Misterio de los mensajes sorprendentes (18 page)

BOOK: Misterio de los mensajes sorprendentes
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—Tenemos que ser rápidos, pues no hay duda que aprovechando que los Smith no están en Fairlin Hall encontrar los diamantes será un juego para estos ladrones profesionales —dijo Ern, muy preocupado.

—¿Cuándo vamos a ir a Fairlin Hall, Fatty? —preguntó Larry, nervioso—. ¿Esta tarde?

—No tengo inconveniente; la llave de la puerta de la cocina está en mi poder —contestó.

Esta animada conversación tuvo que ser suspendida, pues en aquel momento llamaron a Fatty para almorzar, provocando el consiguiente mal humor del muchacho, que estaba embebido con el dichoso problema de los diamantes.

—No tengo más remedio que irme, no quiero que mi madre se enfade aún más de lo que está —dijo—. ¿Quedamos a las tres en la esquina?

—¡Desde luego! —contestó Pip, entusiasmado.

—¿Vendrás también, Ern? —preguntó Larry.

—¡Ya lo creo! —exclamó el interpelado—. La nueva cocinera de Fatty me ha invitado a almorzar en prueba de agradecimiento por lo de la otra noche.

—¡Hasta luego! —dijo Fatty a los demás, cerrando el cobertizo.

Después los dos chicos se encaminaron a la casa, charlando animadamente, pero antes de entrar Fatty dijo a su interlocutor:

—Durante la comida en la cocina con la señora Smith trata de sonsacarle cuanto puedas sobre los posibles escondrijos que tenga Fairlin Hall.

—¡Repato!, no te preocupes, Fatty —exclamó Ern—, haré lo que pueda.

CAPÍTULO XIX
UNA TARDE INFRUCTUOSA

Fatty y Ern fueron los primeros en llegar a la cita con sus bicicletas y esperaron al resto. «Buster» había sido previamente encerrado en la habitación de su amo.

—¿Qué tal la comida? —comenzó Fatty.

—Muy bien —contestó el muchacho alegremente—, la señora Smith les habló al cocinero y a Jane de mis aficiones poéticas.

—¿No me dirás que les leíste alguna de tus poesías? —preguntó Fatty muy divertido haciendo sonrojar a Ern.

—Verás, insistieron tanto, que no tuve más remedio que recitar un par de estrofas. Me hicieron muchos elogios al oír la dedicada a «Las Yedras», pero les dije que tú eras el autor de la mitad. No iba a dejarles pensar que había escrito una poesía tan buena, ¡no entiendo cómo puedes componer y declamar al mismo tiempo!

—¡Ya te lo dije! —contestó Fatty apoyando su bicicleta en la valla—, lo importante es «soltar la lengua» y concentrase.

Y diciendo esto se puso de pie y se quedó unos segundos pensativo. Ern contenía la respiración. Al instante, Fatty empezó a recitar muy de prisa:

Si quieres declamar
rimando al mismo tiempo
debes la «lengua soltar»
evitando todo contratiempo.

Procura la lengua no morder
porque es perjudicial
y así no tendrás que poner
los pies en el hospital.

Si añades una buena ración
de inspiración poética
a lo mejor completas una canción
aunque de una manera hipotética.

—¿Qué te ha parecido? Así es como tú debes hacerlo, Ern —dijo Fatty, riendo a carcajadas—, pruébalo a solas, es muy sencillo: piensas la primera estrofa y luego «sueltas la lengua».

—Me parece que no poseo esa clase de lengua —dijo inclinado a intentarlo en aquel preciso instante—, lo triste es que a ti que no te gusta la poesía, te resulta fácil y yo que daría cualquier cosa por tener esta disposición, no la poseo.

A todo eso, llegó el resto del grupo y emprendieron el camino de Fairlin Hall, pero antes de llegar enviaron a Ern delante para comprobar si había «moros en la costa».

—¡Paso libre! —gritó el chico una vez de vuelta—. No hay ningún coche aparcado frente a la casa y no se ve a nadie por sus alrededores.

—Vamos pues —ordenó Fatty—, esconderemos las bicicletas detrás de aquellos arbustos cercanos al edificio para que no nos vean y nos turnaremos la vigilancia con el fin de evitar que nos sorprendan.

Después de tomadas estas precauciones se acercó a Pip diciéndole:

—Tú harás la primera vigilancia.

—De acuerdo —contestó rápidamente—, aunque hubiera preferido ir con todos vosotros. Si me oís silbar, es que algo ocurre.

Los otros fueron hacia la puerta de la cocina, que Fatty abrió, mirando a su alrededor. Vio un fogón, un fregadero y la habitación que los Smith usaban como dormitorio, también había una bañera pequeña, adosada en la pared de esta habitación.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Bets— estoy pensando dónde encontraría yo unos diamantes y a excepción de algún cajón o sobre una alacena, no se me ocurre...

