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Authors: Schätzing Frank

Límite (178 page)

BOOK: Límite
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—¿Le has hablado ya de ello a Shaw y a Norrington? —Los ojos de Yoyo brillaron. De repente era de nuevo una de Los Guardianes, la curiosidad la corroía.

—No. —Jericho se puso de pie—. Pero creo que deberíamos ponerlos al corriente de inmediato.

Shaw y Norrington andaban dando vueltas por algún lugar del Big O, en compañía de los delegados del MI5, pero Edda Hoff acogió de inmediato, con avidez, aquel jugoso filete sacado de sus investigaciones. Por supuesto que ella estaba al tanto del caso Thorn, sólo que hasta el momento a nadie se le había ocurrido que el dos veces comandante de la base Peary podría haber sido el elegido para volar por los aires el Gaia. Ella les prometió reunir toda la información disponible sobre Thorn y poner al corriente a sus jefes acerca de la teoría de Jericho. Tu Tian apareció entonces en la central; daba la impresión de estar relajado, como si no hubiese pasado nada, hizo un chiste y se puso al día sobre el estado actual de las investigaciones, antes de desaparecer de nuevo en la sección de los huéspedes.

—Negocios —dijo con un gesto de disculpa—. En China está amaneciendo, y un ejército de laboriosos competidores me está presionando, y yo no puedo seguir actuando como si no tuviera una empresa. En caso de que ahora no me necesitéis para salvar al mundo...

—Ahora, precisamente, no, Tian.

—Pues mucho mejor.
Fenshou!

Shaw y Norrington reaparecieron, pero esta vez fue Edda Hoff la que, en cambio, desapareció en una videoconferencia con la NASA. Jericho quería hablar con Shaw acerca de Vic Thorn, y en ese momento Tom Merrick anunció que, con toda probabilidad, había encontrado los motivos del bloqueo en las comunicaciones, pero que no por ello había podido restablecerlas.

—Bueno, saber por qué no funcionan es ya un avance —dijo Shaw, y se reunieron en el gran salón de conferencias.

—Como les he dicho. —La mirada de Merrick pasaba de uno a la otra como en una huida—. Para aislar a la Luna y cortarle toda comunicación era preciso interferir numerosos satélites y estaciones terrestres, algo prácticamente imposible de hacer. Yo apuesto a que se trata de otra manera de proceder: un IOF.

—¿Un qué? —preguntó Shaw.

Merrick la miró, como si fuese un misterio para él por qué las personas no se comunicaban, simplemente, a través de abreviaturas.

—Un
Information Overflow.
Un flujo excesivo de información.

—Parálisis de los terminales mediante un envío masivo de correos a través de una
botnet
—dijo Yoyo—. Estancamiento de datos.

Uno de los hombres del MI6 allí presentes frunció el ceño en gesto inquisitivo.

—Imagínese que en una habitación hay alguien a quien usted desea silenciar —explicó la joven china—. Además, tampoco deberá oír nada. Hay miles de puertas para entrar en su equipo. Suponiendo que logra usted hacerse con todas las claves, intentará cerrar todas esas puertas para cortarle toda comunicación con el mundo. Las puertas son los satélites y las estaciones terrestres, pero usted no puede evitar que se creen otras puertas, aparte de que no podrá acceder a todas las claves. Pues la alternativa es muy sencilla: entra usted en la habitación y le tapa la boca al tipo con una mordaza y los oídos con algodones.

—El tipo, por lo que entiendo, es el ordenador del Gaia.

—Son dos tipos —dijo Merrick—. El ordenador del Gaia y el sistema de la base Peary.

—¿Y no tienen sistemas de espejos? —preguntó Jericho.

—Entonces serían cuatro tipos —repuso Merrick, manoteando con impaciencia en el aire—. Y hay algo más: es posible que los receptores del satélite de los transbordadores hayan sido interferidos también. En cada caso, el método es más eficiente porque sólo interfiere con los terminales, es decir, las direcciones IP de la gente a la que quieren atacar. Los satélites están en perfecto estado. Pueden tener un millón de ellos en órbita, pero eso no cambia nada, al contrario. ¡Los satélites y las estaciones terrestres funcionan hoy en día, cada vez más, como nodos de una red IP, una Internet en el espacio! La
botnet
puede saltar de un nodo al otro, y así se va abriendo paso.

De inmediato, Jericho vio con claridad que Merrick tenía razón. De hecho, las
botnets
eran un truco bastante viejo. Los piratas informáticos conseguían poner una gran cantidad de ordenadores bajo su control introduciéndoles un
software
especial. Los usuarios, por lo general, no sabían que sus ordenadores se convertían de ese modo en los soldados de un ejército automatizado, es decir, en
bots.
En teoría, el
software
ilegal podía dormitar infinitamente en el terminal infiltrado, hasta que despertaba en un momento previamente programado y hacía que el ordenador que le servía de hospedero enviara continuamente correos electrónicos a un objetivo de ataque concreto, solicitudes completamente legales, y todo en cantidades torrenciales. En el mercado negro del ciberterrorismo se ofrecían redes hasta con cien mil
bots.
Una vez la
botnet
echaba a andar, enviaba de forma simultánea miles de millones de correos e inundaba el objetivo con datos, hasta que el ordenador atacado se veía incapaz de procesar todo ese flujo y colapsaba bajo el llamado IOF, el
Information Overflow.

