor pasaran al patrimonio regio), concedía privilegios para la explotación del río, los molinos y los montes; libraba a los súbditos del pago de portazgo y montazgo en el término de Belorado, reconocía el derecho de propiedad de todos los que se asentaran en la villa, les exoneraba de pagar a otro señor que no fuera el propio rey…

El fuero menciona expresamente a todos los pobladores, tanto francos como castellanos, tanto caballeros como villanos. También menciona a los judíos, que ya entonces ocupaban el barrio de El Corro. Con el rey firman el señor de Cerezo, Aznar Sanz, y Eneco Fortiz; el merino Domingo Miguel y los condes Ramón de Pallaires, Pedro Núñez, Pedro López, García de Castilla, Pedro de Portaguera y Pedro Berenguer de Montisón, además del tenente de Poza, Sancho Juanes; firma el notario del rey, de nombre Pedro.Y en un punto concreto, el octavo, el rey concede a Belorado el privilegio de organizar una feria: «Que los lunes tengáis mercado —dice el texto— y de año en año tengáis feria en el día de San Miguel». Era la primera vez que aquello se decidía en España. Era una novedad propiamente revolucionaria.

Belorado ya tenía mercado desde muchos años atrás. Pero un mercado no es una feria. ¿Cuál es la diferencia? El mercado consistía en lo siguiente: un día a la semana —en este caso, los lunes—, los comerciantes de la ciudad quedaban autorizados a exponer públicamente sus productos para venderlos a los paisanos. Era, pues, un fenómeno esencialmente local, y lo que allí se vendía era, sobre todo, bienes de primera necesidad, útiles de consumo habitual. Pero la feria era algo muy distinto: durante varios días, todos los comerciantes de los alrededores, e incluso de puntos lejanos, podían comprar y vender libremente sus productos. El tráfico, evidentemente, excedía en mucho a lo que los vecinos de Belorado podían consumir: los verdaderos destinatarios de aquella exhibición eran las gentes adineradas que allí acudían desde las ciudades y cortes más importantes. Y así la feria representaba un auténtico río de oro.

¿Qué se compraba y vendía en aquellas ferias? De todo. Por lo que sabemos, en aquel momento cruzaban España dos grandes rutas comerciales. Una, procedente del sur, traía productos del mundo musulmán; la otra venía de Francia a través del Camino de Santiago. La ruta del sur quedó pronto cerrada por la intolerancia almorávide. Ahora, 1116, cuando se abre la feria de Belorado, lo que va a entrar en nuestro país es sobre todo material procedente del norte: paños de Francia y de Flandes, artesanía italiana… Las mercancías abarcan un amplísimo abanico, desde objetos de lujo hasta vestimentas para menestrales.Y no sólo hay venta minorista, sino que también se vende al por mayor, de manera que la feria de Belorado pasa a ser cita obligada para todos los comerciantes del reino. En definitiva, un acontecimiento social.

Vendrán después otras ferias:Valladolid,Vic en Cataluña… En torno a ellas se configurará una sociedad distinta, donde el comercio deja de ser un apoyo a la subsistencia, como lo había sido hasta entonces, para convertirse en una fuerza social con impulso propio.Y todo esto apareció en Belorado, en el extremo oriental de Burgos, en el verano de 1116, de la mano del rey de Aragón y Navarra, Alfonso el Batallador. La primera feria comercial de la historia de España.

¿Y qué pasaba con los almorávides?

El intensísimo follón interno de los reinos cristianos, con aquel conflictivo matrimonio entre Urraca y Alfonso el Batallador, nos ha hecho perder de vista que al sur había otra España: la España mora, ahora bajo dominio almorávide. Mientras castellanos, gallegos, leoneses, aragoneses y navarros se daban de tortas por el imposible testamento político de Alfonso VI, en la vieja Al-Ándalus se establecía un nuevo poder que arrasaba el sistema de los Reinos de Taifas y en su lugar implantaba el orden de los almorávides. ¿Y en qué consistía este nuevo orden?

El orden almorávide era, ante todo, un sistema de fundamentalismo africano.Al-Ándalus pasaba a ser una región dependiente del reino almorávide con centro en Marrakech, en Marruecos. Los viejos reinos moros se convertían en provincias regidas, en lo político y en lo militar, por enviados de Marrakech. La administración seguía en manos de andalusíes, pero el poder era exclusivamente almorávide. En el plano interior, el gobierno almorávide se caracterizó por una notable disminución de las libertades que cristianos y judíos habían gozado en tiempos de las taifas.Y en el plano exterior, por una política de abierta hostilidad hacia los reinos cristianos del norte.

