Más Allá de las Sombras (10 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
9.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

Logan se quedó pálido. Con su delgadez, hacía que su cara pareciese una calavera gris con los ojos ardientes. Habló con voz inexpresiva.

—Para hacerse con el trono, mi padre habría tenido que asesinar a los hijos de la mujer a la que amaba.

—¿Y cuántos niños murieron porque no lo hizo? Esa es la carga del liderazgo, Logan: tomar la decisión cuando ninguna de las opciones es buena. Cuando los nobles no pagáis, otros tienen que hacerlo, gente como yo, niños sin nada.

Logan guardó silencio durante mucho rato.

—No estamos hablando de mi padre, ¿verdad?

—¡¿Dónde cojones está tu corona?! —preguntó Kylar indignado. A través del vínculo del pendiente, notó la preocupación de Vi por la maraña de emociones que captaba. La chica estaba sintiendo... maldición. Kylar intentó dejarla fuera, apartar los sentimientos a un lado.

El gigantón parecía abatido.

—¿Llegaste a conocer a Jenine de Gunder?

—¿Cuándo iba a conocer yo a una princesa?

Kylar tardó un segundo en recordar que Logan había estado casado con Jenine, aunque fuera solo por unas horas. El golpe de Khalidor se produjo la noche de bodas de Logan. Murió desangrada en los brazos de su amigo.

—Cualquiera pensaría que a estas alturas lo habría superado —dijo Logan—. De verdad, siempre supuse que una chica tan mona y feliz como ella tenía que ser estúpida. Qué gilipollas fui. Kylar, ¿has mirado alguna vez a los ojos de una mujer y descubierto que te hacía querer ser fuerte, y bueno, y fiel? ¿Protector, lanzado, noble? Encontrar a Jenine fue encontrar algo mejor de lo que me había atrevido a soñar. —Kylar no quería oírlo. Le recordaba a Elene. Y si pensaba en Elene, su furia moriría—. ¿Y tenía que pasar de eso a Terah de Graesin? —preguntó Logan—. No podía. Ni por una corona ni por nada.

—Pero vi cómo todos te hacían reverencias en el campo de batalla.

—Había empeñado mi honor... —Logan dejó la frase en el aire.

Kylar levantó las manos, exasperado. Los ojos de Logan se llenaron de una pena sorda.

—Hice lo que me pareció correcto.

—Lo que hay que ver, un rey haciendo lo que le parece correcto.

Kylar miró a Logan como no lo miraba desde que lo había rescatado del Agujero. Entonces solo había podido distinguir las heridas físicas. Ahora vio más. Al fondo de los ojos de Logan se adivinaba la gravedad de un profundo dolor.

—Volverías a hacerlo —dijo Kylar.

Logan se obligó a emitir una débil carcajada.

—Oye, que ya empiezo a tener dudas.

—No, no las tienes.

La risa murió.

—Sí las tengo —insistió Logan con voz queda, sin apartar los ojos de Kylar, una mirada que en ningún momento vaciló—. Pero sí, volvería a hacerlo. Soy así.

Logan nunca había estado más regio.

Tengo que verlo.
Kylar puso la mano en el brazo de su amigo y vio a Logan a través de sus propios ojos, menos guapo pero fiero, primitivo en la mugre del Agujero, royendo carne cruda de una pierna humana, llorando. Allí estaba odiando a los ojeteros, hundiéndose en la porquería, convirtiéndose en ojetero a sus propios ojos. Allí estaba imponiéndose al tenso lazo del hambre que lo reconcomía día y noche y decidiendo compartir con otros su próxima comida y así no dejar del todo de ser humano. Allí estaba, repartiendo alimentos y odiando a quienes los aceptaban, pero haciéndolo. Ese pequeño núcleo de nobleza se convirtió en la posesión más importante de Logan, y pagaría cualquier precio por ella.

