El joven Uthred, después de haber ayudado a Alfredo el Grande a convertir Wessex en un reino sajón independiente, regresa al norte con el propósito de encontrar a su hermanastra. Pero por el camino hallará unas tierras envueltas en el caos y la guerra y a un Guthred que ha pasado de ser un esclavo a pretendiente al trono.
En esta entrega se relatan los tiempos oscuros en los que Inglaterra empezaba a tomar forma, tras el choque entre la cultura anglosajona y la danesa, entre el cristianismo y el paganismo, entre dos concepciones del mundo irreconciliables, en el que a Alfredo el Grande le correspondió un papel protagonista.
Bernard Cornwell
Los señores del norte
Sajones, vikingos y normandos - 03
ePUB v1.1
Roy Batty17.09.12
Título original:
The Lords of the North
Bernard Cornwell, 2006
Traductor: Libertad Aguilera
Editor original: Roy Batty (v1.0)
Corrector: Brogor
ePub base v2.0
Para Ed Breslin
La ortografía de los topónimos en la Inglaterra anglosajona era un asunto incierto, incoherente y en el que no hay acuerdo siquiera en el propio nombre. Así, Londres podía aparecer de cualquiera de las siguientes maneras: Lundonia, Lundenberg, Lundenne, Lundene, Lundenwic, Lundenceaster y Lundres. Sin duda, algunos lectores preferirán otras versiones de los nombres enumerados abajo, pero he empleado normalmente la ortografía citada en el
Oxford Dictionary of English Place Names
[Diccionario Oxford de topónimos ingleses] durante los años más cercanos o pertenecientes al reinado de Alfredo el Grande, 871-899 d. de C, pero ni siquiera esa solución es infalible. La isla Hayling, en 956, se escribía tanto Heilincigae como Haeglingaiggae. Ni tampoco yo he sido totalmente coherente; he preferido el moderno Inglaterra a Englaland y he utilizado Northumbria en lugar de Noróhymbralond para evitar sugerir que los límites del antiguo reino coinciden con los del actual condado. Así que esta lista, como la ortografía misma de los nombres, es caprichosa:
Æbbanduna - Abingdon, Berkshire
Æsc, colina de - Ashdown, Berkshire
Badum (se pronuncia Bathum) - Bath, Avon
Basengas - Basing, Hampshire
Beamfleot - Benfleet, Essex
Beardastopol - Barnstable, Devon
Bebbanburg - Bamburgh Castle, Northumbria
Berrocscire - Berkshire
Blaland - Norte de África
Cantucton - Cannington, Somerset
Cetreht - Catterick, Yorkshire
Cippanhamin - Chippenham, Wiltshire
Cirrenceastre - Cirencester, Gloucestershire
Contwaraburg - Canterbury, Kent
Cornwalum - Cornualles
Cridianton - Crediton, Devon
Cynuit - Fortaleza de Cynuit, cerca de Cannington, Somerset
Dalriada - oeste de Escocia
Defnascir - Devonshire
Deoraby - Derby, Derbyshire
Dic - Diss, Norfolk
Dunholm - Durham, condado de Durham
Eoferwic - York (también la danesa Jorvic, que se pronuncia Yorvik)
Exanceaster - Exeter, Devon
Fromtun - Frampton on Severn, Gloucestershire
Gegnesburh - Gainsborough, Lincolnshire
el Gewæsc - el Wash
Gleawecestre - Gloucester, Gloucestershire
Gyruum - Jarrow, condado de Durham
Haithabu - Hedeby, ciudad comercial en el sur de Dinamarca
Hamanfunta - Havant, Hampshire
Heilincigae - isla de Hayling, Hampshire
Hreapandune - Repton, Derbyshire
Kenet - río Kennet
Ledecestre - Leicester, Leicestershire
Lindisfarena - Lindisfarne (isla sagrada), Northumbria
Lundene - Londres
Mereton - Marten, Wiltshire
Meslach - Matlock, Derbyshire
Pedredan - río Parrett
Pictland - este de Escocia
el Poole - bahía de Poole, Dorset
Readingum - Reading, Berkshire
Sæfern - río Severn
Scireburnan - Sherborne, Dorset
Snotengaham - Nottingham, Nottinghamshire
Solente - Solent
Streonshall - Strensall, Yorkshire
Sumorsæte - Somerset
Suth Seaxa - Sussex (sajones del sur)
Synningthwait - Swinithwaite, Yorkshire
Temes - río Támesis
Thornsæta - Dorset
Tine - río Tyne
Trente - río Trent
Tuede - río Tweed
Twyfyrde - Tiverton, Devon
Uisc - río Exe
Werham - Wareham, Dorset
Wiht - isla de Wight
Wiire - río Wear
Wiltun - Wilton, Wiltshire
Wiltunscir - Wiltshire
Winburnan - Wimborne Minster, Dorset
Wintanceaster - Winchester, Hampshire
Quería oscuridad. Aquella noche de verano aún había luna, y salía continuamente de detrás de las nubes para ponerme nervioso. Quería oscuridad.
