Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (11 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Con Ramiro II, el Grande, el Diablo, el Feroz Guerrero, desaparecía el último gran monarca del linaje asturiano. Inteligente, enérgico, piadoso, hábil político, buen estratega, había llevado la herencia asturleonesa a su cenit. Rompimiento de gloria. A partir de su muerte, en aquel invierno de 951, todo cambiaría.

A Ordoño le siegan la hierba bajo los pies

Era enero de 951 cuando Ramiro II, enfermo de muerte, abdicó. Murió muy poco después: según las fuentes cristianas, ese mismo mes de enero; según las fuentes moras, algo más tarde, en junio. En todo caso, para entonces el trono de León ya tenía nuevo inquilino: Ordoño IILY el nuevo rey iba a tardar muy poco en paladear los sinsabores del cetro

Dicen que al principio todo el mundo aceptó bien a Ordoño. Es natural. Ordoño era el primogénito y nadie iba a discutir su derecho. Era hijo del primer matrimonio del rey Ramiro. Su madre era una noble gallega.Y estaba casado con una hija del conde de Castilla, Fernán González, lo cual de entrada garantizaba la lealtad del poderoso magnate de Lara. Así Ordoño vinculaba en su persona todos los territorios del reino, desde el este hasta el oeste. Teniendo en cuenta que las recurrentes sublevaciones que sufría el reino venían precisamente de Galicia y de Castilla, mantener esos lazos no era cuestión menor.

De hecho, durante los primeros años de Ordoño no hay la menor huella de resistencia interna. El propio Fernán González se apresura a firmar una donación con su yerno, el rey, en febrero de 951, es decir, recién llegado al trono. Tampoco se rastrea signo de oposición alguna en Galicia en este primer tramo de reinado. Todo parece ir sobre ruedas.Y como Ordoño, por otro lado, ya conocía bien los entresijos del reino, pues había sido entrenado a conciencia por su padre, el flamante monarca leonés puede dedicarse a tomar medidas de carácter político: reorganización del territorio, fortalecimiento de las instituciones regias… exactamente el mismo programa que había dibujado su padre.

Todo está en orden, pues, en la corte de León. ¿Todo? No: hay alguien que se siente hondamente frustrado por el ascenso de Ordoño. Se trata de Sancho, hermanastro del rey, hijo del segundo matrimonio de Ramiro con una princesa navarra. Sancho se siente preterido, marginado, desdeñado. Tal vez incluso piensa que tiene más derecho al trono que su hermano, porque por sus venas corre sangre de más quilates. Pero en ese momento nadie piensa en Sancho. Es más, todos parecen darle de lado. Y Sancho empieza a alimentar un profundo rencor.

El infante Sancho tenía un problema, y es que estaba gordo, muy gordo, terriblemente gordo, tanto que se le conocía como el Craso, es decir, el Gordo. Eso no habría sido un inconveniente en otro estamento social: si hubiera sido abad o mercader, por ejemplo. Tampoco lo habría sido en otra corte menos guerrera que la leonesa. En Francia, sin ir más lejos, había reinado pocos años atrás el carolingio Carlos el Gordo. Pero en un mundo como el de León en el siglo x, la vida se hacía a caballo, y la virtud guerrera, por la fuerza de las circunstancias, era inexcusable. ¿Y cómo podría dirigir a sus huestes en el campo de batalla un hombre que apenas lograba subir a su montura y que no podía mover su espada con la menor agilidad? Sancho no podía llegar al trono por culpa de sus kilos.

Ahora bien, este Sancho Ramírez tenía a su favor otras bazas. Era seguramente despierto e inteligente, y estaba familiarizado con las cosas del gobierno; no en vano su padre le había puesto al frente del condado de Castilla mientras duró el encierro de Fernán González.Y aunque entonces sólo era un mozalbete, no cabe duda de que algo debió de aprender en el lance. Pero, sobre todo, Sancho era nieto de la poderosa reina viuda de Pamplona, doña Toda; más aún, era su nieto favorito. Las crónicas de la Alta Edad Media son muy poco dadas a los avatares sentimentales, pero todos los hechos apuntan a que doña Toda sentía por Sancho auténtica adoración; la típica adoración de una abuela por su nieto predilecto.Y así Sancho, según llegó Ordoño al trono, fue a enjugar su contrariedad en las faldas de su abuela, en la corte de Pamplona. Eso explicaría por qué, desde la llegada de Ordoño III al trono, no hay ni una sola referencia a Sancho en toda la documentación oficial: sencillamente, se había quitado de en medio… hasta que llegara su oportunidad.