Aquella revelación enlazaba con Serah Drake, que había sido la prometida de Logan antes de que el rey Gunder le obligase a casarse con la princesa Jenine. Logan había amado a Serah en su momento, pero aquel amor se había ido marchitando con los años hasta quedar sustentado tan solo por un falso cariño. Había estado dispuesto a casarse con la mujer equivocada porque no quería herir sus sentimientos. Romper su compromiso había sido lo correcto, pero qué cruel le había parecido. Sin embargo, si no hubiesen estado prometidos, Serah no habría estado en el castillo la noche del golpe. Seguiría viva. En el Agujero, compartir comida había sido lo correcto. Se le había antojado estúpido pero, al final, los ojeteros ayudaron a Logan porque él los había ayudado primero. El fracaso de Logan y su éxito le habían inculcado la misma lección: haz lo que sabes que es lo correcto, y al final obtendrás las mejores consecuencias.

Por ese motivo, pensó Kylar, Logan podría ser grande. Podía contarse con él. Era leal, era honesto y lucharía a muerte por hacer lo correcto. Siempre.

—Hemos recorrido mucho trecho los dos —dijo Kylar—. ¿Crees que podemos ser amigos?

—No. —Logan meneó la cabeza con gesto torvo—. No eres mi amigo. Eres mi mejor amigo.

Entonces sonrió, y el último año pareció desprenderse de la espalda de Kylar. Eran amigos de los que siempre darían la cara por el otro. Para Kylar, que siempre había guardado secretos inconfesables que lo ponían todo en peligro, la sensación era más grata de lo que podía expresarse con palabras.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

—Un recado más y luego, en fin... Voy a escribir un libro.

Kylar enarcó las cejas.

—Con el debido respeto, su ogredad, pero ¿sobre qué pensáis escribir un libro vos?

—Ya sabes que siempre me han gustado las palabras. Voy a escribir un libro de palabras.

—Tenía la impresión de que la mayoría de los libros lo eran.

—No compuesto de palabras. Voy a escribir un libro que defina todas las palabras de nuestro lenguaje. Lo llamaré
diccionario
.

—¿Escribirás en jaerano?

—Sí.

—¿Para definir palabras jaeranas?

—Eso es.

—¿O sea que ya tendrás que saber jaerano para leerlo?

—Haces que suene estúpido —dijo Logan, con la frente arrugada.

—Caramba —dijo Kylar, con un encogimiento de hombros de esos que decían
Me pregunto por qué será
.

La idea del corpachón imponente de Logan encerrado en un estudio a la luz de una vela, escudriñando manuscritos, resultaba cómica... solo que Logan se creía que iba en serio. Le gustaba el estudio, pero no era un erudito. Había nacido para mandar. Aquella idea del libro era una excusa para protegerse de ver los errores de Terah y de sus propios impulsos de hacer algo al respecto.

Hacía unos minutos, Kylar creía que podría descansar. Había cumplido la palabra que le dio al Lobo. Creía que en adelante sería libre para arreglar las cosas con Elene. Pero ahora Terah de Graesin era reina. Probablemente ya habría contratado a alguien para matar a Logan. El mejor modo de cancelar un contrato era cancelar al contratante. Y Terah de Graesin se merecía la cancelación.
Una muerte más, y puedo cambiar un país. Con Logan de rey, las cosas pueden ser diferentes. No tendrá por qué haber más hermandades o ratas de hermandad.
Elene todavía estaba a salvo en Waeddryn. Podía hacer aquello en una semana y después dirigirse allí.

—Mira, tenemos que hablar más, pero antes —dijo Logan— me estoy meando, y luego tendré que pensar qué hago con los khalidoranos y ese ejército lae’knaught.

—¿Qué ejército? —preguntó Kylar.

—Voy a... ¿Cómo que qué ejército? Tienes esa expresión tuya...

—Esos khalidoranos no son khalidoranos; los lae’knaught han sido exterminados, y necesitamos llegar a Cenaria antes que el ejército ceurí.

—¿El qué ceurí? ¿Cómo?

Kylar solo se rió.

