Los clanes de la tierra helada (26 page)

BOOK: Los clanes de la tierra helada
10.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Parece que Snorri estuvo robándome ayer en mi tierra —declaró—. Svein Haraldson, que vino por el Crowness, dijo que los vio partiendo madera recién cortada. Ese cobarde de pelo blanco esperó hasta saber con certeza dónde estaría yo.

Thorgils asintió y tomó un trago de su cuerno.

—También dijo que Thorolf estaba allí, lamentándose.

Thorgils suspiró, previendo una tarea adicional.

—El Cojo cedió justamente ese terreno mediante
handsal
—señaló con aspereza—. Todos lo oímos de sus labios en la asamblea. El
gothi
Snorri puede hacer lo que quiera con él ahora.

La mordacidad con que habló venía azuzada por el recuerdo del empellón que le dio en el pecho Arnkel allá en la asamblea, tratándolo como a un niño. El
gothi
descargó el puño en el ancho brazo de su sitial y se levantó con brusquedad, fulminando con la mirada a Thorgils.

—¿Así que el
gothi
Snorri puede hacer lo que quiera con esa tierra? ¿Eso es lo que has dicho? —Su voz resonó estentórea por la sala, silenciando las conversaciones. Todos los presentes se volvieron a mirar—. Mi padre Thorolf se la cedió y no tiene nada que decir en el uso que le dé. ¿Es eso lo que has dicho? —tronó Arnkel.

Thorgils percibió por un momento la tremenda rabia que invadía al
gothi
. Aun así lo miró a los ojos, sin arredrarse.

—Todos lo oímos —reiteró.

—¡Hermanos Pescadores! ¡Ketil! ¡Leif! —gritó Arnkel. Los dos aludidos se levantaron como un resorte, derramando de sus repletas bocas carne y queso que fue a parar al suelo—. Id a Hvammr y decidle a mi padre la verdad que acaba de decir aquí Thorgils. Decidle que ha perdido todos los derechos sobre el bosque de Crowness y que el
gothi
Snorri puede usarlo como le plazca.

Se inclinó a un lado en el sitial para tomar el escudo que antes le había regalado a Ulfar. Luego se aproximó a Thorgils, hasta rozarle casi la cara con la suya, y le empujó con brusquedad el escudo contra el pecho.

—Tú, Thorgils —dijo con aspereza—, vas a volver a Helgafell a ver a tu primo Falcón, y una vez allí entérate de la respuesta que dé Snorri a los hijos de Thorbrand. Pero antes, dale a Snorri este escudo. —Arnkel enseñaba los dientes con fiera expresión—. Dile que lo lleve la próxima vez que vaya a sacar madera de mi terreno, el Crowness. —Giró la cabeza y vio a los Hermanos Pescadores, devorando todavía comida—. ¡Marchaos! —gritó. Ellos echaron a correr como cabras, derribando la mesa—. ¡Mi padre tiene que oír esta noticia!

—El
gothi
se ha vuelto loco —susurró uno de los clientes cuando Thorgils pasaba a su lado de camino a la puerta.

Una vez afuera, ensilló el caballo y se fue. El escudo, colgado de la silla, le golpeaba las piernas mientras cabalgaba. Después de llegar a la cresta prosiguió el ascenso por las colinas, siguiendo los elevados senderos que dominaban el fiordo. Era la ruta más larga, que le servía no obstante para alejarse de los problemas de abajo. El mero hecho de encontrarse en las tierras altas, próximas al cielo, lo serenaba. Hacia el este, al otro lado del estuario, se erguía la gran mole de la punta de Vadils. A sus pies, el valle se extendía como un mapa dibujado en un retal de cuero. El bosque de Crowness se divisaba a la perfección, incluido el nuevo claro que había creado Snorri con la reciente tala. Las ovejas cubrían los verdes pastos por doquier, recuperando poco a poco la lana que les habían esquilado en primavera.

