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Authors: David Brin

Marea estelar (28 page)

BOOK: Marea estelar
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Gillian sugirió que los diseños podían haber sido adaptados por los clideu en beneficio propio, pero los tymbrimi, amantes de los enigmas, preferían pensar de otro modo.

Tom sonrió recordando aquel viaje, su primera misión como pareja. Desde entonces, Gillian y él habían visto más cosas extraordinarias de las que nunca podrían contar.

Ahora la echaba de menos.

Los pájaros autóctonos, o lo que fueran, viraron para alejarse de la creciente barrera de nubes. Orley los siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista. No había señales de tierra en la dirección en que volaban.

El planeador se desplazada a unos doscientos nudos. Eso debería llevarle hasta la cadena nordeste de islas volcánicas que buscaba en un par de horas, más o menos. La radio, el seguimiento por satélite y el radar eran lujos inaccesibles. Tom sólo tenía para orientarse un mapa sujeto al parabrisas.

El vuelo de regreso tal vez le resultaría más fácil. Gillian insistió para que llevara un registrador de inercia, que le guiaría, incluso aunque él cerrara los ojos, hasta escasos metros de la isla de Hikahi.

Contando con que tuviera la ocasión de usarlo.

Las nubes que le perseguían crecieron lentamente sobre y detrás de él. La corriente en chorro de Kithrup estaba realmente hirviendo. Tom admitió que no le importaría encontrar un lugar donde aterrizar antes de que la tormenta le alcanzase.

Mientras caía la tarde, vio volar de nuevo a las criaturas aéreas y, por dos veces, vislumbró un movimiento en las aguas: algo enorme y sinuoso que desapareció antes de que pudiera verlo con claridad.

Aquí y allá, aparecían entre el oleaje bancos dispersos de algas, lo bastante densos como para formar montículos aislados de vegetación. Pensó distraídamente que tal vez las criaturas voladoras se posaban sobre ellos.

Tom luchaba contra el aburrimiento, y empezó a odiar el objeto prominente que se le clavaba en el riñón izquierdo.

La amenazante barrera de nubes estaba a pocos kilómetros de su espalda, cuando vio algo en el horizonte norte, una mancha imprecisa recortándose contra el grisáceo cielo.

Imprimió más velocidad a la hélice y enfiló hacia lo que pronto reconoció como una columna de humo. Enrollándose y retorciéndose hacia el nordeste, parecía una tiznada bandera ondeando en el cielo.

Tom intentó ganar altura, a pesar de las amenazantes nubes que ocultaban el último sol de la tarde, proyectando sombras sobre los receptores solares de su ala.

Retumbaban los truenos y el resplandor de los relámpagos iluminaba fugazmente el paisaje marino.

Cuando empezó a llover, la aguja del amperímetro entró de lleno en la zona roja. El pequeño motor comenzó a fallar.

Sí. ¡Ahí está! ¡Una isla! Sin embargo, la montaña parecía a bastante distancia. El humo cubría parte de ella.

Hubiera preferido aterrizar en una isla más acogedora, una con menos actividad. Orley se burló de sí mismo por concebir preferencias en aquellas circunstancias. En caso necesario, se posaría incluso sobre el mar. El pequeño planeador estaba equipado con flotadores.

La luz se debilitaba. En la creciente penumbra, Tom notó que la superficie del océano había cambiado de color. Algo en su apariencia le hizo fruncir el ceño de perplejidad. Era difícil decir qué había cambiado.

Tuvo poco tiempo para especulaciones, le fue necesario centrar toda su atención en el aparato, en un esfuerzo por ganar unos palmos de altura.

Confió en que quedase luz suficiente para encontrar un punto de aterrizaje, y dirigió la frágil nave, bajo una lluvia persistente, hacia el volcán que ardía sin llamas.

34
CREIDEIKI

No se había dado cuenta de que la nave estuviese tan mal.

Creideiki revisó el estado de cada uno de los motores e instrumentos averiados.

Mientras se hacían las reparaciones, él o Takkata-Jim las habían verificado tres veces discretamente. Habían reparado la mayor parte de los daños que podían repararse.

Pero como jefe de la nave, era a él a quien correspondía tratar con lo intangible.

Alguien debía ocuparse de la estética, por poco prioritario que pareciese. Y fuera cual fuese el resultado de las reparaciones funcionales, el Streaker nunca más sería una nave hermosa.

Era la primera vez que salía de ella. Llevaba un respirador y nadaba por encima del casco dañado para tener una visión de conjunto.

Los alerones de estasis y los principales conductos de gravedad podían funcionar.

Emerson D'Anite y Takkata-Jim le habían dado su palabra, pero quiso comprobarlo por sí mismo. Un impulsor de cohetes había sido destruido en Morgran por un rayo antimateria.

El resto era aprovechable.

