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Authors: Schätzing Frank

Límite (142 page)

BOOK: Límite
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Tu Tian había abandonado Berlín con destino desconocido.

EN EL AERION SUPERSONIC

—Por supuesto que puede leer cristales de memoria —gritó Jericho en tono ofendido en dirección a la cabina, como si su amigo le hubiese preguntado si se aseaba todos los días.

—Mil disculpas —gritó Tu—. Había olvidado que ella sustituye a una mujer.

Jericho sacó el manejable cuerpo de
Diana
de la mochila, la conectó con la interfaz de los dispositivos electrónicos de a bordo y levantó el monitor de la consola de su asiento. Las turbinas Pratt & Whitney envolvían al Aerion en un capullo de ruido. El avión de forma trapezoidal se encontraba todavía tomando altura. A su lado, Yoyo se ocupaba del ojo de vidrio de Vogelaar: lo desatornilló y le extrajo una estructura brillante de apenas el tamaño de un terrón de azúcar. Tu volaba ahora describiendo una curva. Berlín se les echó encima por una de las ventanas laterales, y el cielo, en cambio, cobró al otro lado un color azul oscuro.

—Hola,
Diana.

—Hola, Owen —dijo la voz suave y familiar—. ¿Cómo te va?

—Me podría ir mejor.

—¿Qué puedo hacer para que te vaya bien?

—Vaya, vaya —comentó Yoyo en tono burlón—. Algún día tendrás que contarme qué tal besa.

Jericho hizo una mueca.

—Abre el lector de cristal,
Diana.

Una especie de célula fotorreceptora brotó en la parte delantera del ordenador; el cajoncito estaba provisto de una superfìcie transparente. El avión retornaba a la posición horizontal mientras seguía ganando altura. Debajo de ellos, el patrón de manchas de los edificios cedió paso a campos de cultivo de colores verdes, marrones y amarillos, parcelados y atravesados por bosquecillos parecidos a remiendos, carreteras y pueblos. Como salpicaduras, centelleaban allí, bajo la luz del sol vespertino, los cursos de los ríos y los lagos.

—Pobre de ti si aquella guarrería de la Charité no valió la pena —gruñó Yoyo, que se inclinó hacia donde estaba Jericho, puso el terrón de azúcar en la superficie del lector y el diminuto cajón se deslizó de nuevo hacia adentro.

—Todos hemos hecho sacrificios —dijo él con el ceño algo fruncido, mientras
Diana
cargaba los datos—. Tian, por ejemplo, estaba dispuesto a tirar cien mil euros.

—Por no hablar de tu oreja —repuso Yoyo, mirándolo—. Bueno, de ese pedacito de oreja, un átomo de tu ore...

—De la
seria
herida de mi oreja. Ahí está.

La pantalla se llenó de símbolos. Jericho contuvo el aliento. El dossier era mucho más amplio de lo que esperaba. De repente, sintió ese temor ambivalente que se percibe antes de penetrar en la cueva de un monstruo, a fin de mirarlo cara a cara en toda su monstruosidad y obtener una certeza sobre su naturaleza. Al cabo de pocos minutos conocerían el motivo de aquella cacería de la que habían sido víctimas tantas personas y a la que ellos mismos habían estado a punto de sucumbir, y entonces Jericho supo que no les gustaría nada lo que iban a ver. También Yoyo parecía vacilante. Se llevó un dedo a los labios y se detuvo.

—De haber sido yo —dijo la joven—, habría puesto una versión abreviada. ¿Tú no?

—Claro —asintió el detective—. Pero ¿dónde?

—Aquí. —Su dedo se dirigió hacia un símbolo con el nombre de «JKV-Intro».

—¿JKV? —dijo Jericho, entornando los ojos.

—Jan Kees Vogelaar.

—Suena bien. Intentémoslo.
¿Diana?

—Sí, Owen.

—Abre la carpeta «JKV-Intro».

Allí estaba Vogelaar, sentado en mangas de camisa en una terraza, cubierta por la sombra de un tejado de madera de fabricación rústica, con una bebida a un lado. Al fondo, unas colinas cubiertas de bosques caían hacia la costa; destacaban algunas palmeras solitarias que crecían desde una vegetación mixta de baja altura. Por lo visto lloviznaba. Un cielo de color indefinido pendía sobre el escenario y difuminaba la línea del horizonte de un mar lejano.