Al cabo de una hora Thorgils llegó a un par de colinas redondeadas, los Knoll, los últimos altozanos que se encontraban antes de iniciarse el declive del terreno en dirección a la costa. Las ovejas habían trazado senderos en los flancos de ambas. En la más alta, vio cuatro caballos, ensillados pero atados, que pararon un momento de pastar las dispersas matas de hierba para observarlo cuando estuvo al alcance de su vista. Refrenó la montura, mirándolos. Una fina columna de humo subía de la hondonada que había en la cumbre del Knoll. Conocía ese lugar, muy apto para acampar porque quedaba a resguardo del viento. Si él se dirigiera a Helgafell a ver al
gothi
Snorri y quisiera pararse un momento a pensar, elegiría ese sitio. Inició el ascenso por el sendero.

Atraídos por el ruido de los cascos, del hoyo de arriba surgieron cuatro hombres que se quedaron quietos, mirándolo. Eran Thorleif, Thorodd, Illugi y el más corpulento de sus esclavos, un individuo llamado Freystein
el Bribón
, igual de fornido que Arnkel, con el pelo castaño recogido en trenzas y una gran barba interrumpida por una sempiterna sonrisa. Thorgils engulló la fría saliva que afloró de su garganta. Nadie sabría que estaba allí. De todas formas no iba a esconderse y después presentarse en la granja del
gothi
Snorri fingiendo no haberlos visto.

Cuando llegó junto a sus caballos, se bajó y ató el suyo. Después se volvió hacia ellos. Estaban más arriba, pues el último trecho era muy empinado para las monturas. Levantó una mano a modo de saludo.

Estuvieron observándolo un buen momento, hasta que Thorleif efectuó una displicente seña y desaparecieron detrás de la roca. Tras un momento de reflexión, Thorgils dejó la lanza apoyada en una piedra y emprendió el ascenso, que en cierto punto le exigió incluso trepar con ayuda de las manos.

Estaban agachados en torno a una pequeña hoguera de leña, comiendo un filete de pescado ahumado que se pasaban entre sí para que cada cual tomara un pedazo. Thorgils bajó a la hondonada y se acercó despacio. Cuando llegó a su lado, Thorleif le tendió el pescado y señaló con la cabeza un lugar junto al fuego.

—Es muy bonito ese escudo que llevas colgado de la silla —comentó alegremente Freystein
el Bribón.

Era el preferido de Thorbrand y amigo de todos los hermanos, en especial de Thorleif, que tenía su misma edad.

—Es un regalo para el
gothi
Snorri, de parte del
gothi
Arnkel —explicó simplemente Thorgils antes de comer un bocado de pescado.

Luego se lo pasó a Illugi, que lo tomó con gesto brusco, mirándolo con recelo.

—¡Un regalo! —exclamó Thorodd—. De modo que Arnkel nos fastidia otra vez y luego le da regalos a Snorri. ¿Por qué? ¿Para que no nos ayude? Pues podría haberse ahorrado el regalo. Todos sabemos lo que el
gothi
Snorri va a decir, tal como ha hecho siempre. —Posó la mirada en su hermano mayor—. Este viaje no tiene sentido.

Thorleif guardó silencio con la vista fija en las llamas. Illugi, que no había perdido un instante de vista a Thorgils, se puso en pie. Solo entonces Thorleif despegó la mirada del fuego para dirigir un gesto disuasivo a su hermano menor.

—Solo viene a provocarnos —afirmó Illugi, al tiempo que escupía a los pies de Thorgils y se adelantaba apoyando la mano en su cuchillo—. Levántate, que te enseñaré qué vas a sacar con eso.

—Aparta la mano del cuchillo, chico —indicó Thorleif.

—Sería uno menos.

—Auln espera un hijo —dijo Thorgils en voz baja—. Un hijo de Ulfar.

La noticia los dejó paralizados.

—¿De verdad? —preguntó Thorodd.

—Sí. Me lo ha dicho hoy. —Dirigió una mirada significativa a Thorleif y a los demás—. Solo yo lo sé.

Illugi retrocedió y miró desconcertado a sus hermanos.

