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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

Lugares donde se calma el dolor (8 page)

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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Pero con esto no acaba la novela. Reanuda su andadura tres décadas después tomando como protagonistas a las viejas señoritas Salina: Concetta, Carolina y Caterina; así como a la viuda Angelica. Unas falsas reliquias de santos provocan gran agitación en su aburrida vida cotidiana. Todas han sido infelices y la que llevaba mejor camino tampoco llegó a ser feliz del todo. Angelica tenía ya setenta años y desde hacía tres había enviudado de Tancredi. Aún conservaba muchos rastros de su antigua belleza, pero en los próximos tres años se convertiría «en un fantasma digno de lástima». Su vida con Tancredi había sido larga, tempestuosa y «no exenta de interrupciones». Lampedusa la ennoblece a través de la cultura. La hace ser una gran lectora y experta en arquitectura francesa, además de tratarla con el cariño de siempre. ¿Por qué este último capítulo, también magnífico pero innecesario? ¿Pensaba continuar Lampedusa esta saga familiar? Sin la presencia del príncipe de Salina no tenía sentido. Un príncipe que Burt Lancaster bordó (no creo que sir Laurence Olivier, el primer candidato de Visconti, lo mejorase). ¿Es la película mejor que la novela? ¿Es la novela mejor que la película? Montale dijo que el libro había sido escrito por un gran señor, un ser sofisticado en el más alto significado de la palabra, un hombre que lo ha entendido todo en la vida, de un poeta-narrador dotado de una impecable clarividencia y de un sentimiento de la existencia que es al tiempo estoico y profundamente caritativo. Visconti se ajustó al espíritu de la obra y sólo exageró esos aspectos de carácter político. Visconti reconstruyó maravillosamente el mundo de Lampedusa. Él mismo, especialista en vestuarios, eligió deslumbrantes ropajes ayudado por Piero Tosi; de la misma manera que Suso Cecchi D'Amico preparó insuperables escenografías. Visconti estuvo rodeado de otros excepcionales profesionales, como el director de fotografía Giuseppe Rotunno y la música insustituible de Nino Rota. Goffredo Fofi, autor de un breve texto para el catálogo de la exposición fotográfica de Nicola Scafidi, definió muy bien el filme:
«Nostalgico e sontuoso, film funerario»
.

Santa Margherita di Belice (Sicilia)

«Pero la casa de Palermo tenía también unas dependencias en el campo que multiplicaban su encanto. Eran cuatro: Santa Margarita Belice, la villa de Bagheria, el palacio en Torretta y la casa de campo en Raitano. Había también la casa de Palma y el castillo de Montechiaro, pero a ésos no íbamos nunca», escribe Giuseppe Tomasi de Lampedusa en «Los lugares de mi infancia», perteneciente a los
Relatos
. De entre todos estos lugares hay que destacar dos: Palma di Montechiaro y Santa Margherita di Belice. En una carta enviada a su amigo Enrico Merlo le escribe:
«Il Palazzo di Donnafugata
e
proprio quello di Santa Margherita, mentre, per il complesso del paese, il riferimento e a Palma di Montechiaro»
. Es en la misma carta donde se hacen otras confesiones muy interesantes sobre los personajes.
«E superfluo dirti che il “principe di Salina” e il principe di Lampedusa, Giulio Fabrizio mio bisnonno; ogni cosa e reale: la statura, la matematica, la falsa violenza, lo scetticismo, la moglie, la madre tedesca, il rifiuto ad essere senatore»
. Respecto al padre Pirrone dice que existió, aunque él mejoró al auténtico, haciéndolo más sensible e inteligente. Sobre Tancredi y Angelica le argumentaba a su confidente:
«Tancredi e físicamente e come maniere, Gio; moralmente una mistura del senatore Scalea e di Pietro, suo figlio. Angelica non so chi sia, ma ricorda che Sedara, come nome, rassomiglia moho a Favara»
.

