Más Allá de las Sombras (45 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—Si estás buscando particularidades de Durzo, cada vez verás menos. Ya no mastico ajo, por ejemplo. Y me estoy librando de las demás tan rápido como puedo. Una cara nueva no sirve de mucho si todo lo demás lo haces igual. Ya he pasado por esto unas cuantas veces. Vamos, que si necesitas que te demuestre quién soy, vamos a aclararlo de una vez por todas.

—Durzo me contó una cosa que nunca le había explicado a nadie más. Has tenido un montón de nombres, y siempre habías escogido algo con significado: Ferric Cordefuego, Gaelan Fuego de Estrella, Hrothan Doblaceros... Hasta el resto de los ejecutores tenían nombres que significaban algo: Hu Patíbulo, Wrable Cicatrices... ¿Por qué Durzo Blint? ¿Es otro juego de palabras en jaerano antiguo?

Dehvi se rió.

—Es una pregunta con truco. En realidad nunca te expliqué por qué lo había escogido. Pero, por responder, tenía que ser Durzo Blindaje. Estaba borracho y me dio hipo a la mitad. Alguien entendió
Blint
y no me importaba lo suficiente para corregirle. ¿Otra?

—Blindaje tiene mucho más sentido, viejo bastardo.

—Solo por naturaleza, no de nacimiento. ¿Algo más?

Kylar se puso serio.

—¿Qué cuesta la inmortalidad?

—Directo a las tripas, ¿eh? —dijo Durzo. Carraspeó y apartó la mirada—. Cada nueva vida cuesta la de alguien a quien amas.

Allí estaba, más claro que el agua. Si Durzo se lo hubiese dicho antes del golpe, todo sería diferente. Claro que Durzo había intentado contárselo, en la carta.

—¿Hay algún modo de impedirlo? —preguntó Kylar.

—¿Te refieres a impedir tu inmortalidad o a impedir que mate a algún otro?

—Cualquiera de las dos cosas. Las dos.

—El Lobo nunca me explicó los límites; quizá no los conocía ni él. Procuré evitar cualquier cosa que destruyera por completo mi cuerpo, como arder o que me descuartizaran.

—¿Y Curoch?

Durzo le lanzó una mirada penetrante.

—Un golpe mortal de Curoch haría saltar en pedazos la magia de la inmortalidad. Jorsin temía al Devorador. Se aseguró de que hubiese al menos un modo de matar a un inmortal.

Kylar se sintió descolocado de repente. Estaba hablando con alguien que había conocido a Jorsin Alkestes. ¡Jorsin Alkestes! Y Jorsin había temido la magia que él poseía.

—¿Qué pasa con lo de impedir que se cobre la vida de otro? —preguntó.

Durzo suspiró.

—¿Te crees que en siete siglos no lo intenté? Es una magia profunda, chaval. Una vida por otra. El Lobo puede retrasarlo, pero no impedirlo, y aun eso le resulta difícil.

Kylar se aclaró la garganta.

—¿Y si, hum, y si Curoch me matase durante el intervalo entre mi muerte y la de la persona que va a morir por mí?

La expresión de Durzo dejaba claro que la pregunta de Kylar era demasiado concreta para que le restase importancia como teórica.

—Chico, no tienes ni idea de cómo es Curoch...

—Sí que lo sé, la tiré al bosque de Ezra.

—¡¿Que qué?!

—Hice un trato con el Lobo. No vi tu nota hasta más tarde.

Durzo se frotó las sienes.

—¿Y qué te dio a cambio del artefacto más poderoso del mundo?

—Me devolvió a la vida más deprisa... y me devolvió el brazo, que, bueno, yo me había cortado.

La mirada impasible de Durzo le resultaba más que familiar, a pesar de proceder de unos ojos almendrados. Sugería que estaba contemplando unas simas de estupidez sin fondo conocido.

—Y entre asesinar a un rey dios y una reina cenariana y rescatar a un hombre del Agujero y hacerlo rey, ¿cuándo encontraste un momento libre para hallar y perder la espada mágica más codiciada del mundo? —preguntó.

