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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

Lugares donde se calma el dolor (83 page)

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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Entro por el oeste de la ciudad y paso bajo un arco con dos bóvedas superpuestas. Se llama Bab al-Hawa, la Puerta al Viento. Uno de los más importantes y recientes descubrimientos fue el del mercado subterráneo. Se extiende más allá de los cien metros de largo por cinco de ancho. Pertenece al siglo II después de Cristo. La iluminación y ventilación del mismo se llevaba a cabo mediante la abertura en el muro sur de treinta y cuatro ventanas. En el muro norte había seis puertas de entrada, a las que se tenía acceso por la plaza pública. Este muro aún se ve decorado con nichos rectangulares. La altura de la bóveda es de unos cinco metros. También existen las ruinas de otro mercado central, muy semejante a los mercados techados de Damasco y Alepo. Este lugar era el corazón comercial de la ciudad. En la época romana, estos recintos se utilizaban lo mismo para actividades deportivas, funerarias o conmemorativas, por eso disponían de columnas preparadas para protegerse del sol y de la lluvia. También custodiaban las mercancías de las caravanas.

Siguiendo el decumanos me encuentro con los restos de un arco de tres arcadas, conocido como Bab al-Qandil, la Puerta de la Linterna. Es un arco triunfal levantado por Roma en el siglo III después de Cristo. Aún nos lo podemos imaginar majestuoso, si lo contemplamos desde la fachada norte. La sur es un amasijo de piedras carcomidas. Seguramente Bab al-Qandil recuperó su antigua silueta tras quitarle de encima las casas posteriormente adosadas, como así sucedió con el resto de la ciudad, que fue capital nabatea y romana de la provincia de Arabia. Lo que queda de la construcción se compone de tres arcos. El más elevado es el central. En un pilar de la cara occidental aún vislumbramos unas letras latinas. Nos recuerdan que fue levantado para conmemorar la victoria de Julio Juliano, general de la 1
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. Legión Pártica durante el tiempo de Filipo el Árabe. El arco se comunica con el teatro de Bosra por la calle que continúa hacia el sur. El pavimento que piso es el original: grandes losas perfectamente encajadas, oscuras y basálticas, cuya negrura brilla cuando les pasamos nuestra húmeda mano. Las termas están muy cerca. En Bosra había tres grandes baños públicos, además de los privados, existentes en la mayoría de las casas. Lujo del que, durante los siglos posteriores, se prescindió. El primero se construyó al sur de la ciudad, entre el teatro y la vía recta; mientras que los dos restantes están al oeste de la muralla. Las diferentes excavaciones y rehabilitaciones hoy nos los dejan ver con bastante similitud a cómo debieron ser. Otras grandes construcciones acuíferas posteriores son: la alberca al-Hay y, la alberca de los peregrinos. Esta última se excavó al lado de la antigua muralla para abastecer de agua a las caravanas que iban camino de La Meca. La contemplo y asombra este lago artificial cuya única función, ahora, es la de ser mi espejo. Espejo donde perpetuamente se miran todas estas ruinas, entre ellas, las del palacio y el templo nabateo. «Dios mío: Bien veis que no soy solamente / espíritu / sino también agua. // Tened piedad por tanto de estas aguas / que en mí mueren de sed», son versos de Paul Claudel. En la parte este existe otra alberca, y en la oeste hay una piscina donde se llevaban a cabo juegos acuáticos. Se trata de un gran depósito preparado para las naumaquias. Al norte de la mezquita Al-Jáder está la fuente Al-Yahir. El baño Manjak funcionó desde la Edad Media hasta mediados del siglo XIX. Lo utilizaban los peregrinos que iban camino de La Meca. Otro templo, el de las sirenas, Hawriyat al-Má, es un conjunto de escombros del cual apenas surgen algunas columnas de ese siglo II después de Cristo, cuando se levantó. De los frontones, cornisas y frisos nada más quedan que tristes vestigios. Sin embargo, de lo que fue otro templo, ahora conocido como Al-Kaliba, aún se alzan varias de sus altísimas columnas, que llaman la atención desde cualquier punto. Al-Kaliba quiere decir algo así como «cabaña sencilla». Es curioso, pues, de sencillo, este templo por su alzado no lo era. Edificado durante el siglo III después de Cristo, coincidió en el tiempo con la presencia de la
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a. Legión Pártica, cuyos componentes eran originarios de Egipto. Debió estar adornado con bellísimas estatuas. Los fragmentos de capiteles y cornisas, suntuosamente decorados, nos dan idea de la importancia. Una leyenda cuenta que Al-Kaliba no fue un templo pagano, sino el palacio que un rey construyó para proteger a su hija. En Bosra a este lugar también se lo conoce como «cama de la hija del rey». Pero estas columnas, impresionantemente altas, no le evitaron a la muchacha el peligro. Un día, en la cesta donde le subían la comida, se coló un alacrán. En un descuido le picó mortalmente a la desprevenida infanta, que había metido la mano para acercarse un racimo de uvas.