Palma di Montechiaro fue fundada a mediados del siglo XVII por los Tomasi. Es el lugar de origen del título medieval de la familia. Para Giuseppe este ámbito, bello pero duro, representaba la Sicilia feudal, la de los grandes dominios agrícolas. Palma está a una veintena de kilómetros de Agrigento, es decir, a bastantes kilómetros de Palermo, en el sur de la isla. Durante muchos siglos fueron removidas sus tierras para obtener azufre. La estirpe familiar del escritor se remonta a Palmerio De Caro, un militar catalán. A finales del siglo XIV, Mario Tomasi, un caballero que había llegado a Sicilia con el séquito del virrey Colonna, se casó con la última De Caro. Los hijos gemelos habidos del matrimonio, Carlo y Giulio, serán los fundadores de Palma. Los Tomasi eran muy católicos y contrarreformistas. Trataron de reproducir en Palma la planta sagrada de la ciudad de Jerusalén. La ciudad fue proyectada por el científico y astrónomo ragusano Giovanni Battista Hodiema, que luego fue su primer arcipreste. En el año 1678, Palma tenía más de tres mil habitantes. Disponía de once iglesias, treinta y dos sacerdotes y veinte monjes. El cardenal Giuseppe Maria Tomasi (1649-1713) impulsó también la cultura y las artes. De este ambiente bullicioso dieron cuenta el abate Saint-Non, que visitó Sicilia a finales del siglo XVIII; así como viajeros ingleses y alemanes: Henry Swinburne que escribió
Travels in the two Sicilies
(1783) y Heinrich Bartels, que redactó
Briefe uber Kalabrien und Sizilien
(1787-1791). Todos ellos mostraban su sorpresa por la arquitectura y la naturaleza de Palma, repleta de almendros y bosques de palmeras. La misma admiración provocó en el poeta Leopold Stolberg a finales del siglo de la Ilustración. En esta ciudad, cuya naturaleza es proclive a la mística, surgieron: el Duque Santo (Giulio Tomasi), sor Maria Crocifissa (Isabella Domenica Tomasi) y Giuseppe Maria Tomasi, subido a los altares en el año 1986. Los edificios más sobresalientes de Palma son: el Palazzo Ducale, la Chiesa Madre, el monasterio de los benedictinos y la Casa degli Scolopi, hoy sede del Ayuntamiento. También se puede visitar el Calvario y el castillo. El Palazzo Ducale fue levantado a mediados del siglo XVII por Giulio Tomasi, duque de Palma (a partir del año 1667 primer príncipe de Lampedusa). Tiene unos magníficos techos de madera sobre los cuales campaba el escudo de armas con el Gatopardo, hoy desaparecido como parte del revestimiento del techo. En la novela se evocan las estancias del Duque Santo en la parte más remota del palacio, «allí, a mediados del siglo XVII, un Salina se había retirado como en una especie de convento privado para hacer penitencia y preparar su propio itinerario hacia el Cielo». Tancredi y Angelica, que recorren en la ficción los lugares más secretos de este recinto entre juegos de amor, se encuentran con un inmenso crucifijo colgado de una pared y, junto al cadáver divino, «un látigo de cuyo corto mango partían seis tiras de cuero ya endurecido, con seis bolas de plomo en los extremos, gruesas como avellanas. Era la “disciplina” del Duque Santo. En aquella habitación Giuseppe Corbera, duque de Salina, se daba azotes en presencia de su Dios y de su feudo, y debía parecerle que las gotas de sangre lloverían sobre las tierras para redimirlas…». Ahora el palacio alberga un museo arqueológico. Cuando lo visité, hace unos años, había una exposición temporal dedicada a la familia Tomasi. A finales de 1999 se publicó en la prensa la noticia de que un enterrador heredaba «el palacio de verano del Gatopardo». El último propietario de este inmueble fue un caballero siciliano que siempre vestía de negro. Don Calogero Comparato sorprendió a sus primos, los Caputo de Caltanissetta, desheredándolos. Todo se lo dejó a Rosario di Falco, más conocido como Don Saro, su fiel criado durante años. La familia impugnó el documento y desconozco cuál es la situación legal al día de hoy.

