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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Moonraker (11 page)

BOOK: Moonraker
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—Horrible —dijo Bond—. Muy horrible. Creo que se ha producido un terrible accidente.

9. Oído para la música

La noche era oscura. La góndola sólo podía ser vista cuando la luz de alguna motora que pasase arrojaba reflejos sobre la pequeña isla. Se deslizó hacia la pesada puerta de hierro forjado y se detuvo. Muy arriba, allí donde se divisaba un estrecho fragmento de cielo entre los altos edificios, los relojes de Venecia empezaron a dar las diez. Una delgada columna de luz, como la de un lápiz, brilló sobre el hierro forjado y se escuchó un sonido metálico. Pasaron unos segundos y la puerta se abrió de par en par con un
clic
.

James Bond escuchó atentamente y después cruzó la puerta y el patio que había descubierto aquella misma mañana. Llegó a la escalera y subió silenciosamente sobre sus zapatos de suela de goma. En la distancia, dos gatos iniciaron una breve escaramuza. En la parte superior de los escalones había un arco y más allá un corredor débilmente iluminado. Bond se detuvo hasta que sólo pudo escuchar el sonido de su propia respiración. Después, entró en el corredor. Estaba húmedo y frío, y a una distancia de unos cuarenta pasos se cruzaba con otro pasillo que se extendía en ángulos rectos. Bond avanzó hasta llegar a dos pesadas puertas de hierro. Introducida en la pared, junto a ellas, había una placa como la superficie de una calculadora de bolsillo. Los números brillaban en rojo en la semioscuridad. Los ladrillos del corredor eran viejos, pero las puertas eran nuevas. No había manija ni cerradura en ellas. Bond estaba estudiando la implacable superficie suave de las puertas cuando escuchó el sonido de unos pasos que se acercaban. Detrás de él, otra puerta le ofrecía protección. Asió la manija y empujó. El pesado roble se abrió hacia dentro y él se introdujo en la oscuridad. El olor que asaltó su nariz fue más ofensivo que cualquier cosa que pudieran causar la humedad o el tiempo. Fue acompañado por un sonido de susurros que pareció proceder de todas partes. Bond tuvo la impresión de muchas sombras que se movían y de estanterías repletas de agudos ojos rojizos. Las estanterías contenían cajas. Cajas llenas de ratas.

Poco dispuesto a volver la espalda, Bond se giró contra la pared y miró por la rendija de la puerta casi cerrada. Un hombre vestido con una chaqueta blanca y llevando un fajo de papel apareció ante su vista. Se detuvo ante las puertas de metal. Con un suspiro de exasperación, levantó un dedo y marcó cinco números en el panel iluminado. Los colores de los números seleccionados cambiaron del rojo al amarillo y el hombre empujó una de las puertas. Está se abrió y los números volvieron a ponerse rojos cuando el hombre atravesó la puerta y cerró tras de sí. Bond tuvo poco tiempo para ver lo que había más allá; únicamente lo que parecía ser un almacén. Esperó a que volviera a salir el hombre, pero transcurrieron los minutos y no sucedió nada. ¿Qué estaría haciendo allí, a aquellas horas de la noche? Parecía ser que sólo había una forma de descubrirlo.

Bond salió del lugar donde se había ocultado y se aproximó al panel. Confiaba en que no sonaría ninguna alarma si apretaba la combinación errónea. No le había resultado fácil ver cuáles eran los números que había apretado el hombre. Bond se concentró mucho y marcó. Cinco-uno-uno-tres-cinco. Durante una fracción de segundo no ocurrió nada, pero inmediatamente después los números se pusieron amarillos. Bond empujó la puerta abriéndola, y se deslizó rápidamente al interior.

