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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (12 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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Anna aún los llamaba por los nombres por los que los habían conocido, y Julián la respetaba y hacía lo mismo.

—¿Has podido oír de qué hablaban? —Preguntó.

—Sí, estaban recordando sus hazañas. Pero sólo me estaba enterando de palabras sueltas, como mi nombre y el de Peter. —Decir su nombre le dio fuerza—. Juro que van a pagar por lo que hicieron.

Julián le dio un sentido abrazo para que se tranquilizara. Entonces se terminó de preparar.

—Bien, ha llegado la hora —dijo Julián tras mirar su reloj—. Todo va a salir bien, te lo prometo.

Julián empezó a bajar por las escalerillas sin dificultad, a pesar del disfraz que llevaba puesto. En esta ocasión iba vestido de ejecutivo, con unas gafas de sol, una peluca con los pelos engominados, y un traje negro con su maletín del mismo color. Escondido bajo el traje llevaba una pistola de alto calibre que esperaba no tener que utilizar.

Llegó a la puerta que daba al callejón y la abrió. Fuera ya estaban los cuatro hombres, que dejaron la conversación que mantenían en el acto. Iban casi de incógnito, con sendas gafas de sol, y sombreros o gorras. Julián los invitó a pasar y fueron entrando de uno en uno, para irse sentando en unas sillas que habían colocado en semicírculo, justo en un entorno iluminado por la luz que entraba desde una claraboya del techo. Julián se colocó algo más alejado del centro del semicírculo.

—Bienvenidos caballeros —empezó, mientras miraba uno a uno los semblantes serios de sus oyentes—. Supongo que sabrán quién los ha llamado.

Los cuatro asintieron, y antes de que pudiera continuar le interrumpieron.

—Perdone, ¿quién es usted? —Preguntó Joe.

—Disculpen mi mala educación. Soy Guillermo Lafonti —le había gustado aquel apellido.

—Oiga, ¿por qué nos han citado en este sitio tan degradado? —Preguntó en esta ocasión Marcos—. La otra vez fue en el restaurante de lujo. Este sitio no me gusta.

Marcos tenía razón. Podría haber caído que el responsable no se rebajaría a reunirse en un sitio así, pero la verdad es que tampoco importaba.

—Siento que no sea de su agrado, pero el trabajo que vamos a realizar va a ser más complicado que el que hicieron. Por eso no les hemos podido reunir en un sitio público.

—¿Qué está diciendo? —Volvió a interrumpir Marcos. Aquello se estaba poniendo más difícil de lo que esperaba.— Si el restaurante es propiedad del señor Santo. Lo puede cerrar cuando le dé la gana.

—¿Cómo dice? —Le preguntó Julián alucinado.

Marcos había dicho “el señor Santo”. ¿Estaba el director detrás de todo? Miró hacia arriba y vio a Anna asomada, y le hizo un gesto para que se escondiera un poco más. Ella había oído también lo que dijo Marcos.

—Adrián tiene razón —dijo Fran refiriéndose a Marcos. Aquello era un verdadero lío—. No somos delincuentes que nos tengamos que esconder. Quiero ver a Santo, si no, me voy ahora mismo. Estamos poniendo en juego nuestras carreras por hacer esto.

—¿Carreras? —Se escuchó de fondo. Los cuatro se dieron la vuelta sin levantarse de las sillas. Anna no se había podido contener, pero habían convenido que estuviese en silencio mientras les sacaba la información. Podía echar a perder todo el plan, aunque no le podía reprochar que no hubiese podido quedarse callada.

—¿Quién ha dicho eso? —Preguntó Ben—. Esto no me gusta —dijo dirigiéndose a los otros tres.

—A mí tampoco —le apoyó Fran.

Se levantaron a la vez, y Julián no tuvo más remedio que sacar su pistola.

—Estense quietos o lo lamentarán.

—¿Nos está amenazando? —Preguntó nervioso Fran—. No hemos firmado ni aceptado nada en absoluto. Nos podemos ir cuando queramos.

