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Authors: David Brin

Marea estelar (38 page)

BOOK: Marea estelar
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—¿Estás captando una qué!

—Una canción...

Toshio alzó las manos y las dejó caer a sus costados. Finalmente ha explotado, pensó.

Primero Dennie, ahora Sah'ot. ¡Me han dejado al cargo de dos enfermos mentales!

—Escucha, Sah'ot —dijo Toshio, mientras notaba cómo Dennie se acercaba a la charca—. El doctor Dart llamará en seguida. ¿Qué crees que dirá cuando...?

—Yo me ocuparé de Charlie cuando llame —dijo Dennie con tranquilidad.

—¿Tú? —Dennie se había pasado las últimas cuarenta horas maldiciendo el problema del árbol taladrador, que le había sido asignado por orden de Takkata-Jim y a petición de Charles Dart. Casi había dejado de lado su investigación sobre los kiqui. Toshio no podía imaginar que ella quisiera hablar con el chimpancé.

—Sí, yo. Lo que tengo que explicarle tal vez le haga olvidarse del robot. Deja en paz a Sah'ot. Si dice que ha escuchado una canción, puede que haya escuchado una canción.

Toshio la miró de hito en hito, y luego se encogió de hombros. Bueno, mi tarea consiste en proteger a estos dos, no en corregir sus patinazos científicos. Sólo espero que Gillian sea capaz de arreglar las cosas en la nave de forma que yo pueda decir lo que sucede aquí.

Dennie se arrodilló junto al agua para hablar con Sah'ot. Hablaba despacio y con seriedad, paciente ante el ánglico falto de elasticidad que él padecía después de la larga estancia con el robot.

Dennie quería sumergirse para examinar el núcleo de la colina metálica. Sah'ot estuvo de acuerdo en acompañarla, con tal de que ella esperase a que acabara de transcribir una parte más de su «música». Dennie asintió, al parecer sin ningún miedo de zambullirse con Sah'ot.

Toshio se sentó a esperar el inevitable zumbido de la línea com de la nave. Se producían cambios de turno durante la noche, y él no tenía ni la más remota idea del porqué.

Le escocían los ojos. Toshio se los frotó, pero eso no pareció aliviarle.

Parpadeó e intentó mirar a Dennie y a Sah'ot. La dificultad que tenía para enfocar parecía acentuarse. Una bruma comenzó a extenderse entre él y la charca. De pronto, sintió una oleada de pánico. Era como una pulsación que le recorría desde la parte posterior de la cabeza hasta los omóplatos.

—¡Dennie, Sah'ot! ¿Me...? —gritó, llevándose las manos a los oídos, pues apenas podía percibir su propia voz.

Los otros le miraron. Dennie se levantó y se aproximó a él con la preocupación reflejada en el rostro.

Entonces, sus ojos se dilataron por la sorpresa. Tosshio vio un movimiento impreciso en los límites de su campo visual. ¡Había kiqui en el bosque, dispuestos a cargar contra ellos desde los matorrales!

Toshio intentó desenfundar su pistola de agujas, sabiendo de antemano que era ya demasiado tarde. Los aborígenes estaban casi sobre ellos, moviendo sus cortos brazos y chillando con voz aguda. Tres se abalanzaron sobre él y dos más derribaron a Dennie. Se debatió bajo ellos, luchando por apartar el rostro de sus afiladas garras mientras un ruido rechinante irrumpía en su cerebro.

Luego, en un instante, los kiqui desaparecieron.

Con el molesto ruido en la cabeza, Toshio se esforzó en dar la vuelta y mirar a su alrededor.

Dennie se revolvía en el suelo gimiendo y se tapaba las orejas con las manos. Toshio temió que los kiqui la hubiesen herido con sus garras, pero cuando ella rodó hacia su lado vio que sólo tenía cortes superficiales.