—La probabilidad de que yo ya no siga con vida en estos instantes es bastante alta —dijo Vogelaar—. Así que escúchenme bien, sean quienes sean. Personalmente, no podrán esperar de mí otras informaciones.

Jericho se inclinó hacia adelante. Era una sensación algo fantasmal poder mirar ahora a Vogelaar a los ojos. En sentido estricto, lo estaban viendo a través de uno de sus ojos. A diferencia de su aspecto en Berlín, allí tenía de nuevo el pelo de color rubio ceniza, lucía un poblado bigote, las cejas y las pestañas claras.

—Este sitio no tiene escuchas. Podría creerse que la intimidad no constituye ningún problema en un país que prácticamente se compone tan sólo de ciénagas y selvas tropicales, pero Mayé está afectado por la misma paranoia que ataca a todos los potentados de su calaña. Supongo que hasta Ndongo habría estado interesado en ponerles escuchas a los papagayos. Pero, dado que me nombraron jefe de la seguridad, el espionaje de la buena población de Guinea Ecuatorial corre a mi cargo, sobre todo la de la familia de los gobernantes y las de nuestros estimados huéspedes extranjeros. Mi tarea es proteger a Mayé. Él confía en mí y yo no tengo ningún plan de hacer un mal uso de esa confianza.

Vogelaar extendió los brazos en un gesto que abarcó todo el territorio a sus espaldas.

—Como ven, vivimos en el paraíso. Aquí los frutos te crecen en la boca, y como corresponde a un paraíso que se precie, siempre hay una serpiente arrastrándose por algún lugar, una serpiente que desea saber que todo está bajo control. Kenny Xin, por ejemplo, no confía en nadie. Tampoco en mí, aunque asegura que es mi amigo y fue él quien me consiguió este lucrativo puesto de trabajo. Saludos, Kenny. Por cierto, ya ves que tu desconfianza estaba justificada —dijo, y rió—. Probablemente ustedes no conocerán a ese chaval, pero él es, en todo caso, la razón por la que he creado este dossier. Varios de los documentos adjuntos se ocupan de su persona, pero conformémonos por lo pronto con señalar que, en el año 2017, Kenny organizó el golpe de Estado contra Juan Aristide Ndongo por encargo de los consorcios petroleros chinos y con el consentimiento de Pekín, y también con mi ayuda o, mejor dicho, con la ayuda de la African Protection Services; el golpe se llevó a cabo y fue el encargado de entronizar a Mayé en el poder. El dossier abarca una crónica del golpe, documentos internos sobre el papel de Pekín en África y otras cosas más, pero, en esencia, trata de otro tema.

Vogelaar cruzó las piernas y, con un apático movimiento de la mano, espantó un insecto volador casi del tamaño de un puño.

—Tal vez alguien se acuerde de la rampa de lanzamiento que Mayé hizo erigir en Bioko en el año 2022. Varias firmas internacionales participaron en su construcción, pero siempre bajo la dirección del Grupo Zheng, lo que permite suponer que también China tenía las manos en el asunto. Yo, personalmente, no lo creo. Tampoco es cierto lo que siempre le vendimos a la opinión pública: que el programa espacial era una iniciativa cien por cien de Mayé. En realidad, lo emprendió un grupo de inversionistas chinos que, en mi opinión (y en contra de lo que ellos mismos describieron), no son lo mismo que el gobierno de Pekín, y eran representados en aquel entonces por Kenny Xin. Un hecho cierto es que esa organización quería lanzar al espacio, desde nuestro territorio, un satélite de comunicaciones, supuestamente para probar nuevos sistemas de propulsión de cohetes. Mayé tendría la autorización para hacer un uso civil de aquel satélite, siempre y cuando presentara todo el programa espacial como idea suya. He colgado aquí los planos de construcción de la rampa, así como una lista de todas las empresas que trabajaron en su instalación.

—Éste nos está tomando el pelo —dijo Yoyo entre dientes.

—No lo creo —respondió Jericho, negando con la cabeza—. Éste ya no puede tomarnos el pelo.

—Pero es que es justo lo mismo que nos contó en el Muntu...

—Espera. —Jericho alzó una mano—. ¡Escucha!