Capítulo 14

Dorian estaba sentado en la sala de vertido, con el cántaro de mierda que llevaba atado a la espalda en equilibrio al borde de una de las tolvas. Era el último viaje de la jornada y Dorian estaba dolorido, agotado y de mal humor, y eso que se pasaba la mayor parte de todos los días en compañía de mujeres hermosas. El esclavo de la sala de vertido pasaba todas sus jornadas en aquella habitación inmunda, organizando a los sirvientes que entraban con los residuos humanos de toda la Ciudadela y encargándose del mantenimiento de los conductos de desagüe, y era el esclavo más feliz que Dorian había conocido nunca. Él todavía tenía arcadas cada vez que abría la puerta. ¿Cómo diablos podía Tobby tener esa alegría en el cuerpo?

Deslomado, Dorian estiró la espalda mientras esperaba a que Tobby terminase con el esclavo de las dependencias de los guardias. Tobby tiró de dos palancas, esperó unos instantes y después estiró una cadena al oír un tintineo lejano; entonces el esclavo desató la cuerda superior de su carga y Tobby inclinó el cántaro para verter su contenido por el conducto. Una cuerda atada a la parte inferior impedía que el recipiente se fuera detrás de los residuos tolva abajo.

Al acabar, Tobby se acercó a Dorian.

—¿Es tu último viaje?

Dorian bostezó y se estiró.

—Sí, ya... —Perdió el equilibrio y el peso del cántaro de porquería lo hizo caer de espaldas, por las fauces abiertas de un vertedor. Gritó... y se paró de sopetón cuando Tobby se lanzó sobre sus rodillas.

Durante un momento pasó por un calvario mientras el peso del cántaro tiraba de los tendones de sus piernas y su abdomen, intentando precipitarlo al vacío o partirlo en dos pero, a medida que el cántaro destapado derramaba su contenido, el dolor fue amainando.

En cuanto el recipiente estuvo vacío, Tobby pudo ayudarlo a sacar el cuerpo de la tolva.

—Querías seguir a tu predecesor, ¿eh? —dijo.

—¿Qué?

Tobby soltó una risilla.

—¿Por qué te crees que necesitaban otro eunuco? El último acarreador de harén hizo lo mismito que tú, solo que ese día no estuve tan rápido.

—Mierda —dijo Dorian.

Tobby soltó una carcajada como el rebuzno de un burro. No era posible que al tipo le hiciesen gracia las heces. Dorian empezó a estremecerse por lo cerca que había tenido la muerte. Dios bendito, ni siquiera se le había ocurrido usar su Talento.

—Lo más curioso es —explicó Tobby— que ni siquiera murió de la caída. Ellos lo mataron.

—¿Qué quieres decir? ¿Adónde va a parar este conducto, ahora que lo dices?

—¿Adónde va a cagar este conducto, ahora que lo dices? —lo imitó Tobby con otra carcajada—. En las minas. Casi les llueve encima a los hideputas desgraciados de ahí abajo. En cuanto Arry se cayó por la tolva, lo dirigí hacia una de las seguras. Le habría salvado la vida, si hubiese sido sensato.

—¿Las seguras? —preguntó Dorian.

—Eres un ignorante de mierda, ¿eh? —Dio un puñetazo en el brazo a Dorian—. Esta ha estado bien, ¿eh? ¿Eh?

—Muy buena —dijo Dorian, que se obligó a sonreír.

—Me he quedado contigo, ¿eh?

—Del todo.

—Tengo un millón como esa —aseveró Tobby.

—Estoy seguro. —
Si ha habido alguna vez un hombre que mereciera su esclavitud, acabo de conocerlo
—. ¿Por qué algunas tolvas son seguras? —preguntó Dorian.