Había cargado con dos bolsas de cuero hasta el cordal que marcaba la frontera norte de mis tierras. Mis tierras. Fifhidan, se llamaban, y eran la recompensa del rey Alfredo por el servicio prestado en Ethandun, en cuya larga colina verde habíamos destruido un ejército danés. Muro de escudos contra muro de escudos, y al concluir Alfredo volvía a ser rey y los daneses habían sido derrotados. Wessex seguía vivo, y me atrevería a decir que yo había hecho más que la mayoría. Había perdido a mi mujer, a mi amigo, una lanza me había atravesado el muslo, y por toda recompensa había recibido Fifhidan.
Cinco pellejos. Eso significaba el nombre. ¡Cinco pellejos! Apenas suficiente tierra para mantener a las cuatro familias de esclavos que labraban la tierra, esquilaban a las ovejas y pescaban en el río Kenet. Otros hombres habían obtenido grandes tierras, y para la iglesia hubo ricos bosques y profundos pastos. Pero a mí me habían dado cinco pellejos. Detestaba a Alfredo. Era un rey amargado, meapilas y tacaño que desconfiaba de mí porque no era cristiano, porque venía del norte y porque le había devuelto su reino en Ethandun. Y su recompensa había sido Fifhidan. Hijo de la grandísima puta.
Así que había cargado con las dos bolsas hasta la loma segada por las ovejas, repleta de enormes rocas grises que la luna bañaba de blanco al escapar de entre los jirones de nubes. Me agaché junto a una de las grandes piedras y Hild se agachó junto a mí.
Era mi mujer, entonces. Había sido monja en Cippanhamm, pero los daneses ocuparon la ciudad y la habían prostituido. Ahora estaba conmigo. A veces, en la noche, la escuchaba rezar, y sus oraciones eran siempre de lágrimas y desesperación. Suponía que acabaría volviendo con su dios, pero por el momento yo era su refugio.
—¿Por qué esperamos? —preguntó.
Me puse un dedo sobre los labios para indicarle silencio. Me observó. Tenía un rostro alargado, ojos grandes y el pelo dorado bajo un pañuelo. Hubiera sido un desperdicio que se metiera a monja. Alfredo, por supuesto, la quería de vuelta en el convento. Por eso permití que se quedara. Para incordiarle. El muy hijo de puta.
Esperaba para asegurarme de que nadie nos vigilaba. Era poco probable, pues a la gente no le gusta aventurarse en la noche cuando acechan monstruos horribles. Hild se agarró a su crucifijo, pero yo me sentía a gusto en la oscuridad. De niño había aprendido a amar la noche. Era un
sceadugengan,
un caminante de la noche, una de las criaturas que los otros hombres temían.