Ahora se encontraba en un despacho exterior, débilmente iluminado, flanqueado por archivadores y montones de cajas de diversos tamaños. Se podía ver una segunda habitación a través de una ventana de cristal del tipo de las que uno podía esperar ver en la sala de visitas de un hospital de maternidad. Daba a un laboratorio brillantemente iluminado. Bond avanzó cuidadosamente, preguntándose qué pasaría allí. Ahora comprendía la razón de la presencia de tantas ratas. Las debían utilizar en experimentos. Mirando hacia la pared opuesta, pudo ver a dos de ellas agarrándose con las patas contra los barrotes de sus jaulas. Olfateaban el aire inquisitivamente, como si se estuvieran haciendo las mismas preguntas que Bond.

¿Qué hacía aquel laboratorio en una fábrica de cristal en Venecia? No había indicación alguna de que aquello tuviera relación con la fabricación de ornamentos de vidrio. Sólo podía pensarse que Drax podía estar desarrollando allí alguna cadena especial de cristal o plástico, pero ninguno de los componentes del equipo que Bond podía contemplar apoyaba esta conjetura. Además de la imponente colección de tubos, vasos de precipitación, balanzas y microscopios, el laboratorio estaba dominado por un largo y complicado sistema de destilación que parecía algo así como una refinería de petróleo en miniatura, con una red de tubos de cristal coloreado conectados con gran número de botellas y retortas. La última parte del proceso se realizaba dentro de una caja de cristal sellada, y Bond pudo ver que el destilado estaba siendo maniobrado por una serie de brazos mecánicos operados por dos científicos que se inclinaban sobre la caja desde el exterior de ella. Uno de ellos era el hombre al que él había visto marcar la combinación. Gota a gota, una cantidad del destilado se abrió paso hacia una ampolla de cristal. La ampolla, una vez llena, fue sellada y pasada a lo largo de una cinta continua hacia un convoy de seis que se deslizó por una rampa suave hasta que un escudo de cristal en forma de guillotina descendió tras ellas, separándolas del proceso principal de destilación. Ahora, uno de los científicos operó otra pantalla de cristal que permitió retirar las ampollas y colocarlas en un gigantesco refrigerador. La delicadeza de toda la operación y el enorme cuidado que ambos hombres ponían en sellar el destilado sugerían que las ampollas debían contener algo muy tóxico.

Bond sintió que se le aceleraba el pulso. Ahora había encontrado algo. Tenía que conseguir una muestra del destilado. En aquel momento, recibió una sorpresa. Uno de los científicos se apartó de la refinería y regresó empujando dos esferas que Bond había visto en el dibujo de la caja fuerte de Drax y en el taller de cristalería. Cada una de ellas iba montada en una estructura parecida a una silla alta de bebé, y Bond observó la torre cónica elevada en la parte superior y las protuberancias con curiosa forma de alas que surgían del centro.

Uno de los científicos abrió la tapa de la torre cónica y el otro insertó cuidadosamente una ampolla recién llenada de destilado. La tapa volvió a ser colocada en su sitio y el proceso se repitió con la segunda esfera. Una vez terminada la operación, los dos científicos maniobraron cuidadosamente una de las esferas hacia el extremo del laboratorio y salieron por unas puertas que se abrieron automáticamente cuando se acercó la carretilla.

Apenas se hubieron cerrado las puertas, Bond entró en el laboratorio, moviéndose con toda rapidez hacia el sistema de destilación. Abrió la puerta del refrigerador y seleccionó una de las ampollas del grupo que había sido guardado recientemente. Las otras estaban recubiertas por una gruesa costra de escarcha. Prestó atención para ver si oía regresar a los científicos y después se acercó a la esfera que quedaba. Tenía que comprobar que el contenido de la ampolla que sostenía en su mano era idéntico al de la esfera. La tapa de la torre cónica estaba dotada de un muelle, y para poder abrirla no tuvo más remedio que dejar la ampolla que había cogido del refrigerador en una de las alas. Acababa de lograr abrir una tapa cuando escuchó el sonido de las voces que regresaban.