—Sí —apoyó Ben—. O hablamos con Santo, o nos vamos.

—Creo que no entienden lo que les digo.

Julián se quitó las gafas y la peluca. Las caras de los cuatro hombres fueron indescriptibles.

—Me suena su cara —dijo balbuceando Ben.

—Era el inspector de policía —le aclaró Joe con voz cansada, mientras Ben se llevaba las manos a la boca para reprimir un grito—. ¿Qué quiere de nosotros?

—Quiero que me digáis la verdad para encontrar al responsable de lo que ocurrió. Si colaboráis, será tan bueno para ustedes como para nosotros.

—¿Vosotros? —Preguntó Fran— ¿Quién está con usted? ¿Es esa voz que escuchamos?

—En efecto. La doctora Anna Lux está escondida. En cuanto le haga una señal llamará a la policía, y estará aquí en menos de cinco minutos.

—No nos puede acusar de nada —dijo en tono burlón Ben.

—Eso es lo que tú te crees. Tenemos pruebas más que suficientes para demostrar que estuvisteis en el centro: videos, imágenes, entre otros. Lo siento, pero estáis metidos en un lío.

Joe fue el primero en sentarse. Sabía que Julián le estaba diciendo la verdad. Los otros tres hicieron lo mismo, aunque Fran fue el que más tardó.

—No puede ser —dijo éste casi llorando—, nos aseguró que nadie se iba a enterar. ¿Cómo nos descubrió?

—No tengo por qué decirte nada, pero lo haré. Vi al señor Galíndez en la tele.

Los otros tres le miraron.

—¿Has vuelto a trabajar en la tele? —Le reprochó Marcos—. ¿Es que no estás bien de la cabeza? Yo he tenido que rechazar papeles protagonistas en series, pero con lo que nos pagaron tenía más que de sobra. ¿Y tú tuviste que volver a tu ridículo trabajo?

—¡Oye! Sin faltar —le contestó Ben—. Es que si no lo hacía me iban a despedir.

Fran tuvo que sujetar a Marcos para que no golpease al adivino.

—No le pensamos decir nada —dijo Fran tras conseguir que Marcos se sentara—. Hicimos un pacto de confidencialidad.

Todos asintieron

—Sí, yo temo más a Santo que a las amenazas tuyas —dijo Ben.

En ese momento se empezaron a oír unas sirenas lejos, y Anna apareció en la escena tras bajar silenciosa por la escalerilla. Todos, incluido Julián, quedaron sorprendidos.

—Oídme bien —dijo Anna con rudeza—, he llamado ya a la policía. Vosotros —indicó señalándoles uno a uno— me engañasteis, me tomasteis el pelo. A mí, a Julián y a mi marido. ¿Por dinero? ¿Perdí a mi marido por dinero? —Tomó aire—. Vi muerta a Helena, a Lola, a Saturno, y vosotros estáis aquí como si no fueseis culpables de nada. Me ponéis enferma. Sois despreciables. —Hizo una nueva pausa en la que secó sus ojos llenos de lágrimas—. Tenéis dos opciones: o nos ayudáis u os pudrís en la cárcel.

Un nuevo silencio llenó el recinto, mientras las sirenas de la policía sonaban más cerca.

—Yo no diré nada —contestó Fran.

—Ni yo —añadió Marcos.

—Yo tampoco —fue la respuesta de Ben.

Miraron a Joe, y éste los contempló para dirigirse, a continuación, a Anna, a la par que se levantaba.

—Lo siento por ustedes, pero yo diré todo lo que sé. Si me lo permites, Anna, quiero pedirte perdón por lo que hice.

—Te arrepentirás —le amenazó Fran.

Joe se giró y le contestó.

—Ya soy viejo. Créeme que no lo haré.

Las sirenas ya sonaban justo al lado. La policía había llegado.

