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Authors: Alain Mabanckou

Tags: #Humor

Memorías de puercoespín (10 page)

BOOK: Memorías de puercoespín
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lo peor es que Amédée criticaba en voz alta el comportamiento de las personas mayores, los trataba de viejos chochos, ignorantes, idiotas, sólo se salvaban sus propios padres porque, decía, si sus padres hubieran tenido la suerte de ir a la escuela, habrían sido tan inteligentes como él puesto que les debía su inteligencia, y cuando el día nacía, nuestro pretencioso se sentaba al pie de un árbol, leía libros gordos con letra muy pequeña, la mayoría novelas, oh, seguro que no has visto nunca una novela, nadie habrá venido a leer una a tu pie, no te has perdido nada, mi querido Baobab, pero para simplificar las cosas y no comerte demasiado el coco, te diré que las novelas son unos libros que los hombres escriben con objeto de contar cosas que no son ciertas, pretenden que viene de su imaginación, entre esos novelistas los hay que venderían a su madre o a su padre por robarme mi destino de puercoespín, se inspirarían en él, escribirían una historia en la que no tendría siempre el mejor papel y pasaría por un animal de malas costumbres, te aseguro que los seres humanos se aburren tanto que les hacen falta esas novelas para inventarse otras vidas, y en esos libros, mi querido Baobab, al enfrascarte en ellos, puedes recorrer el mundo entero, abandonar la sabana en un abrir y cerrar de ojos, encontrarte en comarcas lejanas, puedes cruzarte con pueblos diferentes, animales extraños e incluso puercoespines que tienen un pasado más comprometedor que el mío, solía sentirme intrigado cuando me ocultaba detrás de un matorral para escuchar a Amédée hablar con las muchachas de cosas que había en sus libros, y las chicas lo miraban con más respeto y consideración porque, para esos primos hermanos del mono, cuando se ha leído mucho, se tiene derecho a presumir, tomar a los demás por poquita cosa, y esa gente muy leída habla sin cesar, cita siempre cosas contenidas en los libros más difíciles de comprender, quiere que los demás hombres sepan que han leído, Amédée narraba pues a esas pobres muchachas el infortunio de un viejo que iba a pescar en alta mar y que debía luchar solo contra un pez gordo, ese pez era a mi parecer un doble nocivo de un pescador que envidiaba al viejo su experiencia, nuestro joven letrado hablaba también de otro viejo que leía novelas de amor y que iba a ayudar a un pueblo a neutralizar una fiera que sembraba el terror en toda la región, estoy convencido de que esa fiera era el doble nocivo de un aldeano de ese país lejano, Amédée también les conté en varias ocasiones la historia de un chaval que se desplazaba sobre una alfombra mágica, un patriarca que creó un pueblo llamado Macondo y cuya descendencia iba a caer en una especie de maldición, nacer medio hombre y medio animal, con hocicos, colas de cerdo, estoy persuadido de que se trataría también de historias de dobles nocivos, y, por lo que recuerdo, contaba las aventuras de un tío raro que combatía todo el rato contra molinos de viento, o también, en el mismo orden de ideas, el infortunio de un oficial que esperaba en vano refuerzos en un campamento perdido en el desierto, y qué decir de ese viejo coronel que esperaba una carta y su pensión de ex militar, ese desdichado coronel que vivía en la indigencia con su esposa enferma y su gallo de combate sobre el cual fundaban sus esperanzas, ese gallo era la única luz de los dos esposos, ese animal sería un doble más bien pacífico, o sea que no insisto con él, y entonces, para dar miedo a las chicas, porque a las chicas les gustaba sentir escalofríos, escuchar historias de violaciones, sangre, asesinatos, Amédée les hablaba de un gángster impotente sexual que había cometido una violación con la ayuda de una espiga de maíz en un rincón perdido do Sudamérica, no dejaba de leerles sobre la marcha la historia trágica de un doble asesinato en una calle llamada extrañamente «Morgue», y como se trataba de una mujer estrangulada introducida en una chimenea cabeza ahajo, las chicas soltaban gritos de horror cuando Amédéc añadía que detrás del edificio en que había tenido lugar este drama, en un pequeño patio, yacía otro cadáver de una señora anciana, con la garganta rajada y la cabeza separada, y ciertas chicas abandonan a veces la asamblea, no regresaban hasta después de que Amédée hubiera desentrañado el misterio de ese asesinato crapuloso retomando los análisis perspicaces del investigador, pero en realidad la historia que daba verdadero estremecimiento a esas chicas era la de una mujer muy guapa que llamaban Alicia, desde cierto punto de vista, pensé que Amédée se estaba pitorreando de mi dueño Kibandi al hablar de él con indirectas, el joven solía decir «
después del mundo de Edgard Allan Poe, os voy a llevar lejos, a Uruguay, donde Horacio Quiroga
», Amédée describía entonces con deleite el personaje do Alicia, les informaba que era rubia, angélica, tímida, las chicas soltaban unos «uuuuuuhhh» interminables, el hombre culto agregaba que Alicia era una mujer enamorada de su esposo Jordán de carácter muy, muy duro, los dos se querían a pesar de sus temperamentos opuestos, se paseaban abrazados, su matrimonio sólo iba a durar tres meses, estaba próxima la fatalidad, el cielo de otoño nublaba ahora su idilio, algo así como una especie de maldición que envidiaba su unión, todo eso se fragilizó aún más por culpa de una pequeña gripe que iba para largo, Alicia sufría, ahora guardaba cama, adelgazaba día a día, la vida parecía escapársele, ya nada era como antes a pesar de los cuidados de Jordán, y en esta fase del relato, en cuanto Amédée plantaba el decorado de la casa de la pareja, el escalofrío ya no estaba lejos, el regocijo mudaba en angustia, se oía a Amédée hablar con su voz más grave, describir la morada de los esposos Jordán y Alicia, «
dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío
», y leía también, unos párrafos más lejos, «
al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia
», nadie sabía de qué sufría Alicia, varios médicos se dieron por vencidos, probaron con toda clase de medicamentos en vano, Alicia murió por fin y, después de su muerte, la sirvienta entró para deshacer la cama, descubrió con estupefacción dos manchas de sangre en el almohadón de plumas que soportaba la cabeza de Alicia, la sirvienta trató de levantarlo y, para su mayor sorpresa el almohadón de plumas pesaba solicitó la ayuda del joven viudo Jordán, lo dejaron en la mesa, Jordán lo corto con un cuchillo, «
las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos
», leía Amédée con un aire sombrío y aplicado, y dado que las chicas de Sekepembe todavía no comprendían lo que Jordán y su sirvienta habían descubierto en ese almohadón de plumas, Amédée revelaba por fin el misterio pronunciando con insistencia cada palabra, «
sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente viscosa
», y ese animal, en cinco días, en cinco noches, le había chupado la sangre a Alicia con la ayuda de su trompa, y yo, por mi parte, me decía que esa Alicia seria una iniciada, un ser humano que había sido comido por su propio doble nocivo parapetado en ese almohadón de plumas

