—Concedido.
—Le entregaré una copia del informe también al señor Valenzuela, para el caso de que necesite refrescarse la memoria.
Ford extrajo de su portafolios dos sobres de papel manila y le entregó uno a Valenzuela, que lo aceptó de mala gana, como si no necesitara o no quisiera refrescar la memoria.
—El informe del laboratorio de policía —explicó Ford— se ocupa de las muestras de sangre obtenidas en cuatro áreas principalmente: el suelo del comedor de los peones, el trozo de manga de camisa enganchado en la hoja de yuca, el cuchillo
mariposa
que Jaime encontró en el campo de calabazas y la boca del perro muerto. ¿Es así, señor Valenzuela?
—Sí, señor.
—Vamos a cogerlas en el orden mencionado. Primero, la sangre que había en el suelo del comedor de los peones.
—Se encontraron dos grupos en cantidad considerable, grupos B positivo y grupo AB negativo. Ambos grupos son raros, ya que el AB negativo, por ejemplo, sólo se encuentra en un cinco por ciento de la población.
—¿Qué hay de la sangre que se encontró en el trozo de manga de camisa?
—También había dos grupos. La cantidad menor pertenecía al grupo B, como parte de la sangre que había en el suelo, y el resto era del grupo O. Es el grupo más común, que se encuentra aproximadamente en un cuarenta y cinco por ciento de la población.
—¿Qué grupo sanguíneo se encontró en el cuchillo?
—AB negativo.
—¿Y en la boca del perro?
—Grupo B positivo.
—La cantidad de sangre que se encontró y el hecho de que perteneciera a tres grupos diferentes, ¿le permitió llegar a alguna conclusión?
—Sí, señor.
—¿Por ejemplo?
—Que tres personas intervinieron en una pelea. Dos de ellas resultaron gravemente heridas, y una tercera en menor grado.
—La sangre del grupo O que se encontró en la manga de la camisa, ¿pertenecía a ese tercer hombre?
—Sí, señor.
Ford extrajo de su portafolios una bolsa de plástico transparente que contenía un trozo de tela escocesa azul y verde.
—¿Es ésta la manga a la que se refiere usted? —interrogó.
—Sí, señor.
—La presento como prueba.
Algunos de los espectadores se inclinaron hacia delante para ver mejor, pero no tardaron en volver a recostarse en sus asientos. La sangre del año pasado no era mucho más interesante que las manchas de café del año pasado.
—Ahora, señor Valenzuela, dígame qué hechos se pudieron establecer gracias al contenido de esta bolsa de plástico.
—La manga pertenece a una de las miles de camisas similares que Sears y Roebuck venden por catálogo o en sus sucursales al por menor. La camisa es de algodón puro y existe en cuatro combinaciones de colores y en tamaño pequeño, mediano y grande. El precio de catálogo es de tres dólares y noventa y cinco centavos. Los números de modelo y de lote figuran en el informe de mi investigación.
—¿Cuántas camisas de ese modelo, color y tamaño cree usted, señor Valenzuela, que vendieron Sears y Roebuck durante el año pasado y el anterior?
—Miles.
—¿Trató usted de individualizar la venta de esa camisa en particular a una persona determinada?
—Sí, señor, pero fue imposible.
—Pero se pudieron establecer algunos hechos referentes al hombre que usó la camisa, ¿no es así?
—Sí, señor. Por un lado, era pequeño; medía tal vez menos de un metro sesenta y siete y pesaría alrededor de los cincuenta y ocho kilos. Algunos pelos que estaban adheridos al interior del puño de la camisa indican que era de piel oscura, pero no de raza negroide.
—Dada la proximidad de la frontera mejicana y el hecho de que un gran porcentaje de la población de la zona es mejicana o tiene ascendencia mejicana, ¿hay una considerable probabilidad de que el dueño de la camisa fuera de esa nacionalidad?
—Sí, señor.
—¿Examinó usted mismo el puño de la camisa, señor Valenzuela?
—Sólo superficialmente. El verdadero examen lo hicieron en el laboratorio de policía de Sacramento.
—¿Se descubrió alguna otra cosa significativa además de los pelos?
—Bastante suciedad y aceite.
—¿Qué clase de suciedad?
—Partículas de tierra arenosa y alcalina, del tipo que se encuentra en los sectores desérticos irrigados del Estado, como es el nuestro. En la muestra había un elevado contenido de nitrógeno que indicaba que recientemente se le había adicionado un fertilizante comercial que se usa en la mayoría de los ranchos de la zona.
—¿Y el aceite mezclado con la suciedad?
—Era sebo, la secreción de las glándulas sebáceas humanas. Por lo común es una secreción abundante en la gente más joven y más activa, y disminuye con la edad.
