Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
Tal y como habíamos acordado, hice subir a
Dean
al Malibu para llevarlo al escenario de otro de los ataques, concretamente el punto situado detrás de unos viejos edificios que había delante del Sonic, donde el francotirador se había escondido la noche en que la pobre Heather Kinman fue asesinada. Me adentré en un callejón que había justo detrás de los viejos almacenes y aparqué junto a la antigua tintorería Patsy, que se había trasladado a un local más nuevo y mejor situado hacía ya quince años. Entre la tintorería y el local del Luisiana Feed and Seed, desvencijado y abandonado también, se abría un hueco estrecho desde el que se dominaba el Sonic a la perfección. El restaurante de comida para llevar estaba cerrado de noche pero seguía iluminado. El Sonic estaba situado en la calle principal de la ciudad, cuyas farolas estaban encendidas; gracias a ello, las zonas que permitían pasar la luz se veían muy bien pero, por desgracia, las que quedaban a la sombra resultaban impenetrables.
El sabueso inspeccionó toda la zona, prestando especial interés al pequeño espacio poblado de malas hierbas que quedaba entre los dos viejos locales, una franja tan estrecha que apenas permitía el paso de una persona. Se le veía especialmente excitado por un olor que había descubierto. Y también yo lo estaba, pues esperaba que hubiese encontrado alguna cosa que pudiese convertirse en una prueba para la policía.
De pronto
Dean
dejó escapar un «¡guau!» y levantó la cabeza para mirar más allá de donde yo me encontraba. Estaba concentrado en algo, o en alguien. Casi sin quererlo, me volví para mirar. Andy Bellefleur estaba allí, de pie en el punto donde el callejón de servicio cruzaba el vacío entre los edificios. La luz iluminaba únicamente su cara y su torso.
—¡Por Dios bendito! ¡Acabas de darme un susto de muerte, Andy! —De no haber estado observando al perro con tanta atención, habría intuido su llegada. La vigilancia policial, maldita sea. Tendría que haberme acordado.
—¿Qué haces aquí, Sookie? ¿De dónde has sacado este perro?
No se me ocurría ni una sola respuesta que resultara convincente.
—Pensé que valía la pena mirar si un perro entrenado podía captar un olor único en los distintos lugares donde estuvo apostado el francotirador—dije.
Dean
se protegió entre mis piernas, jadeaba y babeaba.
—¿Desde cuándo formas parte de la nómina del condado? —preguntó Andy en tono coloquial—. No sabía que te hubiesen contratado como investigadora.
De acuerdo, la cosa no me estaba saliendo bien.
—Andy, si me dejas pasar, el perro y yo volveremos al coche, nos largaremos y no tendrás que enfadarte conmigo nunca más. —Estaba bastante enfadado y decidido a resolver la situación con una pelea, fuese lo que fuese lo que eso implicara. Andy quería reestructurar el mundo y hacerlo girar sobre el eje que él consideraba adecuado. Yo no encajaba en ese mundo. Y tampoco giraba sobre ese eje. Leí su mente y no me gustó nada lo que estaba escuchando.
Me di cuenta, demasiado tarde, de que Andy había bebido una copa de más durante la reunión que había mantenido en el bar. Lo suficiente como para eliminar sus limitaciones habituales.
—No tendrías que vivir en nuestra ciudad, Sookie —dijo.
—Tengo tanto derecho a vivir aquí como tú, Andy Bellefleur.
—Eres una alteración genética o algo por el estilo. Tu abuela era una mujer encantadora y todo el mundo dice que tu madre y tu padre eran buena gente. ¿Qué sucedió contigo y con Jason?
—No creo que Jason y yo tengamos nada malo, Andy —dije manteniendo la calma, por mucho que sus palabras escocieran como un ataque de hormigas rojas—. Creo que somos gente normal y corriente, ni mejores ni peores que Portia y tú.
Andy resopló.