—¿Qué significa? —inquirió.

Thorleif se centró en Thorgils sin hacerle caso.

—¿De veras está muerto Ulfar? ¿No será otra estratagema de Arnkel? El esclavo de Thorolf vino a decírnoslo, pero no me fío de él. De todas maneras, reuní a todo el mundo, fui a su granja para tomar posesión y ya sabes a quién me encontré.

—Está muerto.

Thorgils les habló de lo ocurrido la noche anterior y de la persecución del responsable en medio de la oscuridad.

—Agalla Astuta —repitió con extrañeza Freystein—. Nunca lo había tenido por un asesino. Ladrón sí, pero no criminal.

—O también podría ser una patraña y en realidad la sangre de Ulfar se está secando en la hoja de Arnkel… o en la suya —aventuró con recelo Thorodd, al tiempo que señalaba a Thorgils con un dedo.

—Es verdad —reiteró Thorgils—. Aunque también diré que Arnkel tiene su parte de culpa en la muerte de Ulfar.

Los hermanos intercambiaron miradas.

—¿Qué quieres decir, Thorgils? —preguntó con cautela Thorodd.

En lugar de responder, Thorgils volvió la cabeza y se puso a mirar el fuego. Al cabo de un largo momento, levantó la cabeza.

—Thorleif ¿podrías encontrar un sitio para Auln en el estuario de Swan? —pidió, cohibido—. Lo consideraría como un favor, un gran favor.

Los hermanos lo observaron para después mirarse unos a otros. Illugi fruncía el entrecejo, intentado ensamblar las piezas que no encajaban en su cabeza. Thorleif emitió una sombría carcajada y le alborotó el pelo.

—Hablaré a mi padre de ello —respondió por fin—. Auln es una buena tejedora y con eso se ganaría su manutención. —Miró con complicidad a Thorgils—. Tiene que ser pronto. Antes de que se le empiece a notar.

Thorgils asintió. Illugi parpadeó, comprendiendo al fin.

—¿Creéis que el
gothi
Arnkel va a matar a Auln porque lleva dentro un heredero de Ulfar? —consultó, escandalizado—. Es un bellaco, pero no llegaría a tanto. —Miró a Thorodd—. ¿O sí?

—Esa fuerza que tanto admiras en Arnkel, hermanito, la fuerza que parece que le falta a nuestro manso
gothi
, permite muchas posibilidades —contestó el herrero encogiéndose de hombros—. Un hijo de Ulfar podría reclamar un día la tierra de su padre.

—¡Matar a una mujer!

Thorodd volvió a encogerse de hombros. Thorgils se puso en pie y apagó con los pies el vacilante fuego.

—El
gothi
Snorri tiene muchas más cualidades de las que tú le prestas, hermano.

Las últimas brasas se extinguieron.

—Vámonos a Helgafell.

Bajaron al llano y finalmente llegaron a la finca del
gothi
Snorri. Había comenzado a caer una fina lluvia que, unida a la niebla llegada del mar, les impidió ver cuanto se encontraba más allá del camino.

Cerca de la costa había un barco: Hrafn de Trondheim había regresado.

El mercader los aguardaba con el
gothi
y cuando entraron en los campos aledaños, los saludó a voces. Luego abrazó uno a uno a los hermanos y también a Freystein, y ellos le dieron palmadas en la espada y se rieron de su capa de piel de oso, una voluminosa prenda que le llegaba hasta los pies. El
gothi
Snorri observaba con una sonrisa al lado de Falcón.

Thorgils se mantuvo aparte, aguardando con discreción. Los hermanos saludaron a continuación a Snorri. En ese caso no hubo carcajadas, solo respetuosas inclinaciones de cabeza y brazos estrechados. Falcón se adelantó para hablar con Thorgils, aunque su acogida fue mucho más fría que la vez anterior.

—¿Vienes por decisión propia o te manda alguien, primo? —le preguntó en voz baja.

—Uno poco de todo —reconoció Thorgils.

