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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

Lugares donde se calma el dolor (23 page)

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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La segunda y definitiva entrada de la pareja irlandesa en Trieste fue menos espectacular y complicada que la primera. Regresaron por la Stazione Centrale y Nora pudo volver a contemplar en la antigua Piazza della Stazione, hoy Piazza della Libertá, la estatua de Elisabetta. A Sissi le cae el pelo hasta los talones como a Anna Livia Plurabelle. Ambas mujeres (Nora y la emperatriz) se hicieron silenciosa compañía en la larga espera de la primera llegada. Joyce dejó a la muchacha para ir a buscar alojamiento y se topó con una reyerta entre marineros ingleses de la que quiso ser su pacificador y, finalmente, dio con los huesos en una comisaría de la Via San Nicolo. Esta calle es central en la vida literaria de Trieste. Joyce se alojó aquí por vez primera en un hotel, luego vivió en varios pisos de diferentes inmuebles, la sede inicial de la Academia Berlitz también se encontraba en esta larga y estrecha vía, así como la iglesia ortodoxa griega y la librería de Umberto Saba. La Estación Central sigue tal cual en su fachada y en la entrada imperial, pero los andenes han sufrido drásticas modificaciones para incrementar la circulación de trenes. El edificio donde estaba el Hotel Central en el año 1904 no tiene nada que ver con el que yo contemplo. Donde Nora y Joyce pasaron su primera noche era un edificio como tantos otros de Trieste, sobrio y repleto de amplios ventanales. Julio Verne describe la arquitectura de los inmuebles que flanqueaban las avenidas comerciales, como «altos caserones cerrados como una caja de caudales» (en
Mathias Sandorf)
. El actual es un ejemplo de la arquitectura neoveneciana. Aloja en los bajos dos cafés y en los pisos, oficinas. El Hotel Central, en la Via San Nicolo número 15, había sido levantado en el último cuarto del siglo XIX. La nueva fachada palaciegade estilo neogótico veneciano fue alzada en el año 1912. Después de la renovación llevada a cabo por el arquitecto Guardiolli, continuó hasta 1919 dedicado a la hostelería. El negocio, a partir de aquella fecha, se trasladó a la Piazza della Borsa.
¿Qué
pensaría Joyce cuando vio destruir el lugar iniciático de su presencia en esta ciudad? ¿Qué pensarían Nora y James cuando vieron los escombros de lo que fue el espacio que albergó su verdadera noche de bodas? Seguramente nada. Habían vivido por aquel entonces en tantas casas triestinas que estaban vacunados contra la nostalgia.

