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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataorcos (42 page)

BOOK: Mataorcos
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—Sus hijos —gruñó Gotrek.

—¿Acaso no los has visto cuando venías hacia aquí? —preguntó Hamnir—. Ahora mismo, los pieles verdes los preparan para el viaje. Dentro de poco, los carros de vapor los transportarán por el Undgrin hasta todas las fortalezas del mundo. —Volvió a tenderle el collar—. Cógelo, Gotrek. Todas tus dudas, tus negros pensamientos, tus miedos, se disiparán como una nube y serán reemplazados por una bienaventurada paz. Nunca más volverás a estar furioso. Acéptalo. Únete a nosotros.

Gotrek hizo que se le cayera de la mano de una palmada, y el collar tintineó al resbalar por el suelo.

—¡No!

La expresión de Hamnir se volvió genuinamente triste.

—Entonces, viejo amigo —dijo con un suspiro—, me temo que debes morir.

Con la rapidez y el descuido de un hombre que espanta una mosca, lanzó un tajo con el hacha y estuvo a punto de acertarle a Gotrek en la garganta.

El Matador retrocedió de un salto al mismo tiempo que maldecía, y mechones de su barba cayeron al suelo. Félix también se echó atrás. A pesar de las palabras de Hamnir, el ataque fue inesperado. Los ataques solían tener un preámbulo: voces altas, gestos amenazadores, un destello de cólera en los ojos del atacante. La acometida de Hamnir no había tenido nada de eso.

El príncipe lanzó otro tajo, tan a ciegas como el anterior, y Gotrek lo bloqueó con el hacha rúnica a la vez que retrocedía.

—No hagas esto, Ranulfsson —dijo con el ceño fruncido—. No quiero hacerte daño.

—Y yo no quiero hacerte daño a ti —replicó Hamnir con calma, aunque lo atacó otra vez—; pero si no quieres aceptar el collar, no me dejas alternativa. Los que no están con nosotros están contra nosotros.

Gotrek continuaba retrocediendo, paraba los golpes pero no devolvía ni uno solo. Félix nunca había visto al Matador tan infeliz por verse metido en una pelea. Se trataba de una batalla que no podía ganar. Matar a Hamnir era una tragedia, no una victoria, y que lo matara él no era ninguna muerte grandiosa, y muy probablemente condenaría a los enanos, y tal vez al mundo entero, a una esclavitud estúpida.

Pero si Gotrek no atacaba pronto, tal vez no podría hacerlo. Se debilitaba con cada paso. Había perdido muchísima sangre a causa de la herida del hombro, que aún sangraba. Félix vio que se tambaleaba al parar un tajo dirigido a la cabeza. Hamnir no mostraba el más mínimo signo de cansancio.

Félix dio un rodeo en torno a Hamnir con la intención de quitarle el collar.

—No —le espetó Gotrek—. ¡Ésta es mi lucha! —Miró a Hamnir con ferocidad—. Y la suya. Atrás.

Así pues, Félix se quedó quieto, mientras Gotrek retrocedía hasta el agujero y Hamnir lo perseguía serenamente.

—Lucha contra él, erudito —siseó Gotrek—. ¡Lucha contra él! Eres el enano más inteligente que conozco. ¿No te das cuenta de lo que te está haciendo? ¿No hueles la fetidez del Caos en él?

Hamnir le lanzó un tajo al vientre. Gotrek apenas logró bloquearlo a tiempo.

—¿No recuerdas en qué convirtió a Ferga? —preguntó Gotrek—. ¿Quieres ser así?

La frente de Hamnir se frunció por un momento, pero luego volvió a distenderse.

—De haber sabido entonces lo que sé ahora, me habría unido a ella.

—Este dios tuyo tomó tu fortaleza por la fuerza, mató a enanos inocentes y usó pieles verdes para hacerlo, los ancestrales enemigos de nuestro pueblo. ¿Cómo puedes aliarte con él?

—Nos negamos a escuchar —replicó Hamnir, plácidamente—. Hizo lo que tenía que hacer. Para los que escuchan, sólo hay júbilo.

Gotrek apretó los dientes cuando un resbalón le sacudió la pierna herida.

