Los crímenes del balneario

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Authors: Alexandra Marínina

Tags: #Policial, Kaménskay

BOOK: Los crímenes del balneario
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Anastasia Kaménskaya, funcionaria de la policía criminal de Moscú, le toma la palabra a su jefe cuando éste le ofrece una estancia en un balneario de lujo, un lugar que ha prosperado gracias a Eduard Denísov, capo de la mafia rusa. Cuando un cliente del balneario aparece asesinado, el propio Denísov es el primer interesado en que se resuelva el crimen. Nastia Kaménskaya se verá atrapada entre la presión de Denísov y el recelo de los policías de Ciudad, a quienes no hace gracia que una moscovita se entrometa en su territorio.

La comandante Anastasia Kaménskaya, también llamada Nastia, no es muy agraciada físicamente, no usa maquillaje y tiene un porte un poco desarrapado. Pero se hace querer y tiene una inteligencia agudísima. Tiene un crónico dolor de espalda. En sus ratos libres, para poder aumentar su mermado poder adquisitivo, hace traducciones del inglés o del francés. Además de estos dos idiomas, domina el italiano, español y portugués. Nastia tiene un novio de toda la vida, Liosa Chistikov, un intelectual matématico, con el que parece que acabará casándose.

Alexandra Marínina

Los crímenes del balneario

(Kaménskaya-1)

ePUB v1.1

Kytano
03.06.12

Título original:
Игра на чужом поле

Autor: Alexandra Marínina, seudónimo de Marina Anatol'evna Alekseeva en ruso: Марина Анатольевна Алексеева

Publicación: 1993

De este epub

Editor original: Kytano

Portada: Modificada por Kytano

Corrección de erratas: Kytano y Doña Jacinta

ePub base v2.0

Guía de personajes principales

Anastasia Pávlovna Kaménskaya, también llamada Nastia, Nástenka, Nastasia, Asenka, Asia o Aska
, la protagonista, funcionaria de la Dirección General del Interior del Ministerio del Interior de Rusia, criminóloga analista.

Víctor Alexéyevich Gordéyev, apodado «el Buñuelo»
, jefe del departamento de Kaménskaya.

Leonid Petróvich o Lionia
, padrastro de Kaménskaya.

Yuri Korotkov, Yura para los amigos
, compañero de trabajo de Kaménskaya.

Eduard Petróvich Denísov
, hombre de negocios y amo de la Ciudad.

Vera, o Vérochka
, su nieta de 14 años.

Alexandr Kazakov, o Sasha, o «el Químico»
, estudiante de química y novio de Vera.

Anatoli Vladímirovich Starkov
, también llamado Tolia o Tólenka, antiguo agente del KGB y jefe de la inteligencia de Denísov.

Reguina Arkádievna Walter
, profesora de piano de prestigio nacional.

Damir Lutfirajmanovich Ismaílov
, director de cine, discípulo de Reguina Walter y huésped del balneario.

Nikolai Alferov, Kolia, Kolasa o Nikolasa para los amigos
, huésped del balneario El Valle, chofer de una empresa privada de Moscú.

Pável Dobrynin, Pasha para los amigos
, huésped del balneario, comparte la habitación con Nikolai Alferov.

Konstantín Uzdechkin, Kostia para los amigos, más conocido como «el Gatito»
, masajista del balneario.

Eugueni Shajnóvich, también llamado Zhenia o Zhenka
, empleado del balneario y de alguien más.

Yuri Fiódorovich Mártsev, de niño llamado Yúrochka, Yurásik o Yuska
, director de un colegio de la Ciudad.

Lev Mijáilovich Repkin
, asesor del alcalde de la Ciudad en cuestiones de seguridad.

Svetlana Kolomíets, o Sveta
, prostituta de paso por la Ciudad.