—Solo tardé una semana. Lantano Garuwashi la tenía. Me batí en duelo con él por la espada.

—¿Es tan bueno como dicen?

—Mejor. Y ni siquiera tiene Talento.

—Entonces, ¿cómo ganaste? —preguntó Durzo.

—¡Oye! —protestó Kylar.

—Kylar, yo te entrené. No eres el mejor. Algún día, tal vez. De modo que, o no es tan bueno como dicen, o tuviste suerte o hiciste trampas.

—Tuve suerte —reconoció Kylar—. ¿Tan malo es? Me refiero a lanzar Curoch al bosque.

—¿Sabes quién es el Lobo? —preguntó Durzo.

—Esa era la siguiente pregunta.

—Sería mejor preguntar quién era el Lobo. Nadie sabe lo que es ahora.

—Picaré. ¿Quién era el Lobo? —inquirió Kylar.

—En la corte de Jorsin Alkestes, había un mago con los ojos dorados. Tenía un poquito menos de Talento que el propio Jorsin en términos de poder en bruto, pero mientras que Jorsin tuvo que aprender las artes de la guerra, el liderazgo y la diplomacia, además de la práctica de la magia, el mago de los ojos dorados solo tenía las artes arcanas que estudiar, y era la clase de genio de la magia que nace una vez cada mil años. Tenía pocas virtudes y aun menos amigos, pero Jorsin lo era todo para él. En la guerra, lo perdió todo: a Jorsin, todos sus tomos de magia, a su único otro amigo, Oren Razin, y a su prometida. También perdió su cordura, y nadie sabe si alguna vez llegó a recuperarla. Se escondió en un bosque donde pudiese plantar cara a su odio. El bosque, por supuesto, adoptó su nombre.

—El bosque de Ezra —susurró Kylar—. ¿El Lobo es Ezra?

—Jorsin tenía un buen amigo que le traicionó, un hombre llamado Roygaris Ursuul.

—Oh, Dios.

—Durante la guerra, Roygaris Hizo algo... consigo mismo. Lo llamamos el Rapiñador. Era invulnerable a la magia, más rápido que el pensamiento. Mató a millares de los nuestros. —Durzo se tocó la mejilla—. Yo fui el primero en herirlo siquiera. Las marcas de la cara son de cuando su sangre me salpicó. La magia no pudo curarme. Después de la última batalla, el Rapiñador quedó malherido. En vez de matarlo, Ezra se lo llevó al bosque. Cincuenta años después, se produjo alguna especie de lucha por el poder, y todo ser viviente del bosque murió... como muere hasta el día de hoy, sea animal, krul, mago o la virgen más pura. Allí han perecido ejércitos del norte y del sur. Sea lo que sea, el Lobo lleva siete siglos coleccionando artefactos, y cuando hace un trato siempre sale ganando.

Kylar sintió un frío repentino.

—¿Qué le diste tú?

—Un par de los ka’kari. Los quiere todos... además de Curoch y Iures.

—¿Iures?

—El compañero de Curoch. La espada del poder y el báculo de la ley. Jorsin murió el día que Iures estuvo terminado, antes de poder usarlo. Nadie sabe qué fue de él.

—¿Pero qué intenta conseguir el Lobo?

—No lo sé. Kylar, nosotros hemos manejado un ka’kari, y su poder es increíble. Imagínate lo que podría hacer un archimago con siete ka’kari, Curoch y Iures. Aunque el Lobo sea Ezra, ¿confiarías a un loco tanto poder? ¿Te lo confiarías a ti mismo siquiera? ¿Y si el Lobo no es Ezra, y si es Royganis?

—O sea que te has opuesto a él —dijo Kylar.

—Después de darle el ka’kari marrón, cambié de idea. Desde entonces, he ido esparciendo ka’kari por los confines de la tierra. No es una ambición a corto plazo. El Lobo ha tardado setecientos años en reunir unos pocos ka’kari y ahora Curoch, y quizá Iures. No le importa si tarda otros cien años en conseguir el resto. Esto forma parte de la carga que llevas a la espalda. Asegúrate de que no los consigue todos.