—... se preparó el lanzamiento para dos días después. Con ello, en realidad, deberían haber acabado los preparativos. Sólo el satélite debía ser colocado en la punta del cohete, pero esa misma noche, un convoy de vehículos blindados penetró en el área de emplazamiento de la rampa; llevaron algo hasta la nave de construcción y lo acoplaron al satélite. Era una carcasa del tamaño de una maleta grande o de un pequeño armario, equipado con un tren de aterrizaje, toberas y unos tanques esféricos. Todo podía plegarse de tal manera que no ocupara mucho espacio. De la entrega y el montaje se encargaron exclusivamente personas de confianza de Xin, no había ni uno solo de los ingenieros extranjeros presente, tampoco nadie del Grupo Zheng. Ni Mayé ni sus hombres sabían a esas alturas que iban a lanzar al espacio algo más que el satélite de marras. Yo, por cierto, no soy ningún especialista en navegación espacial, pero sospecho que esa pequeña carcasa era una nave espacial automática, una especie de unidad de aterrizaje. Mis hombres fotografiaron la llegada del convoy y la carcasa, las imágenes se encuentran en las carpetas «CON_PICS» y «SAT_PICS». —Vogelaar sonrió—. ¿Sigues viendo esto, Kenny? En tu obsesión por vigilarme, ¿jamás te diste cuenta de que nosotros os observábamos a vosotros?

—Bien —dijo Tu, que llegó desde la cabina y se reunió con ellos en la zona de pasajeros—. El piloto automático está a cargo. Ahora estamos camino de Amsterdam, así que bebamos al...

—¡Chis! —le susurró Yoyo.

—...interesado, naturalmente, en lo que había en esa carcasa —continuó Vogelaar—. Para ello tendría que reconstruir el camino que las cosas habían tomado. Tal vez debería mencionar que las personas que llevaron el artefacto, durante la noche, eran casi todos chinos, y al menos conseguimos determinar la trayectoria del avión con el que habían llegado a África, después de varias escalas. Por razones obvias, esperaba ver que el aparato hubiera despegado originalmente en China, pero, para mi sorpresa, vino de Corea, concretamente de un apartado aeropuerto de Corea del Norte, situado cerca de la frontera.

Al fondo de la imagen pudo verse cómo empezaba a llover copiosamente. Un ruido cada vez más molesto se mezcló con las palabras de Vogelaar, y un gris iridiscente acabó con todos los matices que diferenciaban el cielo, la selva y el mar.

—A lo largo de los años he ido estableciendo amplios contactos. También en el sureste asiático. Alguien que todavía me debía un favor averiguó lo que habían cargado en aquel aeropuerto. Es preciso saber que toda esa región es extremadamente insegura. Abunda la piratería en las aguas vecinas, hay un alto grado de criminalidad, de desempleo, de frustración. Desde el año 2015, el sur paga la reconstrucción del norte, pero el dinero desaparece en una enorme burbuja de especulación. Ambas regiones se sienten burladas, y hay enfado. En consecuencia, hacen estragos la corrupción y los negocios en el mercado negro, y uno de los más lucrativos es el comercio con el antiguo arsenal de armas de Kim Jong-un, sobre todo de cabezas explosivas. Una de las mercancías más demandadas son las
mini-nukes,
bombas atómicas muy pequeñas pero con un poder destructivo considerable. Ya los sóviets habían experimentado con ellas; en realidad, lo habían hecho todas las potencias nucleares. También Kim poseía algunas, cientos de ellas incluso. Sólo que nadie sabe adónde han ido a parar. Tras el colapso del régimen de Corea del Norte, de la muerte de Kim y de la reunificación, desaparecieron de pronto, y dado que no son particularmente grandes...

El mercenario insinuó con las manos una medida aproximada de un metro.

—...y no mucho más gruesas que una caja de zapatos, no se las puede encontrar tan fácilmente. Una
mini-nuke
tiene la ventaja de que, a pesar de que puede desplegar una potencia infernal, cabe en cualquier escondite. —Vogelaar sonrió—. Por ejemplo, en una pequeña nave espacial automática, lanzada como polizón en un satélite.

Jericho miró fijamente el monitor. Detrás de Vogelaar, un diluvio caía del cielo.