Prólogo. Un mes antes del primer día

El ataque se acercaba implacable, Yuri Fiódorovich había sentido sus síntomas ya la noche anterior pero confió en el poder curativo del sueño. Sin embargo, el sueño no le había traído alivio. Al día siguiente, Yuri Fiódorovich tuvo que dominarse una y otra vez para no proponer a sus alumnos como tema de coloquio «Los padres y los hijos» o, más exactamente, «La madre y el hijo». Por la tarde entró en la siguiente fase, cuando cualquier mención de los padres y, en particular, de las madres le producía una irritación dolorosa, físicamente perceptible, y Mártsev hacía esfuerzos indecibles por contenerse y no interrumpir a su interlocutor, no insultarle, no gritarle. Ahora, cuando la jornada laboral tocaba a su fin, había asumido que el ataque era inevitable, que Yúrochka había «despertado» y de un momento a otro empezaría a gritar.

Mártsev descolgó el teléfono.

—Galina Grigórievna, ¿qué le parece si lo dejamos para mañana? No me encuentro muy bien, preferiría irme a casa y acostarme.

—Por supuesto, Yuri Fiódorovich —replicó prestamente la maestra de matemáticas—. Si en seis años no hemos podido con Kuzmín, qué importa un día más. Que se mejore.

—Gracias.

Sí, Kuzmín, éste era el problema. Todos los maestros tenían quejas de él. Alumno sobresaliente en todas las asignaturas, Vádik Kuzmín nunca les había dado motivos para expulsarlo del colegio por malos resultados académicos. Pero en todo lo demás, desde su comportamiento en clase hasta las gamberradas y desmanes en casa, había demostrado ser un sinvergüenza de mucho cuidado, aunque, eso sí, nunca sobrepasó la raya que automáticamente acarrearía una denuncia y un juicio. La injuria y la calumnia eran, como todo el mundo sabía, causas de querella particular, y un tribunal las perseguía sólo si el afectado interponía una denuncia. ¿Quién había visto jamás a maestros de escuela querellarse contra un alumno de séptimo? Además, la responsabilidad penal prevista por la ley para esta clase de delitos no se aplicaba a menores de dieciocho años. «Mañana —pensó Mártsev abotonándose nervioso la gabardina— resolveremos todos estos problemas. Hoy lo más importante es Yúrochka. Darle de comer, cambiarle los pañales, acostarlo, acunarlo. ¡Ojalá que no haya otra desgracia!»

La enfermedad de Yuri Fiódorovich Mártsev era antigua e incurable. La verdad era que sólo él lo sabía. Bueno, quizá dos o tres personas más, pero a Mártsev sus opiniones le importaban un comino. Para todo el mundo seguía siendo el respetable director docente de un liceo inglés, profesor de literatura inglesa y americana. Para su mujer, Mártsev era un marido nada malo, para su hija, un padre «pedagógicamente correcto» aunque un poco chapado a la antigua. Y para su mamá era Yúrochka, Yurásik, Yuska, el precioso hijo único al que amaba con un amor desaforado, que la llenaba de desesperación.

Mártsev fue al apartamento que alquilaba en secreto por un módico precio. El apartamento era diminuto, llevaba demasiados años sin pintar, apenas si estaba amueblado y, por si fuera poco, se encontraba en la periferia de la ciudad. A veces Yuri Fiódorovich traía allí mujeres pero por lo general este refugio estaba destinado a su tratamiento, que últimamente necesitaba con creciente frecuencia.

Al entrar en el recibidor se quitó a toda prisa la gabardina. Las manos le temblaban tanto que Mártsev no pudo ni siquiera colgarla en la percha e, irritado, la arrojó sobre una silla. Yúrochka se obstinaba en pegar brincos intentando salir fuera, henchido de odio hacia la madre y de ansias de matarla cuanto antes.

—En seguida, en seguida, cariño —balbuceó Yuri Fiódorovich—, en seguida podrás despacharte a tu gusto, aguanta un minutito, un segundito nada más…

Con movimientos casi automáticos extrajo del escondrijo la cinta que introdujo en el vídeo y acercó el sillón al televisor.

