Authors: Kim Stanley Robinson
¿Pero no hemos intentado con el mismo empeño durante todos esos años, y con escaso resultado, entendernos a nosotros mismos?
Digamos que sí. Quiza nos tomará mucho tiempo. Pero mira, también en eso hemos progresado un poco. Y no recientemente. Mediante la observación, los griegos descubrieron los cuatro temperamentos y no ha sido hasta hace poco que hemos aprendido lo suficiente sobre el cerebro para explicar cuál es la base neurológica de ese fenómeno.
¿Crees en los cuatro temperamentos?
Oh, desde luego. Son confirmables por experimentación, como tantas otras cosas acerca de la mente humana. Quizá no todo se reduce a la física, quizá nunca será cuestión de física. Puede ser, sencillamente, que somos más complejos e impredecibles que el universo.
Eso parece muy poco probable. Al fin y al cabo, estamos hechos de átomos.
¡Pero animados! ¡Impelidos por la fuerza verde, llenos de espíritu, la gran incógnita!
Reacciones químicas...
¿Pero por qué la vida? Es algo más que reacciones. Hay una tendencia hacia la complejidad que se opone frontalmente a la ley física de la entropía. ¿Por qué?
No lo sé.
¿Por qué le disgusta tanto no saber el porque de algo?
No lo sé.
El misterio de la vida es una cuestión sagrada. Es nuestra libertad. Hemos salido de la realidad física, existimos ahora en una suerte de libertad divina, y el misterio es una parte integrante de esa libertad.
No. Seguimos siendo una realidad física. Átomos en sus órbitas. Determinadas en la mayor parte de las escalas, aleatorias en otras.
Ah, bien. Discrepamos. Pero en cualquier caso la labor del científico es explorar todo. ¡Sin importar las dificultades! Permanecer abierto, aceptar la ambigüedad. Intentar fundirse con el objeto de conocimiento. Admitir que hay valores que justifican toda la empresa. Amarla. Trabajar con el fin de descubrir los valores por los que deberíamos vivir, y esforzarnos por llevar esos valores al mundo. Explorar, y más que eso, ¡crear!
Tendré que pensar en ello.
La observación nunca es suficiente. Además, ni siquiera era su experimento. Coyote llegó a Dorsa Brevia, y Sax fue a verlo.
—¿Peter sigue volando?
—Caramba, pues sí. Pasa bastante tiempo en el espacio, si te refieres a eso.
—Sí. ¿Puedes ponerme en contacto con él?
—Pues claro. —La cara quebrada de Desmond mostró una expresión intrigada.— Tu habla está mejorando mucho, Sax. ¿Qué es lo que te han estado haciendo?
—Tratamientos gerontológicos. También hormona del crecimiento, L- dopa, serotonina y otras sustancias químicas. Algo sacado de la estrella de mar.
—Te han hecho crecer un nuevo cerebro, ¿no?
—Sí. Algunas zonas, al menos. Estimulación sinérgica de la sinapsis. Y también muchas charlas con Michel.
—¡Uh, ju!
—Pero sigo siendo el mismo.
La risa de Desmond era un sonido animal.
—Ya lo veo. Escucha, partiré dentro de un par de días y te llevaré al aeropuerto de Peter.
—Gracias.
Creció un nuevo cerebro. No era una manera muy precisa de definirlo. La lesión se había producido en el tercio posterior de la circunvolución frontal inferior. Los tejidos murieron como consecuencia de la interrupción de la estimulación de los centros de memoria con ultrasonidos focalizados durante el interrogatorio. Una embolia. Afasia de Broca. Dificultades con el aparato motor del habla, poca entonación, dificultad para iniciar la expresión, reducción casi telegráfica, sobre todo a nombres y formas verbales simples. Una batería de tests había determinado que el resto de las funciones cognitivas estaban intactas. el no estaba tan seguro; comprendía todo lo que la gente le decía; su pensamiento, hasta donde él podía percatarse, seguía funcionando como siempre, y no tenía ningún problema con los tests espaciales y no lingüísticos. Pero cuando intentaba hablar... la traición súbita de la palabra y del pensamiento. Las cosas perdían su nombre.