En Bosra la mayor parte de las mezquitas, también medio derruidas, fueron construidas sobre los cimientos y con los materiales de edificios anteriores: templos nabateos, romanos o cristianos. La mezquita Al-Umary fue levantada en los primeros tiempos del Islam sobre los restos de un templo pagano. Las columnas y las piedras que sostienen ahora esta otra religión monoteísta conservan, y saltan fácilmente a la vista, grafías grecolatinas. AlUmary se encuentra en mitad de la calle del mercado, cerca de un conjunto de edificios romanos, entre los que están Al-Kaliba, Al-Siqaya y los baños centrales. Esta mezquita es considerada una de las tres que conservan el estilo islámico primitivo. La segunda es la mezquita del Profeta, en Medina; y la tercera, la mezquita Omru Ibn AlAs, en Egipto. El alminar es cuadrado y data del siglo XII después de Cristo. Está feamente cubierto de altavoces. En medio de estas impresionantes ruinas entremezcladas, Al-Umary es uno de los pocos edificios que aún tienen cierta utilidad. La mezquita de Fátima está entre la catedral y el convento del monje Buhayra, a los cuales nos referiremos luego. El nombre hace referencia a la hija de Mahoma. Es una construcción del siglo XII. Sólo permanece en pie, mudo, el minarete. La mezquita Al-Jáder lleva este nombre debido al vecino mausoleo. Fue construida y destruida varias veces durante la Edad Media. La mezquita de Mabrak al-Naqa también se levantó a principios de la época musulmana sobre un templo pagano. Se la conoce como «mezquita de la recién casada». Se dice que en este lugar rezó Mahoma siendo joven o, según otros, aquí descansó su camello. Delante del mihrab, en el rincón suroeste de la sala de oración, hay una piedra de forma cuadrada que guarda las huellas de las rodillas del jorobado animal. También se cuenta que aquí vino a parar la primera copia del Corán. Adosada a la mezquita había una escuela religiosa de estudios superiores, una madraza. Este inmueble tiene una especial importancia en la historia de la arquitectura islámica, porque se considera el edificio más antiguo, en Siria, levantado para tal fin. El alminar es cuadrado y está alzado sobre la muralla. En el siglo XIX se colocó allí el mausoleo del hijo del gobernador de Egipto, Abbas I (siglo XIII). La mezquita medieval de Al-Mubarak está sobre las ruinas de un templo nabateo. La presencia cristiana fue prácticamente barrida. La catedral ortodoxa conserva muy poco de su grandiosidad: apenas restos del muro exterior y del altar. La Catedral de San Sergio Baceno y Lleantos fue levantada en el siglo VI de nuestra era. Tenía una gran cúpula, que sirvió de ejemplo para las también bizantinas de Santa Sofía, en Constantinopla y la de Rávena, en Italia. No se puede acceder al interior, totalmente destechado, pues aún conserva sus puertas de madera, que están cerradas. Los fuertes muros, con los huecos de los ventanales, son lo único que perdura. Otras ruinas, casi totales, son las del palacio del arzobispo y el convento del monje Buhayra. Este último proviene del siglo IV después de Cristo. Los habitantes de Bosra lo conocen como el convento del monje Buhayra en honor del religioso nestoriano (el nombre se deriva de Nestorio, siglo V, patriarca de Constantinopla, el cual rechazó que a la Virgen María se le pudiera otorgar el título de Madre de Dios. La llamada Iglesia Nestoriana es la antigua Iglesia del imperio persa, actualmente designada Iglesia de Oriente, que vivió en Bosra poco antes de la aparición del islamismo.

