Las partículas elementales (4 page)

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Authors: Michel Houellebecq

BOOK: Las partículas elementales
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También suele pasear en bicicleta por el campo. Pedalea con todas su fuerzas, llenándose los pulmones con el sabor de la eternidad. La eternidad de la infancia es breve, pero él no lo sabe todavía; el paisaje desfila ante sus ojos.

En Charny sólo queda una tienda de ultramarinos, pero la camioneta del carnicero pasa los miércoles y la del pescadero los viernes; los 28 sábados por la mañana, la abuela suele hacer bacalao en salsa. Michel está viviendo su último verano en Charny, pero todavía no lo sabe. Al principio del año, su abuela tuvo un ataque. Sus dos hijas, que viven en las afueras de París, están buscándole una casa no muy lejos de ellas. Ya no está en condiciones de vivir sola todo el año, de ocuparse del jardín.

Michel juega rara vez con los chicos de su edad, pero no se lleva mal con ellos. Lo consideran un poco aparte; tiene excelentes notas en el colegio, lo entiende todo sin esfuerzo aparente. Desde siempre es el primero en todas las materias; naturalmente, su abuela está muy orgullosa. Pero sus compañeros no le odian, ni lo tratan con crueldad; él les deja que copien sus deberes sin la menor oposición. Espera a que su vecino acabe, y luego pasa la página. A pesar de sus excelentes notas, se sienta en la última fila. Las condiciones del reinado son frágiles.

6

Una tarde de verano, mientras aún vivía en Yonne, Michel fue a correr por los prados con su prima Brigitte. Brigitte era una bonita muchacha de dieciséis años, tremendamente amable, que unos años más tarde se casaría con un espantoso imbécil. Era el verano de 1967. Ella lo cogía de las manos y le hacía girar a su alrededor; después se dejaban caer en la hierba recién cortada. El se acurrucaba contra su cálido pecho; ella llevaba una falda corta. Al día siguiente ambos estaban cubiertos de puntitos rojos y tenían picores terribles por todo el cuerpo.
El Thrombidium holosericum
, llamado también acaro, era muy común en las praderas durante el verano. Tiene unos dos milímetros de diámetro. El cuerpo es grueso, carnoso, muy abombado, rojo vivo. Planta la boca en la piel de los mamíferos, causando irritaciones insoportables.
La Linguatulia rhinaria, o linguatula
, vive en las fosas nasales y los senos frontales o maxilares del perro, a veces del hombre. El embrión es oval, con una cola trasera; la boca posee un aparato perforante. Tiene dos pares de apéndices (o muñones) con largas garras. El adulto es blanco, lanceolado, y su longitud está entre 18 y 85 milímetros. El cuerpo es aplastado, anillado, transparente, y está cubierto de espículas quitinosas.

En diciembre de 1968, la abuela se mudó para instalarse en Seine- et-Marne, cerca de sus hijas. Al principio, la vida de Michel cambió poco. Crécy-en-Brie sólo está a unos cincuenta kilómetros de París, y por entonces seguía siendo el campo. El pueblo es bonito, compuesto por casas antiguas; Corot pintó allí algunos cuadros. Un sistema de canales deriva las aguas del Grand Morin, lo que le vale a Crécy en algunos folletos el abusivo nombre de
Venecia de Brie
. Son escasos los habitantes que trabajan en París. La mayoría son empleados de pequeñas empresas locales, o trabajan casi siempre en Meaux.

Dos meses más tarde, su abuela compró una televisión; la publicidad acababa de aparecer en la primera cadena. La noche del 21 de julio de 1969, Michel pudo seguir en directo los primeros pasos del hombre sobre la Luna. Seiscientos millones de telespectadores repartidos por la superficie del planeta asistieron al espectáculo al mismo tiempo que él. Las pocas horas que duró la retransmisión fueron probablemente el punto culminante del primer período del sueño tecnológico occidental.