Con manos temblorosas, desenfundó su pistola de agujas. Los escasos kiqui que estaban a la vista no se dirigían hacia él, sino que se arrojaban a toda prisa a la charca y se sumergían sin dejar de chillar.

No es su forma de actuar, pensó confundido.

Reconoció el «sonido» de miles de uñas arañando una pizarra.

¡Un ataque psi! ¡Tenemos que escondernos! Tal vez el agua amortigüe el asalto.

¡Debemos sumergirnos, como han hecho los kiqui!

Su cabeza crepitaba mientras se arrastraba hacia la charca. Entonces se detuvo.

¡No puedo arrastrar a Dennie hasta allí, y temblando de este modo nunca podremos ponernos nuestro equipo de inmersión!

Cambió de rumbo hasta llegar a un árbol junto a la orilla. Se sentó con la espalda apoyada en el tronco e intentó concentrarse, a pesar de que el cerebro le estallaba.

Recuerda lo que te enseñó el señor Orley, guardiamarina. Piensa en tu mente y penetra en ella. CONTEMPLA las ilusiones del enemigo... escucha despreocupadamente sus mentiras... usa el Yin y el Yang... las salvaciones gemelas... lógica para desgarrar el velo de Mará... y fe para mantenerse...

Dennie gemía y se revolcaba en el polvo a pocos metros de distancia. Toshio dejó la pistola de agujas junto a él, para tenerla preparada si aparecía el enemigo. Llamó a Dennie, gritando sobre el conjunto de alaridos.

—¡Dennie! ¡Escucha los latidos de tu corazón! ¡Escucha tu respiración! ¡Son sonidos reales! ¡Los demás no lo son!

Vio cómo se volvía hacia su voz, con la agonía reflejada en los ojos y las manos pálidas y exangües aferradas a las orejas. Los gritos se intensificaron.

—¡Cuenta los latidos, Dennie! ¡Son... son como el océano, como las olas! ¡Dennie! —gritó—. ¿Has oído alguna vez un sonido que pueda vencer a las olas? ¿Puede... puede algo o alguien gritar lo bastante fuerte como para cubrir la risa de las mareas?

Ella le miró, esforzándose. Pudo ver que respiraba profundamente, moviendo despacio las labios mientras contaba.

—¡Sí! ¡Cuenta, Dennie! ¡La respiración y los latidos! ¿Hay algún sonido del que no pueda reírse la marea de tus latidos?

Dennie se aferró a sus ojos mientras él se anclaba a los de ella.

Lentamente, cuando los aullidos de su cabeza alcanzaron su punto máximo, Toshio la vio asentir débilmente y dirigirle una sonrisa de agradecimiento.

Sah'ot también lo sintió. Y cuando la ola psíquica le alcanzó, la charca se llenó de kiqui aterrorizados. Sah'ot se vio inundado por un remolino de ruidos, unos en su interior y otros en su entorno. Era peor que ser cegado por un proyector.

Quiso huir de la cacofonía; pero controlando su pánico, se obligó a permanecer inmóvil.

Intentó descomponer el ruido en partes, la contribución humana primero. Dennie y Toshio parecían más afectados que él. Tal vez fueran más sensibles al ataque. No podía esperar ayuda de ellos.

Los kiqui estaban horrorizados, profiriendo graznidos mientras se lanzaban a la charca.

:?: ¡Libre! Volar...

de las cosas grandes y tristes

:?: Alguien Socorre

¡las cosas heridas grandes y tristes!

Salía de las bocas de las criaturas... Cuando se concentró en ello, el «ataque psi» le pareció algo semejante a una llamada de socorro. Golpeaba igual que el infierno de las profundidades, pero se enfrentó a él y trató de concretarlo.

Creyó que estaba progresando (en realidad sólo lo estaba tolerando) cuando se añadió otra voz, procedente ésta de su enlace neural. La canción del subsuelo, la que había pasado toda la noche intentando descifrar, despertaba de nuevo. Bramaba desde las entrañas de Kithrup. Su simplicidad demandaba comprensión.