Es probable que a Ordoño le inquietara la actitud de Sancho, pero, en todo caso, el nuevo rey de León tenía cosas más graves de que ocuparse. Los moros volvían a asomar la cabeza.Y lo hacían, además, con una tenacidad desesperante. Porque Abderramán III, en efecto, se apresura a poner a prueba al nuevo rey. No enviará ninguna expedición gigante como las que lanzó contra Ramiro —el califa había aprendido la lección—, sino que hará algo mucho más eficaz: incordiar sin pausa a Ordoño con campañas de breve duración y dirigidas contra escenarios muy localizados, de manera que una poderosa sensación de inseguridad se apodera de las fronteras leonesas.

¿Quién ejecuta esas campañas, si no las dirige el califa? Las ejecutan sus gobernadores en la frontera. Con lo cual Abderramán mata dos pájaros de un tiro, o mejor dicho, tres, porque no sólo desestabiliza al nuevo rey cristiano, sino que además pone a prueba el coraje de los gobernadores del califato y asimismo proporciona a sus ejércitos un buen trabajo en que mantenerlos ocupados.

Conocemos bien el número y la entidad de esas campañas moras que saludan la llegada al trono de Ordoño, porque las contó el cronista Ibn Idhari. Realmente es pasmoso. Las hostilidades se abren desde la misma primavera de 951. El caíd de Badajoz,Ahmad ibnYala, penetra con sus huestes sobre Galicia y derrota a las guarniciones cristianas: «Un gran número de sus más bravos guerreros quedaron sobre el terreno y más de 300 mujeres y niños, que cayeron en manos de los vencedores, fueron enviados como esclavos a Córdoba», cuenta el cronista moro. En las mismas fechas, un caíd de Toledo llamado Rechik derrota a los cristianos en Talavera, al lado de Toledo. Talavera estaba bajo el control musulmán, luego hay que suponer que aquí la iniciativa habría correspondido a los leoneses (si no, ¿cómo habían llegado hasta allí?); tal vez los cristianos rechazaron la ofensiva y empujaron a Rechik hasta Talavera, pero el hecho es que la victoria final fue para los sarracenos.Y al mismo tiempo, otra ofensiva musulmana en el norte azota al Reino de Navarra: la dirige el caíd de Huesca,Yahya ibn Hashim.

Es sólo el principio. En 952 habrá otra campaña de la que sólo conocemos que las fuentes moras se atribuyen varias victorias consecutivas.Y al año siguiente, 953, habrá más ofensivas. El caíd de Badajoz, el mentado Ahmad ibnYala, vuelve sobre Galicia mientras el caíd de Medi naceli, un tal Galib, golpea en Castilla. La crónica mora lo cuenta entre grandes ditirambos:

El caíd Ahmad ibnYahla hizo contra Galicia una expedición en la que Alá le permitió dar muerte a los guerreros y cautivar a las mujeres y a los niños, incendiar las aldeas y aniquilar las riquezas de los infieles. El viernes 12 de agosto se leyó en Córdoba la carta que anunciaba estos éxitos al mismo tiempo que otra del caíd Galib anunciando igualmente los grandes triunfos que había conseguido sobre los infieles y el mal que Alá le había permitido hacerles. Poco después llegaba a Córdoba un convoy de cruces y campanas cuya entrada en la ciudad fue motivo de regocijo para los musulmanes.