—Quería averiguar si alguien había salido de compras, no hacía tanto tiempo, por el mercado negro. Mi contacto lo confirmó. Unos dos años antes, en una tierra de nadie situada entre el norte y el sur, a raíz de una transacción privada de material nuclear coreano, al parecer una
mini-nuke
había cambiado de dueño. Es cierto que soy siempre desconfiado y que hay que ser cauteloso con lo que se sabe de oídas, pero había muchos indicios de que el comprador era una persona harto conocida para mí.

—No puedo creerlo —dijo Tu, incrédulo—. ¿Lanzaron una bomba atómica al espacio?

Vogelaar se inclinó hacia adelante.

—Nuestro buen amigo Kenny Xin había comprado el chisme. Y yo sabía por qué se había dejado seducir por la idea de erigir la rampa de lanzamiento precisamente en nuestro pequeño y apacible paraíso selvático. ¡Todo aquello, en gran medida, era ilegal! A ninguna oficina estatal de aeronáutica espacial le podrían haber colado de contrabando una bomba atómica. Los que encargaron a Kenny la misión tenían que encontrar un país neutral, preferiblemente una república bananera cuya pandilla gobernante no hiciera ascos a ningún negocio. Algún pedazo de territorio poco popular donde nadie mirara lo que se ocultaban bajo la manga. Y los sitios ideales para el lanzamiento de cohetes se distribuyen en torno al ecuador. Para mí eso constituye la prueba de que el Partido Comunista de China no tenía ninguna carta en este asunto, por lo menos al más alto nivel del gobierno; de otro modo, podrían haber lanzado ese satélite defectuoso, sencillamente, desde sus plataformas oficiales en Xichang, Taiyuan, Hainan o Mongolia, sin correr el riesgo de que un cerdo como Mayé sospechara cuál era la bonita carga que llevaba a bordo. En mi opinión, tenemos que vérnoslas con una asociación criminal o terrorista no estatal, lo que no excluye que algunos órganos estatales aislados estén metidos en el asunto. No olvidemos que los servicios secretos de China han conseguido, entretanto, llevar una grotesca vida propia, y ni siquiera Washington sabe en todo momento en lo que anda metida la CIA. Tal vez detrás de todo haya un gran consorcio. O quizá se trate tan sólo del bueno del doctor Mabuse, si es que hay alguien todavía que lo conozca.

—¿Y el objetivo de la bomba? —susurró Yoyo.

Vogelaar se apoyó hacia atrás en su asiento, dio un largo trago a su bebida y se acarició el bigote.

—Este dossier fue concebido, en realidad, como un seguro de vida —dijo el sudafricano—. Para mí y para mi mujer, a la que quizá hayan conocido con el nombre de Nyela. Por lo visto, esto no ha podido salvarnos, de modo que ahora servirá para hacer caer a los hombres de la organización que está detrás de todo. Kenny sería, sin duda, un elemento de importancia decisiva, ya que él tiene contacto con los cabecillas de la banda y debe de conocer su identidad. He adjuntado sus escáneres de ojo, sus huellas dactilares y sus pruebas de voz, están en el archivo «KXIN_PERS», pero él no es en ningún modo el iniciador. ¿Quién es entonces? Sin duda no es Corea, ellos sólo ponen en subasta lo que les dejó su amado líder. Entonces, ¿quién? ¿El Partido Comunista, cuyo objetivo es instalar en secreto armas en el espacio? Como ya he dicho, para ello no habrían necesitado una rampa de lanzamiento en Guinea Ecuatorial. ¿Fuerzas cercanas al gobierno, como Zheng, por ejemplo? Es posible. Tal vez la respuesta se encuentre en la carrera que se está produciendo por conquistar la Luna. China ha dejado claro en más de una ocasión que le disgusta la ventaja que le lleva Estados Unidos y, además, Pekín proyecta su mal humor contra Orley Enterprises, la contraparte exitosa de Zheng. ¿O es que alguien está tratando de hacer recaer las sospechas sobre China porque es algo que encaja muy bien ante el trasfondo de aquella pugna internacional por el helio 3, etcétera, etcétera? Con una bomba atómica colocada hábilmente en un lugar estratégico, se podría azuzar a las potencias unas contra otras, pero ¿con qué fin? Ambas saldrían debilitadas de un conflicto armado. ¿O es que cabe la posibilidad de que lo que se quiera alcanzar sea precisamente eso? Ahora bien, ¿quién podría sacar provecho de esa debilidad?

BOOK: Límite
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