—Estos conductos llevan cienes de años aquí. Primero solo había uno. Al principio la caída era solo de unos dieces de metros, desde el final de la tolva hasta el fondo del despeñadero; pues bien, después de unos cienes de años de veinte mil personas tirando mierda, dejó de haber caída, directamente. El bueno de Bertold el Mochales se puso de lo más nervioso al pensar que un ejército o los mismísimos esclavos del foso podrían escalar por el vertedor y atacar la Ciudadela desde dentro. O sea que construyó esto. Ahora, cuando la mierda se acerca a quince metros del final de una tolva, cambiamos a otra. Dejamos que la primera descanse hasta que todo se vuelve terroso. Entonces los esclavos del foso se lo llevan con carretillas y los guardias lo venden como abono. Eso sí, tengo que usar todos los vertedores por lo menos una vez al día para que no se oxiden, y por eso los esclavos de las minas no saben dónde hay tierra firme bajo unos centímetros de mierda y dónde la sopa es lo bastante profunda para ahogarse en ella. Cuando Arry cayó, cambié de vertedor para que tuviera una oportunidad.

—Debiste de hacerlo muy rápido —comentó Dorian.

Tobby chasqueó la lengua y tiró de la tercera y la octava palancas y después de la última cadena. Tardó unos tres segundos.

Dorian silbó mientras se grababa las posiciones en la memoria.

—¿Qué fue de él?

—Mandó a la mierda a uno de los meisters de abajo. Tampoco le culpo, debía de llevar un susto encima que te cagas.

—Diría que tuvo un día de mierda. —Dorian se sintió sucio por la bromita.

—Ajá —dijo Tobby, que no la había pillado—. Hay dos meisters vigilando a los esclavos del foso. No les hace gracia. Siempre están de un humor de mierda. Dieron una buena tunda a Arry. —Meneó la cabeza con aire luctuoso. Al cabo de un momento sonrió—. Un humor de mierda, ¿eh? ¿Eh? —Volvió a golpear a Dorian en el brazo con el puño.

Dorian se rió como se esperaba de él.
Con dos meisters podría.

Cuando Dorian regresó de vaciar la porquería, las concubinas estaban lamentándose a voz en grito. Nunca había oído nada parecido. Dejó el cántaro en el suelo y miró a Saltamontes.

—Es el rey dios —susurró el anciano, paralizado por el sonido procedente de la habitación contigua—. Acaba de llegar la noticia. Está muerto.

A Dorian le dio un vuelco el corazón.
Mi padre ha muerto.

Entró en la sala grande del harén como un sonámbulo. Había casi doscientas mujeres reunidas en el frío y lujoso espacio de mármol. Se desgarraban la ropa, se mesaban el pelo, se golpeaban los pechos desnudos y se arañaban formando surcos sanguinolentos en su piel de alabastro. De sus ojos pintados con kohl manaban lágrimas negras. Algunas se habían postrado en el suelo, donde lloraban desconsoladas. Otras se habían desmayado.

En el dolor, como en el amor y la bebida, el pueblo de Dorian era extravagante, pero las lágrimas de aquellas mujeres no eran para la galería. Todas habían reverenciado y temido al rey dios, y un puñado de ellas debían de haberse atrevido a amarlo. Ninguna de sus concubinas favoritas estaba presente. Nadie daría parte de quién había llorado y quién no. Sin embargo, su santidad había sido el centro alrededor del cual habían girado sus vidas. Sin ese centro, todo se venía abajo.

Las obligarían a arrojarse a la pira de Garoth para acompañarlo al más allá y ser sus esclavas eternamente. Y a Garoth siempre le habían gustado las jovencitas.

Dorian vio a una chica preciosa, Pricia. No tenía más de catorce años y acababa de hacerse mujer; estaba sentada a solas, con la mirada perdida. Todavía era virgen. La intención de Yorbas Zurgah había sido ofrecérsela como presente al rey dios cuando este llegara a casa.

Other books

Meant To Be by Karen Stivali
Love, Rosie by Cecelia Ahern
The Slow Moon by Elizabeth Cox
Vintage Pride by Eilzabeth Lapthorne
The Northern Approach by Jim Galford
Priceless by Raine Miller
A Lovely Sunday for Creve Coeur by Tennessee Williams