En la vieja Bosra aún podemos ver fragmentos de muralla y lo que fue la alcazaba, ahora recuperada como teatro. En el año 1o6 después de Cristo, tras la destrucción de la fortaleza nabatea, los romanos levantaron sobre sus escombros el gran teatro. Más tarde los omeyas tomaron el teatro como base para la edificación de una alcazaba. Los árabes cerraron todas las puertas del teatro y los accesos al exterior con fuertes muros que no pertenecían al edificio original. Quedó así convertido en una fortificación inexpugnable, pero perdió su valor artístico, ahora recuperado. En épocas posteriores, a este castillo le fueron añadiendo varias torres y la ciudadela fue rodeada de un profundo foso y un puente de cinco arcos que precede al puente levadizo de madera. El graderío del teatro se cubrió con tres pisos dedicados al almacenamiento de pertrechos. Después de las obras de recuperación, el teatro romano ha vuelto a surgir en todo su esplendor. El teatro conserva prácticamente todas las piezas originales. El graderío está tallado en basalto y el escenario decorado con columnas cuyos capiteles están completos. La extrema inclinación de las gradas para contener a un mayor número de espectadores da vértigo. Pueden llegar a caber más de quince mil personas. Toda la estructura pétrea tiene el mismo color negro que la vieja Bosra. Contrasta con el todavía reluciente blanco de las más de veinte columnas corintias que respaldan el escenario. En las peores épocas, meteorológicas, el anfiteatro se cubría con paños de seda que preservaban tanto del calor y del sol en verano, como de la lluvia en invierno. Todo el inmueble olía al perfume que se conseguía evaporando el agua mezclada con flores. El coliseo simboliza la importancia y la gloria de esta milenaria ciudad. Han aprovechado las amplias terrazas para hacer un museo de esculturas clásicas al aire libre, procedentes de este mismo inmueble y de la ciudad. Muchos bustos y torsos de mujeres y hombres, de dioses y mortales, están esculpidos en la dura y oscura lava que bajo el sol ardiente toma reflejos rojizos.

La vieja Bosra está separada de la moderna, no demasiado populosa, por los lienzos de muralla. Aún veo que algunas familias están desalojando las antiguas casas que serán derribadas para continuar las excavaciones arqueológicas. Muchos de esos habitantes expropiados, que ahora viven en pisos, al otro lado en la nueva urbe, regresan con sus meriendas para degustarlas junto a los muros de sus vetustos domicilios. Grupos de niños juegan al fútbol entre las columnas del Templo de las Sirenas y sus fustes hacen de larguero. Aún hay pequeños cafés y tiendas que se resisten a cerrar, pero la vieja Bosra está ya sólo habitada por los arqueólogos. El espacio físico vuelve a sufrir una metamorfosis más. A mí me fascina este desorden del tiempo y de la materia, esta mezcla caótica de todas las épocas sin la primacía de ninguna. La antigua Bosra es hoy una ciudad fantasma por donde paseamos mezclados entre sus antiguos vecinos y los nuevos e incruentos conquistadores. Un matrimonio está sentado sobre un pequeño muro a un lado de la vía romana; mientras, enfrente, un grupo de operarios desmantela una casa. La pareja nos comenta que aquel fue su hogar por varias generaciones. Todos los días pasan por aquí para ver cómo van las obras. Lo perdido no exige ser recordado o conmemorado, sino el permanecer en nosotros y con nosotros en cuanto olvidado, en cuanto perdido, y únicamente por ello, como inolvidable. La vieja Bosra está rodeada de cementerios, pero ella misma también lo es. Cuántos miles de seres humanos habrán caminado por aquí de forma anónima, como yo ahora mismo que me recreo en el sin-motivo. Schelling escribió que lo bello «es el infinito representado de forma finita». Bosra contiene toda esa belleza. En estas calles desmanteladas sentimos el tiempo en su extensión y lo medimos a través de nuestra finitud. Paseando por Apamea, Palmira o Bosra aprendemos que el trabajo humano es perecedero, pero sus huellas persisten no sólo como memoria de esas ciudades conocidas y reconocidas, sino como testimonio de lo ignoto. La verdadera imagen del pasado pasa de largo, a prisa pasa, pues, la figura de este mundo. Pasa tan rápidamente como nosotros, viajeros perdidos en medio de este decorado, nómadas de la eterna nada. ¡Qué solo está cada uno en la inmensa tumba del universo! Sobre estas piedras negras, carcomidas, salidas de la entraña de la tierra, me gusta recordar un ingenioso comentario de Chuang-Tzu: «El hombre perfecto no tiene yo, el hombre inspirado no tiene obra, el hombre santo no deja nombre». ¿Seré yo un hombre perfecto? ¿Seré yo un hombre inspirado? ¿Seré yo un hombre santo? Quizá todo eso lo fui por un instante en Bosra, donde nuestras almas tenían el color de la lava.

