Los incógnitos (2 page)

Read Los incógnitos Online

Authors: Carlos Ardohain

BOOK: Los incógnitos
3.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Qué lástima que no usemos sombreros, porque me dan ganas de sacármelo. Quedó buenísimo —dijo Equis.

—Afirmativo —respondió Igriega, y los dos rieron, casi tan alto como antes lo había hecho Tamara.

Estaban solos en el pasillo, rodeados de cajas vacías, mirando al interior del local iluminado, que tenía un aire a despacho de funcionario público pero con un matiz clandestino, algo difícil de definir o de precisar. Miraban en silencio, como haciendo un balance mental.

De pronto Equis dijo en voz alta:

—¡Ya sé! Falta una planta, tenemos que poner una planta, un ser vivo, un toque de verde, un ficus, algo así.

—Tenés razón, tenés toda la razón del mundo. —Igriega lo miró riéndose—. Vení, apaguemos, cerremos todo y saquemos las cajas a la vereda. Te invito una cerveza en el bar de la esquina, así festejamos.

6

Margarita había quedado viuda de un día para otro. Una noche se acostó al lado de su marido, a la noche siguiente fue al velorio. Así, súbitamente, puede terminar la vida de alguien, una interrupción en la corriente eléctrica que rige el corazón, unos latidos que no se producen, un cuerpo que se sorprende abandonado, que se aferra de algo que ya no lo puede sostener y cae, inerte, al suelo. La afectó más la sorpresa que la pérdida, lo inesperado del suceso fue lo que la desestabilizó. La vida con Guillermo era gris y tibia, se habían casado muy jóvenes, pero su relación nunca había estado regida por la pasión o el deseo, había sido más bien un encuentro de seres parecidos juntando su miedo a vivir para hacerse un poco más sólidos. Compartieron la casa, las rutinas, las frustraciones. Margarita era, por lo que dejaban traslucir las peleas y discusiones, la más insatisfecha, la que necesitaba otra cosa, la que creía que todavía podía salir a la luz de una vida más intensa, más plena. Guillermo parecía conforme, o al menos resignado a que su vida fuera eso y nunca nada más que eso. Ella había buscado caminos alternativos, maneras de cambiar, había hecho yoga, meditación, se había integrado a un grupo de autoconocimiento y practicaba cuando podía lo que había aprendido, la conducta de estar consciente del aquí y el ahora. Pero seguía prevaleciendo siempre la realidad cotidiana, chata, anodina, sin proyectos.

De pronto había quedado sola a los cuarenta años y, más allá del dolor, sentía un cierto alivio que la ponía incómoda consigo misma. Al mismo tiempo percibía que comenzaba una etapa nueva y tenía la oportunidad de intentar vivir como deseaba.

Lo primero sería buscar trabajo, la última crisis había provocado una reestructuración en la empresa en que trabajaba y ella fue uno de los primeros empleados que despidieron. Al principio no le importó mucho, se arreglaron con el sueldo de Guillermo, aunque con el tiempo se fue sintiendo cada vez peor y había decidido volver a trabajar. Con la muerte de su marido esto se hizo una necesidad perentoria. Sabía que no le resultaría fácil, pero tenía confianza en su buena disposición. Era una mujer todavía joven, tenía grandes ojos negros, el pelo castaño oscuro ondulado sobre los hombros y unas piernas larguísimas. También tenía una sonrisa que aparecía poco, pero que cuando lo hacía contagiaba a las personas que estaban alrededor, que sonreían también, como obligados a hacer una devolución a tanta calidez.

De manera que empezó a responder avisos, a dejar su currículum en cuanta empresa se le ocurría y a llamar a sus pocos contactos, pero el tiempo pasaba y las cosas seguían igual. Un día se encontró en el centro con una ex compañera de su último trabajo. Le dio mucha alegría y le pareció una buena señal, se dieron un beso y un abrazo y fueron a tomar un café para ponerse al día. Se sentaron y se alabaron la figura, el pelo, lo bien que estás, lo flaca que te encuentro, hasta que Sandra, que así se llamaba su compañera, le preguntó:

—Contame, ¿y tu marido?