Planificación

S
e encontraban en una pequeña sala de interrogatorios de la comisaría de Bonesporta. Mientras que a los otros tres los encerraron en los calabozos, Joe estaba con ellos contándoles todo lo que sabía. Julián y Anna le escuchaban atentamente, sin dejar escapar la más mínima información.

—Hará cosa de ocho o nueve meses llegó un mensaje a mi agencia de guardaespaldas, parecida a la carta que ustedes enviaron, pero de materiales de mayor calidad. El sobre tenía unos ribetes de plata, el papel era de una textura tan suave como el lino, y estaba escrita a mano con una caligrafía que jamás había visto nada igual. Lo comentábamos antes de entrar en vuestro local: aunque la noticia de recibir un sobre nos recordó a nuestro anterior trabajo, al abrirlo todos pensamos que se iba a tratar de otra cosa.

—La cuestión es que picasteis —indicó Anna.

—Sí, pero esta vez me costó más convencer a mis jefes de que me dejaran aceptar el trabajo. A diferencia del primer sobre, cuya pomposidad fue suficiente para que me dejaran ir, el vuestro no dio el mismo resultado. Los convencí afirmándoles que se trataba del mismo cliente.

—Eso está muy bien, Albano —le dijo Julián—, pero lo que nos interesa es lo que pasó aquella vez. Según dijo Adrián Pérez, os reunieron en un restaurante propiedad de Santo.

—Sí, así fue. El señor Santo nos reunió en su hotel-restaurante.

—¿Dónde se encuentra? —Preguntó Julián.

—Está situado en el Valle de los Colosos, no lejos de Bonesporta. Se trata de un amplio complejo de hospedaje y restauración. Cuenta con una gran cantidad y calidad de servicios: piscina, spa, gimnasio, pistas de tenis y paddle. Ya saben a lo que me refiero, no es una simple taberna de carretera.

—¿Qué pasó en la reunión?

—Bien, como también dijo uno de ellos, no recuerdo ahora cuál, el restaurante estuvo cerrado el día de la reunión. A excepción de nosotros y los camareros, no había nadie más. Allí Santo se presentó, y nos explicó por encima para que había requerido nuestra presencia con tanta urgencia. Nos entregó unas carpetas con nuestras falsas identidades, y el comportamiento y personalidad que deberíamos efectuar —Joe bebió un poco de agua—. Allí no sólo estábamos nosotros cuatro, sino que había un par más de actrices y creo que un asesino a sueldo. 

—¿Qué ocurrió con ellos?

—Las actrices no quisieron entrar en ese juego, así que se fueron prometiendo no contar nada de lo que habían escuchado. El asesino a sueldo tampoco quería actuar. Decía que él mataba a quien fuese sin ningún tipo de teatro. —Bajó la vista con timidez—. Yo también quise irme, pero el dinero que nos iba a pagar era muy suculento. Santo sabe jugar con el dinero. Les recuerdo que un factor importante por el que el matrimonio Lux accedió a ir fue también económico.

—Nosotros, Joe, lo íbamos a utilizar para crear una organización benéfica —dijo Anna enfadada.

—¿Joe? Mi nombre es Albano, no Joe —le respondió molesto—. No la estoy juzgando, y usted no debe juzgarme tampoco, pues no sabe para qué iba a usar yo el dinero.

—Bueno —cortó Julián—, no entremos en disputas que no nos llevan a nada. El tiempo corre en nuestra contra. Ahora dígame, Albano, en aquella reunión tendría que haber un par de personas más. Como Cosme Rollers, o la señorita Joanne Blinda.

—Sí, en efecto. Aunque estos también eran sus nombres falsos. No recuerdo ahora los verdaderos —dijo haciendo como si se esforzara pensando. 

—Da igual, ¿qué sabe de ellos?

—Está claro que no los ha encontrado, detective. Y no me extraña. Se podría decir que estas dos personas son la mano derecha e izquierda de Santo. Si no recuerdo mal, ella es su mujer y él un amigo que le ayudó a formar su imperio económico. Supongo que al irse las actrices y el asesino tuvieron que desempeñar sus papeles.