—Pero podría estar de nuestro lado —dijo Kylar.

—Díselo a todos los inocentes que ha asesinado.

—¿Qué le digo a los inocentes que tú has asesinado?

Durzo parpadeó. Se mordisqueó el labio.

—El problema del ka’kari negro es que no funciona en un espejo. Nunca logré ver el estado de mi propia alma, y tú tampoco verás el tuyo. Pero, si lo deseas, súbetelo a los ojos ahora mismo. Júzgame.

Kylar no se atrevió. Durzo había envenenado a docenas de personas solo durante el golpe. A buen seguro había cientos, millares de muertes más en su alma. Si Kylar veía una culpa profunda, tal vez fuera incapaz de refrenarse de matarlo. O al menos intentarlo. No era una pelea que quisiera ganar, y ahora que sabía el precio de perder la cosa todavía empeoraba más.

—¿Qué hago con el Lobo? —preguntó.

—Nada, de momento. Pero, si oyes que el monte Tenji ha dejado de escupir fuego por primera vez en dos siglos o te enteras de que el remolino Tlaxini se ha parado, tendrás que actuar deprisa. Como he dicho, esto no es una amenaza a corto plazo.

—¿Cuándo termina?

Durzo resopló. Desplazó la mano al cinturón, donde antes llevaba una bolsita de dientes de ajo. Se dio cuenta y apretó la mandíbula.

—Podrían pasar cientos de años. Podrían ser veinte. Darle a Curoch fue un gran error.

Gracias.

—¿Podemos ganar?

—¿Podemos? Yo ahora soy mortal, chico. Con suerte me quedan... ¿treinta, cuarenta años de vida? No ardo en deseos de enredarme con el Lobo. ¿Puedes tú ganar? Es posible. No puede vivir por siempre. Su magia es solo una imitación de la nuestra. De la tuya.

—Hizo un ka’kari negro, ¿por qué no fabricar otro para sí mismo? —preguntó Kylar.

—¿Hizo? No. Ezra lo encontró. Lo estudió para fabricar los otros, pero todos fueron copias inferiores.

—El ka’kari me contó...

—A ver si lo adivino: ¿algún rollo de que lo crearon con una
inteligencia limitada
? El ka’kari negro era antiquísimo cuando yo nací, Kylar. Te contó eso para que no te cagaras de miedo. Compartes tu cabeza con un ser cuyo poder eclipsa al tuyo.

—Yo no diría que mi poder eclipse exactamente al tuyo.

—Dale recuerdos a ese cabronazo —dijo Durzo.

—Te quería más de lo que tú te querías a ti mismo, Acaelus.

—Debo aconsejarte, sin embargo, que si te ordena que te muevas, te muevas —añadió Durzo.

Ya, gracias.
La primera vez que el ka’kari le había hablado, había sido para decirle que se agachara. No lo había hecho... y se había llevado un flechazo en el pecho al cabo de unos instantes.

—Espera —dijo Kylar—. No has llegado a responder a mi pregunta sobre lo de que Curoch me mate antes de que el ka’kari mate a alguien en mi lugar.

—No lo hagas —respondió Durzo—. No es el ka’kari el que mata a nadie. Somos nosotros. Tienes veinte años y has muerto ¿qué, cinco, seis veces? Eso no es culpa del ka’kari.

—Vale, es culpa mía. ¿Qué pasa con Curoch?

Un acceso de irritación asomó a la cara de Durzo, pero lo dejó pasar.

—Que te mate Curoch podría dejar viva a la persona a la que amas. Igual de posible es que mate a todos tus seres queridos. Es una magia salvaje. Curoch significa
la Hendidora
. No está pensada para trabajos finos. Es una mala apuesta, chaval.

Kylar suspiró con desconsuelo.

—Esto es un poco demasiado para asimilarlo de golpe.

—Pues absórbelo mientras cabalgamos. Estamos derrochando luz.