—No hay duda de que el escondrijo tiene que ser muy bueno —murmuró Fatty—, puede ser un agujero en la pared con un muelle colocado delante, etc.

—¡Oh, estoy segura de que no lo descubriré! —exclamó Bets un poco desalentada.

Los cinco jovenzuelos comenzaron a revolver la habitación cambiando de sitio todos los muebles, alfombras y demás enseres, sin resultado.

Bets se dirigió hacia otro mueble y empezó a buscar en los cajones.

—No pierdas el tiempo revolviendo ahí —le dijo Fatty—. El mueble pertenece a los Smith.

De repente exclamó:

—¿Qué es eso?

Todos se volvieron hacia Fatty como movidos por un resorte. Estaba arrodillado, mirando un agujero que había en la parte baja de la pared en un rincón lejano de la cocina.

—Parece que este agujero se desvía hacia la derecha. Ah, algo hay en el fondo. Bets, ¿quieres meter tu mano, que es más delgada que la mía?

La chica se arrodilló también y aunque con dificultad, pudo introducir su mano en el agujero.

—¡Noto algo! —exclamó, bastante nerviosa.

Y como pudo intentó apoderarse de lo que hasta entonces había podido tocar con las yemas de sus dedos. De repente se oyó un ¡crac!, y Bets dio un grito.

—¡Oh, mi dedo! ¡Me he pillado el dedo con algo!

—A que es una trampa para matar ratones —exclamó Larry reprimiéndosele la risa—. Conozco muy bien este chasquido, porque mamá puso uno igual anoche y por cierto cogió uno.

—¡Oh, Bets!, ¿te duele mucho? —preguntó Fatty, acongojado de lo sucedido por su culpa, mientras la chica se apretaba los dedos con expresión de dolor.

—No, no mucho —contestó ella—, afortunadamente sólo han sido un par de dedos y yo que pensé sacar una bolsa de diamantes.

Fatty encendió su linterna y, agachándose hasta dar con la mejilla en el suelo, iluminó el agujero.

—Efectivamente, es una trampa para ratones —confirmó el muchacho, y añadió—: el escondrijo tiene que estar bastante más oculto que todo eso. Ern, di a Pip que venga y tú ocupa su lugar.

—Hace frío ahí fuera, no me extrañaría que nevara.

—¿Alguna novedad? —inquirió el recién llegado.

—Ninguna —contestó Bets—, excepto el hallazgo de una trampa para ratones.

La búsqueda fue un completo fracaso, así es que después de haber pasado algo más de una hora Fatty sugirió abandonarla, puesto que se estaba haciendo de noche y era el único que tenía linterna.

—Esto no marcha —dijo el muchacho, desalentado—. Además, este ¡es trabajo de policías profesionales! ¡No me extrañaría que los diamantes estuvieran dentro de alguna de estas paredes!, que después habrán pintado y enyesado, por cuyo motivo no hay modo de descubrir nada si no es echándolos abajo y levantando el mosaico. ¡Aquí no tenemos nada que hacer! Propongo que nos vayamos a cualquier parte y nos tomemos una taza de té.

—Podéis venir a mi casa —dijo Pip—. Mamá ha salido y si no le ensuciamos el piso dejamos todo en orden y no rompemos nada, estará contenta de veros.

—¿Vamos a casa de Pip, Fatty? —preguntó Larry.

—Sí, es una idea excelente —contestó éste—, me habría gustado invitaros a la mía, pero mi madre está enfadada conmigo, por lo que ha pasado con la señora Henry. Me trata tan fríamente, que podría pasar por un primo de tercer grado al que ella no tiene interés de conocer. ¡Pobre mamá! No me perdonará nunca la visita a su amiga, disfrazado de trapero y para colmo oliendo mal. La gabardina apestaba, ¿sabéis?

—Sin duda —replicó Pip—. Todavía hueles un poco...

Y dirigiéndose a Ern, cambió de tema diciendo:

—Ern, tú también vienes a casa, desde luego.

Al interpelado se le iluminó la faz, pues por un momento temió que no le dijeran nada al respecto. ¿Qué dirían ahora Sid y Perce cuando supieran que había sido invitado por tantas personas y en tan diversos lugares? El chico no cabía de contento, mientras pedaleaba junto al grupo hacia la casa de Pip, ¡pero al volver una esquina se encontró con su tío! Goon le vio en seguida y saltando de su bicicleta, agarró la del muchacho por el manillar, haciendo que perdiera el equilibrio, para dar finalmente con sus huesos en el suelo. El policía ni siquiera se preocupó de saber si el muchacho se había hecho daño y solamente preguntó:

—¿Qué estás haciendo todavía en Peterswood? ¿No te ordené que volvieras a tu casa? ¿Qué has estado haciendo durante todo este tiempo?