Diciéndose a sí mismo que debía mantener la calma, Bond insertó cuidadosamente sus dedos pulgar e índice en la abertura y los cerró alrededor del borde de la ampolla. Empezó a retirarla y sintió temblar el recipiente cuando éste se liberó de sus desesperados dedos. Ladeando su dedo meñique, logró contener la tapa y liberar su mano para coger la ampolla justo antes de que cayera al suelo. Las puertas automáticas se abrieron cuando él ya se agachaba y escondía la ampolla en el bolsillo de pecho de su jersey. Rodeando las filas de instrumentos y bancos de trabajo, regresó al despacho exterior y cerró suavemente la puerta tras él antes de ponerse en pie.

La experiencia le decía que aquél era el momento más adecuado para salir de allí y no seguir tentando su suerte, pero no pudo resistir la tentación de volver a mirar hacia el laboratorio. Los dos científicos habían vuelto adonde se encontraba el segundo globo y se preparaban para maniobrar hacia las puertas automáticas. ¡Maldición! Bond casi pronunció la palabra en voz alta al darse cuenta de que había dejado en una de las alas la ampolla tomada del refrigerador. Los científicos no podían dejar de verla. Se estaba volviendo para alejarse de allí, cuando la carretilla empezó a moverse y escuchó un grito de alarma que traspasó incluso el grueso cristal del panel de observación. Uno de los científicos se lanzó desesperadamente hacia adelante y la carretilla se sacudió. Bond se dio cuenta de lo que tuvo que haber ocurrido. El primer movimiento de la carretilla hizo que la ampolla rodara del ala inclinada donde estaba apoyada. En el aire pendía lo que parecía ser una bocanada de humo verde y una brillante luz roja situada en el techo del laboratorio empezó a encenderse y apagarse al mismo tiempo que empezaba a sonar un fuerte timbre de alarma. Con un ruido silbante, un sello hermético de color verde apareció alrededor de la estructura de la puerta por la que Bond había entrado en el laboratorio. Mientras observaba la escena horrorizado, los científicos empezaron a caminar, tambaleándose, hacia las puertas automáticas. Uno de ellos se derrumbó contra la fila de instrumentos, arrastrándolos en su caída contra el suelo. El otro logró llegar hasta las puertas, sólo para descubrir que no se abrían. Las golpeó con los puños y trató patéticamente de abrirlas con sus dedos. Segundos después se llevaba las manos al cuello y se deslizaba hacia el suelo, apoyado en las puertas cerradas, hasta desaparecer de la vista. Ahora, el aire del interior del laboratorio aparecía teñido de una tonalidad verde, y una siniestra capa verde apareció en la superficie interna del panel de visión, como si fuera el limo de las partes laterales de un acuario. Únicamente las ratas parecían no verse afectadas, puesto que seguían olfateando inquisitivamente contra los barrotes de sus jaulas.

Bond respiró con cautela y notó los contornos de la ampolla contra su pecho. Habría sido menos peligrosa de haber contenido nitroglicerina. Ávido por escapar de la infernal escena que tenía ante él, apretó el conmutador que abría la puerta que daba al corredor y volvió con rapidez los pasos hacia la escalera y el patio. Ahora, el timbre de alarma era sólo un zumbido distante y la puerta de hierro forjado que conducía hacia la seguridad sólo se encontraba a unos pocos pasos de distancia. Bond cruzó rápidamente el patio y abrió la puerta. La góndola no estaba allí. Miró hacia la intersección que conducía hacia el canal principal y vio que se hallaba a la deriva a unos veinte metros de donde él se encontraba. Se volvió y entonces se encontró frente a Chang. Su mano se movió con celeridad en busca de la pistola, pero cuando todavía trataba de alcanzar la posición para hacer fuego, el canto de la mano de Chang le alcanzó en el cuello como el borde de una espada. La Walther PPK cayó estruendosamente sobre los guijarros y Bond tras ella, sintiendo como si se le hubiera paralizado cada uno de los nervios de su cuerpo. Un píe apartó la pistola a un lado y, a continuación, otro se lanzó contra sus costillas. De haber alcanzado su objetivo, se habría hundido en sus costillas como en las tablas de un barril podrido. Una voz interior de autoconservación le hizo recuperar la plena conciencia y rodar a un lado, consiguiendo ponerse de rodillas. Chang volvió a acercarse con el pie levantado, pero Bond se agachó bajo él y echó a correr hacia la puerta que sabía daba a la sala de exposición. Sintió algo húmedo contra su pecho y rogó que fuera sólo agua. Si se rompía la ampolla…