De pronto, el flanco del sabueso, que seguía casi entre mis piernas, empezó a vibrar.
Dean
gruñía de forma casi inaudible. Pero no miraba a Andy. La cabeza del sabueso apuntaba hacia otra dirección, hacia las sombras oscuras del otro extremo del callejón. Otra mente viva: un ser humano. Aunque no un ser humano normal y corriente.
—Andy —dije. Mi susurro taladró su ensimismamiento—. ¿Vas armado?
La verdad es que no sé si me sentí mucho mejor cuando sacó la pistola.
—Suéltala, Bellefleur —dijo categóricamente una voz, una voz que me resultaba familiar.
—Y una mierda —dijo Andy con desdén—. ¿Por qué tendría que soltarla?
—Porque el arma que yo llevo es más grande —dijo la voz, fría y sarcàstica. De entre las sombras surgió Sweetie Des Arts, empuñando un rifle. Apuntaba a Andy y no me cabía la menor duda de que tenía la intención de disparar. Noté que me deshacía por dentro—. ¿Por qué no te largas, Andy Bellefleur? —preguntó Sweetie. Iba vestida con un mono de mecánico y una chaqueta, las manos cubiertas con guantes. No recordaba en absoluto al aspecto de una cocinera de un restaurante de comida rápida—. No tengo nada contra ti. No eres más que una persona.
Andy movió la cabeza en un intento de comprender sus palabras. Me di cuenta de que seguía sin soltar la pistola.
—Eres la cocinera del bar, ¿verdad? ¿Por qué haces esto?
—Deberías saberlo, Bellefleur. He oído tu conversación con esta cambiante. A lo mejor este perro es un ser humano, alguien a quien conoces. —No esperó a que Andy le respondiera—. Y Heather Kinman era igual de nefasta. Se convertía en zorro. Y ese tipo que trabaja en Norcross, Calvin Norris, es una condenada pantera.
—¿Les disparaste a todos? ¿Me disparaste a mí? —Quería asegurarme de que Andy escuchara aquello—. Pero creo que tu pequeña venganza tiene un detalle erróneo, Sweetie. Yo no soy una cambiante.
—Pues hueles como si lo fueras —dijo Sweetie, segura de que tenía razón.
—Tengo amigos cambiantes y el día que me disparaste abracé a unos cuantos. Pero yo no soy una cambiante.
—Pues entonces eres culpable por asociación —dijo Sweetie—. Seguro que tienes un poco de cambiante por alguna parte.
—¿Y tú? —le pregunté. No quería que volviera a dispararme. Las evidencias sugerían que Sweetie no era una tiradora experta: Sam, Calvin y yo habíamos sobrevivido. Sabía que hacer diana de noche era complicado, pero siempre existía la posibilidad de que en esta ocasión acertara—. ¿A qué viene esta venganza?
—Tengo una parte de cambiante —dijo, gruñendo casi como
Dean
—. Tuve un accidente de coche y me mordieron. Esa cosa medio hombre medio lobo corría por el bosque donde tuve el accidente..., y esa condenada cosa me mordió..., y luego apareció otro coche en la carretera y huyó. ¡La primera noche de luna llena después de aquello mis manos se transformaron! Mis padres vomitaron.
—¿Y tu novio? ¿Tenías novio? —Seguí hablando para intentar distraerla. Andy estaba alejándose de mí todo lo posible para que no pudiera dispararnos a ambos a la vez. Tenía pensado dispararme primero a mí, lo sabía. Me habría gustado que el sabueso se alejara de mí, pero permanecía fielmente pegado a mis piernas. Sweetie no estaba segura de que el perro fuese un cambiante. Y, extrañamente, no había mencionado nada del ataque contra Sam.
—Por aquel entonces trabajaba como
stripper
, vivía con un tipo importante —dijo, con la rabia revelándose en su voz—. Vio mis manos y todo aquel pelo y me aborreció. Cuando había luna llena se largaba. Se iba de viaje de negocios. Se iba a jugar al golf con sus amigos. Tenía reuniones interminables.
