Marte Verde (82 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Marte Verde
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A pesar de todo, había señales alentadoras. Nadia estaba en Fosa Sur, formando un poderoso movimiento que parecía estar bajo su influencia y muy cerca de los planteamientos de Nirgal. Vlad, Ursula y Marina habían vuelto a ocupar los viejos laboratorios de Acheron, bajo la égida de la compañía de bioingeniería de Praxis, nominalmente al cargo. Mantenían un contacto continuo con Sax, refugiado en el cráter Da Vinci con su viejo equipo de terraformación, que recibía la ayuda de los minoanos de Dorsa Brevia. La habitación de aquel gran túnel de lava se había extendido hacia el norte mucho más que en los tiempos del congreso, y muchos de los nuevos segmentos se habían destinado a albergar a los fugitivos que venían de los refugios destrozados o abandonados del sur, además de diferentes industrias. Maya vio vídeos de gente conduciendo por inacabables segmentos cubiertos, trabajando bajo la luz parda de las claraboyas, dedicados a lo que sólo podía llamarse industria militar: construyendo aviones y rovers camuflados, misiles espacio-espacio, bloques refugio reforzados (algunos ya instalados en el túnel de lava, por sí abrían alguna brecha desde el exterior), misiles espacio-tierra, armas antitanque, armas de mano y, según le contaron los minoanos a Maya, diferentes armas ecológicas que Sax había diseñado.

Esa clase de trabajo, y la destrucción de los refugios del sur, había originado lo que desde fuera parecía una fiebre de guerra en Dorsa Brevia, que preocupaba a Maya. Sax, en el corazón de todo eso, era un cañón enloquecido, un cerebro brillante pero dañado, obstinado y distante, un auténtico científico chalado. Aún no había hablado con ella, y sus ataques a Deimos y la lupa espacial, aunque efectivos, eran la causa, en opinión de Maya, del recrudecimiento de los ataques en el sur. Ella siguió enviando a Dorsa Brevia mensajes llamando a la calma y la paciencia, hasta que Ariadne replicó con irritación:

—Maya, ya lo sabemos. Estamos trabajando con Sax, sabemos lo que tenemos entre manos y no necesitamos que insistas. Si quieres ayudar, habla con los rojos, pero déjanos tranquilos.

Maya maldijo al vídeo y habló con Spencer sobre el tema.

—Sax cree que sí vamos a llevar esto adelante podemos llegar a necesitar armas. Es una actividad profiláctica —dijo Spencer— a mí me parece sensato.

—¿Y qué pasa con la idea de la decapitación?

—Quizás él piensa que está construyendo la guillotina. Mira, habla con Nirgal y Art. O incluso con Jackie.

—Con quien quiero hablar es con Sax. Tiene que hablarme alguna vez, maldito sea. Intenta convencerlo de que hable conmigo. ¿Lo harás?

Spencer accedió, y una mañana concertó una llamada con Sax por su línea privada. Fue Art quien contestó, pero prometió convencer a Sax para que hablara.

—Está muy ocupado estos días, Maya. Tendrías que verlo. La gente lo llama general Sax.

—Válgame Dios.

—Así es. También hablan de la generala Nadia y la generala Maya.

—Eso no es lo que me llaman. —La Viuda Negra, seguramente, o la Bruja, la Asesina. Ella lo sabía.

Y la mirada esquiva de Art se lo confirmó.

—Bien —dijo él—, da igual. Con Sax es una especie de chiste. La gente habla de la venganza de las ratas de laboratorio, ese tipo de bromas.

—Pues a mí no me hace gracia.

La idea de otra revolución parecía prosperar, ganar un peso que no guardaba relación con ninguna lógica. Estaba fuera del control de Maya, fuera del control de todos. Incluso los esfuerzos colectivos, dispersos y ocultos como estaban, parecían faltos de coordinación o concebidos sin una idea clara de lo que pretendían conseguir, o por qué lo querían. Sencillamente ocurría.