Pero aunque el casco fuera seguro y sólido, no tenía la bella apariencia que había tenido antes. La envoltura exterior estaba agrietada en dos lugares, donde los rayos atravesaron los escudos protectores levantando ampollas en la superficie.

Brookida le enseñó incluso una pequeña zona en la que el metal había cambiado de una aleación a otra. La integridad estructural de la nave estaba intacta, pero aquello significaba que alguien pasó demasiado cerca de ellos con un distorsionador de probabilidad. Era desconcertante pensar que aquella parte del Streaker hubiera chocado contra otra nave similar aunque un poco diferente, tripulada por fugitivos similares aunque un poco diferentes, en algún hipotético universo paralelo.

Según los archivos de la Biblioteca, nadie había aprendido aún a controlar los distorsionadores de las leyes del universo lo suficiente como para utilizarlos en algo distinto a un arma; aunque se rumoreaba que algunas de las antiguas especies que «superaban» a la civilización galáctica descubrían de vez en cuando el secreto, y lo empleaban para salir de la realidad por una puerta falsa.

El concepto de infinitos universos paralelos era conocido por los delfines desde antes de que los humanos conociesen el fuego. Formaba parte del Sueño Cetáceo. Los grandes cetáceos se complacían en lamentarse de un mundo mutable hasta el infinito. Al iniciarse en el uso de herramientas, los delfines árnicas perdieron esta gran indiferencia. Ahora comprendían la filosofía de las ballenas un poco mejor que los hombres.

La domesticada versión del distorsionador de probabilidad era uno de la docena de sistemas que los galácticos tenían para distorsionar la velocidad de la luz, pero las especies prudentes lo evitaban. Las naves desaparecían al utilizar la propulsión probabilística.

Creideiki se imaginó saliendo del espacio-tiempo para encontrarse en una reunión de «Streakers», cada uno de un universo diferente, todos capitaneados por una versión ligeramente modificada de sí mismo. Las ballenas eran capaces de complacerse filosóficamente ante una situación parecida. Él no estaba tan seguro de sí mismo.

Por otro lado, a pesar de su capacidad especulativa, las ballenas eran imbéciles cuando se trataba de astronaves y máquinas. No reconocían una flota de naves mejor que un perro su reflejo en el agua.

Menos de dos meses antes, Creideiki se había encontrado frente a una flota abandonada, con naves tan grandes como lunas y tan viejas como estrellas de mediana edad. Allí perdió una docena de fines valiosos, y desde entonces no hacían más que huir de otras flotas de naves.

Había veces que anhelaba poder ser ciegamente animal para algunas cosas, como lo eran las ballenas. O tan filosófico.

Creideiki nadó hasta una cornisa que dominaba la nave. El brillo de las lámparas proyectaba alargadas sombras sobre las transparentes aguas eufóricas. La tripulación había terminado de instalar el botín encontrado por Suessi en el naufragio de la nave thenania. Sólo faltaba liberar los soportes de aterrizaje para ponerse en movimiento.

Hikahi había partido unas horas antes con una tripulación escogida y el esquife de la nave. Creideiki desearía poder hacer más por ayudar a Suessi, pero el Streaker estaba ya muy por debajo de sus efectivos mínimos.

Seguía sin ver ninguna alternativa al plan de Thomas Orley. Metz y Takkata-Jim demostraron ser incapaces de proponer otra cosa que no fuera la rendición incondicional al vencedor de la batalla que se desarrollaba sobre ellos, y eso era algo que Creideiki nunca permitiría. No mientras quedase cualquier otra posibilidad.

Los sensores pasivos indicaban que en el espacio la batalla se acercaba a una cima de violencia. En pocos días, llegaría a su punto culminante y tendrían entonces la última oportunidad para escapar camuflados, aprovechando la confusión.

¿Espero que Tom llegue sano y salvo, y que su experimento tenga éxito.

El sordo gruñido de los motores que se estaban probando repercutía en el agua.

Creideiki había calculado el nivel tolerable de ruido. Había tantas posibilidades de filtración de neutrinos de la planta de potencia, gravitones de la pantalla de estasis, ondas psi desde cualquier parte de a bordo. Y el ruido era la menor de sus preocupaciones.

Mientras nadaba oyó algo encima de él. Su atención se dirigió hacia la superficie.

Cerca de las boyas de detección se encontraba un neofín solitario trabajando en ellas con los manipuladores del arnés. Creideiki se acercó a él.

¿Hay un problema

Aquí que altere

La organización de las tareas?

Reconoció al stenos gigante, K'tha-Jon. Éste se sobresaltó. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un instante, Creideiki pudo ver la membrana blanca que rodeaba la plana pupila.

K'tha-Jon se recuperó con prontitud. Su boca se abrió en una sonrisa.

Un ruido de fondo molestaba

A la oyente neutrínica,

La que escuchaba no oía

Ecos de la batalla.

Ella me dijo

¡Acaba con los parásitos!

A mi tarea

Ahora debo volver.