>—¿QUIÉN LLAMA? -

—QUIÉN SE ATREVE A MOLESTAR +

Sah'ot gimió al arrancar el enlace del robot. Tres ruidos vociferantes, a tres niveles mentales distintos, ya eran suficientes. ¡Otro más y se volvería loco!

Buoult de los thenanios estaba asustado, aunque un oficial al servicio de los Grandes Fantasmas nunca pensaba en la muerte o en los enemigos vivientes.

La lanzadera giraba alrededor de la esclusa de su buque insignia, el Quegsfire. Las gigantescas puertas, macizas y resistentes, se cerraron tras ellos. El piloto de la lanzadera planeaba una incursión hacia la nave almirante tandu.

Tandu.

Buoult flexionó su cresta en señal de confianza. Su red nerviosa y sus vasos sanguíneos perderían calor en la helada atmósfera de la nave tandu, pero era por completo necesario guardar las apariencias.

Habría sido menos desagradable firmar una alianza con los soro. Al menos, éstos eran más thenanoides que los artrópodos tandu, y vivían a una temperatura decente. Además, los pupilos de los soro eran tipos interesantes, la clase de gente que a los congéneres de Buoult les gustaría elevar.

Hubiera sido mejor para ellos, pensó. Porque somos tutores amables.

Si los soro de piel de cuero eran entrometidos y callosos, los delgados tandu eran seres horripilantes. Sus pupilos eran criaturas salvajes cuyo mero pensamiento provocaba sacudidas en la cola de Buoult.

Hizo una mueca de disgusto. La política daba lugar a extrañas asociaciones genéticas.

Ahora los soro eran los más fuertes entre los supervivientes. Los thenanios los más débiles entre las grandes potencias. Aunque la filosofía tandu era la más repulsiva de todas las que se oponían al Credo Abdicador, ellos eran en esos momentos lo único que impedía la victoria de los soro. De momento, los thenanios debían aliarse con ellos.

Si los tandu llegaban a prevalecer, habría otra ocasión para cambiar de bando. Ya había ocurrido muchas veces, y volvería a ocurrir de nuevo.

Buoult reunió fuerzas para el encuentro que le esperaba, decidido a no mostrar el terror que le producía pisar una nave tandu.

Los tandu no parecían darse cuenta de los riesgos que corrían con su demente y mal comprendida propulsión de probabilidades. Las insanas manipulaciones de la realidad de sus pupilos Episíarcas les permitían a menudo desplazarse más deprisa que sus oponentes. Pero a veces las alteraciones del espacio-tiempo resultantes se tragaban grupos enteros de naves, borrando del universo con imparcialidad a los tandu y a sus enemigos para siempre. ¡Era una locura!

No les dejes usar sus pervertidas propulsiones mientras yo esté a bordo, subvocalizaron los órganos de plegaria de Buoult. Permítenos llevar a cabo nuestros planes de batalla y cumplirlos.

Las naves tandu aparecieron ante sus ojos, absurdas, estructuradas con desdén del blindaje en favor de la máxima velocidad y potencia.

Por supuesto, incluso aquellas extrañas naves eran meras variaciones de antiguos diseños de la Biblioteca. Los tandu eran osados, pero a sus delitos no añadían la grosería de la originalidad.

Los terráqueos eran en muchos aspectos bastante menos convencionales que los tandu. Sus chapuceras fantasías eran un hábito vulgar que procedía de una pobre elevación.

Buoult se preguntó qué estarían haciendo los «delfines» en aquel momento. ¡Pobres criaturas si los tandu, o incluso los soro, se apoderaban de ellos! Incluso aquellos primitivos mamíferos marinos, pupilos de una torpe y peluda raza de lobeznos, merecían ser protegidos, si era posible.

Había prioridades, desde luego. ¡No debía permitírseles mantener en secreto los datos que poseían!