En el mes de mayo del año 1905, al regresar de Pola, vinieron a vivir al número 30 de la Via San Nicolo. La calle baja hacia el mar y está repleta de edificios palaciegos. El del número 30 tiempo después alojaría en sus bajos la librería anticuaria de Umberto Saba. Nora y Joyce ocuparon el segundo piso y allí nació su primer hijo, Giorgio. Sobre la paternidad, Stephen Dedalus hará el siguiente comentario en el
Ulises
: «Es una ficción legal». La casera judía, Moise Canarutto, ayudó en el parto al doctor Sinigaglia, alumno del padre. A Giorgio no lo bautizaron. Lo registraron un año después, mintiendo sobre su matrimonio, para que no fuese declarado ilegítimo. La segunda hija, Lucía, nacería en 1907. En
Dublineses
no aparece ningún matrimonio feliz. Junto a este inmueble, en el número 32, estuvo la Academia Berlitz donde Joyce impartía clases de inglés. Aquí comenzó su vida social urbana. La academia de idiomas ocupaba el primer piso de este palacio de finales del siglo XVII, reformado en el siguiente. La entrada se hace a través de las preciosas puertas de madera ornadas con temas mitológicos. Están enmarcadas por dos columnas dóricas que sostienen un curvilíneo balcón de hierro forjado. El portal de piedra, también en sus techos y paredes, está embellecido con bajorrelieves de temas clásicos grecorromanos. Hoy los pisos están ocupados por el comercio Zinelli Perizzi. Entro en él y voy paseando entre amplios mostradores repletos de últimos modelos de ropa. El espacio ha sido dejado diáfano y a uno sólo le queda imaginar cómo y dónde estuvieron las aulas. Ésta fue la primera sede de la Berlitz entre los años 1903-1905. En el año 1906 la academia de idiomas se trasladó al tercer piso del número 33 de San Nicolo. De 1909 a 1911 se instaló en la Via de la Cassa di Risparmio, número I; y del 1912 al 1914 en que desapareció, en la Via della Sanitá. En San Nicolo 32, los Joyce compartieron durante el año 1907 el tercer piso abuhardillado con su hermano Stanislaus, el cual había acudido pronto a la llamada fraterna, aunque al poco tiempo se arrepentiría por las cargas que ésta supuso. Dar clases era una tarea agotadora. Todo el mundo hablaba bien del magisterio de Joyce. A James se le conocía como el «doctor Joyce». Así aparece en los anuncios que la Berlitz puso en
Il Piccolo
. Pero el doctor Joyce no estaba casado, tenía hijos, ganaba poco dinero y lo derrochaba en caprichos, era el terror de los caseros, que se las veían y deseaban para cobrar sus mensualidades. Joyce también se hacía el despistado a la hora de pagar los libros que compraba. En la Via San Nicolo estaba la Librería Maylander. Durante el año 1907 se publicó allí semanalmente la revista
Il Palvese
, publicación irredentista en la que llegaron a colaborar Saba, Slataper (seudónimos ambos), y vieron la luz las traducciones de Ibsen vertidas por Vidacovich. A Joyce no le gustó nunca demasiado la literatura italiana. Ni la clásica (a excepción de Dante, «mi alimento espiritual»), ni la contemporánea (a excepción de Svevo). Decía muy sarcásticamente que estaba repleta de huérfanos, mendigos, batallas y un patriotismo vacío. Hoy en San Nicolo, número 20, está la magnífica Librería Minerva, que frecuenta Claudio Magris. En tiempos de Joyce, una de las más famosas casas de venta de libros era la Schimpff, en la Piazza della Borsa, número 12. Estaba instalada en el mismo edificio donde hoy se alberga el Credito Italiano. En la biografía de Richard Ellmann se muestra un recibo del año 1914 en el que se le pedía al novelista saldara sus deudas provenientes de la compra de varios libros efectuada hacía meses. Libros de Ibsen, Shaw, Flaubert, una biografía de Debussy, gramáticas inglesas,
La evolución creadora
de Bergson y varios libros infantiles, entre ellos,
Pinocho
de Collodi. El mismo Joyce, en una carta enviada al editor de
Dublineses
, le recomendaba hacer llegar un buen número de ejemplares a la Librería Schimpff. El establecimiento se cerró en el año 1919 y se trasladó a la Via Santa Caterina, cambiando su nombre por el de Treves e Zanichelli. La heredera de hoy es la Borsatti, en la Via Dante, número 14. El nombre le venía de Eugenio Borsatti, quien, cuando todavía era encargado en la Schimpff, había sido muy cortés con Joyce.