—¿Cuánto hace que somos amigos, erudito? ¿Cuántas veces hemos luchado hombro con hombro, y nos hemos puesto ciegos de cerveza, y nos hemos repartido un tesoro, y hemos discutido por todo y por nada? —Tenía la voz enronquecida por la emoción. Félix nunca lo había visto así—. ¿Eso es para ti menos que los placeres de ser un esclavo?

Hamnir guardó silencio; tenía el rostro perturbado, y sus ataques vacilaron.

—Bien, erudito —gritó Gotrek—. ¡Lucha contra él!

Hamnir se detuvo. El hacha se quedó inmóvil en las manos temblorosas del príncipe, en cuyo interior se libraba una guerra.

—Luchar es inútil —dijo con voz estrangulada—. No somos más que dos cuando él es más de un millar. No somos más que niños cuando él es intemporal. Si me quito el collar, serán centenares quienes lo recogerán. Lo que yo haga carece de importancia. Ya hemos perdido.

—¡No hemos perdido! —rugió Gotrek—. Quítate el collar, y lo mataremos juntos.

Hamnir negó tristemente con la cabeza.

—Nada puede matarlo. Es demasiado fuerte, demasiado viejo.

Gotrek gruñó.

—¿Qué clase de enano eres? ¿Vas a condenar a tu raza porque tú te has rendido sin luchar?

La frase fue una equivocación.

El semblante de Hamnir volvió a adoptar una expresión calma y alzó el hacha.

—Es para salvar a mi raza por lo que le obedezco, porque si nos oponemos a él, seremos destruidos. Sólo viviremos si nos unimos a él.

—Con collares alrededor del cuello —le espetó Gotrek.

—Pero viviremos.

Hamnir volvió a acometer a Gotrek.

Gotrek paró el golpe y retrocedió, mientras a su rostro afloraba una mezcla de aflicción y cólera.

—Gotrek —dijo Félix, angustiado—, déjame que se lo quite. Tal vez se recupere.

—Tiene que hacerlo él —dijo Gotrek mientras miraba a Hamnir con ferocidad—. Tiene que ser fuerte y quitárselo él mismo.

—Tal vez nadie sea lo bastante fuerte como para hacerlo.

—¡Un enano debería ser lo bastante fuerte!

El dolor que había en la voz de Gotrek era casi excesivo para que Félix pudiera soportarlo.

—Ahí arriba hay todo un clan que dice lo contrario —le recordó.

Gotrek maldijo.

Hamnir le lanzó otro tajo, pero esa vez Gotrek respondió al ataque con un golpe contra el arma de Hamnir, con la intención de desarmarlo. Hamnir bloqueó el golpe y contraatacó a una velocidad cegadora. Con el collar, era un luchador el doble de bueno que antes. Ambos comenzaron a describir círculos cerca del cadáver de Galin.

—Estás quedándote sin alternativas, erudito —dijo Gotrek con voz ronca—. ¡Quítalo, o morirás!

Pero no estaba claro quién moriría primero. Gotrek luchaba entonces con una sola mano; el brazo herido había quedado inutilizado. Apenas lograba impedir que los tajos de Hamnir lo alcanzaran.

El Matador retrocedió y rodeó el cuerpo de Galin. Hamnir avanzó al mismo tiempo que le lanzaba tajos salvajes, y resbaló en la sangre de Galin.

Más rápido que el rayo, Gotrek trabó el hacha de Hamnir con la suya, y se la arrancó de la mano con una torsión salvaje de muñeca. El arma rebotó y cayó al agujero.

Hamnir retrocedió. Gotrek saltó hacia él como un luchador, lo derribó al suelo y se puso a horcajadas sobre su pecho. Arrancó el collar del cuello de Hamnir y lo lanzó lejos, sin apartar los ojos de la cara del príncipe y con el hacha en alto.

Hamnir parpadeó, mirándolo con calma.

—¿Así que vas a matarme, Gotrek? Juraste protegerme hasta que uno de los dos muriera.

El rostro de Gotrek quedó demudado.

—Y he fracasado —replicó con voz estrangulada—. Ya estás muerto.