Trató de explicarle parte de esto a Art, y él asintió.

—Eso es historia, supongo. Es complicada. Tienes que cabalgar sobre el tigre y al mismo tiempo retenerlo. Hay muchos grupos diferentes en el movimiento, y todos tienen ideas propias. Pero verás, creo que esta vez lo estamos haciendo mejor. Estoy trabajando en algunas iniciativas allá en la Tierra, negociando con Suiza y alguna gente del Tribunal Mundial. Y Praxis nos está manteniendo muy bien informados sobre lo que sucede entre las metanacionales en la Tierra, lo que quiere decir que no nos veremos arrastrados a algo que no comprendemos.

—Claro —admitió Maya.

Las noticias y análisis que enviaba Praxis eran mucho más detallados que los de cualquier televisión comercial, y puesto que las metanacionales continuaban abocadas a lo que ellos llamaban metanatricidio, allí en Marte, en los refugios y pisos francos, podían seguirlo golpe a golpe. Subarashii se había apoderado de Mitsubishi, y luego de su viejo enemigo Armscor, y luego se había enfrentado a Amexx, que intentaba separar la Unión de Estados del Grupo de los Once. Nada podía parecerse menos a la situación de la década de 2050. Aunque pequeño, era un consuelo.

Y entonces Sax apareció en la pantalla, detrás de Art, y la miró. Cuando vio que era ella, dijo:

—¡Maya!

Ella tragó con dificultad. ¿Estaba perdonada, entonces, por el asesinato de Phyllis? ¿Comprendía por qué lo había hecho? La nueva cara de Sax no le daba ninguna pista: era tan impasible como la antigua, y más difícil de descifrar porque aún no estaba familiarizada con ella.

Maya se dominó y le preguntó qué planes tenía.

—No tengo planes —dijo él—. Aún estamos con los preparativos. Tenemos que esperar un desencadenante. Un suceso desencadenante. Es muy importante. Hay un par de posibilidades que estoy observando con atención. Pero nada más por el momento.

—Bien —dijo ella—. Pero escucha, Sax. —Y entonces le comunicó todas sus preocupaciones: el poder de las tropas de la Autoridad Transitoria, reforzadas por las grandes metanacs centristas; la constante tendencia hacia la violencia de las facciones más radicales de la resistencia; la sensación de que volvían a caer en el mismo patrón de conducta. Mientras ella hablaba, él parpadeaba a su viejo estilo, y así supo que de verdad era él quien la escuchaba debajo de esa cara nueva, escuchándola al fin. Y por eso ella se extendió más de lo que pretendía, vomitándolo todo, su desconfianza hacia Jackie, su miedo por estar en Burroughs, todo. Fue como si hablase con un confesor, o como si suplicase, como si suplicase al científico racional que no dejase que las cosas se desviasen de nuevo. Que no se volviese loco. Maya se escuchó balbucear, y se dio cuenta de lo asustada que estaba.

El parpadeó con una especie de comprensión neutra, de simpatía. Pero al fin se encogió de hombros y dijo muy poco. Ése era el general Sax, remoto, taciturno, que le hablaba desde el extraño mundo de su nueva mente.

—Dame doce meses —le dijo—. Necesito doce meses más.

—Muy bien, Sax. —Ella se sintió más tranquila—. Haré lo que pueda.

—Gracias, Maya.

Y se fue. Maya se quedó sentada, mirando la pantalla en blanco, exhausta, llorosa, aliviada. Absuelta, por el momento.