mi dueño me confió un día «ves, nos hace falta ese joven, porque es un engreído de mucho cuidado, cuenta gilipolleces a la gente, al parecer anda diciendo por ahí que estoy enfermo y que hay un animal que me come cada noche», y esperamos las vacaciones de la temporada seca, cuando el joven regresaba de Europa con sus cajas de novelas, luego un día Amédée pasó frente a la cabaña de mi dueño, vio a Kibandi sentado fuera con un libro esotérico entre las manos, Amédée dijo «querido señor, me alegra saber que lee usted de vez en cuando», mi dueño no le contestó, el joven espetó «si no me equivoco, me parece usted muy delgado y me recuerda un desafortunado personaje de los
Cuentos de amor, de locura y de muerte
, y cada año lo veo de mal en peor, no sera la pérdida de su madre lo que lo pone en este estado, eh, le aconsejo vivamente que consulte a un médico de ciudad, espero que no haya un animal escondido bajo su almohadón que se alimente de su sangre con la ayuda de su trompa, si es el caso, todavía esta a tiempo de quemar ese almohadón, de matar el animal que se esconde dentro», mi dueño no chistó, incluso encontró que el intelectualoide del pueblo deliraba, tomaba a la gente por personajes de los libros que había traído de Europa, y Kibandi prosiguió la lectura de su propio libro que hablaba de cosas mucho más importantes que las que se cuentan en los libros de Amédée, y cuando el joven pasó de largo, Kibandi le lanzo un último vistazo y se dijo «ya veremos quién va a adelgazar hasta convertirse en una armadura ósea yo no soy una de esas chiquillas a las que cuentas tus historias»