Clavó el hacha en el pecho de Hamnir. El príncipe corcoveó y se contorsionó, y luego se quedó quieto, con los ojos fijos en la nada.

Félix miraba, boquiabierto y conmocionado, mientras Gotrek, sobre su amigo muerto, dejaba caer los hombros. «
Sigmar
—pensó—,
¿qué ha hecho el Matador?
»

—¡No me mires, humano —gruñó Gotrek, con voz ahogada, y se cubrió el rostro con una enorme mano ensangrentada—, o te mataré en el sitio!

Félix retrocedió, tembloroso, y apartó la mirada. Sacó el botiquín de la mochila y dejó a Gotrek con su duelo mientras se curaba las heridas e intentaba entender lo sucedido. ¡Gotrek había matado a un enano! ¡A Hamnir! Había matado al príncipe, su amigo, sin esperar, sin darle tiempo para que se recobrara. Félix no podía dejar de repasar mentalmente la escena, una y otra vez.

¿Cómo podía saber Gotrek si Hamnir se había recobrado o no? Lo que había dicho Hamnir no había parecido raro. ¿Habría cometido un error?

Tras un largo rato, Gotrek se puso de pie, vacilante. Tenía el brazo izquierdo rojo desde el hombro a la muñeca.

—Bien —dijo, y se aclaró la garganta—. Acabemos con esto.

Sacó unas vendas de la mochila de Galin y comenzó a envolverse el hombro herido con ellas mientras avanzaba hacia la entrada por la que había aparecido Hamnir. El marco de la puerta estaba completamente cubierto por los mismos símbolos protectores antiguos que había en la puerta exterior. Entonces, Félix estaba seguro de que los habían colocado allí para evitar que algo saliera, y comenzaba a entender qué era ese algo.

El rostro del Matador estaba tan muerto y frío como jamás lo había visto. Tenía ganas de interrogarlo con respecto a Hamnir, pero temía que lo matara si lo hacía, así que contuvo la lengua y lo siguió.

* * *

Al llegar a la puerta, el pavor y la desesperación opresivos volvieron a inundar a Félix, en ese instante con más fuerza que antes. Si el Durmiente podía someter una mente como la de Hamnir, ¿qué posibilidades tenía un humano como él? Peor aún, ¿y si sometía la mente de Gotrek? ¿Y si ya lo había hecho? ¿Y si había decidido que Gotrek era un peón mejor que Hamnir? ¿Y si era por eso por lo que el Matador había acabado con la vida de su amigo? O, tal vez, Gotrek se había vuelto completamente loco y no podía distinguir entre amigos y enemigos. Félix tuvo ganas de echar a correr para salvarse, pero le daba más miedo separarse de Gotrek que ser asesinado por él.

Recorrieron un corto pasillo y luego ascendieron por una rampa poco empinada, hasta un curvo corredor, más amplio, que se extendía a izquierda y derecha. El enfermizo resplandor cadavérico se hacía más brillante a cada paso, y el denso hedor a leche agria asaltaba su olfato. Al otro lado de una serie de arcadas abiertas en la pared interior del curvo pasillo, brillaba una luz mortecina. Félix se asomó a la primera, sufrió una náusea y retrocedió. Detrás de él, Gotrek miraba hacia otro lado de la arcada, con el ceño fruncido.

Tres cuartas partes de la espaciosa habitación estaban llenas, del suelo al techo, de lo que a la trastornada mente de Félix le pareció crema translúcida, una crema que habían dejado allí durante demasiado tiempo. La fosforescencia emanaba de esa sustancia gelatinosa e hinchada, así como el olor. En la lechosa profundidad se veían parpadeos como de rayos verdes de calor. De la masa emergían blancos tentáculos glutinosos, que yacían, largos y flácidos, sobre el suelo, y palpitaban con vida latente. Hinchazones cancerosas y excrecencias extrañas afloraban de ella como negras grosellas de un pudín, y en la superficie crecía una cabellera de gruesos cilios blancos.

A través de la turbia sustancia, Félix vislumbró una puerta situada al otro lado de la sala. Ante ella yacían los destrozados restos de una puerta de piedra, completamente cubiertos por aquella gelatina. Parecía que la horrenda masa había hecho estallar la puerta y había crecido hasta llenar la habitación.

