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Authors: Schätzing Frank

Límite (19 page)

BOOK: Límite
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El hecho de que la mayoría de los consorcios ni siquiera estuvieran dispuestos a ello se debía a los pronósticos en forma de oráculos que vaticinaban cuándo se acabarían definitivamente el petróleo y el gas. Algunos profetas del desastre al estilo de los Testigos de Jehová, siempre cambiando la fecha del fin del mundo, habían vaticinado el fin de la era del petróleo, en los años ochenta, hacia el año 2010, en los noventa, hacia 2030, y a principios del milenio el pronóstico se desplazó hacia 2050, y todo a pesar del visible incremento del consumo. Entretanto se determinó que las reservas sólo alcanzarían hasta el año 2080, aun cuando ya se estimaba que se habían superado los niveles máximos de extracción, mientras que los recursos prometían un alcance aún más elevado. Sólo en un punto coincidieron todos: no habría más petróleo barato. Nunca más.

Sin embargo, el petróleo se abarató.

Llegó a ser tan dramáticamente barato que el ramo empezó a sentirse como el protagonista de
El increíble hombre menguante,
para el que de repente una simple araña doméstica se convertía en una amenaza mortal. Los que mejor pudieron escapar a ello fueron quienes habían invertido tempranamente en las energías renovables. UK Energies había conseguido cambiar el rumbo, el grupo francés Total había ido diversificándose a tiempo a fin de poder sobrevivir, si bien por todas partes hacía estragos la reducción de personal, semejante a un proceso de muerte celular. Por lo menos a la tecnología solar, tal y como la había desarrollado la empresa Lightyears, de Locatelli, se le veía gran eficiencia y era considerada, junto con el helio 3, algo con mucho futuro; también se podía ganar dinero con la energía eólica. Por el contrario, la empresa mixta noruega Statoil Norsk Hydro entró en agonía, la china CNPC y la rusa Lukoil miraban desanimadas hacia un futuro sin petróleo, en una ignorancia recriminable de la legendaria frase de Ahmed al-Jamanis, antiguo ministro del Petróleo de Arabia Saudí, cuando planteó que «La edad de piedra no había acabado porque escasearan las piedras».

Sin embargo, el problema no era tanto que no se necesitara petróleo. Aún se lo requería para la fabricación de plásticos, fertilizantes y cosméticos, en la industria textil, en la producción media de alimentos y en la investigación farmacéutica. Todavía los éxitos de novedosos reactores de fusión de Orley eran escasos, la mayoría de los coches funcionaban con motores de combustión y los aviones caldeados usaban queroseno. Sobre todo Estados Unidos sacó un buen provecho del nuevo recurso. Se sabía con certeza que la readaptación del mundo a una economía energética basada en el helio 3 tomaría algunos años aún.

Pero no décadas.

Sólo que el hecho de que la llamada fusión aneutrónica del helio 3 con el deuterio en reactores funcionara había provocado que el ya de por sí bajo precio del petróleo cayera por los suelos. Al final de la primera década del milenio se había demostrado que los seres humanos no estaban dispuestos a pagar cualquier suma por el petróleo; si se volvía demasiado caro, se despertaba la consciencia ecológica de la gente, se ahorraba electricidad y se impulsaba el desarrollo de energías alternativas. El concepto de los especuladores de elevar el precio del barril con compras masivas no había dado el fruto esperado. A ello se añadía que la mayoría de los países habían depositado reservas estratégicas y no tenían que hacer nuevas compras, que las nuevas generaciones de vehículos automotores disponían de baterías con generosa capacidad de almacenamiento y repostaban electricidad no dañina para el medio ambiente en un simple enchufe, el cual, gracias al helio 3, pronto estaría en cantidades ingentes a disposición de todos. Fue precisamente Estados Unidos, que a partir de la toma de poder de Barack Obama reverdeció con colores intensos, el que apremió por conseguir acuerdos internacionales sobre la reducción de las emisiones de CO
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, una sustancia a la que pronto vieron como a la mismísima encarnación del diablo. Pocos años después de que el primer reactor de fusión movido por helio 3 se conectó a la red, ya estaba claro que con un pensamiento orientado al medio ambiente podían conseguirse ganancias astronómicas. A raíz de estos acontecimientos, EMCO, que ocupaba el puesto número uno en el ranking de los mayores consorcios mundiales del petróleo, pasó a ocupar la tercera posición, mientras que todo el ramo amenazó con encogerse en una especie de microuniverso. Atacados por la atrofia ósea de la ignorancia, EMCO empezó a dar cada vez más traspiés, como un
King Kong
antes de la caída, buscando sostén ante la embotada certeza de su fracaso en sitios donde no había quedado nada más que aire.

Y ahora también habían perdido Alaska.

