El titulo de esta gran obra, escrita en 1954, esta tomada de los siguientes versos de William Blake: "Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo apareceria ante el hombre tal y como es: infinito". Este tratado causó revuelo en los años sesenta en Estados unidos, debido a que marcaba la posibilidad de ampliar la conciencia mediante el consumo de drogas alucinógenas, entre otros medios. El mismo Aldous Huxley experimentó con mescalina, una droga psicodelica, hasta alcanzar estados visionarios.
Aldous Huxley
Las puertas de la percepción
ePUB v1.0
Superluper01.04.12
Titulo original en ingles: The Doors of Perception
Publicados originalmente por Aldous Huxley en 1954.
Traducción de Miguel de Hernani.
Primera publicación en ePub 2012
Si las puertas de la percepción quedaran
depuradas, todo se habría de mostrar
al hombre tal cual es: infinito
William Blake
Fue en 1886 cuando el farmacólogo alemán Ludwig Lewin publicó el primer estudio sistemático del cacto, al que se dio luego el nombre, del propio investigador,
Anhalonium Lewiní
, nuevo para la ciencia. Para la religión primitiva y los indios de México y del Sudoeste de los Estados Unidos, era un amigo de tiempo inmemorial. Era, en realidad, mucho mas que un amigo. Según uno de los primeros visitantes españoles del Nuevo Mundo, esos indios "comen una raíz que llaman Peyotl y a la que veneran como a una deidad".
La razón de que la veneraran como a una deidad quedó de manifiesto cuando psicólogos tan eminentes como Jaensch, Havelock Ellis y Weir Mitchell iniciaron sus experimentos con la mescalina, el principio activo del peyotl. Cierto es que se detuvieron mucho antes de llegar a la idolatría, pero todos ellos coincidieron en asignar a la mescalina un puesto entre las drogas más distinguidas. Administrada en dosis adecuadas, cambiaba la cualidad de la conciencia más profundamente -siendo al mismo tiempo menos tóxica- que cualquier otra sustancia del repertorio de la farmacología.
La investigación sobre la mescalina ha continuado de modo intermitente desde los días de Lewin y Havelock Ellis. Los químicos no. se han limitado a aislar el alcaloide; han aprendido también a sintetizarlo, en forma que las existencias no dependan ya de las dispersas e intermitentes entregas de un cacto del desierto. Los alienistas se han dosificado a si mismos con mescalina, movidos por la esperanza de llegar así a una comprensión mejor, una comprensión directa, de los procesos mentales de sus pacientes. Aunque trabajando por desgracia con muy pocos sujetos y en una muy limitada variedad de circunstancias, los psicólogos han observado y catalogado algunos de los más notables efectos de la droga. Neurólogos y fisiólogos han averiguado algo acerca de cómo actúa sobre el sistema nervioso central. Y un filósofo profesional por lo menos ha tomado mescalina para ver qué luz arroja sobre ciertos viejos enigmas no resueltos, como el lugar de la inteligencia en la naturaleza y la relación entre el cerebro y la conciencia.
Las cosas quedaron así hasta que, hace dos o tres años, se observó un hecho nuevo y tal vez muy significativo. En realidad, era un hecho que había estado a la vista de todos desde hacía varias décadas, sin embargo, fuera como fuere, nadie lo advirtió hasta que un joven psiquiatra inglés, que actualmente trabaja en el Canadá, se fijó en la estrecha semejanza que existe, en composición química, entre la mescalina y la adrenalina. Ulteriores investigaciones revelaron que el ácido lisérgico, un alucinógeno muy poderoso que se obtiene del cornezuelo del centeno, tiene con ambas una relación bioquímica estructural. Luego vino el descubrimiento de que el adrenocromo, que es un producto de la descomposición de la adrenalina, puede producir muchos de los síntomas observados en la intoxicación con mescalina. Pero el adrenocromo se produce probablemente de modo espontáneo en el cuerpo humano. En otros términos, cada uno de nosotros es capaz de producir una sustancia química de la que se sabe que, aun administrada en dosis diminutas, causa profundos cambios en la conciencia. Algunos de estos cambios son análogos a los que se manifiestan en la plaga más característica del siglo XX, la esquizofrenia. ¿Es que el desorden mental tiene por causa un desorden químico? Y ¿el desorden químico se debe a su vez a angustias psicológicas que afectan a las suprarrenales? Sería imprudente y prematuro afirmarlo. Lo más que podemos decir es que se ha llegado a algo parecido a un caso
prima facie
. El indicio está siendo tratando sistemáticamente y los sabuesos -bioquímicos, psiquiatras, psicólogos-, siguen la pista.
Por una serie de circunstancias, yo me vi de lleno en esta pista en la primavera de 1953. Uno de los sabuesos había venido por asuntos suyos a California. A pesar de los setenta años de investigación sobre la mescalina, el material psicológico a su disposición era todavía absurdamente insuficiente y el hombre deseaba mucho aumentarlo. Yo estaba allí dispuesto -deseándolo muy de veras- a actuar de conejillo de Indias. Es así como en una luminosa mañana de mayo ingerí cuatro décimas de gramo de mescalina y me sente a esperar los resultados.
Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos. Los mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son crucificados aisladamente. Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fusionar sus aislados éxtasis en una sola autotrascendencia, pero es en vano. Por su misma naturaleza, cada espíritu con una encarnación está condenado a padecer y gozar en la soledad. Las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son siempre cosas privadas y, salvo por medio de símbolos y de segunda mano, incomunicables. Podemos formar un fondo común de información sobre experiencias, pero no de las experiencias mismas. De la familia de la nación, cada grupo humano es una sociedad de universos-islas.