de madrugada Amédée emprendió su paseo cotidiano en la sabana, sólo llevaba unos shorts, anduvo silbando hasta el borde del río en que sumergió los pies, se extendió sobre la orilla y se puso a leer sus libros de mentiras, mi dueño me había pedido que fuera a espiarlo, que fuera a ver qué estaba mangoneando solo, que me asegurara de que el joven no poseyera también un doble que pudiese meternos en un aprieto cuando nos ocupáramos de él, era una precaución inútil ya que, mi querido Baobab, esos hombres que van a Europa, por los pinchos de un puercoespín, se vuelven tan cortitos que estiman que las historias de dobles no existen más que en las novelas africanas, y eso les divierte en vez de invitarlos a la reflexión, prefieren razonar bajo la protección de la ciencia de los blancos, y han aprendido razonamientos que les hacen decir que cada fenómeno tiene una explicación científica, y cuando Amédée me vio surgir de un bosquecillo cerca del río, por los pinchos de un puercoespín, aulló con rabia «bicho asqueroso, quítate de mi vista, especie de bola con pinchos, voy a hacerte picadillo y comerte con guindilla y mandioca», aumenté, de volumen, estaba a punto de estallar, con los ojos desorbitados, hice rechinar mis pinchos, di vueltas sobre mi mismo, lo vi agarrar un palo con la firme intención de matarme, me recordó la actitud del «papá» Mationgo en la época en que mi dueño era su aprendiz, me volví, busqué qué dirección tomar para escapar de esa amenaza de muerte y desaparecí al instante en el bosquecillo de donde había aparecido, Amédée me seguía de cerca, yo conocía el bosquecillo mejor que él, por lo tanto, me dejé rodar sobre las hojas muertas y me encontré abajo de la colina, el palo que arrojó me cayó a varios centímetros del morro, y cuando me reuní con mi dueño al cabo de media hora, 1e conté como ese tío nos había insultado, como había estado a punto de matarnos con su palo, Kibandi no perdió la calma, me tranquilizó «no te preocupes, no será él el que pueda hacernos cualquier cosa, no he estado en Europa, yo, aun así no soy un inculto, el
mayamvumbi
dispensa de frecuentar la escuela para saber leer y escribir, abre la mente, capta la inteligencia, y ese tío no va a retomar el avión para Europa, te lo digo yo, es nuestro, su lugar está bajo tierra, para mí está muerto desde hace tiempo, pero no lo sabe porque los blancos no enseñan esas cosas en sus escuelas»