Los proyectos de perforación, conseguidos tras una ardua lucha de varios años con el
lobby
de los ecologistas, tuvieron que ser abandonados, ya que los enormes yacimientos de gas natural existentes allí ya no le interesaban a nadie. La marmota empezó a decir adiós. Esa conferencia de prensa apenas se diferenciaba de la que ya habían tenido que ofrecer pocas semanas antes en Alberta, Canadá, donde la explotación de las arenas bituminosas estaba paralizada; un costoso procedimiento, muy nocivo para el medio ambiente, que había deparado pesadillas, desde siempre, a los ecologistas, pero que se había podido imponer mientras el mundo siguió clamando por petróleo, como un lactante clama a gritos por su leche. ¿De qué servía que algunos representantes del gobierno canadiense compartieran las preocupaciones de EMCO, si de todos modos dos tercios de las reservas mundiales de recursos petrolíferos yacían en esas arenas, de ellas ciento ochenta millones de barriles solamente en suelo canadiense? La mayoría de los ciudadanos canadienses se alegraron del inminente final. En Alberta, la explotación había destruido de manera continua ríos y pantanos, el bosque boreal y todo el ecosistema. Ante estos hechos, Canadá no pudo cumplir por mucho tiempo con sus compromisos internacionales. Las emisiones de tipo invernadero se habían incrementado y los acuerdos firmados se convirtieron en pasta para papel.

—Se podrá reparar —dijo Palstein con voz firme—. Las negociaciones con Orley Enterprises están a punto de cerrarse. Les prometo que seremos el primer consorcio petrolero que participará en el negocio del helio 3 y, además, ya estamos discutiendo con los estrategas de otros consorcios sobre la posibilidad de nuevas alianzas.

—¿Qué pueden ofrecerles ustedes, concretamente, a Orley Enterprises? —quiso saber un periodista.

—Algunas cosas.

El hombre no cedió.

—El problema de las multinacionales es que no tienen ni idea acerca del negocio de la fusión. Quiero decir, algunos de esos consorcios se han lanzado a la fotovoltaica, a la energía eólica e hidráulica, al bioetanol y todo eso, pero la tecnología de la fusión y la navegación espacial... Discúlpeme, pero está mucho más allá del horizonte de su competencia.

Palstein sonrió.

—Puedo informarle de que Julian Orley está actualmente muy activo buscando nuevos inversionistas para un segundo ascensor espacial, entre otras cosas, para ampliar la infraestructura destinada al transporte del helio 3. Por supuesto que estamos hablando de una cantidad enorme de dinero, pero nosotros contamos con ese dinero. La cuestión es cómo queremos invertirlo. El ramo al que pertenezco está sufriendo actualmente un
shock.
Era necesario desde hacía tiempo, podría decirse, así que, ¿qué cree que deberíamos hacer, según su opinión? ¿Hundirnos entre lamentos? EMCO no va a alcanzar una posición de liderazgo en la energía solar por mucho que nos esforcemos en echar raíces en ese sector. Hay otros que se nos anticiparon históricamente. O bien podemos ver impasibles cómo vamos perdiendo un mercado tras otro, hasta que nuestros recursos sean devorados por los programas sociales, o invertimos nuestro dinero en un segundo ascensor y organizamos ciertos procesos logísticos en la Tierra. Como he dicho, las conversaciones están casi cerradas, y la firma de los acuerdos es un hecho inminente.

—¿Cuándo llegará ese momento?

—En este instante, Orley está en la Isla de las Estrellas con un grupo de potenciales inversionistas. Desde allí partirá en viaje hacia la OSS a fin de inaugurar el Gaia. Sí, señor. —Palstein se encogió de hombros en un gesto rayano en la melancolía y el fatalismo—. Yo debía estar en ese grupo. Julian Orley no sólo será nuestro futuro socio, sino que es también un amigo personal. Me duele no poder emprender este viaje junto a él, pero usted sabe muy bien lo que ha ocurrido recientemente en Canadá.

Con esas palabras, Gerald Palstein había hecho sonar la campana que daría inicio al segundo
round.
Todos empezaron a hablar desordenadamente.

—¿Se sabe ya quién le ha disparado?

—¿Aguantará su salud las semanas que se le avecinan? ¿Acaso la herida...?

—¿Cómo debemos tomarnos las suposiciones de que el ataque puede estar relacionado con su decisión de que EMCO y Orley Enterprises se...?

—¿Es cierto que un obrero del petróleo, furioso con...?

—Usted se ha hecho una enorme cantidad de enemigos debido a sus críticas contra el ramo petrolero. ¿De cuál de ellos podría...?

—Ante todo, díganos cómo se encuentra, Gerald —preguntó Keowa.

—Gracias, Loreena; me encuentro muy bien, dadas las circunstancias. —Palstein levantó la mano izquierda hasta que se hizo de nuevo el silencio. Llevaba el brazo derecho en cabestrillo desde hacía cuatro semanas—. Por turnos. Responderé a todas las preguntas, pero entiendan que evite hacer ningún tipo de especulación. Por ahora no puedo sino decir que yo soy el primero al que le gustaría saber quién lo hizo. Lo único que se sabe es que he tenido una suerte casi desvergonzada. Si no hubiera tropezado en la escalera mientras subía al podio, el proyectil me habría acertado en la cabeza. No fue una advertencia, como han opinado algunos, sino una ejecución en toda regla, que por esta vez fracasó. El objetivo del ataque era, sin duda, poner fin a mi vida.