Retornó al trabajo con entusiasmo: se reunía con grupos casi cada semana y de cuando en cuando viajaba fuera de la red a Elysium o Tharsis para hablar con las células de las ciudades altas. Coyote se hacía cargo de sus viajes, y la llevaba por todo el planeta en vuelos nocturnos que le recordaron el sesenta y uno. Michel se ocupaba de su seguridad, y la protegía con ayuda de un grupo de nativos que incluía a varios ectógenos de Zigoto; la trasladaban de un piso franco a otro en las ciudades que visitaban. Y ella hablaba y hablaba. No se trataba sólo de conseguir que esperaran, también había que coordinarlos, forzándolos a admitir que estaban del mismo lado. A veces parecía que estaba llegando a alguna parte, podía verlo en la expresión del auditorio. Otras veces tenía que concentrar todos sus esfuerzos en refrenar (con frenos gastados, quemados) a los radicales. Estos ya eran muchos, y su número seguía creciendo: Ann y los rojos, los marteprimeros de Kasei, los bogdanovistas liderados por Mijail, los booneanos de Jackie, los árabes radicales liderados por Antar, uno de los muchos novios de Jackie, Coyote, Harmakhis, Rachel... Era como tratar de detener una avalancha en la que ella misma estaba atrapada, agarrando las rocas mientras caía con ellas. En esa situación, la desaparición de Hiroko empezó a perfilarse como un desastre.

Los ataques de
deja vu
regresaron, más intensos que nunca. Maya había vivido en Burroughs antes, en una época similar a aquélla..., quizá sólo fuera eso. Pero era tan angustioso, esa profunda y firme convicción de que todo había sucedido antes exactamente de la misma forma. Maya se levantaba e iba al cuarto de baño, y eso ciertamente ya había sucedido, incluyendo la rigidez y los pequeños dolores y molestias. Luego salía y se encontraba con Nirgal y algunos de sus amigos, y admitía que era una crisis, no una coincidencia. Todo había sucedido de la misma manera antes, era un mecanismo de relojería. Un golpe del destino. Muy bien, se decía, ignóralo. Ésta es la realidad. Somos criaturas del destino. Al menos no sabes lo que sucederá después.

Hablaba mucho con Nirgal, tratando de comprenderlo y de que él la comprendiera. Aprendió mucho de él; lo imitaba en las reuniones, imitaba su luminosa y abierta seguridad, que tanto atraía a la gente. Se hicieron muy famosos: salían en las noticias, estaban en la lista de los buscados por la UNTA. Ninguno de los dos podía andar despreocupadamente por la calle. Así que existía un vínculo entre ellos, y Maya aprendió cuanto pudo de él, y creía que Nirgal también aprendía de ella. Maya tenía influencia después de todo. Era una relación provechosa, su mejor vínculo con la juventud. Nirgal la hacía feliz, le daba esperanza.

¡Pero que todo sucediera en la garra despiadada del destino dominador! Lo ya visto, lo ya vivido; no era sino química cerebral, decía Michel, un simple retraso o repetición neuronal, que provocaba la sensación de que el presente era una especie de pasado. Y quizá lo fuera. Así que ella aceptó el diagnóstico y tomó las pastillas que él recetó sin queja ni esperanza. Por la mañana y por la noche abría el compartimiento donde él dejaba la medicación de toda la semana y tomaba las pastillas sin hacer preguntas. Ya no lo atacaba; no sentía la necesidad de hacerlo. Quizá la noche de vigilia en Odessa la había curado, o quizás el había dado con la mezcla adecuada de drogas. Ella así lo esperaba. Iba con Nirgal a las reuniones, regresaba al apartamento debajo de la academia de baile, exhausta. Y sin embargo sufría de insomnio. Su salud empeoró, enfermaba con frecuencia, tenía problemas digestivos, ciática, dolores en el pecho... Ursula aconsejó repetir el tratamiento gerontológico. Siempre ayuda, dijo. Y con las últimas técnicas de localización de cadenas rotas, es más rápido que nunca. Sólo tendría que perder una semana como mucho. Pero Maya no podía permitirse perder una semana. Más adelante, le dijo a Ursula. Cuando todo esto termine.