—¿Qué cree usted, Tom? —preguntó Shaw—. ¿Cuánto tiempo pueden mantener en pie el ataque?

—Resulta difícil de decir. Normalmente las
botnets
no se pueden detener. De antemano se le indica al
software
cuándo debe iniciar el bombardeo, y éste se introduce de contrabando. A partir de ahí ya no hay manera de acceder a él.

—¿Y no se puede programar también el
software
para que interrumpa el ataque?

—Sí, claro, también puede hacerse. Pero sospecho que, en este caso, ha sucedido otra cosa. El ataque se inició como una reacción directa a nuestro intento de alertar a Julian y al Gaia, de modo que alguien debe de haber iniciado esos
bots
de manera individual.

—Lo que implica que tuvieron que preguntarle a ese alguien desde la instalación del
software
—dijo Yoyo—. Y esa pregunta es: «¿Debo atacar?» La persona en cuestión debió de responder que sí en algún momento.

—Y mientras atacaban el Gaia y la base Peary, le dirigieron una nueva pregunta al señor Desconocido —asintió Merrick—. Y, esta vez, la pregunta fue: «¿Debo detener el ataque?»

—Si al menos supiéramos quién fue el que inició el ataque... —dijo el hombre del MI6.

—Podríamos hacer que esa persona lo detuviera.

—¿Y dónde podría estar esa persona? —preguntó Shaw.

Merrick la observó.

—¿Y cómo voy a saberlo? Pueden ser varias personas. El tipo que puso en marcha el ataque puede estar en la Luna. Y si ha conseguido introducir un
software
de control en el ordenador del Gaia, no sería un problema para él iniciar el envío de
bots
desde allí; además, él mismo quedó incomunicado desde el primer momento. De modo que supongo que el cabronazo que podría detener esta locura se encuentra en algún lugar en la Tierra. ¡Madre mía, Jennifer! —Sus manos se agitaron de un lado a otro—. ¡Puede estar en cualquier parte! Puede estar
aquí,
en el Big O. ¡En esta habitación!

No mucho después recibieron noticias de Gerald Palstein. Parecía abatido, cuando los miró a través de la pantalla desde Texas, y a Jericho no le quedó más remedio que pensar en lo que Shaw había contado acerca de las desagradables decisiones que el director estratégico de EMCO tenía que tomar a diario.

Después lo observó con más detenimiento.

No, allí había algo más. Palstein parecía alguien al que acababan de comunicarle un diagnóstico devastador.

—Ahora puedo poner la película a su disposición —dijo con cansancio.

—¿Ha podido hablar con su persona de contacto? —dijo la voz de Shaw, que avanzó a tientas, cuidadosamente.

—No —respondió Palstein, pasándose la mano por los ojos—. Ha sucedido algo.

Cuando se inclinó hacia adelante a fin de confirmar alguna función debajo de la cámara de transmisión, su frente apareció en una relación totalmente desproporcionada con el resto del cuerpo. Luego la imagen cambió, y en la pantalla apareció un programa de noticias de la CNN.

—Una tragedia inconcebible ha tenido lugar hoy en la ciudad canadiense de Vancouver —dijo Christine Roberts, la inteligente reportera estrella del noticiario de última hora—. En un acto de violencia sin igual, ha sido eliminada casi en su totalidad la cúpula directiva del portal de Internet Greenwatch. La emisora, con su orientación ecológica, conocida por sus reportajes comprometidos y críticos, había contribuido en los últimos años, de manera continua, al esclarecimiento de escándalos medioambientales, y había interpuesto varias demandas contra consorcios y políticos, si bien, por otra parte, era considerada una organización equilibrada y justa. Tenemos conexión con nuestro corresponsal en Vancouver. Rick Lester, ¿existen ya indicios de quién podría estar detrás de la masacre de Greenwatch?

La imagen cambió. Primeras luces del atardecer. Un hombre de pie delante de una casa del estilo de las mansiones canadienses; alrededor de ella, cintas de seguridad, coches policiales, hombres uniformados.

—No, Christine, y es eso, exactamente, lo que hace que todo parezca tan fantasmagórico. Hasta ahora no existe ningún indicio de quién es el responsable de estos asesinatos o, mejor dicho, de estas ejecuciones y, sobre todo, no existen indicios del porqué. —Rick Lester hablaba con un enfático
staccato,
tomando aire detrás de cada media frase—. Entretanto, se sabe que Greenwatch estaba trabajando en un gran reportaje sobre la destrucción de los bosques boreales de Canadá y de otras partes del mundo, y en la picota debía de estar la industria petrolera, pero sería más bien un documental retrospectivo sobre los daños causados por esa industria en el pasado, daños irreparables, si bien no hay, en ello, a primera vista, ningún elemento que pueda servir de explicación para esta masacre.