a medianoche, mientras llovía, nos dirigimos hacia la pequeña vivienda de Amédée, que lindaba con la de sus padres, habíamos dejado el otro yo de mi dueño tendido sobre la última estera trenzada por la mamá Kibandi, de vez en cuando unos rayos cegadores veteaban el cielo, Kibandi se sentó al pie de un árbol, me hizo señas para que fuera para allí mientras se tomaba una buena dosis de
mayamvumbi
, no esperé una segunda orden porque también estaba furioso con ese genio de poca monta, fui a escarbar con rabia la tierra bajo la puerta de su chabola a fin de abrirme paso, y como caía ahora una lluvia diluviana mi tarea fue fácil, con lo cual al cabo de un momento logré escarbar un agujero tan grande que hasta dos puercoespines gordos y perezosos habrían podido introducirse sin dificultad, y una vez dentro, vi una vela encendida, ese imbécil había olvidado apagarla, dormía boca abajo, entonces, avancé con patas de plomo, llegué a la altura de la cama de bambú, no sé por qué sentía temor, pero pude dominarlo, me puse sobre dos patas y me aferré contra la cama, estaba ahora entre las piernas separadas de Amédée, me contraje para elegir el pincho más firme entre las decenas de miles que querían serme útiles en ese instante, y paf, lancé la carga que fue a parar en medio de la nuca del joven, el pincho casi había entrado entero en esos sesos que fastidiaban a mi dueño y, de rebote, me fastidiaban también, Amédée no tuvo tiempo para despertarse, le dieron una sucesión de espasmos y estertores mientras me hallaba ahora sobre su cuerpo retirando el pincho con la ayuda de mis incisivos, y lo extraje, le lamí la sangre hasta que no subsistió ningún indicio de mi acto, vi el agujerito cerrarse como en la época en que me había ocupado de la hija del papá Louboto, la joven y guapa Kiminou, di un salto para caer al suelo, pero antes de irme me acerqué a la vela porque quería prender fuego a la cabaña, luego me dije que no serviría de nada, no tenía que ir más allá de lo acordado en mi misión, Kibandi me habría echado bronca, por curiosidad posé los ojos sobre el titulo del último libro que el letrado estaba leyendo antes de acostarse,
Historias extraordinarias
, se había dormido dejándose llevar por el universo de esas historias, era otro de esos libros que le permitían contar mentiras a las chicas del pueblo, ahora iría a contarlas a los fantasmas, y allí, mi querido Baobab, hay que ser creíble porque los fantasmas son otro mundo, es otro universo, no hay más incrédulos que ellos, ya ves tú que incluso no creen en el final de su cuerpo físico, la tienen tomada con los otros porque continúan viviendo, la tienen tomada con la Tierra porque continúa girando, y por eso, en vez de ir al cielo, esas sombras errantes permanecen en este bajo mundo con el propósito de revivir, para que veas que los fantasmas no se tragan nunca cualquier cuento

el entierro de Amédée fue uno de los más conmovedores de Sekepembe, el acontecimiento contrastaba con el de la llorada mamá Kibandi, daba la impresión de que no había más que chicas jóvenes alrededor de los restos mortales, éstas habían convocado a sus amigas de los pueblos vecinos para venir a rendir un homenaje digno de este nombre a ese ser excepcional que era el orgullo de Sekepembe, y de la región, por no decir del país, y entonces se quiso saber qué le había sucedido al intelectual, algunos viejos decían que había leído demasiado los libros traídos de Europa, otros reclamaban que se procediera al rito del cadáver que pesca a su malhechor, los padres de Amédée se opusieron a esta idea porque, recordaron, su hijo no creía en esas cosas, sería una ofensa hacer dar una vuelta a su cadáver por el pueblo, así que aceptaron esta muerte, se enterró a1 joven con dos cajas de libros, algunas obras todavía estaban empaquetadas, con precios de la moneda que tenia curso en Europa, y, durante la oración fúnebre, hecha esta vez por el cura venido de la ciudad y no por uno de los hechiceros del pueblo que, sospechaba la familia, eran incapaces de expresarse en latín, el hombre de Dios recordó cómo el joven letrado había sabido hacer retroceder la ignorancia, cómo había demostrado que el libro era un espacio de libertad, de reconquista de la naturaleza humana, se expresó en latín, leyó varias páginas buenas de
Historias extraordinarias
, dejó el libro a un lado, tomó una Biblia nueva, la colocó sobre el ataúd antes de concluir, con voz de cabra, «
que este libro permita, mi querido Amédée, acercarte a las vías impenetrables del Señor y comprender por fin que la historia más extraordinaria, pero realmente la más extraordinaria, es la de la creación del Hombre por Dios, y esta historia extraordinaria viene relatada en el Libro Santo que te regalo para tus lecturas en el otro mundo, amén
»

BOOK: Memorías de puercoespín
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