Félix se cubrió la boca para protegerse del hedor.

—¿Qué es? —preguntó a través de los dedos, mientras luchaba contra el impulso de vomitar.

Gotrek avanzó hasta la hinchada masa blanca y, al tocarla con la punta de una bota, comprobó que se estremecía como gelatina. Los cilios que rodeaban la zona que Gotrek tocó ondularon como un campo de hierba al viento.

Continuaron avanzando. La siguiente habitación también estaba colmada por la misma sustancia translúcida, que se apretujaba contra las paredes como un colchón relleno de mocos y metido dentro de un armario demasiado pequeño. Los blancos tentáculos yacían en el suelo como serpientes muertas, y al otro lado de la habitación, había otra puerta reventada.

Gotrek y Félix siguieron adelante por el curvo corredor, pasando ante una habitación tras otra, todas llenas de la horrible gelatina con tentáculos. Félix comenzó a darse cuenta de que el corredor era un gigantesco círculo. A media circunferencia, llegaron a una segunda rampa, que descendía pasando por debajo del centro del círculo.

El resplandor cadavérico era más fuerte allí, y Gotrek comenzó a bajar inmediatamente por la rampa. Félix vaciló al sentir que el miedo irracional le llenaba las venas de hielo, pero luego se obligó a continuar. Si se detenía, jamás podría avanzar otra vez.

Al final de la rampa, había otra enorme arcada trapezoidal, cuyo marco estaba iluminado por la rancia luz verde. Gotrek y Félix llegaron a ella y se detuvieron, presas de náuseas. Félix volvió a taparse la boca y obligó a su estómago a calmarse. El hedor resultaba abrumador, pero era lo de menos.

Contemplaban una baja sala circular, cuyo suelo estaba sembrado de escombros de basalto. El techo… Félix retrocedió al verlo, porque hizo que tuviera ganas de vomitar, de huir. El techo era de la misma repulsiva carne gelatinosa que llenaba las habitaciones de arriba. Su peso había hundido el techo original y formaba un bulto que pendía de lo alto como la parte inferior de un repugnante baldaquín y hacía que la sala pareciera aún más baja.

Y colgando flojamente del centro de la masa, como el cadáver disecado de una mantis religiosa imposiblemente grande, estaba el Durmiente.

Para Félix, no había duda alguna de que se trataba de la cosa que habían ido a matar. No podía ser nada más. Estaba absolutamente inmóvil, con la cabeza caída, las extremidades colgando…, dormido. Félix podría haber pensado que ya estaba muerto de no ser por el aura de miedo y locura que manaba de él como el frío de un glaciar.

En otros tiempos había sido alguna especie de insecto, pero el paso de los años, el confinamiento y algún oscuro pacto con los Poderes Malignos lo habían hecho mutar para transformarlo en algo infinitamente más inmundo. El translúcido exoesqueleto era blanco y ceroso como el sebo, y a través de él Félix vio blancos músculos estriados y el flujo de un líquido viscoso por medio de venas vidriosas. Ocho largas patas afiladas como sables de vidrio pendían debajo de una cabeza provista de espinas, con diez ojos negros facetados y un apiñamiento de crueles mandíbulas. Gruesas antenas como látigos se curvaban a partir de la frente con rebordes pronunciados.

El delgado tórax estaba, de algún modo, unido al gelatinoso techo, y al principio, Félix no logró discernir cómo. ¿Se aferraba a él como un murciélago? ¿Acaso estaba atrapado en él? Luego, con una nueva ola de revulsión, lo comprendió. ¡La gelatina era el resto del ser! ¡La gran masa gelatinosa que había crecido hasta llegar a todas las habitaciones del corredor circular, y que se había hecho tan pesada que había hundido el techo, era el hinchado abdomen de la criatura! Gotrek y Félix no habían explorado todos los rincones de la cripta. Sólo los dioses sabían cuántas otras habitaciones había llenado con su bulto. Félix tragó convulsivamente al darse cuenta de que podría estar mirando al ser vivo más grande del mundo.

BOOK: Mataorcos
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