—¿Qué me puedes decir de ellos?

—Diría que quizás sean los verdaderos autores de todo. Creo que utilizan a Santo sin que éste se dé cuenta. No sé con qué fin, pero yo diría que se aprovechan de él. Aún así no estoy diciendo que Santo sea una buena persona, al contrario, creo que está mal de la cabeza. El dinero le ha hecho creerse que puede hacer lo que quiera, como lo del centro psiquiátrico.

Julián pensó que era increíble cómo habían conseguido engañarlo. Aquel plan no se pudo haber realizado en poco tiempo, sino que habrían estado diseñando detalladamente cada momento. Lo más seguro es que tuvieran previsto incluso que los pillaran, así que no se iban a enfrentar a un rival fácil. Anna le sacó de sus pensamientos.

—Veo que a Santo sí le llama así —sugirió Anna.

—Pues sí. Él se hace llamar así. Aunque no nos dijo nada antes, cuando capturó al doctor Lux le confesó que su nombre completo era Crisanto Emina. 

—¿Crisanto Emina? —Saltó Anna sorprendida.

—Ha reaccionado igual que lo hizo su marido. Supongo que con el nombre completo sí le puede reconocer de algo. Recuerdo que a Peter le contó una historia de su hermano, que le traicionó o algo por el estilo. Fue entonces cuando me enteré de la verdadera razón de todo aquello.

Joe les contó, lo mejor que pudo recordar, la conversación que tuvieron Santo y Peter. No tuvo desperdicio ninguno de las palabras que Joe soltó por sus labios. Santo tuvo un fallo tremendo dejando libres y desatendidos a sus actores. Quizás fuese su prepotencia, pero quizás lo tuviera planificado así. Quizás sabía que él encontraría a Joe, y éste le estaba contando lo que Santo quería. Eran posibilidades que no se podían pasar por alto. Cuando Joe terminó de contar su historia, Julián no pudo dejar de preguntarle sobre el marido de Anna.

—Por lo que nos estás contando, ¿quieres decir que Peter quizás esté vivo?

—Por lo visto, ese era su plan de venganza. Arruinar al matrimonio Lux, encerrar a Peter y hacer creer a Anna que éste había muerto.

De pronto, Anna se levantó y dio una fuerte bofetada a Joe. Por enésima vez tenía los ojos llenos de lágrimas y, corriendo, salió de la sala de interrogatorios.

Tuvo que salir detrás de Anna para calmarla. Estaba nerviosa, tiritaba y se sostenía los pelos del flequillo con las manos, mientras un río de lágrimas bajaba por sus mejillas hasta caer en el suelo. Pidió ayuda al policía que custodiaba a los tres prisioneros para que llevase a Anna a tomar algún tranquilizante. La noticia de que su marido pudiese estar vivo le había conmocionado a él también, pero estaba claro que no le iba a afectar tanto como a ella. 

Decidió entrar de nuevo a hablar con Joe para obtener más información. Necesitaba más ayuda para saber a qué se enfrentaba realmente. Bueno, necesitaba casi un milagro. De esos que les sucede a gente corriente, y que luego representan en cuadros que cuelgan en cuartos oscuros de iglesias de pueblo. De ese tipo de milagros necesitaba ayuda, sólo que sabía que no le iba a pasar nada semejante.

Una vez dentro, tomo asiento y continuó la conversación pidiendo perdón por la agresión de Anna. Pudo ver la marca que ésta le había dejado en toda la parte izquierda de la cara. Aunque Joe no se había ni inmutado, estaba seguro que le había dolido.

—Puedo llegar a comprenderla —fue la respuesta de Joe—, pero debe cambiar de actitud.

Julián no supo qué decirle, así que siguió investigando.

—Cuéntame, Albano, cómo eran los días en el centro.

—Los días antes de la llegada del matrimonio Lux fueron muy estresantes. Una vez que ellos estaban allí, un pequeño comunicado todas las mañanas era más que suficiente para saber qué es lo que debíamos hacer en cada momento.

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