—Se habla ya de diez personas muertas, Rick. Pero cuéntanos, ¿qué ha sucedido realmente allí y quiénes son las víctimas?

—Bueno, ante todo es preciso decir que se trata, en este caso, de una acción coordinada, ya que no sólo afecta al cuartel general de Greenwatch, donde se encontró a siete personas muertas —dijo el reportero dando media vuelta en dirección a la casa—, sino que un cuarto de hora antes, en Marine Drive, una calle costera que lleva hasta Point Grey, tuvo lugar una frenética persecución, según testigos, en la cual un gran vehículo todoterreno embistió varias veces a un Thunderbird en el que viajaban tres colaboradores de Greenwatch, lo que al final provocó, de manera intencionada, un accidente. Todo parece indicar que dos de los ocupantes del vehículo sobrevivieron al accidente y más tarde fueron ejecutados; una de las víctimas, por cierto, y de ello ya se tiene la triste certeza, es la reportera jefe de Greenwatch, Loreena Keowa. Se supone que luego los asesinos condujeron hasta el cuartel general de Greenwatch aquí, en Point Grey, lograron introducirse en las instalaciones y ocasionaron este baño de sangre en poco tiempo.

—¿Un baño de sangre, que, según las últimas informaciones, también le ha costado la vida a la directora general, Susan Hudsucker?

—Así es, acaban de confirmárnoslo.

—Es horrible, Rick, verdaderamente inconcebible, pero no son sólo los asesinatos lo que está dando dolores de cabeza a los investigadores, parece ser que han desaparecido algunas cosas...

—Así es, Christine, y eso da un matiz especial al asunto, porque en todo el edificio no ha quedado un solo ordenador, ha sido sustraído todo el material de datos de Greenwatch, y también faltan notas escritas a mano, o sea, prácticamente toda la memoria de la emisora.

—Ahora bien, Rick, ¿no indica eso que alguien está intentando evitar que se publiquen informaciones probablemente muy candentes?

Lester asintió.

—En cualquier caso, se ha intentado
retrasar
la publicación de esa información, y hemos oído, además, que se ha establecido contacto con otros colaboradores independientes de la emisora, a fin de averiguar algo más sobre los proyectos actuales de la misma; no obstante, hay que decir que en Greenwatch siempre se esforzaban por mantener las historias o las informaciones más candentes dentro del círculo más íntimo, de manera que podría suceder que jamás fuera posible reconstruir esos últimos proyectos.

—Una horrible tragedia. Y eso es todo por el momento desde Vancouver. Muchas gracias, Rick Lester. Y ahora...

La grabación finalizó. Palstein estaba otra vez solo delante de la lustrosa mesa de caoba en su sala de conferencias de Dallas.

—¿Era ésa su persona de contacto? —preguntó Shaw—. ¿La mujer del coche?

—Sí. —Palstein asintió—. Loreena Keowa.

—¿Y cree usted que los hechos están directamente relacionados con el atentado de Calgary?

—No lo sé —respondió Palstein, y soltó un suspiro—. Ha aparecido un vídeo que muestra a un hombre. Podría ser el autor del atentado, pero ¿puede eso justificar tal masacre? Quiero decir, yo también estoy en posesión de esas imágenes, y Loreena dijo que ella se las había mostrado a mucha gente. Íbamos a hablar por teléfono inmediatamente después de que aterrizara en Vancouver, yo le había pedido que llamara sin falta...

—A causa de la preocupación.

—Sí, claro. —Palstein sacudió la cabeza—. Estaba obsesionada con este caso. Y yo estaba preocupadísimo.

—Señor Palstein —dijo Jericho—, ¿cuándo podríamos recibir el vídeo? Cada segundo que...

—No hay ningún problema. Puedo mostrarle el fragmento ahora mismo.

La imagen cambió nuevamente. Esta vez se veía la entrada de un edificio. Jericho creyó reconocer la fachada en desuso: el complejo de edificios de empresas frente a la central de Imperial Oil, en Calgary, desde el cual, se decía, habían disparado contra Gerald Palstein. Había personas caminando sin rumbo por allí. Dos hombres y una mujer salieron del edificio a la luz del sol. Los hombres se unieron a un policía y lo atrajeron a una conversación; la mujer se apostó, algo apartada. Por la izquierda apareció una figura que avanzaba arrastrando los pies, era alto y corpulento, tenía el pelo negro y largo.

Jericho se inclinó hacia adelante. Una imagen fija apareció en el monitor, se veían sólo la cabeza y los hombros. El tipo era, obviamente, asiático. Una figura corpulenta y descuidada con el pelo grasiento, la barba rala y desgreñada, pero ¿cuántas cosas no podían hacerse con un poco de látex, espuma y maquillaje?

BOOK: Límite
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