La Chiesa Madre es obra del arquitecto Angelo Italia. Es de piedra blanca. Se asciende a la misma a través de una alta y extraordinaria escalinata. Su estilo es barroco. A los pies de la escalinata monumental se alza la iglesia de Santa Rosalía (hoy sin culto), que fue levantada por Tomasi al mismo tiempo que la ciudad. Aún conserva sobre la arcada pétrea de la puerta principal el escudo de armas de la familia.

El monasterio benedictino fue con anterioridad el primer domicilio de los duques. Lo habitaron mientras se fue levantando la ciudad. Luego se donó. Ahora venden ricos pasteles almendrados confeccionados por cuidadosas manos. El convento está junto a la capilla, que conserva un retrato de Giuseppe Maria, el santo de los Tomasi; los restos de Isabella (sor Maria Crocifissa) y del Duque Santo, los recuerdos de la visita del diablo a la monja, así como ropas, manuscritos y cartas de Isabella y de Giuseppe Maria Tomasi. «La costumbre secular exigía que, a la mañana siguiente de su llegada, la familia Salina se dirigiese al Monasterio del Santo Spirito para rezar ante la tumba de la beata Corbera —antepasada del príncipe—, quien había fundado aquel convento, lo había dotado, y en él había vivido y muerto santamente». El convento, como aún hoy en día, era de clausura y los hombres —excepto el príncipe de Salina y el rey de Nápoles— tenían prohibida la entrada. Al príncipe «en aquel sitio todo le gustaba, empezando por la humildad del tosco locutorio; la bóveda de cañón en cuyo centro danzaba el Gatopardo, la doble reja para las conversaciones, el pequeño torno de madera para la salida y entrada de los mensajes, la puerta sólidamente ajustada […]. Se asombraba siempre al ver enmarcadas en la pared de una celda las dos célebres e indescifrables cartas; la que la Beata Corbera había escrito al Diablo para exhortarlo a abrazar el bien y la respuesta de éste, donde al parecer lamentaba no poder obedecerla». Ambas misivas son ilegibles, al menos para el común de los mortales. ¿Quién redactó la del Diablo?

Otros monumentos son la Chiesa dell'Istituto delle Scuole Pie y el antiguo Convento de los escolapios. El instituto fue creado por Giuseppe Maria Tomasi, hijo primogénito de Giulio. Éste renunció a todos los derechos en favor de su hermano Ferdinando y entró en la orden de los teatinos, llegando a cardenal en el año 1717. El convento hospedaba a los seminaristas que el cardenal enviaba de Roma. Hoy es la sede del Ayuntamiento.

El castillo de Montechiaro está alzado sobre el mar. Lo mandó levantar la familia Chiaramonte en el siglo XIV y, dos siglos después, pasó a ser propiedad de los Tomasi di Lampedusa. La pequeña capilla en su interior custodia una estatua de mármol de la Virgen de Montechiaro, obra de Antonello Gagini.

Lampedusa visitó Palma di Montechiaro en los últimos años de su vida. Allí ya no quedaba nada de su propiedad, pero seguía siendo el descendiente de aquellos santos tan queridos por los paisanos. El escritor volvió a hacer el mismo recorrido que su príncipe de Salina hacía todos los años, siendo recibido con el mismo cariño y respeto por las religiosas.