—¿Cuánto tiempo llevas disparando contra cambiantes?
—Tres años —declaró con orgullo—. He matado a veintidós y herido a cuarenta y uno.
—Eso es terrible —dije.
—Me enorgullezco de ello —respondió ella—. De eliminar la porquería de la faz de la tierra.
—¿Siempre trabajas en bares?
—Eso me permite detectarlos —dijo sonriendo—. Busco también en iglesias y restaurantes. En guarderías.
—Oh, no. —Tenía ganas de vomitar.
Tenía mis sentidos en máxima alerta, como cabe imaginar, y adiviné que alguien entraba por el callejón por detrás de donde estaba Sweetie. Sentí la rabia acumularse en la mente de un ser de dos naturalezas. No miré hacia allí e intenté mantener la atención de Sweetie más tiempo. Pero hubo un pequeño ruido, tal vez el sonido de un papel aplastado contra el suelo, y eso fue suficiente para Sweetie. Se volvió en redondo con el rifle y disparó. Un alarido y un lamento rompieron la oscuridad del extremo sur del callejón.
Andy aprovechó el momento y disparó contra Sweetie Des Arts mientras ésta le daba la espalda. Me aplasté contra la pared desigual de ladrillo del viejo local del Feed and Seed y cuando el rifle se despegó de su mano, vi la sangre asomando por la comisura de su boca, negra bajo la luz de las estrellas. Se derrumbó en el suelo.
Mientras Andy se abalanzaba sobre Sweetie sin soltar su pistola, me abrí paso entre ellos para averiguar quién había acudido en nuestra ayuda. Encendí la linterna y descubrí a un hombre lobo muy malherido. Por lo que el grueso pelaje permitía ver, la bala de Sweetie había impactado en pleno pecho.
—¡Coge el móvil! —le grité a Andy—. ¡Pide ayuda! —Presioné con fuerza la herida sangrante, confiando en estar haciendo lo más adecuado. La herida se movía de forma desconcertante, pues el lobo estaba en pleno proceso de recuperar su forma humana. Miré hacia atrás y vi que Andy seguía sumido en un valle de lágrimas por el horror de lo que acababa de hacer—. Muérdele —le dije a
Dean,
y éste se acercó al policía y le hincó los dientes en la mano.
Andy gritó, claro está, y levantó el arma como si fuera a disparar al sabueso.
—¡No! —chillé, levantándome de un salto y abandonando al hombre lobo herido—. Utiliza el teléfono, idiota. Pide una ambulancia.
La pistola cambió de dirección y pasó a apuntarme a mí.
Durante un eterno y tenso momento pensé que había llegado la hora de mi muerte. A todos nos gustaría matar lo que no comprendemos, lo que nos da miedo, y yo le daba mucho miedo a Andy Bellefleur.
Pero la pistola empezó a temblar y Andy dejó caer la mano hacia su costado. Me miraba como si acabara de comprenderlo todo. Hurgó en su bolsillo en busca del teléfono. Para mi alivio, enfundó el arma después de marcar el número.
Me volví hacia el hombre lobo, ahora completamente humano y desnudo. Mientras, oí que Andy decía:
—Ha habido un tiroteo en el callejón que hay detrás de los viejos locales del Feed and Seed y la tintorería Patsy, en Magnolia Street, enfrente del Sonic. Sí, eso es. Dos ambulancias, dos heridos de bala. No, yo estoy bien.
El hombre lobo herido era Dawson. Luchaba por abrir los ojos y respiraba con dificultad. El dolor que debía de sufrir era inimaginable.
—Calvin —intentaba decir.
—Ahora no te preocupes. La ambulancia está en camino —le dije. Había dejado la linterna en el suelo a mi lado y el haz de luz iluminaba sus enormes músculos y su pecho desnudo y velludo. Tenía frío, evidentemente, y me pregunté dónde habría dejado la ropa. Me habría gustado disponer de su camisa para realizarle un torniquete. La herida sangraba aún en abundancia. Intenté presionarla con las manos.