Desde la muerte en 1106 de Yusuf ben Tashfin —aquel anciano derviche que vestía pieles de oveja y se alimentaba de dátiles y leche de cabra—, el soberano de los almorávides era su hijo Alí benYusuf, al que se deben en realidad las grandes victorias musulmanas de este tiempo. Después de la batalla de Uclés, que fue un serio golpe para los cristianos, los almorávides habían recuperado el control sobre el área de Valencia, habían penetrado hasta Coímbra y habían logrado hacerse con el poder en la taifa de Zaragoza. Incluso hay constancia de cierta actividad reconquistadora en torno al río Ebro, ocupando de nuevo plazas que los cristianos habían recuperado con anterioridad. En definitiva, los almorávides habían devuelto a la España mora su solidez militar.

Sin embargo, el poder almorávide tardó muy poco en conocer los mismos desgarros que habían sacudido a la España de las taifas. Diferentes problemas políticos, económicos y religiosos van a perturbar seriamente la obra de los descendientes del viejoYusuf.Y así, en un plazo de veinte años, el Estado almorávide se irá descomponiendo.Vamos a ver brevemente por qué.

Empecemos por la cuestión religiosa y social. En los años de las taifas, y aprovechando la debilidad del poder, la población mozárabe —es decir, cristiana— había alcanzado unas condiciones de vida bastante cómodas. Los cristianos seguían siendo ciudadanos de segunda en Al-Ándalus, pero mantenían una libertad muy superior a la que tuvieron en los años anteriores, cuando el fundamentalismo de Almanzor. La llegada de los almorávides, por el contrario, significó un recrudecimiento del integrismo musulmán. Como los almorávides habían hecho de la ortodoxia islámica su bandera, y su principal apoyo habían sido los alfaquíes o doctores de la ley de Mahoma, su política se tradujo en una afirmación de la hegemonía musulmana sobre los cristianos de la España mora.

Ahora bien, esto tuvo consecuencias imprevistas en el plano social, y es que los cristianos de Al-Ándalus pondrán sus expectativas en los reinos cristianos del norte. Así, a partir de estas fechas, empieza a producirse un creciente goteo de emigración de mozárabes andalusíes y también de judíos hacia la España cristiana. En las áreas más cercanas a la frontera militar, como el valle del Tajo o Aragón, cada vez es mayor el número de mozárabes y judíos que abandona A1-Ándalus para refugiarse en el norte. Andando los años, el número de emigrantes llegará a contarse por decenas de miles.Y eso afectará seriamente a la economía de la España musulmana, especialmente en la agricultura.

Veamos ahora la cuestión económica, que también fue de gran importancia en toda esta historia. Una de las razones que permitieron a los almorávides gozar de amplísimo respaldo popular en A1-Ándalus fue su promesa de eliminar otros impuestos que no fueran los coránicos. Los Reinos de Taifas, para sostener su poder, habían tenido que pagar cuantiosos tributos a los reinos cristianos —las parias, de las que ya hemos hablado abundantemente aquí—, y esos tributos salían sobre todo de los impuestos que pagaba el pueblo. Por eso, cuando aparecieron los almorávides diciendo que eliminarían todo impuesto distinto a los que la ley islámica estipulaba, el pueblo andalusí les apoyó en masa.

La política fiscal musulmana era compleja y abarcaba diferentes tipos de imposición. Podemos definirla en torno a este principio: que los musulmanes paguen lo menos posible y que la mayor carga fiscal recaiga sobre los no musulmanes. Por la ley musulmana, todo creyente debía tributar únicamente un impuesto-limosna que se llamaba sadaqa y que consistía en una décima parte de sus ganados, cosechas o mercancías. Los no musulmanes —por ejemplo, los mozárabes—, pagaban otra cosa: un impuesto llamado yizya que era la plasmación material de su estado de sumisión y cuyo importe variaba en función de la riqueza del individuo. Además, existía otro tributo que se llamaba jaray, también exclusivo para los no musulmanes, y que oscilaba entre un 20 y un 50 por ciento del producto previsto de la tierra, pagado de antemano. Era, en definitiva, un expolio fiscal. En las épocas más suaves, el jaray fue sustituido por una contribución censal. Pero los almorávides, con su doctrina rigorista de pureza islámica, volvieron a implantarlo en sus términos más duros, con el consiguiente empobrecimiento de los mozárabes y los judíos.

Los ingresos del Tesoro consistían en esos impuestos más la quinta parte del botín de guerra, que iba a parar siempre al emir. En principio, era más que suficiente para sufragar los gastos del Estado. Pero pronto ocurrieron dos cosas que hicieron entrar en crisis al sistema. Por una parte, como hemos visto, cada vez más mozárabes huían hacia el norte, con lo cual el número de los contribuyentes disminuía a ritmo constante.Y por otro lado, después de la ocupación de Zaragoza ya no hubo más conquistas militares, porque la resistencia de los reinos cristianos fue dura, de manera que también disminuyeron los ingresos por botín de guerra.Y Alí benYusuf se encontró con un serio problema.

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