La bala dio al krogan en el hombro que ya tenía paralizado, aunque éste siguió avanzando. Anderson se lanzó a un lado y rodó para apartarse de su camino mientras el krogan aullaba de rabia, evitando por poco haber sido mortalmente pisoteado.
Sin embargo, ahora Skarr se interponía entre él y la puerta, bloqueando así cualquier posibilidad de escapatoria. Anderson retrocedió hasta el rincón y levantó el arma de nuevo. Pero fue unas fracciones de segundo demasiado lento, y el krogan le dio con un rápido impulso biótico que hizo caer la pistola de su mano y casi le partió la muñeca.
El krogan sabía que el humano, desarmado, no tenía nada que hacer contra él y avanzó lentamente. Anderson intentó hacer una finta y echarse a un lado, confiando en tener la oportunidad de coger alguna de las armas que estaban en el suelo. Pero el krogan era astuto y, a pesar de las heridas y de la hemorragia, fue lo bastante rápido como para cortarle el paso por la habitación y acorralar al teniente en un rincón del que no había escapatoria.
El impacto de la explosión había lanzado a Kahlee dando tumbos por la oscuridad. Se golpeó la cara contra una pared que no había visto, perdió un diente y se partió la nariz. Cayó al suelo y se llevó las manos al rostro herido, notando el sabor de la sangre que corría por su barbilla.
Y entonces reparó en un pequeño resquicio de luz que se filtraba por el borde de la puerta. La explosión debió de desencajarla de las bisagras. Ignorando el dolor provocado por las heridas, se puso en pie de un salto y retrocedió hasta notar la pared que había detrás de ella. Dio tres pasos firmes y se lanzó contra la puerta con el hombro por delante.
Los daños producidos en el marco debieron de ser importantes porque la puerta cedió al primer intento y Kahlee acabó despatarrada por la habitación que estaba tras ésta. Aterrizó sobre el mismo hombro que había usado para derribar la puerta, dándose un fuerte golpe contra el suelo. Se dislocó el hombro y una sacudida de dolor le recorrió el brazo. Al incorporarse, después de todas las horas que había pasado en la más absoluta oscuridad, tuvo que protegerse los ojos por la repentina claridad de la habitación.
—¡Kahlee! —Oyó que gritaba Anderson—. ¡Coge el arma! ¡Dispárale!
Medio ciega por culpa de la luz, entornó los ojos y se arrastró a tientas por el suelo, rodeando el cañón de un rifle de asalto con las manos. Tiró de él y agarró la empuñadura mientras una enorme sombra se cernía sobre ella.
Actuando por instinto, apuntó y apretó el gatillo. Fue recompensada con el inconfundible sonido de un krogan rugiendo de dolor y la inmensa sombra desapareció.
Parpadeando sin cesar para intentar recuperar la visión, Kahlee apenas fue capaz de distinguir el perfil de Skarr, que se tambaleaba lejos de ella mientras se apretaba el estómago y la mirada con rabia e incredulidad.
Entonces Anderson apareció a la vista justo al lado del krogan. Apretó la pistola contra un costado del cráneo del krogan y disparó. Kahlee tardó unos instantes en apartar la vista; la visión de los sesos de Skarr saliendo disparados por el otro extremo de la cabeza y estampándose contra la pared sería una de las imágenes que probablemente la acompañarían hasta el fin de sus días.
Y allí estaba Anderson acuclillado en el suelo junto a ella.
—¿Estás bien? —preguntó—. ¿Puedes caminar?
Ella asintió.
—Creo que me he dislocado el hombro.
Anderson se quedó pensativo durante un instante y dijo:
—Siento lo que ha pasado, Kahlee. —Ella estaba a punto de preguntarle por qué cuando, de pronto, él la agarró de la muñeca y la clavícula y tiró con fuerza del brazo. Ella gritó de dolor y estuvo a punto de desmayarse mientras el hombro volvía a encajar en su sitio.
David estaba ahí para cogerla y que no cayera.
—Cabrón —farfulló, flexionando los dedos para intentar desentumecerlos—. Gracias —añadió un segundo después.
La ayudó a ponerse en pie y fue sólo entonces cuando reparó en todos los otros cadáveres que había en la habitación. Anderson permaneció en silencio; simplemente le pasó el rifle de asalto de uno de los hombres muertos y agarró el suyo.
—Mejor que los cojamos —le dijo al recordar la sombría advertencia de Saren sobre la posibilidad de tener que disparar a civiles—. Recemos para que no tengamos que usarlas.
La explosión en el corazón de la refinería tuvo exactamente el efecto que Saren esperaba. El pánico y el caos se adueñaron de la planta. Las alarmas hicieron que la gente huyera hacia las salidas, desesperados por escapar de la destrucción. No obstante, mientras todo el mundo corría hacia fuera, Saren se adentraba cada vez más, avanzando contra la marea de la multitud. La mayoría de la gente no reparaba en él, centrándose únicamente en su propia huida desesperada.
