En ese momento Lola comenzó a llorar desconsoladamente. De sus ojos caían verdaderas cataratas de lágrimas, y la alegría que demostró al entrar desapareció.
—No me lo puedo creer —se dijo para sí Anna.
—Te voy a decir algo. Después de lo que llevamos pasado, encuentro esto bastante divertido.
Anna le miró y soltó una carcajada que no tardó en acompañar Peter. La risa de los dos silenció los sollozos de su paciente. Es más, Lola dejó de llorar y, empezando con la pequeña sonrisa con la que entró, acabó riendo junto a ellos.
Ya se había ido Lola y le tocaba el turno a Cosme Rollers. Otra vez tuvieron que ver su desagradable cara, que además, en esta ocasión, iba acompañada de un no menos desagradable olor. A Peter le recordó a queso rancio, a pan mohoso, y a orín de gato. Posiblemente fuese su propio orín, aunque no lo quería ni imaginar. Peter no entendía tal circunstancia, ya que el director Santo les dijo que les llevaban a una sala de lavado y recibían ropa limpia casi a diario. Sin embargo apestaba. Se sentó en la silla y Joe le ató las muñecas a los brazos de ésta, al igual que hizo con Marcos Abdul.
—No sé que le pasa a éste hoy —le explicó el guardia mientras se marchaba.
—Bien, señor Rollers, vamos a hacer una nueva sesión —empezó Peter.
—Claro doctor —dijo, recordándoles el repugnante sonido de su voz, que era como si viniera del mismo infierno—. Usted manda.
—Lea el siguiente texto en voz alta, y al terminar diga en voz alta una letra, la primera que le venga a la cabeza.
Cuando Peter le acercó la hoja con el texto, Cosme, con un rápido movimiento de silla y de cuerpo, le aplastó la manó con su frente dándole un fuerte golpe. De modo instintivo Peter tiró de su mano y la sacó de debajo de la cabeza llena de bultos de su paciente. Asustada, Anna se levantó corriendo a llamar a Joe.
—Doctor..., cómo lo siento —dijo—. Me he resbalado.
En ese momento llegó Joe con la porra eléctrica en alto, y de nuevo, demostrando más fuerza de la que aparentaba, agarró a Cosme. Llegando a la puerta, éste levantó la cabeza y miró a Peter.
—La próxima vez no será un resbalón, doctorcito —amenazó.
—¡Silencio! Si no quieres una descarga, más te vale ir callado.
Y desaparecieron pasillo abajo.
—¿Qué ha querido decir con un resbalón, Peter? —Le preguntó Anna aún bastante nerviosa.
—Nada cariño, tranquilízate. Según él se ha resbalado.
—¡Si, claro! —Respiró hondo—. Peter..., me quiero ir de aquí.
Anna empezó a llorar, y Peter la abrazó.
—Yo también Anna, yo también. Vamos a acabar la segunda ronda, y cuando entreguemos el informe nos vamos, quiera o no el director.
Tras una noche entera revisando los videos, el inspector Puma aparcaba de nuevo en los aparcamientos del centro. Cerró su coche con el correspondiente parpadeo de los intermitentes, y se encaminó a la entrada sin encontrarse esta vez al guardia en su garita. Como ya sabía el camino, se dirigió sin dudarlo al despacho del director. No había dormido prácticamente nada, pero había merecido la pena el sacrificio, ya que había encontrado un detalle que alguien que no hubiese estado tan preparado como él lo habría pasado por alto. Le había costado bastante trabajo, pero en una de las pasadas de uno de los videos lo vio claro. Alguien tenía que dar una buena explicación, si no quería acabar esa noche en el calabozo. Ese alguien era un empleado del centro psiquiátrico, y no era cualquier empleado.
El informe del forense también era relevante. Mariano Kraus había sido envenenado, y esto hacía que el caso fuese más extraño a la par de más interesante. Lo que le preocupaba ahora era la llamada que había recibido por parte de la señorita Blinda, en la que le informó que el doctor Lux había vuelto a ver a Marcos por los pasillos del centro, para luego desaparecer casi delante de sus propios ojos.
Al llegar al despacho encontró la puerta semiabierta y vio por ella que el director hablaba por teléfono.
—Sí, todo está saliendo como esperábamos —Pausa—. Sí. Hasta otra.
Entonces decidió golpear la puerta con los nudillos, invitándole a entrar el director.
—Buenas tardes inspector Puma. ¿Trae buenas noticias?
—Más de lo que espera. Sospecho, y con fundamento, de su encargada de seguridad.
Antes de que terminara de almorzar, Peter recibió en su GPS un mensaje en el que se pedía que fuese con la mayor rapidez posible a la sala de vigilancia. Sin pensárselo dos veces partió, y cuando llegó ya estaba Anna allí, así como el director, Joanne, Joe y el inspector de policía.