La mayoría de los universos-islas tienen las suficientes semejanzas entre sí para permitir la comprensión por inferencia y hasta la empatía o "dentro del sentimiento". Así, recordando nuestras propias aflicciones y humillaciones, podemos condolernos de otros en análogas circunstancias, podemos ponernos -siempre, desde luego, un poco al estilo Pickwick- en su lugar. Pero, en ciertos casos, la comunicación entre universos es incompleta o hasta inexistente. La inteligencia es su propio lugar y los lugares habitados por los insanos y los excepcionalmente dotados son tan diferentes de aquellos en que viven los hombres y mujeres corrientes, que hay poco o ningún terreno común de memoria que pueda servir de base para la comprensión o la comunidad de sentimientos. Se pronuncian palabras, pero son las palabras que no ilustran. Las cosas y acontecimientos a que los símbolos hacen referencia pertenecen a campos de experiencia que se excluyen mutuamente.
Vernos a nosotros mismos como los demás nos ven es un don en extremo conveniente. Apenas es menos importante la capacidad de ver a los demás como el os mismos se ven. Pero ¿que pasa si los demás pertenecen a una especie distinta y habitan en un universo radicalmente extraño? Por ejemplo, ¿como puede el cuerdo llegar a saber lo que realmente se siente cuando se está loco? 0, a menos que también se haya nacido visionario, médium o genio musical, ¿cómo podemos visitar los mundos en los que Blake, Swedenborg o Johann Sebastián Bach se sentían en su casa? Y ¿cómo puede un hombre que se halla en los límites extremos de la ectomorfia y cerebrotonía ponerse en el lugar de otro situado en los límites de la endomorfia o viscerectonía o, salvo en ciertas zonas muy circunscriptas, compartir los sentimientos de quien se encuentra en los límites de la mesomorfia o somatotonía? Supongo que estas preguntas carecen de sentido para el behaviourista sin paliativos, atento únicamente a los comportamientos. Pero, para quienes teóricamente creen lo que en la práctica saben que es verdad -concretamente, que hay un interior para la experiencia, lo mismo que un exterior-, los problemas planteados son problemas reales, tanto más graves cuanto que algunos son completamente insolubles y otros solubles tan sólo en circunstancias excepcionales y por métodos que no están al alcance de cualquiera. Así, parece virtualmente indudable que nunca sabré qué se siente cuando se es un Sir John Falstaff o un Joe Louis. En cambio, siempre me a parecido que, por ejemplo, mediante la hipnosis o la autohipnosis, por medio de una meditación sistemática o también tomando la droga adecuada, es posible cambiar mi modo ordinario de conciencia hasta el punto de quedar en condiciones de saber, desde dentro, de qué hablan el visionario, el médium y hasta el místico.
Por lo que había leído sobre las experiencias con la mescalina, estaba convencido por adelantado de que la droga me haría entrar, al menos por unas cuantas horas, en la clase de mundo interior descrito por Blake y A. E. Pero no sucedió lo que yo había esperado. Yo había esperado quedar tendido con los ojos cerrados, en contemplación de visiones de geometrías multicolores, de animadas arquitecturas llenas de gemas y fabulosamente bel as, de paisajes con figuras heroicas, de dramas simbólicos, perpetuamente trémulos en los lindes de la revelación final. Pero no había tenido en cuenta, era manifiesto, las idiosincrasias de mi formación mental, los hechos de mi temperamento, mi preparación y mis hábitos.
Soy y, en cuanto puedo recordar, he sido siempre poco imaginativo. Las palabras, aunque sean las preñadas palabras de los poetas, no evocan imágenes en mí. No tengo visiones en los lindes del sueño. Cuando recuerdo algo, la memoria no se me presenta como un objeto o un acontecimiento que estoy volviendo a ver. Por un esfuerzo de la voluntad puedo evocar una imagen no muy clara de lo que sucedió ayer por la tarde, del aspecto que tenía Lungarno, de como era Bayswater Road cuando los únicos ómnibus eran verdes y pequeños y avanzaban, tirados por unos viejos caballos, a tres mil as y media por hora. Pero estas imágenes tenían poca sustancia y carecen en absoluto de vida autónoma propia. Guardan con los objetos reales y percibidos la misma relación que los espectros de Homero guardaban con los hombres de carne y hueso que iban a visitarlo a las sombras. Sólo cuando tengo mucha fiebre adquieren mis imágenes mentales una vida independiente. A quienes posean una imaginación más viva mi mundo interior tiene que parecerles necesariamente gris, limitado y poco interesante. Este era el mundo -poca cosa, pero cosa mía- que esperaba ver transformado en algo completamente diferente de sí mismo.
El cambio que efectivamente se produjo en él no fue en modo alguno revolucionario. Media hora después de tomada la droga advertí una lenta danza de luces doradas. Poco después hubo suntuosas superficies rojas que se hinchaban y expandían desde vibrantes nódulos de energía, unos nódulos vibrantes, con una vida ordenada, continuamente cambiante. En otro momento, cuando cerré los ojos, se me reveló un complejo de estructuras grises, dentro del que surgían esferas azuladas que iban adquiriendo intensa solidez y, una vez completamente surgidas, ascendían sin ruido hasta perderse de vista. Pero en ningún momento hubo rostros o formas de hombres o animales. No vi paisajes, ni espacios enormes, ni aparición y metamorfosis mágicas de edificios, ni nada que se pareciera ni remotamente a un drama o una parábola. El otro mundo al que la mescalina me daba entrada no era el mundo de las visiones; existía allí mismo, en lo que podía ver con los ojos abiertos. El gran cambio se producía en el campo objetivo. Lo que sucedió a mi universo subjetivo carecía de importancia.