El Crac de los Caballeros es uno de los castillos más gigantescos que yo jamás haya visto. Ahora se le conoce como Qalaat al-Hosn. Murallas sobre murallas, fosos exteriores e interiores, torres vigilando otras torres, laberintos de pasadizos. Lo levantaron los cruzados y lo tomó el Islam para perderlo y retomarlo. Salas, corredores, iglesias, mezquitas, bóvedas, explanadas. Un castillo dentro de otro y otro. En unas almenas veo cientos de redondas piedras dispuestas para ser montadas en las catapultas o arrojadas desde las troneras. Muchas tienen un color rosado y están perfectamente pulidas. Yacen allí, ya sin sentido, desde hace siglos. Parecen pensamientos apilados. Yo las toco como si pudieran ser los míos, aún pendientes de llegar a mi cabeza desde este lugar remoto de Siria. «¡Que tú poseas la abundancia, que tú poseas la sabiduría, que la belleza te sea dada, pero cuidado con el orgullo que empaña todo lo que toca!», leo en una inscripción. Abundancia, sabiduría, belleza, todo lo tiene el Crac, pero también un orgullo que hoy sólo le vale para detener el viento, que ruge sin destino por entre las galerías y los pozos cubiertos de monedas oxidadas.

La ciudadela de Alepo es como una ciudad de las mil y una noches. Abandonada por los habitantes, tras reiterados terremotos, detrás de sus largas y altas almenas se extiende una cantera de ruinas. Abraham pasó por aquí cuando fue de Ur a Hauran. Según la leyenda, en algún lugar de esta ciudadela descansó y repartió la «leche» de sus rebaños entre los necesitados. Alepo deriva del árabe
halab
, leche. Luego, Alepo fue tomada por Alejandro Magno, en el 333 a. C.; y, siglos después, Saladino luchó en estos campos contra los cruzados. Puertas decoradas con motivos realistas o enigmáticos: serpientes, leones; rampas dispuestas en zigzag, mirillas, troneras y matacanes. Trampas por doquier. También hay bellas inscripciones sacadas del Corán. Mezquitas o sus ruinas, igual que los despojos de iglesias bizantinas reconvertidas por el islamismo; casas, mercados, palacios, pozos, cisternas gigantes y silos. El palacio Yubí, del siglo XIII, y la mezquita de Abraham, del siglo XII, han sido en parte reconstruidos. La ciudadela de Alepo impresiona más desde extramuros. Construida sobre una elevada montaña creada por el hombre parece, desde su altura plana, como una ciudad más cerca de Dios que de los hombres. Sir Charles Leonard Woolley, arqueólogo y amigo y compañero de trabajos del joven T. E. Lawrence, hace un siglo se refería así a esta metrópoli: «… era una ciudad aliada de los señores de Carquemis. Se conserva una inscripción hitita en uno de los muros de una antigua mezquita, y hasta época reciente había en la puerta de la torre del castillo un león que se atribuía a talleres hititas y que originariamente debió de aparecer entre las ruinas de la acrópolis; pero la escultura fue arrancada hace unos años por un científico alemán, que le rompió la cabeza…». Woolley critica los métodos de excavación y depredación alemanes, como si los de los ingleses hubiesen sido distintos.

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