Cabalgaron hasta el anochecer y comieron juntos, pero hablando solo de naderías. Kylar le contó a Durzo todo lo que había pasado en su ausencia. Durzo se rió, a veces sin venir a cuento, como si le hiciera gracia el parecido con sus propios recuerdos, pero con mayor frecuencia de lo que Kylar recordaba haberlo visto reír nunca.

Entonces Durzo empezó a contarle historias. A Kylar le sorprendió descubrir en él a un narrador excelente.

—Fui bardo en una vida —explicó su maestro—. Lo hice para entrenar mi memoria. No se me daba muy bien.

Algunas de las historias que le contó le sonaban de las actuaciones de otros bardos que Kylar había oído, aunque los detalles eran muy diferentes. Le habló de un joven llamado Alexan el Bendito que sufrió un ataque de disentería en las montañas durante su primera campaña y, al quitarse los quijotes y bajarse los grebones de malla para agacharse entre los arbustos, cayó en una emboscada. Sus descripciones de Alexan luchando con una espada en una mano y tratando de subirse la armadura con la otra hicieron desternillarse a Kylar. Después Alexan se precipitó rodando montaña abajo y cayó desde treinta metros. Lo encontraron en el fondo sin un rasguño... ni calzas, que se habían quedado enganchadas en un árbol a tres metros del suelo del precipicio, lo que había frenado su caída y salvado su vida.

—Los tomii usaban
cagar
como intensificador, y por eso dijeron que tenía una suerte que te cagas, es decir, mucha. Así fue como se hizo famoso por el nombre de Alexan Suertudo de Cagarse. Más tarde algún mojigato lo tradujo por Alexan el Bendito. Era un buen chico. —Durzo se rió. Después su sonrisa se desvaneció—. Me rompió el corazón matarlo, pero al final se volvió necesario.

Kylar miró a su maestro largo y tendido.

—Ahora estás diferente —dijo.

Durzo no replicó nada durante un buen rato. Era como una oruga a medio metamorfosear. En un momento dado era el viejo Durzo duro como el acero, y al siguiente era aquel desconocido risueño que contaba batallitas.

—El Lobo ha trabajado conmigo durante casi setecientos años. Ezra y Roygaris fueron los mejores sanadores de la historia. El Lobo, sea el que sea de los dos, me ha visto morir y volver docenas de veces. Conoce la magia y cómo funcionaba exactamente el ka’kari con mi cuerpo. Pero no es un profeta. Por lo menos no de nacimiento, como Dorian. Así pues, aun con toda su magia, solo puede obtener fragmentos sueltos. Cuando morí, creo que dedicó mucho tiempo a reflexionar sobre si viviendo una vez más le ayudaría o le perjudicaría. Después decidió resucitarme.

Eso intrigó a Kylar. El Lobo había dicho que la resurrección de Durzo era un misterio, un don. ¿Estaba siendo modesto o de verdad no sabía cómo había regresado su maestro?

—En cualquier caso, para cuando el Lobo empezó a trabajar en mí, mi cuerpo estaba bastante podrido. O sea que me siento como un hombre nuevo. —Se sonrió y luego avivó su pequeña hoguera, observando las chispas.

—De modo que esta vida es diferente, ¿no es así? —preguntó Kylar.

—A veces amar es fácil, pero aceptar el amor es difícil. Yo era siempre el hombre que encabezaba la carga. El Devorador te roba eso. Dime, ¿qué clase de hombre pondría a su hija de ocho años en la punta de lanza de una carga de caballería? Un monstruo. Pero ¿qué clase de hombre se negaría a luchar cuando sus enemigos amenazan todo lo que le es querido? Por eso me entrenaba sin tregua. Por eso me convertí en una máquina de matar. Porque cada vez que no era lo bastante bueno, asesinaba a alguien a quien amaba. Creí que por fin había derrotado al amor cuando el ka’kari me abandonó, pero entonces allí estabas tú en la torre, plantado frente al destino y gritando
¡No!
. Mientras caías como un puto loco hacia el río me di cuenta de tres cosas. La primera, yo... te importaba.

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