Era algo como para inquietarse. Resultaba vital que el puente del Streaker conociera en todo momento lo que pasaba en el cielo y pudiera recibir noticias de la misión de Thomas Orley.

Takkata-Jim debió enviar algún otro para hacer la reparación. Las boyas estaban bajo la responsabilidad de la tripulación del puente. Sin embargo, con Hikahi y Tsh't fuera, y la mayor parte del personal de élite del puente con ellos, quizá K'tha-Jon fuese el único suboficial disponible.

Como un buen acróbata,

Jinete de olas grandes,

Apresúrate a regresar

Con los que te esperan.

K'tha-Jon asintió, replegando los brazos del arnés. Sin pronunciar más palabras, emitió una pequeña nube de burbujas y se sumergió hacia la brillante abertura de la esclusa.

Creideiki miró al gigante mientras se alejaba.

De forma superficial, K'tha-Jon al menos parecía que reaccionaba con más resistencia que otros fines a la difícil situación del Streaker. De hecho, incluso pareció disfrutar en el combate que había acompañado su retirada de Morgran, manejando una batería de cañones con fiero entusiasmo. Era un eficiente suboficial.

Sí es así, ¿por qué me invade la cólera cada vez que está cerca de mí? ¿No será uno de los juguetes de Metz?

Tengo que insistir para que el doctor Metz deje de evadirse y me muestre sus notas. Si es necesario, forzaré su cerradura, ¡y al diablo el protocolo!

K'tha-Jon se había convertido en compañero inseparable del teniente Takkata-Jim.

Junto con Metz, eran los tres principales oponentes del plan de Tom Orley. La cuestión aún coleaba, y Takkata-Jim estaba más taciturno que nunca.

El segundo de a bordo empezaba a ser un problema real. Creideiki sentía compasión por el teniente. No era culpa suya que aquel crucero de prueba se convirtiera en un calvario. Pero la piedad no impediría que el capitán promocionara a Hikahi para que lo sustituyera en el puesto que ahora ocupaba tan pronto como la tripulación se reuniera de nuevo.

Takkata-Jim era del todo consciente de lo que se le avecinaba, y del informe que el capitán escribiría sobre cada uno de sus oficiales para el Centro de Elevación. Las primas para el derecho a la descendencia de Takkata-Jim peligraban.

Creideiki podía imaginar cómo se sentía el teniente, Había veces en que incluso él mismo se sentía oprimido por aquella imposición de la elevación. En esos momentos sentía deseos de gritar en primal, «¿Quién os ha dado el derecho?». Y permitir que la dulce hipnosis del Sueño Cetáceo le llamara para abrazar de nuevo a los viejos dioses.

Pero esos momentos siempre pasaban, y volvía a pensar que no había nada en el Universo que desease más que tener el mando de una astronave, coleccionar registros de canciones del espacio y explorar las corrientes entre las estrellas.

Un banco de peces nativos pasó cerca de él. Se parecían un poco a los salmonetes, salmonetes feos, con chillonas placas metálicas en lugar de escamas.

Sintió la súbita urgencia de perseguirlos, y llamar a toda la tripulación que trabajaba fuera de la nave para que se le unieran en la cacería.

Imaginó a sus plácidos mecánicos y técnicos quitándose el arnés para precipitarse tras el estridente grupo de desgraciadas criaturas, conduciéndolas con habilidad y capturándolas al vuelo cuando el pánico las hiciera saltar por encima de la superficie.

Incluso si alguno de los fines se dejaba llevar por el impulso y tragaba un poco de metal, sería estupendo para la moral del grupo.

Ver lluvias de Primavera,

Y luego, en el secreto de la noche,

Ver la Luna en el seno de las olas...

Era un haikú de lamento.

No había tiempo para juegos de caza, no mientras ellos mismos fueran presas.

El tintineo del arnés anunció que le quedaban sólo treinta minutos de aire. Se sacudió.

Si su meditación hubiera sido más profunda, Nukapai tal vez habría aparecido. La quimérica diosa le hubiese molestado. Su gentil voz le habría recordado la ausencia de Hikahi.

Las boyas de observación bailaban cerca de él, ancladas por tenues amarras al lecho del océano. Nadó hasta el ovoideo rojo y blanco en el que trabajara K'tha-Jon, y notó que la placa de acceso se había quedado abierta.

La cabeza de Creideiki osciló mientras emitía un concentrado sonido. La extraña geometría de la boya y sus amarras resultaba algo perturbadora.

Su receptor de fono-sonar zumbó. Una voz amplificada llegó hasta él a través de su conexión neural.

—Capitán, sssoy Takkata-Jim. Hemos terminado con las pruebas de los propulsores y los generadores de estasis. Los hemos arreglado en función de sus nuevas comprobaciones. También ha llamado Suessi para decir que el... el Caballo Marino de Troya está llegando. Hikahi está allí y le envía saludosss.

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