Read Memoria del fuego II Online

Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

Memoria del fuego II (15 page)

BOOK: Memoria del fuego II
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Había prometido a sus reclutas una gloriosa bienvenida, flores y música, honores y tesoros, pero encuentra silencio. Nadie responde a las proclamas que anuncian la libertad. Miranda ocupa un par de poblaciones, las cubre de banderas y palabras, y abandona Venezuela antes de que lo aniquilen los cinco mil soldados que vienen de Caracas.

En la isla de Trinidad recibe noticias indignantes. Los ingleses se han apoderado del puerto de Buenos Aires y proyectan la conquista de Montevideo, Valparaíso y Veracruz. Desde Londres, el ministro de Guerra ha dado claras instrucciones:
Lo nuevo consistirá, únicamente, en la sustitución del dominio del rey español por el dominio de Su Majestad británica.

Miranda regresará a Londres, a su casa de la calle Grafton, y de viva voz expresará su protesta. Allá le subirán la pensión anual de trescientas a setecientas libras esterlinas.

(150)

1808 Río de Janeiro
Se prohíbe quemar al Judas

Por voluntad del príncipe portugués, recién llegado al Brasil, queda prohibida en esta colonia la tradicional quema de los Judas en Semana Santa. Por vengar a Cristo y vengarse, el pueblo arrojaba al fuego, una noche por año, al mariscal y al arzobispo, al rico mercader, al gran terrateniente y al comandante de la policía; y gozaban los desnudos viendo cómo los muñecos de trapo, ataviados de gran lujo y rellenos de cohetes, se retorcían de dolor y estallaban entre las llamas.

Desde ahora, ni en Semana Santa sufrirán los poderosos. La familia real, que acaba de venir de Lisboa, exige silencio y respeto. Un barco inglés ha rescatado al príncipe portugués con toda su corte y su joyería, y lo ha traído a estas lejanas tierras.

La eficaz maniobra pone a la dinastía portuguesa a salvo de la embestida de Napoleón Bonaparte, que ha invadido España y Portugal, y brinda a Inglaterra un eficaz centro de operaciones en América. Los ingleses han sufrido tremenda paliza en el río de la Plata.

Expulsados de Buenos Aires y Montevideo, penetran ahora por Río de Janeiro, a través del más incondicional de sus aliados.

(65 y 171)

1809 - Chuquisaca
El grito

de América estalla en Chuquisaca. Mientras hierve España, alzada contra los invasores franceses, América se subleva. Los criollos desconocen el trono que José Bonaparte, hermano de Napoleón, ocupa en Madrid.

Chuquisaca es la primera. La rebelión de la Salamanca americana anuncia que España perderá el señorío de las Indias.

Chuquisaca, que se llamó La Plata y Charcas y se llamará Sucre, yace al pie de dos cerros amantes. De sus patios y jardines fluye un aroma de azahares; y por sus calles circulan más hidalgos que villanos. Nada abunda tanto como las togas y las tonsuras: muy de Chuquisaca son los doctores, tiesos como sus bastones de dorada empuñadura, y los frailes que andan rociando casas con el hisopo.

Aquí el mundo parecía inmutable y a salvo. Asombrosamente, el ronco grito de la libertad ha brotado de esta boca acostumbrada al latín en tono de falsete. En seguida le hacen eco La Paz y Quito y Buenos Aires. Al norte, en México…

(5)

1810 - Atotonilco
La Virgen de Guadalupe contra la Virgen de los Remedios

Abriéndose paso entre cortinas de polvo, la multitud atraviesa el pueblo de Atotonilco.

—¡Viva la América y muera el mal gobierno!

El padre Miguel Hidalgo arranca de la iglesia la imagen de la Virgen de Guadalupe y ata el lienzo a la lanza. El estandarte fulgura sobre el gentío.

—¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Mueran los gachupines!

Fervor de la revolución, pasión de la religión; la campana ha repicado en la iglesia de Dolores, el cura Hidalgo llama a pelear y la Virgen mexicana de Guadalupe declara la guerra a la Virgen española de los Remedios. La Virgen india desafía a la Virgen blanca; la que eligió a un indio pobre en la colina de Tepeyac marcha contra

la que salvó a Hernán Cortés en la huida de Tenochtitlán. Nuestra Señora de los Remedios será vestida de generala y el pelotón de fusilamiento acribillará el estandarte de la de Guadalupe por orden del virrey.

Madre, reina y diosa de los mexicanos, la Virgen de Guadalupe se llamaba Tonantzin, entre los aztecas, antes de que el arcángel Gabriel pintara su imagen en el santuario del Tepeyac. Año tras año acude el pueblo a Tepeyac, en procesión,
Ave Virgen y preñada, Ave doncella parida
, sube de rodillas hasta la roca donde ella apareció y la grieta donde brotaron las rosas,
Ave de Dios poseída, Ave de Dios más amada
, bebe agua de sus fuentes,
Ave que a Dios haces nido
, y suplica amor y milagros, protección, consuelo,
Ave María, Ave Ave.