—Me dijo que pasara mi último día vigilándote —dijo Dawson. Tiritaba de la cabeza a los pies. Realizó un intento de sonrisa—. Le dije: «Pan comido». —Dejó de hablar, acababa de quedarse inconsciente.
En aquel momento entraron en mi campo de visión los zapatos negros de Andy. Estaba segura de que Dawson moriría, y ni siquiera conocía su nombre de pila. No tenía ni idea de cómo íbamos a explicar a la policía la presencia de un hombre desnudo. Esperad un momento..., ¿dependía eso de mí? ¿No era Andy quién tenía que dar explicaciones?
Como si acabara de leerme la mente —para variar—, dijo Andy en aquel momento:
—Lo conoces, ¿verdad?
—Muy por encima.
—Pues tendrás que decir que os conocíais bastante bien, para explicar eso de que vaya desnudo.
Tragué saliva.
—De acuerdo —dije después de una breve y sombría pausa.
—Estabais los dos aquí buscando a su perro. Tú —le dijo Andy a
Dean
—. No sé quién eres, pero sigue siendo perro, ¿me has oído? —Andy se retiró, nervioso—. Y yo estoy aquí porque venía siguiendo a la mujer..., actuaba de forma sospechosa.
Asentí, sin dejar de prestar atención al sonido de la respiración de Dawson. Ojalá pudiera darle mi sangre para curarle, como si fuera un vampiro. Si tuviera algunos conocimientos de primeros auxilios... Pero los coches de la policía y las ambulancias ya llegaban. En Bon Temps todo está cerca y el hospital de Grainger era el que quedaba más próximo a la parte sur de la ciudad.
—He oído su confesión —dije—. He oído cómo decía que disparó a todos los demás.
—Dime una cosa, Sookie —dijo Andy precipitadamente—. Antes de que llegue todo el mundo. Halleigh no tendrá nada raro, ¿verdad?
Me quedé mirándolo, sorprendida de que en este momento pudiera pensar en una cosa como aquélla.
—Nada raro exceptuando esa manera estúpida que tiene de deletrear su nombre. —Entonces recordé quién había disparado a la zorra que yacía en el suelo apenas a un metro de distancia de donde estábamos—. No, no tiene nada de raro —dije—. Halleigh es de lo más normal.
—Gracias a Dios —dijo—. Gracias a Dios.
Y entonces apareció Alcee Beck en el callejón y se detuvo en seco, intentando dar sentido a la escena que tenía ante él. Le seguía Kevin Pryor, y a continuación apareció la pareja de Kevin, Kenya, con su arma desenfundada. El personal de la ambulancia permaneció inactivo hasta tener la seguridad de que nadie corría peligro. Yo me encontré de pie contra la pared y cacheada. Kenya no hacía más que decir «Lo siento, Sookie» y «Tengo que hacerlo», hasta que yo le dije:
—Hazlo y ya está. ¿Dónde está mi perro?
—Se ha marchado corriendo —dijo Kenya—. Me imagino que las luces lo habrán espantado. Es un sabueso, ¿no? Volverá solo a casa. —Finalizado el cacheo, dijo—: ¿Cómo es que este hombre está desnudo, Sookie?
Aquello no era más que el principio. Mi coartada era terriblemente débil. Adiviné la incredulidad en el rostro de todos los presentes. La temperatura no era precisamente la más adecuada para hacer el amor al aire libre y yo iba completamente vestida. Pero Andy me respaldó en todo momento y nadie dijo que no hubiese sucedido como yo acababa de contarlo.
Unas dos horas después, me dejaron volver a mi coche para regresar al adosado. Lo primero que hice cuando entré fue llamar al hospital para averiguar qué tal estaba Dawson. No sé cómo, pero Calvin acabó poniéndose al teléfono.