Esperé mucho tiempo, hasta asegurarme de que no había nadie más en la loma, después desenvainé
Aguijón-de-avispa,
mi espada corta, y corté un cuadrado de hierba que aparté a un lado. Excavé y apilé la tierra sobre mi capa. La hoja constantemente chocaba contra tiza y piedras,
Aguijón-de-avispa
se mellaría, pero seguí excavando hasta hacer un hoyo lo suficientemente grande para enterrar a un niño. Metimos dentro las dos bolsas. Eran mi tesoro. Mi plata y mi oro, mis riquezas, y no quería cargar con ellas. Poseía cinco pellejos, dos espadas, una cota de malla, un escudo, un casco, un caballo y una monja delgaducha, pero no tenía hombres para proteger mi tesoro; así que tenía que esconderlo. Me guardé unas cuantas monedas de plata y confié el resto a la tierra, lo cubrimos, lo pisamos y lo tapamos de nuevo con el cuadrado de hierba. Esperé que la luna saliera de detrás de una nube para examinar el suelo, me aseguré de que no parecía perturbado, y memoricé el lugar, señalándolo en mi mente con las piedras cercanas. Un día, cuando tuviera suficientes medios para protegerlo, volvería a por él.
Hild observaba la tumba del tesoro.
—Alfredo dice que tienes que quedarte.
—Alfredo por mí se puede mear en su propia garganta —contesté—, y espero que el muy cabrón se atragante en el intento y la palme.
Moriría pronto, pues era un hombre enfermo. Sólo tenía veintinueve años, ocho más que yo, pero parecía tener cincuenta, y dudo mucho de que ninguno de los dos le echara más de dos o tres años de vida. Siempre estaba aquejado de dolores de estómago, cagándose por la pata abajo o temblando de fiebre.
Hild tocó la hierba bajo la que estaba enterrado el tesoro.
—¿Significa esto que volvemos a Wessex? —preguntó.
—Significa —respondí—, que ningún hombre viaja entre enemigos con su tesoro. Está más seguro aquí, y si sobrevivimos vendremos a buscarlo. Y si yo muero, tú vendrás a buscarlo.
No contestó; transportamos la tierra que había sobrado sobre la capa y la tiramos al río.
Por la mañana, montamos en nuestros caballos y cabalgamos hacia el este. Nos dirigíamos a Lundene, pues en Lundene empiezan todas las carreteras. Me guiaba el destino. Era el año 878, tenía veintiún años y creía que ganaría el mundo entero con mis espadas. Era Uhtred de Bebbanburg, el hombre que había matado a Ubba Lothbrokson junto al mar y había derribado a Svein, el del Caballo Blanco, en Ethandun. Era el hombre que había devuelto a Alfredo su reino, y lo detestaba. Así que iba a abandonarlo. Mi camino era el de la espada, y me llevaría a casa. Regresaba al norte.
* * *
Lundene es la mayor ciudad en toda la isla de Gran Bretaña; siempre he adorado sus casas en ruinas y sus callejones enfebrecidos, pero Hild y yo nos quedamos sólo dos días, alojados en una taberna sajona en la ciudad nueva, al oeste de las desmoronadas murallas romanas. Formaba entonces parte de Mercia, protegida por daneses. Las tabernas estaban llenas de viajantes, extranjeros y patrones de barco, y fue un mercader llamado Thorkild quien nos ofreció pasaje hasta Northumbria. Le dije que me llamaba Ragnarson y ni me creyó ni lo puso en duda, así que nos ofreció pasaje a cambio de dos monedas de plata y mis músculos en uno de sus remos. Yo era sajón, pero había sido criado por los daneses, así que hablaba su lengua, y Thorkild supuso que era danés. Mi buen casco, la cota de malla y las dos espadas le indicaban que era guerrero, y debió de suponer que también era fugitivo de algún ejército derrotado, pero ¿a él qué le importaba? Necesitaba remeros. Algunos comerciantes sólo se servían de esclavos, pero Thorkild opinaba que daban problemas y empleaba hombres libres.