La respuesta la dejó muda, o casi, porque empezó a hablar, balbuceando que no sabía qué decir, que no lo podía creer, que hacían tan linda pareja, que la disculpara porque no tenía idea, que se imaginaba cómo se sentía, que...

—Basta, Sandra, pará. Ya pasó. Guillermo no era feliz y yo tampoco, es horrible que haya muerto, pero deberíamos habernos separado hacía tiempo, él no tenía mucho más para dar y juntos éramos un desastre. Ahora lo que necesito es otra cosa, lo que necesito es trabajar, y urgente.

Esta vez sí quedó muda de la sorpresa. Abrió los ojos y la boca, después cerró la boca y entornó los ojos, y después volvió a hablar, le dijo que la entendía, un matrimonio puede ser una condena si no funciona bien, y bueno, qué le va uno a hacer, la muerte es parte de la vida. Pero te repito, vos estás muy bien, y ahora que me decís lo del trabajo te paso un dato, por ahí te sirve: una amiga me llamó hace dos días para contarme que Fausto... ¿te acordás de Fausto?

—¿Quién?, ¿qué Fausto?

—El cantante, boluda. Fue muy famoso en los sesenta, en la época de Palito, de Sandro, ese que era medio hippón, se cansó de vender discos en esos años. Filmó películas, le fue bárbaro.

—Ah, sí, pero está retirado, ¿no?

—Sí, vive enclaustrado en su mansión, sale de vez en cuando para dar algún concierto en Centroamérica o por ahí, dicen que está medio pirado, pero no sé. Bueno, esta amiga lo conoce, fue del club de fans y quedó con una especie de amistad, de vez en cuando lo llama o lo va a ver. El otro día me contó que el tipo está buscando una asistente personal, alguien que le lleve los papeles, la agenda, que le maneje el archivo, yo qué sé. Dice que paga bien. Está entrevistando gente, si querés te paso el número. Por ahí quién te dice.

—Y bueno, dámelo y lo llamo, a ver si tengo suerte.

—Buenísimo. Dale, anotá.

7

Cada vez que sonaba el teléfono era un caos, había cinco aparatos desparramados por la planta baja y los dormitorios del primer piso; sonando todos juntos con sus diferentes tonos y timbres producían un sonido estrafalario, disonante, enloquecedor. Tenía que hablar con alguien que le solucionara ese problema, poner una centralita o algo así, o que sonara uno solo y se pudiera atender cualquiera, alguna solución a ese escándalo demencial. Eso lo ponía de mal humor y lo hacía atender las llamadas con un tono brusco:

—¡Hola!

—Hola..., quisiera hablar con el señor Fausto, por favor...

—Sí, soy yo, disculpe, estaba con la música alta, ¿quién habla?

—Mi nombre es Margarita, usted no me conoce, lo llamo porque me dijeron que está buscando una persona para trabajar con usted.

—Sí, estoy buscando una asistente, ¿usted tiene referencias?

—Trabajé varios años en una multinacional, si quiere le hago llegar el currículum.

—No, mejor venga personalmente, la espero mañana a la tarde. ¿A las cuatro le queda bien?

—Sí, no hay problema, dígame la dirección.

—Lavandera 4555, cuando llegue hágase anunciar por el guardia que está en la garita de la entrada, ¿cómo me dijo que se llamaba?

—Margarita me llamo, Margarita Sánchez.

—Bueno, Margarita, nos vemos mañana. Adiós.

—Hasta mañana, gracias.