Demasiados ataques, demasiados frentes —Galicia, Castilla, Navarra—, demasiada fragilidad. Para el califato, con su potencia demográfica y económica, una derrota militar era algo que podía superarse al año siguiente. Por el contrario, para los reinos cristianos, menos poblados, con menos recursos, cada una de esas campañas moras de saqueo era un picotazo feroz del que costaba grandes esfuerzos recuperarse. Tal vez por eso empezó a cundir el desaliento en algunos magnates del reino. Tal vez por eso hubo quien concibió la posibilidad de detener las ofensivas moras con un cambio de política.Ahora bien, un cambio de política exigía también un cambio de rey. A Ordoño empezaban a segarle la hierba bajo los pies.

En algún lugar entre Pamplona y Burgos empieza a tomar forma una amplia conspiración. Fuerzas muy poderosas se han aliado para derrocar al rey Ordoño. Su cabeza visible es Sancho, el hermanastro gordo del rey. Junto a Sancho comparece nada menos que el conde de Castilla. Pero, detrás, otras manos mueven los hilos.

Un torbellino sacude León; el rey aguanta

Mediados de 954: Sancho el Gordo y Fernán González encabezan una conspiración contra el rey Ordoño.A partir de este momento vamos a asistir a una vertiginosa secuencia de acontecimientos que nos llevará desde las orillas del Cea, en León, hasta las del Duero en San Esteban de Gormaz, pasando por las murallas de Lisboa y la tierra llana de Lugo. Todo sucedió en el espacio de unos pocos meses. El poder circulará de un lado a otro del escenario como una bola enloquecida en una mesa de billar.

Pero empecemos por el principio.

En un momento que las crónicas no precisan demasiado, pero que podemos situar a mediados de 954, columnas armadas de Pamplona y de Castilla marchan sobre Sahagún. Es un golpe de Estado. Esos ejércitos pretenden derrocar al rey Ordoño y poner en su lugar al infante Sancho, el gordo, el hermanastro del rey. Con Sancho cabalga Fernán González, conde de Castilla, suegro del propio rey Ordoño. ¿Por qué? ¿Qué pretenden? ¿Qué fuerza movió ese golpe?

Parece bastante claro que el motor de la operación fue el rey de Pamplona, García, y tras él doña Toda, la reina madre y viuda, abuela de Sancho. El infante Sancho, en aquel momento, no tenía ni edad (apenas veinte años) ni prestigio para encabezar por sí solo una operación semejante.Y la presencia de tropas navarras entre los sublevados confirma que la trama venía dirigida desde la corte pamplonesa. ¿Con qué objetivo? Aparentemente, desbancar al hijo de una gallega para poner en el trono al hijo de una navarra. Pero seguramente no era sólo cuestión de sangre: con un nieto de doña Toda empuñando el cetro de León, la política del reino cristiano hacia Córdoba forzosamente tendría que cambiar. Es muy verosímil que el fin último del levantamiento fuera modificar el escenario y buscar algún tipo de entendimiento con el califa. Doña Toda ya lo había intentado alguna vez; al fin y al cabo, Abderramán era su sobrino.

Pero si los objetivos de Sancho están claros, mucho menos lo están los del conde de Castilla. Es realmente dificil saber por qué Fernán González se levantó contra su yerno, el rey. ¿Qué pretendía? ¿A qué aspiraba? Nada indica que el conde pretendiera formar un reino independiente, tal y como ha defendido en el pasado cierta historiografía nacionalista y romántica.Y descartada esa opción, sólo podemos hacer conjeturas. Una, que Fernán había pretendido obtener de Ordoño lo que no pudo obtener de Ramiro, a saber, ampliar hacia el suroeste sus dominios, taponados por el condado de Monzón; y como Ordoño no se lo concedió, Fernán intentó conseguirlo apoyando a Sancho. Otra hipótesis: que Fernán, golpeado por los moros, buscara en la conspiración contra Ordoño una vía para acabar con la presión musulmana. Tercera hipótesis, mucho más ele mental: que Fernán González, simplemente, quisiera someter al nuevo rey a una prueba de fuerza. O aún otra conjetura, algo más alambicada: que el conde de Castilla hubiera obtenido de Pamplona determinadas garantías sobre tierras y poder. Aquí nos falta conocer un dato fundamental: qué pudo ofrecer al conde doña Toda, que al fin y al cabo era también su suegra.Y eso no lo sabemos.