«Una strana bottega d'antiquario /s'apre a Trieste, in una via secreta»
, escribe Umberto Saba en el soneto XV de su
Autobiografía
. Este antro oscuro aún está tal cual. El escaparate es un cúmulo de ediciones raras sobre la ciudad y mapas enmarcados de otras épocas. Saba abrió esta tienda en el año 1919, cuando ya Joyce no estaba. Como muy bien dice Yves Hersant, la triestinidad de los escritores se erige sobre el comercio y los negocios. Saba descubrió lo que sería su fuente de subsistencia, su refugio y su orgullo. En una carta de 1924 le dice a un amigo: «Aunque no entendía nada, logré montar una empresa a partir de la nada. Me siento más orgulloso de esto que del
Canzoniere»
. Saba, como Joyce, también quiso ser empresario cinematográfico. Dirigió Il Cinema Italia, sin obtener de él grandes beneficios. Años antes había sufrido el mismo fracaso al hacerse cargo de un café cantante. La actual Librería Antiquaria está por dentro en un absoluto caos. Unos libros se apilan sobre otros como si fueran muros y muros de papel. Saba tenía un ayudante, y quien hoy se encarga de este negocio es su hijo. Un hombre amable, alto, fuerte, de unos pocos más de sesenta años. Yo entré sólo para ver cuál era el espacio interior y se me ocurrió, para darle conversación, pedirle un mapa del Imperio austrohúngaro. Empezó a remover carpetas y carpetas llenas de grabados. Fui mirando y me encontré con algunos magníficos de las ruinas romanas de Pola. Finalmente no apareció. Apenas podíamos movernos en medio de este enjambre de carpetas y libros que vuelan sin destino de un lugar a otro. El pequeño mostrador también soportaba un buen legajo de volúmenes recién llegados. El único taburete donde uno podía sentarse desapareció tras derrumbarse una muralla de volúmenes magníficamente encuadernados. El hombre evitó que yo los recogiera y allí yacieron sin compasión. Yo miré al techo y comprobé que las tablas que lo sostenían estaban al aire libre, en dudoso equilibrio. No me atreví a preguntarle nada sobre Saba y separé varios grabados que le prometí pasar a recoger luego. Él me sonrió, los cogió y, poniéndolos sobre un gran rascacielos, me dijo: «Aquí están esperando los encargos de esas mañanas que nunca llegan». Me sentí aturdido. Abrí la alta puerta acristalada y salí de nuevo a la Via Nicolo.

Hersant define muy bien a Saba, desgarrado entre dos culturas y dos comunidades, «entre el judío que no quería ser y el cristiano que no fue; entre un padre ausente y dos figuras maternas; entre tres nombres ficticios y un patronímico rechazado; entre el gusto por los retiros oscuros y la pasión por el deslumbrante oropel de una gloria que se demoró en llegar; entre el amor-odio a su mujer y el interés activo por sus
ragazzi
; entre un maravilloso sentido de la infancia y el terror precoz por la senilidad; pero sobre todo entre el inconveniente de haber nacido y la tentación de la existencia». Umberto Saba vivió en la Via San Nicolo con la dignidad de todas sus secretas heridas. La librería era el lugar de acarreo de las penalidades de este arqueólogo del ser: «Trabajo un terreno reseco y duro. Mi arado / choca contra la piedra entre las zarzas./ Debo excavar a fondo, como quien / busca un tesoro», escribe en «Lavoro». Saba vivió en silencio el suicidio que preparaba para cada día y cada día posponía para el otro. Muchos de sus poemas son una prolongada marcha fúnebre entonada en cada una de estas calles del corazón antiguo de Trieste. Melancolía infinita del no haber sido. Trieste para Saba es como un cementerio etrusco. Una ciudad donde las tumbas son casas y sobre los cenotafios están las figuras vivas de sus inquilinos dormidos. En el fondo de esos corredores, como en el fondo del lenguaje: la muerte; en el fondo de la muerte, la justificación de la existencia. Saba era incapaz de vivir (sólo escribía) y de morir, lo mismo que de amar. Saba era incapaz de la vulgaridad: «Sólo lo común me ofende», escribe en
IlMalinconico
. Saba visitaba con frecuencia la cercana Via San Lazzaro donde tenía la consulta su amigo el psicoanalista Edoardo Weiss. ¿Curarse Saba? Weiss huyó de sus amigos triestinos y partió a Roma dejando a su paciente. Weiss no podía ser el psicoanalista de toda una ciudad enferma de melancolía. A Saba le valieron aquellas sesiones para conocer que el profundo mal del hombre de su tiempo —quizá de todos los tiempos— obedece a que ya no es más un niño, pero quiere comportarse como si todavía lo fuera. En la Via San Lázaro, en el número 8, una placa recientemente colocada con motivo de una asamblea psicoanalista recuerda al fugado.