Otra entrevista, cuándo conseguiría a la persona que necesitaba, eficiente, discreta y agradable. Esta tenía buena voz, aunque eso no significara gran cosa, mejor esperar a mañana. Ahora seguiría con su rutina: media hora de cinta, media de bicicleta, algo de aparatos. Después una ducha, darle de comer a los perros, tomarse el whisquicito de la tarde, ver una película, leer un poco, comer algo.

Mientras tanto Margarita había quedado con un problema difícil de resolver: y mañana, ¿qué me pongo? ¿Voy seria y elegante o informal y seductora? ¿Pelo recogido o suelto? ¿Maquillaje suave o labios rojos y sombra oscura? ¿Pollera o pantalón? ¿Taco aguja o sandalias?

Decidió buscar a Fausto en Internet para ver si encontraba datos de cómo era, detalles sobre su personalidad. No encontró mucho que le sirviera: vivía retirado en su mansión con sus perros, no se había casado, tenía un estudio de grabación enorme al lado de la residencia, de vez en cuando salía de gira por Sudamérica, le gustaba leer, no daba entrevistas. Las fotos que encontró no parecían muy actuales, pero si evitaba a la prensa era comprensible, de todas formas, a pesar de ser un hombre grande era apuesto todavía: tenía el pelo entrecano en un corte de gladiador romano, patillas largas, el ceño siempre un poco fruncido. Eligió ponerse lo que le parecía más acorde a la situación, algo discreto y sencillo pero elegante, resaltar los ojos, llevar el pelo suelto y un toque de color en los labios. Ya más tranquila con la decisión, comió algo liviano y se fue a dormir temprano para estar fresca y descansada al otro día.

Cumplió el plan previsto a medias, después de darle de comer a los perros se sirvió un whisky y puso una película, a la media hora se sirvió un segundo whisky y sacó la película que estaba viendo y puso una porno, al rato otro whisky y se masturbó con la escena de una fellatio. Después del cuarto whisky se quedó dormido en el sillón. Se despertó a las cuatro de la madrugada con un dolor de cabeza muy fuerte, apagó el televisor, subió a acostarse, pasó por el baño y puso la cabeza debajo de la canilla, se administró un chorro de agua fría en la nuca. En el espejo vio reflejadas unas grandes ojeras oscuras, trajo una bolsa de hielo y se acostó boca arriba con la bolsa sobre el rostro. Estaba casi dormido cuando creyó oír que todos los teléfonos sonaban, o quizá fuera el sonido de su banda cuando terminaban un tema, o simplemente sus propios ronquidos amplificados por la bolsa que le tapaba la boca.

8

Igriega se había quedado dormido con el libro abierto sobre la cara, la saliva había hecho que se le pegara la página al labio inferior: cuando se dio vuelta hacia el costado y el libro se cayó, se despegó de su boca con un tirón que lo hizo despertar. Abrió los ojos, la luz estaba prendida, vio la página arrugada y leyó los versos de Álvaro de Campos manchados con su saliva:

Los otros también son románticos
,

los otros también no realizan nada, y son ricos o pobres
,

los otros también pasan la vida contemplando maletas por hacer
,

los otros también duermen junto a papeles a medio escribir
,

los otros también son yo
.

Cerró el libro, apagó la luz, se dio vuelta para el otro lado y se volvió a dormir.

