—¿Más serio, primer orador?
—Más serio, orador Gendibal. —El primer orador suspiró y tabaleó con los dedos sobre la mesa mientras Gendibal esperaba pacientemente, y al fin dijo con dulzura como si así suavizara el golpe —: En una reunión de emergencia de la Mesa, convocada por la oradora Delarmi…
—¿Sin su consentimiento, primer orador?
—Para lo que ella quería, sólo necesitaba el consentimiento de los otros tres oradores, sin incluirme a mí. En la reunión de emergencia que después fue convocada, ha sido usted residenciado, orador Gendibal. Se le acusa de ser indigno del cargo de orador y deberá ser juzgado. Esta es la primera vez en más de tres siglos que se presenta una demanda de residencia contra un orador…
Gendibal, procurando reprimir cualquier muestra de ira, dijo:
—Supongo que usted no votó a favor de la propuesta.
—No lo hice, pero estaba solo. El resto de la Mesa ha sido unánime, y el resultado fue de diez a uno a favor de la residencia. Como usted ya sabe, el requisito para dar curso a una residencia es de ocho votos, incluido el primer orador…, o de diez sin él.
—Pero yo no estaba presente.
—No habría podido votar.
—Habría podido hablar en mi defensa.
—En esta etapa aún no. Los precedentes son pocos, pero claros. Podrá defenderse en el juicio que, naturalmente, se celebrará lo antes posible.
Gendibal inclinó la cabeza en actitud meditativa. Luego, dijo:
—Eso no me preocupa demasiado, primer orador.
Creo que su impulso inicial era acertado. La cuestión de Trevize tiene prioridad. ¿Puedo sugerirle que retrase el juicio por este motivo?
El primer orador alzó la mano.
—No le culpo por no entender la situación, orador. La residencia es algo tan excepcional que incluso yo he tenido que consultar los procedimientos legales que implica. No hay nada que sea prioritario. Tenemos que celebrar inmediatamente el juicio, posponiendo todo lo demás.
Gendibal colocó los puños sobre la mesa y se inclinó hacia el primer orador.
—¿No lo dirá en serio?
—Es la ley…
—La ley no debe ser un obstáculo frente a un peligro claro e inmediato.
—Para la Mesa, orador Gendibal, usted es el peligro claro e inmediato. ¡No, escúcheme! La ley que corresponde se basa en la convicción de que nada puede ser más importante que la posibilidad de corrupción o abuso del poder por parte de un orador.
—Pero yo no soy culpable de ninguna de las dos cosas, primer orador, y usted lo sabía. Esto es una venganza personal de la oradora Delarmi. Si hay abuso de poder, es por su parte. Mi delito es que nunca me he esforzado por hacerme popular, esto sí que lo admito, y no he prestado bastante atención a necios que son suficientemente viejos para ser seniles pero suficientemente jóvenes para tener poder.
—¿Como yo, orador?
Gendibal suspiró.
—Ya lo ve, he vuelto a hacerlo. No me refiero a usted, primer orador. De acuerdo, entonces; celebremos un juicio urgente. Celebrémoslo mañana. Aún mejor, esta noche. Terminemos con esto y después pasemos a la cuestión de Trevize. No podemos esperar.
El primer orador dijo:
—Orador Gendibal. No creo que entienda la situación. Hemos tenido residencias con anterioridad; no muchas, sólo dos. Ninguna de ellas dio por resultado una condena. Sin embargo, ¡usted será condenado! Entonces dejará de ser miembro de la Mesa y no tendrá voz en la política pública. De hecho, ni siquiera tendrá voto en la reunión anual de la Asamblea.
—¿Y usted no hará nada para impedirlo?
—No puedo. Me derrotarían unánimemente. Entonces me vería obligado a dimitir, que es lo que los oradores parecen desear en realidad.
—¿Y Delarmi se convertiría en primera oradora?
—Es muy posible.
—¡Pero eso hay que impedirlo!