—¿Cómo se está protegiendo ahora?

—Con optimismo —dijo Palstein, sonriendo—. Y con un chaleco antibalas, para hacer honor a la verdad. Pero ¿de qué sirven estos chalecos contra los tiros a la cabeza? ¿Acaso debo ocultarme? ¡No! Peter Chaikovsky dijo: «No se puede ir de puntillas por la vida por miedo a la muerte.»

—Formularé la pregunta de otro modo —dijo Keowa—, ¿quién sacaría provecho de que usted desapareciera de la faz de la Tierra?

—No lo sé. En caso de que alguien quiera impedir nuestra alianza con Orley Enterprises, destruiría con ello la mayor y quizá la única oportunidad de EMCO para sanearse rápidamente.

—Tal vez sea eso, precisamente, de lo que se trate —gritó una voz—. Destruir EMCO.

—El mercado se ha vuelto demasiado pequeño para los consorcios petroleros —dijo otra persona—. En realidad, la extinción de un consorcio sería un paso en el sentido de la evolución económica. Alguien se quita un rival del medio para...

—O hay alguien que quiere afectar a Orley a través de usted. Si EMCO...

—¿Cómo es el ambiente en su propia empresa? ¿A quién ha estado usted incomodando, Gerald?

—¡A nadie! —repuso Palstein sacudiendo la cabeza enérgicamente—. La junta directiva ha dado su visto bueno a mi modelo de saneamiento en todos sus puntos, y en primer lugar a nuestro compromiso con Orley. Con tales suposiciones está usted hurgando en aguas un tanto turbias. Hable con las autoridades; ellos están siguiendo todas las pistas.

—¿Y qué le dice su intuición?

—¿Sobre el agresor?

—Sí. ¿No hay ninguna sospecha que se imponga?

Palstein guardó silencio durante un rato. Entonces dijo:

—Yo, personalmente, sólo puedo imaginármelo como un acto de venganza. Alguien que está desesperado, que ha perdido su trabajo y posiblemente todo, y ha proyectado su odio sobre mí. Eso lo entendería. Soy consciente de la situación en la que estamos. Mucha gente lucha por su existencia, una existencia que nos fiaron en épocas mejores. —Hizo una pausa—. Pero seamos sinceros, esas épocas mejores empiezan justamente ahora. Quizá yo no sea la persona adecuada para decirlo, pero un mundo que pueda cubrir sus necesidades energéticas a partir de recursos ecológicos renovables hace que la economía basada en el petróleo parezca algo arcaico. No puedo más que enfatizar una y otra vez que pondremos todo nuestro empeño, absolutamente todo, para asegurar el futuro de EMCO. ¡Y con él, el de todos nuestros empleados!

Una hora después, Gerald Palstein descansaba en su suite, con el brazo derecho bajo la nuca y las piernas muy estiradas, como si le costara un esfuerzo enorme cruzarlas. Muy cansado y exhausto, estaba tumbado sobre la colcha mirando fijamente el cielo de travesaños de la cama con dosel. Su delegación se alojaba en el Sheraton Anchorage, uno de los lugares más elegantes de esa ciudad no precisamente bendecida con hazañas arquitectónicas. Todo lo que había en cuanto a patrimonio construido había sucumbido al terremoto del año 1964. El «terremoto de Viernes Santo», como lo llamaban, el hipo más violento que los sismógrafos habían registrado en territorio de Estados Unidos. Ahora sólo había un edificio realmente bonito, y era, precisamente, el hospital.

Al cabo de un rato, Palstein se levantó, fue hasta el cuarto de baño, se echó agua fría en la cara con unas palmaditas de la mano abierta y se contempló en el espejo. Una gota colgaba temblorosa en la punta de su nariz. Palstein se la retiró. A Paris, la mujer con la que estaba casado, le gustaba contar que ella se había enamorado de sus ojos, que eran de un discreto color marrón como el de la tierra, unos ojos grandes de reno bajo los tupidos párpados, casi como los de una mujer. Había una perenne melancolía en esos ojos. Demasiado hermosos, demasiado intensos para aquel rostro amable pero insignificante que los rodeaba. Tenía la frente alta y lisa, y la nuca rodeada por un pelo muy cortito. Desde hacía poco tiempo su pequeño cuerpo había cobrado cierto aspecto de asceta, consecuencia de la falta de sueño, de una alimentación irregular y de la estancia en la clínica en la que, hacía cuatro semanas, le habían sacado la bala alojada en su hombro. Palstein sabía que debería comer más, pero no sentía ningún apetito. Dejaba intactos la mayoría de los platos que le servían. Un inquietante y obstinado caso de agotamiento lo paralizaba como si un virus se hubiera apoderado de él, un virus que no podía remediarse con ocasionales pausas de sueño en un avión.

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