Debía actuar deprisa. La explosión que había desencadenado sólo había sido la primera de una reacción en cadena que provocaría que los depósitos de mineral fundido se recalentaran. Cuando hicieran erupción, toda la maquinaria del núcleo de procesamiento ardería en llamas. Las turbinas y los generadores se sobrecargarían, concatenando una serie de explosiones que reducirían la planta entera a escombros candentes.
Escrutando a la multitud, al fin Saren encontró lo que estaba buscando: un pequeño grupo de mercenarios de los Soles Azules fuertemente armados moviéndose juntos como un todo. Al igual que Saren, ellos también se encaminaban hacia las profundidades de la planta.
Lo único que tenía que hacer era seguirles.
—¿A qué estamos esperando? —gritó Qian, casi histérico. Sostenía una pequeña maleta de metal que agitaba frenéticamente frente al rostro de Edan. Dentro de ella había una memoria flash que contenía todos los datos que habían reunido a lo largo del proyecto. ¡Todo lo que necesitamos está aquí! ¡Vayámonos!
—Aún no —dijo el batariano, intentando permanecer tranquilo a pesar de que el zumbido de las sirenas era tan alto que apenas podía oír sus propios pensamientos—. Espera a que lleguen nuestros escoltas —sabía que la explosión en el núcleo era algo más que una simple coincidencia y no pensaba salir corriendo hacia una trampa. No sin sus guardaespaldas.
—¿Y qué pasa con ellos? —gritó Qian, señalando a los dos mercenarios que permanecían nerviosamente de pie fuera de la puerta de la habitación en la que habían estado ocultándose desde el ataque a Sidon.
—No bastan —respondió Edan—. No pienso correr ningún riesgo. Esperaremos al resto de…
Sus palabras fueron interrumpidas por un sonido de disparos proveniente de la otra sala que se confundió con las alarmas y los gritos de los guardias. A esto siguieron unos segundos de silencio y entonces una figura desconocida apareció por la puerta.
—Me temo que su escolta no va a llegar —dijo el turiano.
A pesar de que jamás se había cruzado con este hombre, Edan le reconoció al instante.
—Yo le conozco —afirmó—. Usted es Saren, el espectro.
—¡Fue usted quien hizo esto! —chilló Qian, apuntando un dedo tembloroso hacia Saren—. ¡Todo esto es culpa suya!
—¿Va a matarnos ahora? —preguntó Edan. Sorprendentemente, no tenía miedo. Fue como si desde el principio hubiera sabido que llegaría este momento. Y ahora que la muerte se cernía sobre él, sentía una extraña sensación de calma.
Pero el turiano no les mató. En lugar de eso, hizo una pregunta.
—¿En qué estaban trabajando en Sidon?
—¡En nada! —gritó Qian, apretando la maleta de metal contra su pecho. ¡Es nuestra!
Edan reconoció la expresión de los ojos de Saren. Él mismo había construido toda su fortuna sobre los mismos impulsos: la voracidad, el deseo y el ansia de poseer.
—Ya lo sabe —susurró al comprender la verdad—. Aunque no todo. Justo lo suficiente para que quiera saber más —una débil sonrisa se asomó por sus labios. Había una posibilidad de que pudiera salir de ésta con vida.
—¡Cállese! —le gritó Qian—. ¡Nos la quitará!
—No lo creo —contestó Edan, hablando más para Saren que para el delirante científico—. Nosotros tenemos algo que él quiere. Necesita mantenernos con vida.
—Pero no a los dos —advirtió Saren.
Algo en su tono de voz traspasó el velo de locura de Qian.
—Me necesita —insistió en un insólito momento de lucidez—. Usted necesita mi investigación. Mis conocimientos —hablaba deprisa, asustado y desesperado. Sin embargo, no estaba claro si le espantaba más la muerte o perder la ocasión de continuar con su obsesiva investigación—. Sin mí nunca podrá comprenderlo. No averiguará el modo de liberar su poder. ¡Soy esencial en el proyecto!
Saren levantó la pistola, la apuntó directamente hacia el humano que no dejaba de balbucear y volvió la cabeza hacia Edan.
—¿Es eso cierto? —preguntó al batariano.
Edan se encogió de hombros.
—Tenemos copias de toda su investigación y yo tengo a mi propio equipo estudiando el artefacto. Qian es brillante pero se ha vuelto… imprevisible. Creo que ha llegado la hora de buscarle un sustituto.
Las palabras no habían acabado de salir de su boca cuando Saren disparó. Qian se quedó tieso, perdió el equilibrio y se desplomó de espaldas con un único agujero de bala en la frente. La maleta metálica cayó de sus manos haciendo ruido al golpear el suelo, pero el interior acolchado protegió la memoria flash del impacto.
—¿Y qué hay de usted? —preguntó el espectro, apuntando con la pistola al batariano.
Cuando creyó que no habría esperanzas de poder sobrevivir, Edan permaneció tranquilo y se resignó a su destino.
Pero ahora que había visto una posibilidad de salir con vida, el arma que apuntaba en su dirección le hizo estremecer de miedo.