—¡Exactamente! Por esa razón tendré que votar a favor de su condena.
Gendibal tomó aliento.
—Sigo reclamando un juicio urgente.
—Tiene que disponer de tiempo para preparar su defensa.
—¿Qué defensa? No escucharán ninguna defensa. ¡Juicio urgente!
—La Mesa tiene que disponer de tiempo para preparar su caso.
—No tienen ningún caso y no quieren tenerlo. Me han acusado en su mente y no necesitan nada más. De hecho, preferirían condenarme mañana que pasado… y esta noche mejor que mañana. Comuníqueselo.
El primer orador se puso en pie. Ambos se miraron fijamente a través de la mesa. El primer orador dijo:
—¿Por qué tiene tanta prisa?
—La cuestión de Trevize no esperará.
—Una vez usted haya sido condenado y mi posición se haya debilitado frente a una Mesa unida contra mí, ¿qué habremos conseguido?
Gendibal dijo en un vehemente susurro:
—¡No tema! A pesar de todo, no me condenarán.
—¿Está preparado, Janov? —preguntó Trevize.
Pelorat alzó los ojos del libro que estaba leyendo y contestó:
—¿Quiere decir, para el salto, viejo amigo?
—Para el salto hiperespacial. Sí.
Pelorat tragó saliva.
—Bueno… ¿Está seguro de que no resultará desagradable en ningún sentido? Sé que es una tontería tener miedo, pero la idea de quedar reducido a incorpóreos taquiones, que nadie ha visto o detectado jamás…
—Vamos, Janov, es algo muy perfeccionado. ¡Palabra de honor! Como usted mismo ha explicado, el salto lleva realizándose cerca de veintidós mil años, y nunca he tenido noticia de una sola calamidad en el hiperespacio. Quizá salgamos del hiperespacio en un lugar incómodo, pero entonces el accidente ocurriría en el espacio, no mientras estamos compuestos de taquiones.
—Un consuelo muy pobre, en mi opinión.
—Tampoco emergeremos en un lugar equivocado. A decir verdad, pensaba llevarlo a cabo sin avisarle, para que ni siquiera se enterase de lo que habíamos realizado. Sin embargo, pensándolo mejor, he creído preferible que lo experimente conscientemente, vea que no hay problemas de ninguna clase, y lo olvide por completo de ahora en adelante.
—Bueno… —dijo Pelorat con aire de duda—, supongo que tiene razón pero, sinceramente, yo no tengo ninguna prisa.
—Le aseguro que…
—No, no, viejo amigo, acepto sus afirmaciones sin reservas. Es sólo que… ¿Ha leído Santerestil Matt?
—Por supuesto. No soy un inculto.
—Indudablemente. Indudablemente. No debería habérselo preguntado. ¿Lo recuerda?
—Tampoco soy amnésico.
—Al parecer tengo un gran talento ofensivo. Lo que quiero decir es que no dejo de pensar en las escenas donde Santerestil y su amigo, Ban, se han escapado del Planeta 17 y están perdidos en el espacio. Pienso en aquellas escenas perfectamente hipnóticas en medio de las estrellas, avanzando con lentitud y en profundo silencio, de un modo inmutable, de un modo… Nunca lo creí, ¿sabe? Me encantó y me emocionó, pero no lo creí realmente. Pero ahora, cuando apenas me he acostumbrado a la idea de estar en el espacio, estoy experimentándolo y…, es una tontería, lo sé…, pero no quiero olvidarlo. Es como si yo fuera Santerestil…
—Y yo, Ban —dijo Trevize con algo de impaciencia.
—En cierto modo. Las mortecinas y escasas estrellas de ahí fuera están inmóviles, excepto nuestro sol, naturalmente, que debe estar disminuyendo de tamaño pero que no vemos. La Galaxia conserva su mortecina majestad, inalterable. El espacio está sumido en el silencio y yo no tengo distracciones…
—Excepto yo.