Ahí tenemos, pues, a Sancho y a Fernán camino de Sahagún. La expedición será un sonoro fracaso. Ordoño III era un rey de altura: político avisado y guerrero diestro. Enterado del complot, Ordoño dispone a sus tropas en el curso del Cea. Cuenta con un aliado de primera magnitud. ¿Cuál? El conde de Monzón, Fernando Ansúrez, que acaba de heredar el título tras la muerte de su padre,Assur Fernández, el eterno rival de Fernán González. El dispositivo de defensa es inexpugnable. Los sublevados no pueden pasar. Sin apenas trabar combate, las columnas de Sancho y Fernán se retiran. El rey ha parado el golpe.

Aquí debería haber acabado todo, pero a Ordoño III se le multiplicaban los problemas. Aún no estaba del todo apagado el incendio navarro-castellano cuando el paisaje vuelve a encenderse por el oeste, en Galicia. El escenario son las tierras llanas de Lugo, donde los magnates gallegos se han sublevado a su vez. ¿De consuno con Fernán y Sancho? ¿Se trataba en realidad de una misma sublevación? ¿O los gallegos aprovecharon la iniciativa del castellano y el gordo para levantarse? No lo sabemos. Sí conocemos los nombres de los rebeldes:Jimeno Díaz, a quien el propio rey había encomendado el gobierno de la zona, y sus hijos Gonzalo y Vermudo. Ordoño, en todo caso, no perdió el tiempo: se puso al frente de sus tropas, marchó hacia Lugo, redujo a Jimeno y desmanteló la rebelión gallega. Para dejar claro quién mandaba, encomendó el gobierno de la región a un hombre de su confianza: el obispo Rosendo.

Fue posiblemente allí, en Lugo, donde Ordoño se vio obligado a tomar decisiones de largo alcance. Los ataques musulmanes de los años anteriores, más las rebeliones de Sancho y Fernán y de los gallegos, venían a apuntar en una sola dirección: demasiada gente ponía en solfa la autoridad del rey. Por consiguiente, era imprescindible hacer una demostración de fuerza, escribir una gesta que elevara a Ordoño a la altura de sus predecesores y moviera a sus enemigos al temor, ya que no al amor. Era el mo mento oportuno, el rey tenía a su ejército en armas y en pie de combate. Y desde Lugo se le abría un camino prometedor: Lisboa. Allí golpearía el rey Ordoño III.

La campaña lisboeta fue tan vertiginosa como todos los sucesos anteriores. Ordoño se puso al frente de sus tropas, marchó hacia el sur, cruzó Portugal, reforzó las posiciones de Coimbra y se lanzó sobre Lisboa. Nadie en la ciudad del Tajo portugués pudo detener la ola. Así lo cuenta Sampiro:

El rey Ordoño, habiendo congregado un gran ejército, sometió a Galicia y saqueó Lisboa, trayéndose consigo un gran botín junto con cautivos y regresando a la sede regia en paz y triunfador.

Victorioso en el Cea, Lugo y Lisboa, Ordoño debió de pensar que era el momento de ajustar cuentas con Fernán González. Como primera providencia, parece que el rey repudió a su esposa Urraca, hija de Fernán, y se unió a Elvira Peláez, hija del conde Pelayo González. No fue una unión de circunstancias: de ella nacerá un rey. En cuanto a Fernán…

En cuanto a Fernán, la propia marcha de las cosas daría a Ordoño III la oportunidad de tomarse la revancha. En el mismo momento en que el rey vuelve de Lisboa, una muchedumbre musulmana invade Castilla por San Esteban de Gormaz. Conocemos los nombres de sus jefes: Galib, Mutarrif, Muhammad ibnYala, ObeidAllah ibn Ahmad ibnYala, Hudayl ibn Hashim al-Tuyibi, Marwan ibn Razin, Amir ibn Mutarri£.. La flor y nata de los caudillos guerreros de Córdoba. Fernán González se ve desbordado. El golpe debió de ser duro. La crónica mora lo cuenta así:

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