9

Cuando Equis se metió en la cama, su mujer estaba dormida. Se acostó despacio para no despertarla, pero ella igual lo sintió, dijo algo como: «¿agummgmsmuf?», él le dijo «sí mi amor», y se distrajo mirando las luces que se filtraban por la ventana y dibujaban líneas de puntos en el cielo raso. Después reparó en la respiración profunda y cálida de su mujer, se dio vuelta y se pegó a ella por detrás, le pasó el brazo sobre la cintura y le besó la nuca de una manera muy suave. Ella se movió un poco y él le acarició lentamente las nalgas por debajo de la sábana y metió apenas su mano entre los muslos, ella trajo su culo hacia él y estiró una pierna y él posicionó su miembro con la otra mano y empujó con precisión abriendo el canal conocido, entrando a sus anchas en ella con la confianza del huésped frecuente; ella se movió otra vez alejando la cabeza de él para quedar en ángulo más agudo y entonces él giró un poco y la montó de costado y ella protestó en un murmullo: estoy dormida... y él le dijo sí mi amor, esto es un sueño, y ella no dijo nada pero se pegó más a él, y él empujó más profundo y ella suspiró y él gimió y ella también gimió y él se movió un poco más y ella tensionó los músculos de los glúteos y los muslos y él sintió el rumor lejano de la ola y ella se mordió los labios y él resopló en su oreja y ella se dio cuenta de que a él le faltaba poco, lo sintió venir y otra vez iba a quedarse a mitad de camino, y ella se preguntó para qué se había puesto en marcha si no iba a poder llegar, y él exhaló y enseguida tomó todo el aire que podía inspirar y entonces se soltó y acabó y ella lo sintió vaciarse y se resignó y él aflojó la tensión y ella esperó y él sonrió y cerró los ojos y ella los abrió y él se apartó saliendo de ella y ella se alejó un poco de él y él aquietó la respiración y ella se desveló y se puso a mirar el techo y él enseguida se durmió y ella lo oyó roncar.

10

Margarita llegó puntual, a las cuatro estaba en la garita. El guardia la anunció por el portero eléctrico y la dejó pasar abriendo el portón de metal que estaba en medio del muro altísimo que rodeaba toda la propiedad. Ella entró y miró alrededor: vio un parque inmenso con árboles de diversos tamaños y especies, un camino de lajas llevaba hasta la casa de dos plantas que estaba en el centro del parque y al costado de la casa una construcción más moderna era como un contraste de estilo y de función, ¿el estudio de grabación? Mientras avanzaba por el sendero evaluó la casa, parecía ser grande y confortable pero no ostentosa. Le pareció ver cámaras en lo alto de algunos árboles, oyó cantos de pájaros exóticos, creyó caminar más de lo que había estimado desde la entrada. Al fin llegó y antes de tocar la puerta, esta se abrió y la recibió Fausto en persona con una sonrisa. Estaba vestido con una remera y un pantalón sport y encima una bata con un monograma con sus iniciales FF bordadas en letra inglesa. Se preguntó de qué sería la segunda F, pero avanzó sonriendo también y le tendió la mano, él la tomó, se la besó y la invitó a pasar. Era parecido a las últimas fotos que había visto en Internet, pero más alto de lo que imaginaba.

Se sentaron en los sillones de la sala, él le preguntó si quería tomar algo, le pidió café pero los nervios hicieron que la voz le saliera muy baja, él le dijo:

—Perdón, no la escuché.

—¡Café! —Esta vez lo dijo en voz muy alta, y le salió una risa nerviosa.

Él apretó un timbre. Enseguida vino una mucama y recogió el pedido.

Fausto estuvo muy amable, le preguntó por sus trabajos y su vida, quedó impactado por la noticia de su reciente viudez y le dio el pésame. Le detalló cuál sería su tarea: horario de diez a dieciocho, llevar la agenda, organizar entrevistas, atender llamados, realizar encargos y trámites en la ciudad, ya que a él no le gustaba salir, y hasta reunirse con abogados y representantes si hacía falta. Habría días que tendría más tarea y otros con poco para hacer, en ese caso podía leer o lo que quisiera. Si le parecía bien el salario era de novecientos dólares y podía empezar al otro día, la tomó por sorpresa pero le dijo que por supuesto, le parecía bien.

Other books

Something More Than Night by Tregillis, Ian
What Was She Thinking? by Zoë Heller
Inked Ever After by Elle Aycart
Fearless by Eve Carter
The King of Plagues by Jonathan Maberry
Nido vacío by Alicia Giménez Bartlett
Caging Kat by Jamison, Kayleigh
The Book Borrower by Alice Mattison
Loving by Danielle Steel