—Excepto usted… Pero es que, Golan, querido compañero, hablar con usted sobre la Tierra e intentar enseñarle un poco de prehistoria también tiene sus satisfacciones. Tampoco quiero que esto se acabe.
—No se acabará. Inmediatamente, en todo caso. No supondrá que daremos el salto y nos encontraremos en la superficie de un planeta, ¿verdad? Seguiremos estando en el espacio y el salto no habrá requerido un tiempo mensurable. Puede pasar una semana antes de que alcancemos una superficie cualquiera, de modo que tranquilícese.
—Al decir superficie, seguramente no se refiere a Gaia. Puede que estemos muy lejos de Gaia cuando emerjamos del salto.
—Lo sé, Janov, pero estaremos en el sector preciso, si su información es correcta. Si no lo es…, bueno…
Pelorat meneó la cabeza con tristeza.
—¿De qué nos servirá estar en el sector preciso si no sabernos las coordenadas de Gaia?
—Janov, suponga que estuviera en Términus, dirigiéndose hacia la ciudad de Argyropol, y no supiera dónde estaba esa ciudad excepto que se encontraba en algún lugar del istmo. Una vez llegara al istmo, ¿qué haría? —dijo Trevize.
Pelorat guardó un prudente silencio, como si creyera que una respuesta terriblemente sofisticada era lo que se esperaba de él. Al fin, contestó:
—Supongo que se lo preguntada a alguien.
—¡Exactamente! ¿Qué otra cosa se puede hacer? Y ahora… ¿está preparado?
—¿Quiere decir, ahora? —Pelorat se puso rápidamente en pie, y su inexpresiva cara reflejó algo muy parecido ala preocupación—. ¿Qué debo hacer? ¿Sentarme? ¿Quedarme en pie? ¿Qué?
—Por el Tiempo y el Espacio, Pelorat, no haga nada. Sólo venga conmigo a mi habitación para que yo pueda utilizar la computadora, y entonces siéntese o quédese en pie o de saltos mortales…, lo que le ayude a sentirse mejor. Mi sugerencia es que se siente delante de la pantalla y observe. Será muy interesante. ¡Vamos!
Recorrieron el corto pasillo hasta la habitación de Trevize, y éste se sentó frente a la computadora.
—¿Le gustaría hacerlo, Janov? —preguntó de repente—. Yo le daré las cifras y lo único que usted tendrá que hacer es pensar en ellas. La computadora se encargará del resto.
Pelorat contestó:
—No, gracias. Por alguna razón, la computadora no funciona bien conmigo. Usted dice que sólo necesito práctica, pero no lo creo. Su mente tiene algo especial, Golan…
—No sea tonto.
—No, no. Esa computadora sólo parece adaptarse bien a usted. Los dos parecen ser un solo organismo cuando están en contacto. Cuando lo estoy yo, hay dos objetos separados: Janov Pelorat y una computadora. No es lo mismo.
—Ridículo —dijo Trevize, pero se sintió vagamente complacido por esta opinión y acarició afectuosamente los soportes para manos de la computadora.
—Prefiero observar —dijo Pelorat—. En realidad, preferiría que no sucediera nada, pero como eso no es posible, observaré. —Fijó ansiosamente los ojos en la pantalla y en la brumosa Galaxia con el fino polvillo de estrellas mortecinas que se veía en primer término—. Avíseme cuando esté a punto de suceder.
—Retrocedió lentamente hacia la pared y se apuntaló.
Trevize sonrió, Colocó las manos encima de los soportes y sintió la unión mental. Esta se producía más fácilmente cada día, así como con mayor intimidad, y aunque se hubiera burlado de lo que Pelorat había dicho, realmente la sentía. Le pareció que apenas necesitaba pensar en las coordenadas de un modo consciente. Casi parecía que la computadora sabía lo que él quería, sin el proceso consciente de «decírselo». Extraía la información de su cerebro por sí misma.
Pero Trevize se la «dijo» y luego pidió un intervalo de dos minutos antes del salto.