Sin embargo, aun sin nombre, seguía habiendo cosas. Podía verlas y pensar en ellas como formas o números. Fórmula de descripción. Varias combinaciones de secciones cónicas y las seis superficies de revolución simétrica alrededor de un eje, el plano, la esfera, el cilindro, el catenoide, el onduloide y el nodoide. Formas sin nombre, pero las formas eran como nombres. Lenguaje espacial.
Pero descubrió que recordar sin palabras era difícil. Tenía que tomar prestado un método, el método del palacio de la memoria, espacial para empezar. Estableció un espacio en su mente semejante al interior de los laboratorios del Mirador de Echus, que recordaba con tal claridad que podía pasearse por él mentalmente, con o sin nombres. Y en cada lugar un objeto. O bien otro lugar. Sobre un mostrador, todos los laboratorios de Acheron. Encima del refrigerador, Boulder, Colorado. Y así recordaba todas las formas en las que pensaba por su localización en el laboratorio mental.
Y entonces, de cuando en cuando, el nombre venía. Pero cuando sabía el nombre y trataba de decirlo, de su boca salía con frecuencia la palabra equivocada. Siempre había tenido tendencia a esto. Después de reflexiones brillantes, cuando todo le parecía muy claro, a veces le había costado mucho traducir esos pensamientos al plano del lenguaje, que no expresaba satisfactoriamente las ideas que había estado madurando. Por tanto, hablar siempre le había resultado trabajoso. Pero nunca hasta ese extremo, ese tanteo vacilante, errático, que por lo general fracasaba o lo traicionaba. Frustrante en extremo. Doloroso. Aunque preferible a la afasia de Wernicke, sin duda, en la que uno parloteaba con soltura, ignorante de que nada de lo que decía tenía sentido, asi como él tenía una tendencia premórbida a perder las palabras para las cosas, había personas con tendencia a la afasia de Wernicke sin la excusa de una lesión cerebral, como Art había observado. Sax prefería su propio problema.
Ursula y Vlad habían ido a verlo.
—La afasia es diferente para cada persona —dijo Ursula—. Hay patrones de conducta y grupos de síntomas que por lo general acompañan a determinadas lesiones en adultos diestros. Pero en mentes excepcionales hay muchas excepciones. Ya hemos visto que tus funciones cognitivas han permanecido en un nivel muy alto para alguien con el grado de dificultades de expresión que tú tienes. Probablemente en la mayor parte de tu pensamiento matemático y físico no intervenía el lenguaje.
—Así es.
—Y si era pensamiento geométrico más que analítico, probablemente se localizaba en el hemisferio derecho del cerebro en vez del izquierdo. Y tu hemisferio derecho no sufrió lesiones.
Sax asintió con un movimiento de cabeza, desconfiando de su capacidad para intervenir con palabras.
—Por tanto, las perspectivas de recuperación varían mucho. Casi siempre hay mejoría. Los niños, sobre todo, son muy adaptables. Cuando sufren un traumatismo craneal, incluso una lesión circunscrita puede causarles graves problemas, pero casi siempre se recuperan. Puede extirpársele un hemisferio cerebral entero a un niño si un problema lo requiere, y la mitad restante reaprende todas las funciones. Eso se debe al increíble crecimiento del cerebro del niño. En los adultos es diferente. Ya se ha producido la especialización, de modo que las lesiones en áreas concretas causan un daño limitado y específico. Pero una vez que se destruye una capacidad en un cerebro maduro, no se observa con demasiada frecuencia una mejora significativa.
—El trat. El tratamiento.
—Exactamente. Pero verás, el cerebro es precisamente uno de los lugares en los que el tratamiento de gerontología tiene dificultades para penetrar. Hemos estado trabajando, sin embargo, y hemos diseñado un paquete de estímulos para administrar en conjunto con el tratamiento cuando nos enfrentamos a casos de lesión cerebral. Puede llegar a convertirse en parte regular del tratamiento, si los ensayos siguen dando buenos resultados. No lo hemos ensayado con demasiados humanos todavía. La inyección incrementa la plasticidad cerebral mediante la estimulación del crecimiento del axón y las dendritas, y de la sensibilidad de las sinapsis de Hebb. El cuerpo calloso se ve particularmente afectado, y el hemisferio opuesto a la mitad dañada. El aprendizaje puede construir nuevas redes neuronales completas allí.