La sala era bastante amplia. A diferencia del desconcertante blanco al que ya se había acostumbrado, los colores dominantes de esta habitación eran el marrón y el azul marino. En una de las paredes se podían ver más de una docena de monitores, en los que aparecían imágenes en directo de distintas partes del centro. Además, cada cinco segundos, más o menos, cambiaban a vistas de otras cámaras. Cada rincón del centro era vigilado desde allí.
Un par de sillas estaban colocadas enfrente de los televisores, donde se deberían sentar los encargados de vigilancia, y habían traído de alguna otra sala varias sillas más para que se pudiesen sentar los presentes. En el fondo vio un armario lleno de discos que contendrían las grabaciones, y al lado un ordenador donde se debían introducir éstos. Se notaba que el sistema de vigilancia era de última tecnología.
—Bueno, ya que están aquí todos los interesados en el caso —empezó el inspector—, les mostraré lo que he descubierto. Le he pedido a Joe que introduzca en el ordenador las grabaciones que nos mostrarán todo lo que ocurrió el día en el que uno de sus pacientes se escapó.
El inspector estaba utilizando precisión en sus palabras para evitar cualquier error, o quizás cualquier pregunta que le interrumpiese. Con un puntero láser señaló tres de los monitores y continuó hablando.
—Bien, en el primer monitor vemos al paciente Marcos Abdul. Vemos que está dando vueltas por la habitación, y en breve veremos que se mete en la cama. Observemos el segundo, que muestra uno de los pasillos del centro y que en ese momento estaba sin actividad alguna. Por último, el tercer monitor es el que vigila la puerta de la celda de Marcos.
Julián señaló enseguida otro terminal, distinto a los tres anteriores, por el que todos pudieron ver a Joanne paseando. Todas las miradas se dirigieron hacia ella, y Julián prosiguió.
—Aquí se encuentra la señorita Blinda.
—Estaba haciendo mi paseo de vigilancia rutinario.
—Nadie dice lo contrario, Joanne. Pero veamos esto. Marcos se ha metido en su cama, y usted está paseando por el centro. Vemos que enseguida va a salir de la vigilancia de esta cámara, y va a entrar en el monitor que señalé segundo. —Tal como lo dijo sucedió, y todos vieron como Joanne proseguía su camino por el pasillo. Cuando iba a salir de nuevo de la vigilancia de las cámaras Julián continuó—. Observen que Joanne está a punto de salir de este monitor, Marcos sigue en su cama, y...
Julián, con un rápido movimiento del puntero señaló al monitor que vigilaba la celda de Marcos. Allí no apareció nadie, como parecía que el inspector iba a enseñarles. Pero con muchos más movimientos del puntero empezó a señalar cada uno de los monitores, y Joanne seguía sin aparecer en ninguno. Probablemente era a eso a lo que él quería llegar.
—¿Qué quiere probar con esto, inspector? —Le cortó Joanne enseguida—. ¿Qué me volaticé quizás, como hizo Marcos ayer según el doctor Lux? ¿No ha pensado que me pude parar, por cualquier motivo, en un ángulo muerto?
—Todavía no me he pronunciado en ningún aspecto, señorita Blinda. Pero es de destacar que mientras usted me ha interrumpido hasta este momento han pasado unos quince segundos, y aún no ha aparecido en ninguna de las pantallas.
—No es por nada —comentó Anna en esta ocasión, hecho que extrañó a Peter—, pero podría ser que se estuviese abrochando los cordones de los zapatos, o qué sé yo.
—Evidentemente tiene razón, doctora Lux. Yo también pensé en ello, y es por eso por lo que cuando vi por primera vez los videos no sospeché nada en absoluto. Retroceda la cinta unos cuarenta segundos, Joe, hasta que vuelva a aparecer Joanne.
Así lo hizo Joe, y cuando ésta apareció el director se pronunció.
—Espero, inspector Puma, que llegue pronto a algún motivo que inculpe a Joanne.
—Enseguida —respondió con seguridad—. Observen esta imagen. —Julián señaló hacia la pantalla en la que se veía a Marcos en su celda—. Vean que se está moviendo, y en breve se quedará parado.
Así ocurrió. Después de un rato dando vueltas en la cama, Marcos Abdul se quedó quieto. Ya no se movía nada en la habitación. Allí reinaba una tranquilidad que en absoluto hacía presagiar que Marcos se escaparía de su celda.
—A primera vista se puede pensar que se ha quedado dormido —todos asintieron—, pero observen aquí.
Ahora señaló hasta otra celda, posiblemente la de Saturno Hiesta, en la que su huésped también estaba metido en la cama y tampoco se movía. Peter estaba ya deseoso de que el inspector llegara ya a su conclusión. Era muy fuerte que éste hubiese acusado a Joanne, aunque no le sorprendió realmente, y seguro que a Anna tampoco. Habían estado dudando de ella y de su comportamiento. Pero seguro que habría alguna explicación. Se dio cuenta que Julián estaba hablando de nuevo.
—... dos imágenes iguales, salvo por la disposición del mobiliario, ¿o quizás no? Si miran a través de la ventana de este segundo paciente, se puede ver cómo empieza a anochecer. La luz del exterior se va apagando poco a poco. Sin embargo, en la habitación de Marcos Abdul no es así durante un periodo de tiempo..., en el que Joanne no aparece en ninguna cámara.