—Vamos a ver, Janov. Tenemos dos minutos: 120…, 115…, 110. Usted limítese a mirar la pantalla.
Pelorat lo hizo así, con una ligera tirantez en las comisuras de la boca y conteniendo la respiración.
Trevize dijo suavemente:
—15 10. 5… 4. 3…, 2.,. 1… 0.
Sin movimiento perceptible, sin sensación perceptible, el paisaje reflejado en la pantalla cambió. Hubo un claro espesamiento del campo estelar y la Galaxia se desvaneció.
Pelorat dio un brinco y preguntó:
—¿Ya está?
—¿Qué es lo que está? Ha tenido miedo. Pero eso ha sido culpa suya. No ha sentido nada. Admítalo.
—Lo admito.
—Pues sí, ya está. Tiempo atrás, cuando los viajes hiperespaciales eran relativamente nuevos, según los libros, en todo caso, se experimentaba una rara sensación interna y algunas personas tenían vahídos o náuseas. Quizá fuera psicógeno, quizá no. De todas maneras, con más y más experiencia en hiperespacialidad y con mejor equipo, esa sensación disminuyó. Con una computadora como la que hay a bordo de esta nave, cualquier efecto está muy por debajo del umbral de la sensación. Por lo menos, para mí es así.
—Y para mí también, debo admitirlo. ¿Dónde estamos, Golan?
—Sólo un poco más adelante. En la región kalganiana. Todavía hay un largo camino que recorrer, y antes de nada tenemos que verificar la precisión del salto.
—Lo que me preocupa es… ¿dónde está la Galaxia?
—A nuestro alrededor, Janov. Ahora estamos muy adentrados en ella. Si enfocamos adecuadamente la pantalla, veremos las partes más lejanas como una franja luminosa a través del cielo.
—¡La Vía Láctea! —exclamó alegremente Pelorat—. Casi todos los mundos la describen en su cielo, pero es algo que no vemos en Términus… ¡Enséñemela, viejo amigo!
La pantalla se inclinó, causando el efecto de un desvanecimiento del campo estelar que la atravesaba, y luego se produjo una densa y nacarada luminosidad que llenó casi todo el campo. La pantalla la fue siguiendo, a medida que se diluía y después volvía a intensificarse.
—Es más densa hacia el centro de la Galaxia. Sin embargo, no todo lo densa o brillante que podría ser, debido a las oscuras nubes de los brazos espirales. Se ve algo parecido a esto desde casi todos los mundos habitados —dijo Trevize.
—Y desde la Tierra, también.
—Esto no constituye ninguna diferencia. No sería un signo de identificación.
—Claro que no. Pero, ¿sabe…? Usted no ha estudiado la historia de la ciencia, ¿verdad?
—No exactamente, aunque tengo algunas nociones, claro. De todos modos, si quiere hacerme alguna pregunta, no espere que yo sea un experto.
—Es que dar este salto me ha recordado algo que siempre me ha desconcertado. Es posible efectuar una descripción del Universo en el que los viajes hiperespaciales son imposibles y en el que la velocidad de la luz a través de un vacío es el máximo absoluto en lo referente a velocidad.
—Indudablemente.
—En estas circunstancias, la geometría del Universo es tal que resulta imposible hacer el viaje que acabamos de emprender en menos tiempo del que emplearía un rayo de luz. Y si lo hiciéramos a la velocidad de la luz, nuestra experiencia de duración no coincidiría con la del Universo en general. Si este lugar está, digamos, a cuarenta pársecs de Términus, y si hubiéramos llegado hasta aquí a la velocidad de la luz, no habríamos sentido ningún lapso de tiempo, pero en Términus y en toda la Galaxia habrían pasado ciento treinta años. Ahora hemos hecho un viaje, no a la velocidad de la luz sino a miles de veces la velocidad de la luz, y no ha habido adelanto de tiempo en ningún sitio. Por lo menos, así lo espero.