—Sé dónde está —respondió—. ¿Cómo piensa encontrarlo sin mi ayuda?
Saren movió su cabeza en dirección a la maleta metálica.
—Probablemente haya algo ahí dentro que me indique lo que necesito saber.
—Yo… yo tengo recursos —tartamudeó Edan, esforzándose por encontrar otro argumento capaz de detener la mano del verdugo—. Gente. Poder. Dinero. El coste del proyecto es astronómico. Si me mata, ¿cómo piensa financiarlo?
—No es la única persona con dinero e influencias —le recordó el turiano—. Puedo encontrar a otro financiero sin salir siquiera del Margen.
—¡Piense en cuánto tiempo y esfuerzo le he dedicado a esto! —dijo inesperadamente—. ¡Si me mata, tendrá que empezar desde cero!
Saren se quedó en silencio, aunque movió ligeramente la cabeza a un lado, como si estuviera tomando en consideración lo que el batariano acababa de decir.
—No tiene ni idea de lo que este artefacto es capaz —continuó Edan, insistiendo en su argumento—. La galaxia nunca ha visto nada igual. Incluso con los archivos de Qian, no encontrará a nadie que pueda embarcarse en el proyecto y reanudar el trabajo en el proyecto. Yo he estado implicado desde el comienzo. Tengo una comprensión esencial de lo que nos ocupa. Nadie más en toda la galaxia puede ofrecerle lo mismo.
Por la expresión que había en el rostro del turiano era obvio que éste aceptaba el argumento de Edan.
—Si me mata, no sólo perderá mi apoyo financiero, sino también mi experiencia. Puede que encuentre a otro que patrocine el proyecto, pero eso le llevará tiempo. Si me mata, tendrá que empezar otra vez desde el principio. No va a malgastar tres años de mi trabajo de campo sólo para poder tener la satisfacción de dispararme.
—No me importa esperar unos cuantos años más —respondió Saren, mientras apretaba el gatillo—. Soy un hombre muy paciente.
Kahlee y Anderson seguían en el interior del edificio principal de la refinería cuando se produjo la segunda explosión. La detonación se originó cerca de los depósitos de procesamiento de mineral fundido del núcleo; un géiser de líquido ardiente entró en erupción en el corazón de las instalaciones y salió disparado hacia el cielo hasta alcanzar una altura de trescientos metros. La columna incandescente subió en forma de hongo, desplegándose e iluminando la noche antes de caer en picado en forma de una lluvia mortífera al rojo vivo por encima de todo lo que había en un radio de medio kilómetro.
—¡Sigue corriendo! —gritó Anderson, forzando la voz para que Kahlee le oyera por encima de las agudas alarmas. Las dos primeras explosiones ya habían debilitado estructuralmente la planta, y seguro que habría más—. ¡Debemos salir fuera antes de que este sitio se derrumbe sobre nosotros!
Anderson iba a la cabeza, agarrando el fusil de asalto con una mano y, con la otra, la muñeca de Kahlee mientras arrastraba a la debilitada joven junto a él. Salieron de la planta y corrieron hacia la cerca del perímetro. El teniente escudriñaba frenéticamente la zona a su alrededor en busca de señales de persecución.
—¡Dios mío! —jadeó Kahlee, deteniéndose en seco y obligando a Anderson a hacer lo mismo. Echó un vistazo hacia atrás y la vio con la vista clavada en la distancia. Se volvió para seguir su mirada y entonces susurró una breve oración para sí.
Todo el campo estaba en llamas. Protegidos por el techo y las paredes de la refinería, los dos humanos habían estado a resguardo de la avalancha de mineral fundido. Los que estaban fuera de la planta —hombres, mujeres y niños en los campos de trabajo— no tuvieron tanta suerte. Todos los edificios parecían estar ardiendo; un feroz muro de llamas naranja les rodeaba en círculo.
—Nunca podremos atravesarlo —se quejó Kahlee, desplomándose en el suelo, derrotada por el agotamiento y la fatiga.
Una nueva explosión sacudió las instalaciones. Anderson echó una mirada hacia atrás y vio que ahora la planta también estaba ardiendo. A la luz de las llamas podía ver cómo el humo ennegrecido salía lentamente por las ventanas: nubes químicas tóxicas desatadas por la destrucción.
—¡Aguanta! —gritó Anderson, levantándola por los hombros—. ¡Podemos lograrlo!
Kahlee meneó la cabeza. Pudo verlo en sus ojos: después de todo por lo que ya había pasado desde la destrucción de Sidon, al final, esto era demasiado para ella. No le quedaban fuerzas; finalmente se había abandonado a la desesperación.
—No puedo. Estoy demasiado cansada —dijo, desplomándose a tierra de nuevo—. Déjame.
No podía acarrearla durante el resto del camino; tenían que ir demasiado lejos. Y, con ella descansando sobre su espalda, temía no poder moverse con la suficiente rapidez para atravesar el campo de trabajo envuelto en llamas sin que ambos murieran abrasados.