—De manera que empezamos a tener una imagen del hombre que usó la camisa —expresó Ford—. Era menudo y moreno, probablemente mejicano. Trabajaba en uno de los ranchos de la zona. La sangre que había en su camisa era del grupo O. Y se metió en una pelea en la cual intervinieron por lo menos otras dos personas. ¿Sería posible reconstruir la parte que desempeñó ese hombre en la pelea?
—Creo que sí. Las pruebas parecen indicar que en la primera parte de la pelea resultó lo bastante herido como para sangrar y que se le desgarró la manga de la camisa. Entonces decidió escapar antes de que las cosas se pusieran peor y mientras lo hacía la manga rota se le enganchó en una de las hojas de una yuca y se le acabó de romper.
—¿Y los otros dos hombres?
—Terminaron la pelea —respondió secamente Valenzuela.
—¿Qué puede decirnos de ellos?
—Como ya dije, pertenecían a grupos sanguíneos diferentes, B y AB, y los dos sangraron considerablemente, sobre todo el del grupo AB.
—¿Sobre el suelo del comedor de los peones?
—Sí, señor.
—¿Se recogieron muestras de sangre del suelo para llevarlas al laboratorio de policía de Sacramento?
—No, señor. Se recogió y se envió al laboratorio un trozo del suelo mismo, porque con ese método el análisis es más preciso.
—Para simplificar las cosas me referiré a cada uno de los tres hombres designándolos por su grupo sanguíneo. ¿De acuerdo, señor Valenzuela?
—Sí, señor.
—Entonces O sería el muchacho moreno que llevaba camisa escocesa azul y verde y que abandonó la pelea después de haber recibido una herida superficial.
—Sí.
—Ahora vamos a ocuparnos de B. ¿Qué sabemos de él?
—En la boca del perro se encontraron rastros de sangre del grupo B.
—¿Se refiere a Maxie, el perro de Robert Osborne?
—Sí.
—Como es muy improbable, si no imposible, que Robert Osborne haya sido atacado por su propio perro, lo primero que sabemos es que B no era Robert Osborne.
—Hay otra prueba en ese sentido.
—¿Cuál es?
—Los fragmentos de tejido, piel y pelo humano que se encontraron en la boca del perro señalaban que B era de piel morena y pelo oscuro, y el señor Osborne no era ninguna de las dos cosas. Además, entre los dientes del perro había un trocito de tela, que era una sarga rústica de algodón azul marino, del tipo que se usa para los vaqueros Levis. Cuando el señor Osborne salió de casa llevaba pantalones de gabardina gris y, en realidad, no tenía ningún Levis, porque la ropa de trabajo que usaba era de telas más ligeras y de color más claro, ya que en el valle hace mucho calor.
—Volviendo un momento al perro, ¿cuándo y dónde lo encontraron?
—Lo encontraron por la mañana del lunes siguiente, el 16 de octubre, cerca del ángulo donde el camino del rancho de los Osborne se une al camino que lleva a la carretera principal. El punto exacto no figura en el mapa que hay sobre el tablero.
—¿En qué circunstancias?
—Algunos chicos del rancho de los Polks, que es vecino del señor Bishop, iban al sitio donde les espera el autobús escolar cuando encontraron el cuerpo del perro debajo de un arbusto de creosota. Le avisaron al conductor del autobús y éste nos llamó.
—¿Se le hizo la autopsia al perro?
—Sí, señor.
—Infórmenos brevemente de los hechos.
—Había fracturas múltiples del cráneo y de las vértebras que señalaban que el perro había sido atropellado y mortalmente herido por un vehículo en movimiento, que podía ser un automóvil.
—O un camión.
—Así que sabemos con seguridad —enumeró Ford consultando otra vez sus notas— que el hombre a quien llamamos B era moreno y de pelo oscuro, que llevaba Levis y que el perro le mordió. ¿Qué más?
—Era el dueño del cuchillo
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, o por lo menos fue el que lo usó.
—¿Cómo puede estar seguro de eso?
—La sangre que había en el cuchillo pertenecía al otro hombre, a AB.
—¿Sabe usted quién era el otro hombre?
—Sí, señor. Robert Osborne.
Aunque en la sala no había nadie que no se hubiera imaginado la respuesta, la verbalización del nombre pareció provocar una reacción de sorpresa en el grupo: profundas inhalaciones simultáneas, movimientos súbitos, susurros y cuchicheos.
—Señor Valenzuela, informe al tribunal por qué está tan seguro de que el tercer hombre era Robert Osborne.
—Los fragmentos de cristal que se encontraron en el suelo del comedor de los peones fueron identificados por el oculista doctor Paul Jarrett como pertenecientes a las lentes de contacto que le había recetado a Robert Osborne durante la última semana de mayo de 1967.
—¿El informe del doctor Jarrett consta en acta?
—Sí, señor.
—Sin entrar en detalles técnicos, ¿puede informar al tribunal hasta qué punto se pueden distinguir unas lentes de contacto?
—No son absolutamente únicas como lo son, por ejemplo, las huellas digitales. Pero cada lente tiene que ser adaptada al ojo con tal precisión que es muy improbable que pueda cometerse un error de identificación.