Con el cuello latiéndole como si le hubieran aplicado una corriente eléctrica, Bond lanzó un hombro contra la puerta e hizo girar la manija. Tras él pudo escuchar a Chang, maldiciendo y persiguiéndole. El hombre se movía como un poderoso y lento cangrejo. La puerta se abrió y Bond se precipitó hacia las oscuras estanterías. La luz de la luna penetraba por los tragaluces que daban a la plaza de San Marcos. En alguna parte, cerca de allí, había una orquesta tocando. La sala estaba empapada del ácrido olor del taller. Bond esperó en la oscuridad, escuchando. Oía a Chang, jadeante, y después el sonido de su respiración fue haciéndose más débil. Estaba a punto de comenzar un mortal juego del escondite. Bond consideró la mejor acción a seguir. Las ventanas estaban demasiado guarecidas con pesadas mercancías como para considerar saludable la posibilidad de lanzarse contra ellas. Además, tenía que pensar en la ampolla. La entrada principal sería el mejor lugar para escapar, pero, probablemente, allí estaría Chang esperándole.

Bond empezó a avanzar lentamente por entre dos filas de estanterías, casi combadas con el peso del cristal antiguo que tenían que soportar. Si sólo pudiera llegar a…
¡CRASH!
Como un ovillo de ropa, Chang se lanzó sobre Bond a través de una estantería. El cristal se rompió en todas direcciones y Bond sintió un dolor lacerante cuando fue lanzado hacia atrás, contra otra estantería y finalmente contra el suelo. El aire fue expulsado de su cuerpo. La respiración de Chang contra su rostro olía a placer de matar. Bond tanteó desesperadamente en busca de cualquier arma que pudiera tener a mano y sus dedos se cerraron alrededor de un trozo de cristal roto. Se incorporó a medias y escuchó un escalofriante bramido de dolor cuando los dedos que se cerraban alrededor de su tráquea perdieron el contacto. Bond golpeó de nuevo y se ladeó, notando que fragmentos de cristal roto laceraban sus hombros. Su mano derecha estaba resbaladiza por la sangre. Chang se esforzó por mantenerle sujeto, pero Bond se liberó y cogió un pesado vaso de cristal en forma de pez con la boca abierta. Lo lanzó con toda su fuerza, conectándolo con la sien de Chang cuando el chino trataba de incorporarse. El vaso se hizo añicos, pero Chang gruñó y siguió moviéndose. Había una línea de sangre en su cuello y en la parte superior del hombro, allí donde Bond le había rajado con el cristal. Bond se tambaleó hacia atrás y se encontró con el camino cortado hacia la salida frontal de la tienda. Chang estaba con la luz a su espalda y los masivos brazos separados del cuerpo. Su cabeza de tortuga parecía hundirse más y más profundamente en los hombros, hasta casi parecer un juguete irrompible. Avanzó, barriendo las estanterías con los codos, y Bond retrocedió hacia el plomizo calor de los talleres. Los ojos de Chang brillaban con un odio impersonal, como las hendiduras para las ametralladoras de una torreta, pero su pequeña boca obscena se había abierto para revelar dos hileras de dientes diminutos partidas como las de un pez depredador.

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