—Adelante —dijo Sax.
La destrucción es creación. Convertirse en un niño pequeño. El lenguaje como un espacio, una suerte de notación matemática. Idealizaciones geométricas en el laboratorio de la memoria. Lectura. Mapas. Códigos, sustituciones, el nombre secreto de las cosas. La gloriosa irrupción de una palabra. La alegría de la charla. La longitud de onda de cada color, por número. Esa arena es naranja, tostada, dorada, amarilla, siena, ámbar, ámbar oscuro, ocre. Ese cielo es cerúleo, cobalto, lavanda, malva, violeta, azul de Prusia, índigo, berenjena, azul de medianoche. El placer de mirar las escalas de colores con sus nombres, la rica intensidad de los colores, el sonido de las palabras... Sax quería más. Un nombre para cada longitud de onda del espectro visible, ¿y por qué no? ¿Por qué ser tan mezquinos? La longitud de onda de .59 micras es mucho más azul que la .6, y la .61 es mucho más roja... Necesitaban más palabras para los púrpuras, de la misma manera que los esquimales necesitaban más palabras para la nieve. Siempre se usaba ese ejemplo: los esquimales tenían unas veinte palabras para la nieve; pero los científicos tenían más de trescientas palabras para la nieve, ¿y quién le había dado crédito a los científicos por prestar atención a su mundo? No había dos copos de nieve iguales. Identidad. Bu, bu. Hueso, oso, huso, eso. Bu. ¡El lugar donde mi brazo se dobla es el codo! ¡Marte parece una calabaza! El aire es frío. Y está envenenado de dióxido de carbono.
Había trozos de su charla interior que se componían enteramente de viejos clichés, que sin duda venían de lo que Michel llamaba actividades «sobreaprendidas» en el pasado, tan enraizadas en su mente que habían sobrevivido a la lesión. Diseño limpio, datos válidos, partes por millón, resultados negativos. Apareciendo entre esas cómodas formulaciones, como si viniesen de otro idioma, las nuevas percepciones, y las nuevas frases vacilantes para expresarlas. Sinergias sinápticas. Cualquier charla, viniese de donde viniese, era bien recibida. La alegría de la normalidad. Y él la había dado por supuesta. Michel iba a hablar con el cada día, y lo ayudaba a construir ese nuevo cerebro. Michel tenia algunas creencias alarmantes para un hombre de ciencia. Los cuatro elementos, los cuatro temperamentos, formulaciones alquímicas, posiciones filosóficas presentadas como científicas.
—¿Me preguntaste una vez si yo podría convertir el plomo en oro?
—Creo que no.
—¿Por qué pasas tanto tiempo hablando conmigo, Michel?
—Porque disfruto hablando contigo, Sax. Dices cosas nuevas cada día.
—Me gusta esto de arrojar las cosas con la mano izquierda.
—Ya lo veo. Es muy probable que acabes siendo zurdo. O ambidextro, debido a que tu hemisferio izquierdo es tan poderoso. No creo que se retrase mucho, sin importar la gravedad de la lesión.
—Marte parece una bola de vicios planetesimales con un corazón de hierro.
Desmond voló con él hasta el refugio rojo del Cráter Wallace, donde Peter solía alojarse con frecuencia. Y estaba allí, Peter, el hijo de Marte, alto, veloz y fuerte, grácil, amable aunque impersonal, distante, absorto en su trabajo y su vida. Igual que Simón. Sax le explicó lo que quería hacer y por qué. Aún tropezaba al hablar de cuando en cuando. Pero había mejorado tanto que no le importaba. ¡Adelante! Era como hablar en otro idioma. Todos los idiomas era extranjeros para él ahora. Excepto su dialecto de bromas. Pero no le exasperaba. Al contrario, era un alivio hacerlo tan bien, ver cómo se disipaba la niebla que cubría los nombres, con las conexiones entre mente y boca restauradas, aunque fuese de manera arriesgada. Era una oportunidad de aprender. A veces prefería esa nueva forma. La realidad de uno podía muy bien depender del paradigma científico propio, pero en rigor dependía de la estructura cerebral. Cámbiala y tus paradigmas la seguirán. No se puede luchar contra el progreso. Ni contra la diferenciación progresiva.