—Ya que ha hablado usted de huellas digitales, señor Valenzuela, sigamos con el tema. Al leer el informe del caso me sorprendió la poca atención que se presta a las huellas digitales. ¿Quiere explicármelo?
—Se tomaron gran cantidad de huellas de las puertas, paredes, mesas, bancos y demás. Ese era el problema. Todo el mundo y alguien más había estado entrando y saliendo en el comedor de los peones —Valenzuela se detuvo un momento con aire culpable, como si hubiera cometido un delito punible al expresarse en un lenguaje no autorizado en los códigos oficiales—. Había demasiadas huellas digitales en el edificio y sus alrededores para que fuera posible clasificarlas y compararlas en forma adecuada.
—Ahora bien, señor Valenzuela, el 8 de noviembre, casi cuatro semanas después de la desaparición de Robert Osborne, arrestaron a un hombre llamado John W. Pomeroy en un bar de Imperial Beach. ¿Cierto?
—Sí, señor.
—¿De qué se le acusaba?
—Embriaguez y desorden.
—Cuando registraron al señor Pomeroy, ¿se encontró entre sus efectos algo vinculado con este caso?
—Sí, señor.
—¿De qué se trataba?
—De una tarjeta de crédito emitida por el Pacific United Bank a nombre de Robert Osborne.
—¿Cómo llegó a poder del señor Pomeroy?
—Dijo que la había encontrado y comprobamos la historia. A comienzos de esa semana se produjo la primera lluvia de la estación en el valle. El río se desbordó, o se hizo ver, que es más exacto, y arrastró cantidad de basuras que se habían ido acumulando durante meses. Pomeroy era un vagabundo de toda la vida y buscar en los montones de basuras era algo así como su segunda naturaleza. Encontró la tarjeta de crédito a unos quinientos metros del rancho de los Osborne, río abajo.
—¿Se puede interrogar al señor Pomeroy sobre este caso?
—No, señor. A la primavera siguiente murió de neumonía en el hospital del Condado.
—Salvo la tarjeta de crédito que se encontró en su poder, ¿hay alguna otra cosa que le relacione con la desaparición de Robert Osborne el trece de octubre?
—No, señor. El trece de octubre Pomeroy estaba en la cárcel de Oakland.
—Presentamos como prueba el objeto número cinco, la tarjeta de crédito emitida a nombre de Robert Osborne por el Pacific United Bank… Hay otro punto que quisiera ver en este momento, señor Valenzuela. Hace un momento usted dijo que la sangre que había en el cuchillo
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era del grupo AB negativo, muy poco común y que se encuentra aproximadamente en un cinco por ciento de la población. ¿Pertenecía Robert Osborne a ese cinco por ciento?
—Sí, señor.
—¿Puede usted probarlo?
—En el verano de 1964 el señor Osborne fue sometido a una operación de apendicitis. Se hicieron los exámenes de sangre preparatorios de rutina y los archivos del hospital indican que la sangre de Robert Osborne era AB negativa.
El juez Gallagher había ido hundiéndose más y más en su silla, mientras los brazos cruzados sobre el pecho daban a su vestimenta negra el aspecto de una camisa de fuerza. Durante la mayor parte del tiempo mantenía los ojos cerrados. La luz de la sala de audiencias había sido hábilmente graduada por los expertos: era demasiado brillante para mirarla y demasiado tenue para poder leer.
—No hay jurisprudencia sobre este punto, señor Ford —anunció el juez Gallagher sin abrir los ojos—, pero cuando se trata de establecer la muerte de una persona ausente, es de práctica general incluir una orden de búsqueda diligente.
—A eso iba. Señoría —respondió Ford.
—Muy bien. Adelante.
—Señor Valenzuela, ¿llevó usted a cabo una búsqueda diligente de Robert Osborne?
—Sí, señor.
—¿Qué tiempo abarcó?
—Desde las once de la noche del 13 de octubre de 1967 hasta la mañana del 20 de abril de 1968, en que presenté mi renuncia en comisaría.
—¿Y el área cubierta?
—¿Por mí personalmente, o por todos los que estuvieron relacionados con el caso?
—Toda el área cubierta durante la investigación.
—Los detalles están en mi informe. Pero puedo resumir diciendo que la búsqueda del señor Osborne y la búsqueda de los peones desaparecidos terminaron por ser lo mismo. La investigación se extendió desde el rancho de los Osborne a todos los grandes centros agrícolas de California donde se trabaja con mano de obra eventual; abarcamos los valles de Sacramento y San Joaquín y el Valle Imperial, algunos sectores de diversos condados, como San Luis Obispo, Santa Bárbara y Ventura. Fuera del Estado se incluyeron lugares que habían servido como centros de recepción durante el programa de braceros, como Nogales, en Arizona, y El Paso, Hidalgo y Eagle Pass, en Texas.