—Le pedí que se quedara conmigo —contestó Fatty por su sobrino, con un timbre de voz que Goon catalogaba de «fuerte y poderoso»—. ¿Le gustaría saber qué les ha ocurrido a los pobres Smith, señor Goon? ¿A este matrimonio al que usted les quitó su trabajo de guardas?

—Todo lo que sé, es que se han ido y ¡que tengan buen viaje! —contestó Goon—. Smith era un traidor, luego no podía tener ningún empleo de responsabilidad. La persona que escribió esas notas poniéndome sobre aviso, tenía toda la razón.

—Bien, la señora Smith vive en mi casa de momento y ayuda a mi madre —dijo Fatty—; el señor Smith está en el hospital, muy enfermo, pero su mujer puede visitarle cada día, supongo que por lo menos se alegrará de saber esto. Se ha portado desconsiderablemente con ella, Goon.

—¡No consiento que me hables así! —gritó Goon, hecho una fiera con los ojos desorbitados al verse amonestado por el muchacho, delante de su sobrino—. Y te digo más: han comprado Fairlin Hall hace pocos días, por lo tanto, la persona que entre allí, estará faltando a lo ordenado por la Ley, o con otras palabras: fuera de la Ley y será juzgado por este delito. Estas son las disposiciones de los nuevos propietarios, dos caballeros muy educados y amables, de manera que ¡mucho cuidado con lo que haces, Federico Trotteville!

—Gracias por las noticias, Goon —contestó Fatty—; todo esto lo suponía, pero ¿por qué cree que deseo ir allí?

—Lo digo por si se te ocurriera presentarte en la casa para retirar los muebles de Smith —dijo Goon—, ¡siempre interfiriendo en todo!

Una vez dicho esto, gritó a su sobrino:

—¡Ern, tú vienes conmigo!

—He sido invitado a tomar el té, tío —replicó Ern, al propio tiempo que se apartaba de su pariente para que no le «atrapara».

Al ver el mal cariz que tomaban las cosas, Ern decidió saltar sobre la bicicleta y marcharse rápidamente.

—¡Bah! —exclamó Goon, disgustado—. ¡Habéis logrado que sea tan travieso como vosotros, pero cuando le eche el guante!...

Goon se marchó con muy mal talante, pensando que algo flotaba en el ambiente, si bien desconocía totalmente qué podía ser.

La «panda» se rio a sus anchas, encaminándose seguidamente a casa de Pip, donde Ern les estaba esperando escondido detrás de un arbusto. Muy pronto estuvieron instalados y dispuestos a tomar el té, mientras Fatty comentaba que era una pena no tener a «Buster» con ellos, porque la señora Hilton, la madre de Pip, había dejado un plato de bizcochos especiales para el perro, manjar que hacía las delicias de «Buster».

—¿Podrán retirar los muebles los Smith antes de que los nuevos inquilinos se instalen en Fairlin Hall? —preguntó Ern—. La señora Smith estaba muy preocupada por esto a la hora del almuerzo y dijo también que tenían que repararse muchas cosas antes de que se usara la cocina de nuevo; habló del sótano, de la cocina que amenaza ruina y que olía muy mal. Intenté enterarme si había algún posible escondite en la casa, Fatty, pero todo lo que dijo fue lo del sótano, la carbonera, el tubo del agua y la ratonera en el agujero de la pared.

—¿Qué dijo de la carbonera? —preguntó Fatty—. No hicimos ninguna inspección allí en absoluto ahora que bien recuerdo.

—Dijo que las escaleras que conducían al sótano, estaban en tan malas condiciones, que temía romperse una pierna siempre que bajaba —contestó Ern—. Después habló de la conducción del agua fría en el baño, de la que por lo visto casi no sale agua, aparte de tener un escape, y con respecto al sótano...

—Huele muy mal —interrumpió Fatty—. ¡Hum!, todo esto no ayuda mucho, pero continúo pensando que debíamos inspeccionar la carbonera. La única oportunidad de hacerlo es esta noche, si los nuevos propietarios entran mañana en la casa. Sí, creo que debo echar una ojeada a la carbonera.

—¡Iré contigo, Fatty! —exclamó Ern, entusiasmado.

—No —replicó Fatty—, si voy, iré solo, pero todavía no estoy decidido. Si por lo menos el superintendente Jenks estuviera de vuelta, iría a verle y le pediría un par de hombres para revisar toda esa cocina.

Hay que hacer notar que en toda esta conversación, los chicos no perdían bocado e hincaban el diente a la tarta y a los pastelillos con verdadera fruición.

—¡No quiero más tarta! —exclamó Fatty—. Gracias, Pip. ¡Ern, te estás poniendo las botas! ¡Prueba los bizcochos especiales para «Buster»!

—Bueno, pues no tienen tan mal aspecto —contestó el sobrino del policía, haciendo reír a los demás—. ¡No me importa probar uno!

Cuando terminaron la merienda, Pip dijo:

—¿Vas a jugar a las cartas, Fatty?

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