Ahora la Virgen de Guadalupe avanza matando por la independencia de México.

(178)

1810 - Guanajuato
El Pipila

Las tropas de Hidalgo se abren paso, en tromba, desde las breñas de los cerros, y a pedradas se descargan sobre Guanajuato. El pueblo minero se suma a la avalancha insurgente. A pesar de los estragos de la fusilería del rey, la multitud inunda las calles y el oleaje arrolla a los soldados y arremete contra el bastión del poder español: en la Alhóndiga de Granaditas, bajo las bóvedas de treinta salas, hay cinco mil fanegas de maíz y una incontable fortuna en barras de plata, oro y alhajas. Los señores de la colonia, despavoridos, se han encerrado allí con sus caudales.

En vano imploran piedad los petimetres. Hay degollatina, saqueo y borrachera corrida y los indios desnudan a los muertos por ver si tienen rabo.

El Pipila, obrero de las minas, es el héroe de la jornada. Dicen que él se echó a la espalda una enorme losa, atravesó como tortuga la lluvia de balas y con una tea encendida y mucha brea incendió la puerta de la Alhóndiga. Dicen que el Pipila se llama Juan José Martínez y dicen que tiene otros nombres, todos los nombres de los indios que en los socavones de Guanajuato son o han sido.

(197)

1810 - Guadalajara
Hidalgo

Todo el mundo sabía, en el pueblo de Dolores, que el cura Hidalgo tenía la mala costumbre de leer mientras caminaba por las calles, las grandes alas del sombrero entre el sol y las páginas, y que de puro milagro no lo atropellaban los

caballos o la Inquisición, porque más peligroso que leer era leer lo que leía. A paso

lento atravesaba el cura la neblina de polvo de las calles de Dolores, siempre con algún libro francés tapándole la cara, uno de esos libros que hablan de contrato social y derechos del hombre y libertades del ciudadano; y si no saludaba era por sed de ilustración y no por bruto.

El cura Hidalgo se alzó, junto a los veinte indios que con él hacían cuencos y vasijas, y al cabo de una semana fueron cincuenta mil. Entonces lo embistió la Inquisición. El Santo Oficio de México lo ha declarado
hereje, apóstata de la religión, negador de la virginidad de María, materialista, libertino, abogado de la fornicación, sedicioso, cismático y sectario de la libertad francesa.

La Virgen de Guadalupe invade Guadalajara, a la cabeza del ejército insurgente. Miguel Hidalgo manda retirar de las paredes el retrato del rey Fernando y responde a la Inquisición decretando la abolición de la esclavitud, la confiscación de los bienes de los europeos, el fin de los tributos que pagan los indios y la

devolución de las tierras de cultivo que les han usurpado.

(127,203 y 321)

1810 - Pie de la Cuesta
Morelos

Es cura de campaña, como Hidalgo. Como Hidalgo, nació en el país de los tarascos, en las sierras de Michoacán donde el obispo Vasco de Quiroga había creado, hace dos siglos y medio, su utopía comunista —comarcas de redención después asoladas por las pestes y por el trabajo forzado de miles de indios arrojados a las minas de Guanajuato.

—Me paso con violencia a recorrer las tierras calientes del sur.

José María Morelos, pastor y arriero, cura de Carácuaro, se suma a la revolución. Se echa al camino con veinticinco lanzas y unas cuantas escopetas. Tras el blanco pañuelo de seda que le ata la cabeza, va creciendo la tropa.

En busca de los indios de Atoyac, escondidos en los palmares, Morelos atraviesa el pueblito de Pie de la Cuesta.

—¿Quién vive?

—¡Santo Dios!
—dicen los indios.

Morelos les habla. Desde ahora, al grito de
quién vive
, responderán
América.

(332 y 348)

1811 - Buenos Aires
Moreno

Las grandes fortunas en pocas manos, creía Mariano Moreno, son aguas estancadas que no bañan la tierra.
Para no mudar de tiranos sin destruir la tiranía
, había que expropiar los capitales parasitarios amasados en el negocio colonial. ¿Por qué buscar en Europa, al precio de desolladores intereses, el dinero que sobraba adentro? Del extranjero había que traer máquinas y semillas, en vez de pianos Stoddard y jarrones chinos. El Estado, creía Moreno, debía convertirse en el gran empresario de la nueva nación independiente. La revolución, creía, debía ser terrible y astuta, implacable con los enemigos y vigilante con los espectadores.

Fugazmente tuvo el poder, o creyó que lo tenía.