Algunas noches, cuando no podía dormir, leía sobre Frank. Se había llevado la fotografía del apartamento de Odessa, y ahora estaba pegada en la pared junto a su cama, en el piso franco de Hunt Mesa. Aún sentía la presión de esa mirada electrizante, y por eso pasaba las horas de insomnio leyendo sobre él, tratando de seguir sus esfuerzos diplomáticos. Esperaba encontrar cosas positivas que imitar y descubrir los fallos que debía evitar.

Una noche, después de una tensa visita a Sabishii y la comunidad que se ocultaba en el laberinto, Maya se quedó dormida sobre el atril, en el que había estado leyendo un libro sobre Frank. Entonces soñó con él y se despertó. Agitada, fue a la sala estar y bebió un vaso de agua; regresó y reanudó la lectura.

Ese libro se centraba en los años que mediaban entre la firma del tratado de 2057 y el comienzo de la insurrección de 2061, los años durante los que Maya había estado más cerca de el. Pero ella los recordaba muy vagamente, sólo algunos inconexos y fugaces momentos de eléctrica intensidad, separados por largas zonas en sombra. Y el texto no despertó en ella ningún sentimiento de reconocimiento, a pesar de que la mencionaba con cierta frecuencia. Una especie de
jamais vu
histórico.

Coyote dormía en el sofá, y murmuró algo en sueños, se despertó y miró alrededor, buscando el origen de la luz. Pasó por delante de Maya en dirección al baño y miró por encima del hombro de ella.

—Ah —exclamó entonces, enfáticamente—. Dicen muchas sobre él. — Y se alejó por el pasillo.

Cuando regresó, Maya dijo:

—Supongo que tú conoces mejor el tema.

—Sé cosas sobre Frank que ellos desconocen, eso seguro. Maya lo miró.

—Tú también estabas en Nicosia. —Entonces recordó haberlo leído en alguna parte.

—Pues sí, allí estaba.

Se dejó caer pesadamente en el sofá y miró al suelo.

—Vi a Frank esa noche, arrojando ladrillos contra las ventanas. Él sólito empezó los disturbios. —Levantó la vista y la miró—. Estuvo hablando con Selim el-Hayil en el parque del vértice media hora antes de que atacaran a John. Imagínate el resto.

Maya apretó los dientes y miró el atril, ignorándolo. Coyote se tendió en el sofá y empezó a roncar.

Esas noticias no eran nuevas. Y Zeyk lo había dejado claro, nadie conseguiría desenredar aquel nudo, sin importar lo que hubieran visto o pensaran que habían visto. Nadie podía estar seguro de nada sucedido en un pasado tan remoto, no se podía confiar en los recuerdos, que cambiaban sutilmente en cada evocación. Lo único fiable eran aquellas imágenes espontáneas que brotaban de las profundidades, las
mémoires
involuntaires, tan vividas que tenían que ser ciertas. Pero a menudo concernían a sucesos sin importancia. No. El relato de Coyote era tan poco digno de confianza como los demás.

Empezó a leer el texto de la pantalla.

Los esfuerzos de Chalmers para detener la oleada de violencia de 2061 fueron infructuosos sencillamente porque ignoraba la extensión real del problema. Como muchos de los Primeros Cien, se engañaba con respecto a la población real de Marte en 2050, que sobrepasaba el millón de personas. Persuadido de que Arkadi Bogdanov dirigía y coordinaba la resistencia, sólo porque lo conocía, ignoró la influencia de Oskar Schnelling en Koroliov, y de los ampliamente difundidos movimientos rojos, como Elysium Libre, o la de aquellos que abandonaron las colonias oficiales a centenares. Debido a la ignorancia y a la falta de imaginación, sólo abordó una pequeña fracción del problema.

Maya se incorporó y se desperezó, y echó una mirada a Coyote. ¿Era eso cierto? Trató de recordar esos años. Frank sí era consciente de todo aquello. «Jugando con las agujas, cuando son las raíces las que están enfermas.» ¿No le había dicho Frank eso durante ese período?

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