La lluvia había arreciado, y el
gothi
los hizo pasar a la sala. Falcón se ocupó de dejar las lanzas contra la pared y no vio con buenos ojos que Thorgils conservara el escudo, pero al no ser un arma ofensiva como la espada o la lanza, le permitió entrar con él. Con el calor, sus ropas de lana comenzaron a desprender vapor. Estuvieron un rato reunidos en torno al fuego, secándose las piernas y los pies, mientras los niños jugaban a pillarse a su alrededor y Hrafn, sentado junto al
gothi
, elevaba la voz para hacerse oír entre sus chillidos y relatarles las novedades del año. Se rieron con sus anécdotas, ansiosos por escuchar noticias del vasto mundo.

—Este año he venido un mes antes. Espero que no haya placas de hielo para atraparme antes de me vaya, con la ayuda de Thor.

Alzó el cuerno en honor al dios y todos se sumaron a su gesto, derramando un poco de cerveza de sus cuernos en el fuego a modo de ofrenda.

El
gothi
Snorri había estado escuchando en silencio, mirando alternativamente a los hermanos y a Thorgils, que permanecía callado, sentado en un rincón. Al final Hrafn acabó cediendo a la creciente tensión que ni siquiera su eufórico carácter era capaz de disipar y, dirigiendo una reverencia a Snorri, le rogó que lo perdonara por hablar demasiado.

—Ya tendremos tiempo de conversar más antes de que te vayas, amigo Hrafn —repuso Snorri—. Ahora te pido un momento de paciencia para que pueda hablar con mis clientes y mi otro invitado.

Hrafn inclinó la cabeza y tomó asiento con el cuerno que acababa de volverle a llenar Falcón.

—Thorgils de Bolstathr, hablaré contigo primero y después me despediré de ti, ya que parece que mis leales clientes exigen mi exclusiva atención —dijo Snorri, con cierta tirantez en el tono, al tiempo que adelantaba el torso.

Thorgils avanzó con el escudo de color azul oscuro y lo depositó con suavidad a los pies del
gothi
. Luego repitió las palabras que le había encomendado transmitir Arnkel, con voz monocorde y las manos a los costados.

En la sala se instaló un silencio total.

Falcón miró con enojo a su primo, pero este no añadió nada más ni tampoco le dirigió la mirada. En el rostro del
gothi
no se manifestó la más mínima alteración. Con la vacilante luz del fuego y las escasas lámparas de aceite era difícil percibir su estado de ánimo. Thorleif miró a sus hermanos entre sorprendido y esperanzado. Aquello era un desafío claro. Snorri estaba obligado a recogerlo si no quería poner en peligro su reputación y su honor. Thorleif dio un paso adelante, con vehemencia.


Gothi
, venimos a hablarte de la tierra de Ulfar, que Arnkel acaba de arrebatarnos, tal como hizo con la de Orlyg.

Thorleif, que había hablado con tono estridente y triunfal, quedó asombrado cuando Snorri abatió con contundencia la mano y se puso en pie.

—¡Silencio!

Se quedaron mirándolo, perplejos. Primero crispó los puños y después alzó una mano para señalar a Thorgils.

—Tú, vete ya. No vuelvas nunca más aquí con tus amenazas. —Encaró el pulgar a Falcón—. Tú y tu pariente podéis disponer vuestros encuentros fuera de mi vista y de mi tierra.

Thorgils asintió y después se marchó sin decir nada. Falcón cerró con firmeza la puerta tras él. Snorri apuntó con el dedo a Thorleif, con la cabeza baja y la cara tapada por una cortina de pelo.

—¿De modo que pretendes avergonzarme para que pase a la acción, reclamando mi ayuda delante del capataz de Arnkel?

BOOK: Los clanes de la tierra helada
10.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Danger in the Dark by Mignon G. Eberhart
The Cult by Arno Joubert
A Fearsome Doubt by Charles Todd
Native Son by Richard Wright
Old Magic by Marianne Curley
Stronger With Her by JA Hensley
Out of Control by Suzanne Brockmann