—Gracias a Dios —
suspiran los mercaderes de Buenos Aires. Mariano Moreno,
el demonio del infierno
, ha muerto en alta mar. Sus amigos French y Beruti marchan al destierro. Se dicta orden de prisión contra Castelli.

Cornelio Saavedra manda recoger los ejemplares del «Contrato social», de Rousseau, que Moreno había editado y difundido; y advierte que no hay lugar para ningún Robespierre en el río de la Plata.

(2 y 267)

Castelli

Eran dos: una pluma y una voz. Un Robespierre que escribía, Mariano Moreno, y otro que hablaba.
Todos son perversos
, decía un comandante español,
pero Castelli y Moreno son perversísimos
. Juan José Castelli, el gran orador, está preso en Buenos Aires.

Usurpada por los conservadores, la revolución sacrifica a los revolucionarios. Se descargan las acusaciones: Castelli es mujeriego, borrachín, timbero y profanador de iglesias. El prisionero, agitador de indios, justiciero de pobres, vocero de la causa americana, no puede defenderse. Un cáncer le ha atacado la boca. Es preciso amputarle la lengua.

La revolución queda muda en Buenos Aires.

(84)

1811 - Bogotá
Nariño

Hemos mudado de amos
, escribe Antonio Nariño en Colombia.

«La Bagatela», periódico por él fundado y dirigido y redactado de cabo a rabo, no deja títere con cabeza ni prócer con pedestal. Nariño denuncia que el alzamiento patriótico de los colombianos se está convirtiendo en baile de máscaras y exige que se declare la independencia de una buena vez. También exige, voz en el desierto, que se reconozca a los humildes del derecho de voto y que tanto valga la voluntad del plebeyo desnudo como la del señor forrado en terciopelo.

Hemos mudado de amos
, escribe. Hace unos meses, el pueblo invadió la Plaza Mayor de Bogotá y los hombres se llevaron preso al virrey y las mujeres arrojaron a la virreina a la cárcel para putas. El fantasma de José Antonio Galán, capitán de comuneros, embestía a la cabeza de la multitud enfurecida. Entonces se pegaron un buen susto los doctores y los obispos y los mercaderes y los dueños de tierras y de esclavos: jurando evitar a cualquier precio
los errores de los libertinos de Francia
, facilitaron a la pareja virreinal una fuga sigilosa.

Hemos mudado de amos
. Gobiernan Colombia los caballeros de camisa de mucho almidón y casaca de mucho botón.
Hasta en el Cielo hay jerarquías
, predica el canónigo de la Catedral, y
ni los dedos de la mano son iguales.
Se persignan las damas inclinando una maraña de rulos, flores y cintas bajo la negra mantilla. La Junta de Notables emite sus primeros decretos. Entre otras patrióticas medidas, resuelve despojar a los despojados indios de lo único que les queda. So pretexto de liberarlos de tributos, la Junta arranca a los indios sus tierras comunales para obligarlos a servir en las grandes haciendas que ostentan un cepo en medio del patio.

Coplas del mundo al revés, para guitarra acompañada de cantor

Pintar el mundo al revé

se ha visto entre tanto yerro:

el zorro corriendo al perro

y el ladrón por tras del juez.

Para arriba van los pies,

con la boca va pisando,

el fuego al agua apagando,

el ciego enseñando letras,

los bueyes en la carreta

y el carretero tirando.

A las orillas de un hombre

estaba sentado un río,

afilando su caballo

y dando agua a su cuchillo.

(179)

1811 - Chilapa
El barrigón

En México, el orden militar está venciendo al tumulto popular. Hidalgo ha sido fusilado en Chihuahua. Se dice que había renegado de sus ideas, al cabo de cuatro meses de cadenas y tormentos. La independencia depende, ahora, de las fuerzas que siguen a Morelos.

Ignacio López Rayón envía a Morelos un urgente mensaje de advertencia:
Sé de buena fuente que el virrey ha pagado a un asesino para que lo mate a usted. No puedo darle más señas de ese hombre, sino que es muy barrigón…

Al alba, reventando caballos, llega el mensajero al campamento de Chilapa.

Al mediodía, el asesino viene a ofrecer sus servicios a la causa nacional. Cruzado de brazos, Morelos recibe una andanada de discursos patrios. Sin decir palabra, sienta al asesino a su diestra y lo invita a compartir su almuerzo. Morelos mastica cada bocado durante una eternidad. Mira comer al asesino, que mira el plato.

A la noche, cenan juntos. El asesino come y habla y se atraganta. Morelos, cortés estatua, le busca los ojos.

—Tengo un mal presentimiento —dice de pronto, y espera la crispación, el crujido de la silla, y regala alivio:

—Otra vez el reuma. Lluvia.

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