Santa Margherita di Belice era su lugar preferido, me refiero a Lampedusa. Allí pasaba la familia largos meses estivales e incluso otoñales. «Era una de las más hermosas casas que he visto jamás», comenta el narrador en «Los lugares de mi infancia». Construida en el año 168o, fue completamente reconstruida en 1810 por el príncipe Niccolo Filangeri di Cuto, padre de su bisabuelo materno, con motivo de la larguísima estancia de Fernando IV y de Maria Carolina, huidos de Nápoles cuando entraron las tropas napoleónicas de Murat. La casa tenía cien habitaciones, tres inmensos patios, caballerizas y cocheras, iglesia, un enorme y hermosísimo jardín y un gran huerto. Pero además disponía de un teatro de trescientas localidades. Colgados de las paredes del Palacio estaban los retratos, desde el año 1080, de todos los antepasados Filangeri. «Había una biblioteca con armarios de ese sabroso estilo del siglo XVIII siciliano, llamado “estilo de Badia”, parecido al veneciano florido, pero más rudo y menos acaramelado». La lista de libros que enumera Lampedusa era fabulosa: la
Encyclopédie
, Voltaire, ediciones ilustradas hermosísimas de
El Quijote
, La Fontaine, Zola, etc. También había una gran colección hemerográfica. En la novela se hace el siguiente comentario: «Aquéllos eran, precisamente, los años en que, a través de las novelas, se fueron formando los mitos literarios que todavía hoy dominan en las mentes europeas; sin embargo, Sicilia, en parte por su tradicional impermeabilidad a lo nuevo, en parte por su generalizada ignorancia de cualquier idioma extranjero, en parte, también hay que decirlo, por la vejatoria censura borbónica que se ejercía a través de las aduanas, desconocía la existencia de Dickens, de Eliot, de la Sand, de Flaubert, e incluso de Dumas. Con todo, mediante una serie de subterfugios, un par de volúmenes de Balzac habían llegado a las manos de Don Fabrizio, quien se había atribuido el cargo de censor familiar; los había leído y luego, disgustado, se había deshecho de ellos pasándoselos a un amigo por el que no sentía excesivo aprecio: eran, había dicho, el fruto de un ingenio poderoso, sí, pero también extravagante y con ciertas “ideas fijas” (hoy diríamos que eran “monomaníacos”); juicio apresurado, como puede verse, pero no carente de agudeza. Así pues, el nivel de las lecturas era más bien bajo, condicionado como estaba por respeto al virginal pudor de las muchachas, a los escrúpulos religiosos de la princesa, y también al propio sentido de la dignidad del príncipe, que de ninguna manera se hubiera permitido leer “porquerías” en presencia de toda la familia». (Tomo siempre la traducción de Ricardo Pochtar editada por Edhasa.) La casa estaba llena de tapices, pinturas y riquísimo mobiliario. Había igualmente una iglesia que, además, era la Catedral de Santa Margherita. Grande y hermosa, «recuerdo que de estilo imperio, con grandes frescos, feos, incrustados entre los estucos blancos del techo, como los de la iglesia de la Olivella en Palermo, a la que se parecía mucho». En esta ciudad aprendió a leer en la Biblia, los Evangelios y la mitología clásica. Y también fue donde por vez primera vio representaciones teatrales. «Era un verdadero teatro con dos hileras de once palcos cada una, más una cazuela y, como es natural, la platea. La sala era toda blanca y oro, con cabida, por lo menos, para trescientas personas. Los asientos y las paredes de los palcos eran de terciopelo azul muy claro. El estilo era Luis XVI, simple y elegante. En el centro se destacaba el equivalente del palco real, es decir, nuestro palco…» También en este teatro vio por vez primera una proyección cinematográfica. Palacio e iglesia quedaron destruidos por el terremoto de 1968. El palacio fue reconstruido como un edificio moderno, dejando algunas partes del anterior. No tiene nada que ver con el que conoció Lampedusa. La iglesia sólo conserva lienzos y muros con algunas pinturas y está toda a cielo descubierto. El jardín es el único lugar que guarda el aroma nostálgico de los tiempos que cantó el escritor. Santa Margherita, o lo poco que queda de ella, está a pocos kilómetros de Segesta y Selinunte, en la costa meridional.

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