Buoult se dio cuenta de que había sacado sus dedos-garra debido a la agitación. Volvió a retraerlos y cultivó la serenidad hasta que la lanzadera llegó cerca del escuadrón tandu.

Las reflexiones de Buoult fueron interrumpidas por un repentino escalofrío que le hizo temblar la cresta... una perturbación en una banda psi.

—¡Operador! —espetó—. ¡Contacte con el buque insignia! ¡Vea si han verificado esa llamada!

—¡Ahora mismo, General-Protector!

Buoult controló su nerviosismo. Las energías psíquicas que sentía podían ser sólo una estratagema. Y sin embargo parecían auténticas. Transmitían la imagen del Krondorsfire, al que ninguno de ellos esperaba ver de nuevo.

Se llenó de decisión. En las negociaciones que tenía por delante, iba a pedir un favor más. Los tandu debían proporcionar una cooperación suplementaria a cambio de la ayuda de los thenanios.

—Confirmado, señor. Es el acorazado Krondorsfire —dijo el piloto, con la voz enronquecida por la emoción. La cresta de Buoult se irguió al enterarse. Miró hacia adelante, hacia las amenazantes formas metálicas, recobrando fuerzas para la confrontación, las negociaciones y la espera.

Beie Chohooan estaba escuchando canciones cetáceas —unas raras y carísimas copias que le costaron el sueldo de un mes hacía ya tiempo— cuando sus detectores recogieron la señal del radiofaro. Con desgana, se quitó los auriculares para anotar la dirección y la intensidad. Había tantas señales, tantas bombas y explosivos, tantas trampas... Fue uno de los pequeños wazoon quien le indicó que aquella señal en particular procedía del mundo acuático.

Beie se atusó las patillas y reflexionó.

—Creo que esto va a cambiar las cosas, queridos míos. ¿Debemos abandonar este cinturón espacial de pedruscos informes y acercarnos un poco más a la acción? ¿Ha llegado el momento de hacer saber a los terráqueos que por aquí anda alguien que es amigo?

El wazoon respondió que la política era asunto de ella. Según las reglas de unión, los wazoon eran espías, no estrategas.

Beie aprobó su sarcasmo. Era muy sabroso.

—Muy bien —dijo ella—. Nos acercaremos más.

A toda prisa, Hikahi interrogó al ordenador de combate del esquife.

—Es un cierto tipo de arma psi —le anunció a la tripulación que trabajaba en los restos de la nave alien, a través del hidrófono. Su ánglico era lento y preciso, acentuado con las frescas armonías del Keneenk—. No detecto otras señales de ataque; por tanto, creo que lo que captamos son repercusiones de la batalla espacial. Ha ocurrido otras vecesss, aunque no con tanta intensidad. Estamos a mucha profundidad bajo el agua, protegidos en parte de las ondas psi. Apretad los dientes, streakers. Tratad de ignorarlas. Continuad con vuestro trabajo con una lógica clara.

Desconectó los altavoces. Hikahi sabía que Tsh't estaba moviéndose entre los trabajadores, bromeando y manteniendo la moral alta.

El ruido psi era como un picor continuo, pero un picor con un ritmo extraño. Eran pulsaciones, como si alguien golpeara sus mandíbulas en un código que ella no podía comprender.

Miró a Hannes Suessi, que estaba sentado en una cercana barandilla de la pared y parecía muy cansado. Había terminado su turno y se disponía a dormir unas cuantas horas, pero al parecer el ataque psiónico le afectaba más que a los delfines. Él lo comparaba con el ruido que producen las uñas al arañar una pizarra.

—Puedo pensar en dos posibilidades, Hikahi. Una significaría muy buenas noticias. La otra lo peor que podría ocurrir.

—Hemos verificado repetidamente nuestros circuitosss —asintió ella con su lustrosa cabeza—, hemos enviado correos con mensajes, y sin embargo la nave no ha contestado. Debo suponer lo peor.

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