Era verdad. No es que Marcos no se moviera, sino que la imagen estaba congelada. Y realmente era bastante sospechoso que Joanne no apareciese. De repente se vio cómo la luz de fuera pasaba de anaranjado a prácticamente negro, y cómo Marcos empezaba a moverse otra vez.
—Y de esta esquina saldrá Joanne enseguida.
Y así fue, Joanne volvía a pasear a través de los pasillos. Todos se giraron de nuevo hacia Joanne esperando una explicación.
La reacción de Joanne fue la que menos se hubiese esperado Peter: sonreír. Peter, como psiquiatra, esperaba un mínimo de nerviosismo hacia la segunda vez en que su puesto de encargada de seguridad del centro se ponía en duda. Y esta vez no era por un posible error, sino por una negligencia en toda regla. Sin embargo, allí estaba ella sonriendo, a punto de soltar una carcajada como las que horas antes echó él y su mujer con Lola Manera.
—¿Tiene algo que decir, señorita Blinda? —Le preguntó Julián.
—Por supuesto inspector. Podría decir varias cosas, entre ellas que no pienso hablar sin la presencia de mi abogado. Pero ahorremos todas estas molestias, sobre todo porque me preocupa la situación del centro y no tengo nada que esconder. Llevo ya bastante tiempo trabajando aquí, y sé la colocación de cada una de las cámaras del centro, y de la disposición de cada uno de estos monitores. Le mostraré qué es lo que hay tras el monitor por el que desaparezco.
Joanne se levantó, y se dispuso a marcharse por la puerta.
—No se mueva, señorita Blinda. Está bajo sospecha, y si abandona la sala me veré obligado a detenerla y llevarla hasta comisaría.
—Si no le importa, inspector, me ofrezco a ir yo —indicó el director.
—Sí, por supuesto.
—Le señalaré en el GPS el camino que debe seguir —el director le dio su GPS a Joanne, y ésta lo manipuló durante unos segundos hasta marcarle el destino, todo bajo la vigilancia del inspector.
—Muy bien, espero que con esto se aclare todo —dijo el director Santo mientras salía de la sala de vigilancia.
En ese momento Joe sacó la cinta de seguridad y los monitores volvieron a reflejar el estado actual del centro. Peter, al igual que el resto, pudo ver al director andando hasta llegar al primer pasillo en que el inspector les llamó la atención sobre el paseo de vigilancia de Joanne. Éste empezó a aparecer y desaparecer por los mismos monitores que antes lo hizo su empleada, y al llegar al sitio crítico llamó por el GPS a Joanne.
—Bien, ya estoy aquí. ¿Qué hago ahora Joanne?
—Siga andando en el mismo sentido hasta que le diga que pare. Veamos por cuál pantalla sale usted.
El director anduvo a un paso más lento, para que momentos después desapareciese del campo de vigilancia. La tensión aumentó, y, como si de una competición o un juego se tratase, todos los que estaban en la sala empezaron a buscar la pantalla por la que iba a salir Santo. Todos excepto Joanne, que señaló con la mano el monitor por el que apareció al instante. Éste no era ninguno de los monitores que Julián había estado empleando, pero a Peter le llamó la atención que en aquel pasillo, en el que se encontraba el director, hubiese un óleo. El cuadro contrastaba con la blancura y la sobriedad de cualquier otro pasillo del centro.
El director continuó andando.
—Y ya no perderemos más tiempo —señaló Joanne.
Y en efecto todo quedó demostrado, pues el director apareció por la misma esquina que lo hizo Joanne.
—Director, ya puede parar —le avisó ella. El director se paró en seco, y se dio media vuelta para regresar.
—¿No hay ninguna bifurcación? ¿Otro pasillo posible? —Preguntó Julián.
—Pues no. Lo puede comprobar en el GPS.
Joanne le acercó el GPS para que viese que decía la verdad, y el inspector comprobó que efectivamente así era. Peter se dio cuenta que éste estaba pasando un mal trago. Estaba seguro que a Julián nunca le había sucedido nada semejante en su carrera.
—No se preocupe inspector, cualquiera puede equivocarse —dijo Joanne.
—Sí, supongo. Pero siento mucho el error. Debería haber investigado algo más antes de acusarla.
—Usted se ha equivocado en esto —saltó Anna casi indignada con lo que estaba sucediendo—, pero no pasemos por alto que las cintas han sido manipuladas. Tanto la cámara de vigilancia de Marcos, como la del pasillo del óleo.
Peter sonrió. Anna no podía ocultar que tenía atravesada a la encargada de seguridad. Tenía miedo y se quería ir, pero Peter sabía que en más de una ocasión la intuición de Anna les había sacado de algún que otro apuro.
—Mi esposa tiene razón.
—Sí, claro —dijo Julián con un tono más alegre. Al momento llegó el director—. Seguiré investigando esos cortes. Supongo que me tendré que quedar en el centro.