—¿Comprendes?
—Oh, claro que comprendo —dijo Peter, esbozando una amplia sonrisa—. Creo que es una buena idea. Muy importante. Tardaré unos días en preparar el avión.
Ann llego al refugio, parecía vieja y cansada. Saludó a Sax, la vieja antipatía tan intensa como siempre. Sax no supo que decirle. ¿Era ése un nuevo problema?
Decidió esperar a que Peter hablase con ella, y ver si eso cambiaba algo las cosas. Esperó. Ahora, si no hablaba, nadie lo molestaba. Ventajas por todas partes.
Ann regresó de una charla con Peter para comer con los otros rojos en la sala común, y sí, lo miró con curiosidad. Lo observaba por encima de las cabezas de los otros como si inspeccionase un nuevo acantilado en el paisaje marciano. Concentrada y objetiva. Evaluadora. Un cambio de estatus en un sistema dinámico es un dato que habla de la teoría. Apoyándola o poniéndola en duda ¿Qué eres tú? ¿Por qué haces esto?
Él mantuvo la mirada de Ann con calma, trató de pararla y devolverla. Sí, todavía soy Sax. He cambiado. ¿Quién eres tu? ¿Por qué no has cambiado? ¿Por qué sigues mirándome de esa manera? He sufrido una lesión. El individuo premórbido ya no existe, no del todo. Me he sometido a un tratamiento experimental, me siento bien, ya no soy el hombre que tú conociste. ¿Y por qué tú no has cambiado?
Si demasiados datos perturban la teoría, tal vez la teoría no sea correcta. Si la teoría es básica, quizás haya que cambiar el paradigma.
Ann se sentó para comer. Dudaba de que ella hubiese leído su mente con tanto detalle. ¡Pero era tan agradable poder mirarla a los ojos!
Entró en la pequeña carlinga con Peter y justo después del lapso marciano rodaron por la pista de roca, aceleraron y enfilaron hacia el cielo negro; el aerodinámico avión espacial vibraba debajo de ellos. Sax se acomodó en el asiento, aplastado contra él, mientras el gran avión subía esa colina asintótica hasta lo alto de su curso. Redujeron la velocidad conforme atravesaban con suavidad la alta estratosfera. Hicieron la transición de avión a cohete cuando la densidad de la atmósfera alcanzó su más mínima expresión, a cien kilómetros de altura, donde los gases del cóctel Russell eran aniquilados diariamente por los rayos ultravioletas que caían sobre el planeta. Las planchas del avión estaban al rojo. A través del filtro de la carlinga se veían del color del sol al atardecer. Sin duda les afectaba la visión nocturna. Debajo, el planeta estaba oscuro, excepto por las débiles manchas de los glaciares iluminados por las estrellas en la Cuenca de Hellas. Continuaban subiendo. Un viraje amplio. Las estrellas llenaban la negrura de lo que parecía un inmenso hemisferio negro sobre un inmenso plano negro. El cielo nocturno, el Marte nocturno. Subieron y subieron. El fuselaje incandescente mostraba ahora un amarillo traslúcido, alucinantemente brillante. Lo último salido de Vishniac, diseñado en parte por Spencer, y fabricado con un compuesto intermetálico, sobre todo de titanio-aluminio, convertido en un superplástico para fabricar las piezas del aparato de alta resistencia al calor, como las turbinas exteriores, que se oscurecieron un poco cuando subieron y se enfriaron. Sax imaginaba la hermosa celosía de titanio-aluminio, estructurado como un tapiz de nodoides y catenoides, como anzuelos y ojos, vibrando violentamente con el calor. Construían cosas extraordinarias en esos tiempos. Aviones aire- espacio. Salir al patio trasero de tu casa y volar a Marte en una lata de aluminio.