Con las primeras secuencias, tan familiares, llegó cierto alivio pero Mártsev se dio cuenta de que la música, que antes nunca fallaba en hacer efecto, esta vez parecía menos eficaz. Por un momento incluso se asustó pensando que la medicina había perdido fuerza, sin embargo, minutos más tarde todo volvía a ser como antes. En la pantalla apareció el hermoso rostro de su madre, tal como era hacía treinta y cinco años, cuando Mártsev sólo tenía ocho. La madre andaba arriba y abajo por el salón, colocando las tazas y sirviendo el té, luego tendió la mano y cogió la cartilla de las notas de Yúrochka. Mártsev no se veía en la pantalla pero sabía que estaba sentado a la mesa frente a la madre y esperaba con terror a que abriera la página de la cartilla donde había una nota de la maestra, una nota larguísima, escrita con tinta roja. Mamá se pone a leerla, el entrecejo empieza a fruncirse, los labios se tuercen despectivos, la cara se llena de frialdad. Sobre la mesa, entre la tetera y la fuente de pan, hay un gran cuchillo de cocina. «¡La odio! ¡Me da miedo y la odio! ¡Ahora voy a matarla!» Yúrochka saltó fuera, Mártsev había desistido de sus esfuerzos por retenerlo, observando como hechizado a este pequeño monstruo saciar su sed. El niño se arrima cariñoso a la madre, le pide perdón y le promete «no volver a hacerlo». El rostro de la madre se ablanda, está a punto de perdonar al precioso pedazo de sus entrañas y no ve el cuchillo que éste oculta tras la espalda.

En primer plano se ven un cuello largo y hermoso, el filo resplandeciente del cuchillo y la sangre. Mucha sangre. Muchísima… Ya estaba. Se había obrado la catarsis. Mártsev recordaba nítidamente la sensación que le había producido aquella sangre tibia chorreando impetuosamente sobre su mano. La sensación retornaba cada vez que miraba la película, para acabar de convencer a Yúrochka de que por fin lo había hecho. Después de lo cual el pequeño asesino se hacía un ovillo y se dormía cómodamente hasta la vez siguiente.

Exhausto, Mártsev se reclinó en el sillón. Parecía ser que también esta vez lo había superado. Pero hoy la sensación de liberación no era la misma que en otras ocasiones. Tenía la impresión de que Yúrochka no se había dormido como de costumbre sino que sólo se había quedado adormilado. Mártsev pensó que los intervalos entre sus ataques iban disminuyendo. Antes Yúrochka despertaba una vez cada dos o tres años, luego, una vez al año, y entre el ataque anterior y el de hoy apenas habían transcurrido cuatro meses. Su enfermedad iba agravándose, y Mártsev se daba cuenta. Bueno, decidió, en ese caso le hacía falta una medicina nueva. Sabía qué medicina era ésta. Mañana mismo se encargaría de procurársela.

Capítulo 1. Los días primero y segundo

«Soy un monstruo moral ajeno a todo sentimiento humano normal», pensó con resignación Nastia Kaménskaya marcando el paso concienzudamente por la pista deportiva, haciendo los kilómetros prescritos por el médico. Era la primera vez que venía a un balneario, por lo que había decidido restablecer su salud «totalmente», sobre todo, porque las condiciones que El Valle ofrecía a sus huéspedes estaban por encima del mero lujo.

Evidentemente, nunca habría venido a parar a este balneario de campanillas si se hubiera encargado ella misma de organizar sus propias vacaciones. Con lo que podía contar, en el mejor de los casos, una funcionaria de la Policía Criminal de Moscú era con una plaza en el balneario departamental, donde no había piscina y sí cortes periódicos del suministro de agua caliente.

La naturaleza le traía sin cuidado a Nastia, que solía pasar sus vacaciones en casa, en Moscú, haciendo traducciones del inglés o del francés. Por un lado, esto le permitía parchear su economía, por otro, mantener el dominio de los idiomas. Este año le correspondía coger las vacaciones en agosto pero el jefe del departamento, Víctor Alexéyevich Gordéyev, cariñosamente apodado
el Buñuelo
por sus subordinados, le pidió ceder el turno a un compañero cuya mujer había fallecido súbitamente.

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