Católicos, ortodoxos, judíos, armenios, protestantes, luteranos, anglicanos y metodistas, eran las confesiones religiosas más abundantes en la época de Joyce en Trieste. Muchas de ellas —como la ortodoxa o la judía— todavía permanecen en la ciudad. Pluralidad religiosa, lingüística, racial, cultural y nacional. Finalmente todos se volvieron triestinos y proitalianos en la mayor parte de los casos. El Edicto de Tolerancia de 1781 permitió la instalación de griegos, judíos y otras comunidades extranjeras dedicadas fundamentalmente al comercio. Esta ley también protegió la libertad de culto. La inmigración griega se incrementó a lo largo del siglo XVIII, sobre todo durante la guerra de la independencia contra los turcos (1821 a 1829). Los griegos eran una comunidad tan poderosa que incluso tenían un periódico en griego
Nea Imera, El nuevo día
. Joyce hablaba el griego moderno, conocía a muchos comerciantes y comentaba que le traían buena suerte. Entre esas familias aristocráticas de origen heleno estaba el conde Sordina y el barón Ralli. El primero procedía de Corfú y como el otro, se dedicaba a negocios marítimos y de seguros. Sordina tenía grandes inquietudes culturales y deportivas. Ambos fueron alumnos de Joyce. El conde Francesco Sordina fue uno de los más ilustres estudiantes del irlandés, en la Berlitz School. Le proporcionó otros adinerados aprendices de inglés y, en el año 1915, consiguió para la familia Joyce un salvoconducto con el que pudieron salir de Trieste rumbo a Suiza. El conde vivía en un palacio que todavía se conserva en el corso Saba, número 6 (en aquella época, Via della Barriera Vecchia, número 2).

Las iglesias ortodoxas (serbia y griega) mantuvieron el culto compartido hasta avanzado el siglo XIX. Luego se separaron. Los serbios levantaron la iglesia neobizantina de San Spiridione, cerca del Gran Canal; mientras los griegos construyeron la iglesia de San Nicolo en la calle del mismo nombre. La comunidad serbia también estaba instalada en Trieste desde el siglo XVIII. La iglesia de San Spiridione fue construida a mediados del siglo XIX. El arquitecto Carlo Maciachini la diseñó sobre los restos de una anterior que utilizaban los greco-serbios. La de San Nicolo se acabó posteriormente. San Spiridione es más amplia y espaciosa. Está decorada con grandes mosaicos dorados. San Nicolo es más pequeña e íntima. El lujo es el mismo en ambas, pues están llenas de iconos, cuadros, grandes candelabros y vidrieras por donde penetra la luz del día haciendo refulgir el pan de oro. En la serbia Dios está por encima del hombre, mientras que en San Nicoloel hombre parece penetrar e instalarse en el mismo tímpano de la divinidad. Joyce asistía aquí a las misas, fascinado por el rito. En
Finnegan's Wake
, Jimmy es un visitante de capillas. El cuento «Las hermanas» se le ocurrió en la iglesia griega, mientras asistía a un oficio. A Stanislaus le escribió en una carta diciéndole que la misa griega era extraña, y le describió pormenorizadamente los movimientos del sacerdote. En el
Ulises
mezcló lo ortodoxo con lo católico. A pesar de sus diatribas contra el clero romano, Joyce visitaba las iglesias católicas y le gustaba seguir las procesiones de Semana Santa como a su personaje, Leopold Bloom, quien además disfrutaba con los funerales. Otro ser de ficción del
Ulises
, Buck Mulligan, era un falso sacerdote que se dedicaba a parodiar ambas religiones. Al novelista, la comunión y el asunto de la Santísima Trinidad siempre lo intrigaron.

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