A pesar de haber llegado en mitad del curso, se adaptó bien al instituto de Crécy-en-Brie, y pasó a quinto sin problemas. Todos los jueves compraba
Pif
, que acababa de renovar su fórmula. Al contrario que muchos lectores, no lo compraba por el regalo, sino por las historias completas de aventuras. A través de una sorprendente variedad de épocas y decorados, estas historias escenificaban algunos valores morales sencillos y profundos. Ragnar el Vikingo; Teddy Ted y el Apache; Rahan, el «hijo de las épocas salvajes»; Nasdine Hodja, que no hacía caso ni a visires ni a califas: todos se podrían haber reunido en torno a una misma ética. Michel tomaba conciencia de ello poco a poco, y eso le iba a marcar definitivamente. La lectura de Nietzsche sólo le provocó una breve irritación, la de Kant no hizo sino confirmar lo que ya sabía. La moral pura es única y universal. No sufre ninguna alteración en el transcurso del tiempo, ni tampoco ninguna añadidura. No depende de ningún factor histórico, económico, sociológico o cultural; no depende de nada en absoluto. No está determinada y determina. No está condicionada y condiciona. En otras palabras: es un absoluto.

Una moral observable en la práctica siempre es el resultado de mezclar en proporciones variables elementos de moral pura y otros elementos de origen más o menos oscuro, casi siempre religioso. Cuanto más importante sea la parte de elementos de moral pura, más larga y feliz será la existencia de la sociedad que se apoya en la moral considerada. Llevando la idea al extremo, una sociedad regida por los principios puros de la moral universal duraría tanto como el mundo.

Michel admiraba a todos los héroes de
Pif
, pero su favorito era, sin duda, Lobo Negro, el indio solitario, noble síntesis de las cualidades del apache, el sioux y el cheyenne. Lobo negro atravesaba eternamente las praderas, con su caballo Shinook y su lobo Toopee. No sólo actuaba, acudiendo sin vacilar en auxilio de los más débiles, sino que comentaba sin parar sus propias acciones basándose en un criterio ético trascendente, unas veces bañado en la poesía de diferentes proverbios dakotas o crees, y otras veces, con más sobriedad, en una referencia a la «ley de la pradera». Años más tarde, Michel seguía considerándolo como el tipo ideal de héroe kantiano, que siempre actuaba «como si fuera, por sus máximas, un miembro legislador en el reino universal de los fines». Algunos episodios como
El brazalete de cuero
, con el personaje conmovedor del viejo jefe cheyenne que buscaba las estrellas, superaban el marco un poco estrecho de la historia de aventuras para sumergirse en un clima puramente poético y moral.

La televisión le interesaba menos. Sin embargo seguía, con el corazón en un puño, la emisión semanal de
La vida de los animales
. Las gacelas y los gamos, esos gráciles mamíferos, se pasaban la vida aterrorizados. Los leones y las panteras vivían en un apático embrutecimiento sacudido por breves explosiones de crueldad. Mataban, despedazaban, devoraban a los animales más débiles, viejos o enfermos; después volvían a sumirse en un sueño estúpido, animado solamente por los ataques de los parásitos que los devoraban por dentro. Algunos parásitos también eran atacados por parásitos más pequeños; estos últimos eran, a su vez, caldo de cultivo para los virus. Los reptiles se deslizaban entre los árboles, clavando sus venenosos colmillos en pájaros y mamíferos; hasta que de pronto los troceaba el pico de una rapaz. La voz pomposa y estúpida de Claude Darget comentaba estas atroces imágenes con un tono injustificable de admiración. Michel temblaba indignado, y sentía que se formaba en su interior otra convicción inquebrantable: en conjunto, la naturaleza salvaje era una porquería repugnante; en conjunto, la naturaleza salvaje justificaba una destrucción total, un holocausto universal; y la misión del hombre sobre la Tierra era, probablemente, ser el artífice de ese holocausto.

El abril de 1970 apareció en
Pif
un regalo que se haría famoso:
el polvo de vida
. Cada número venía con una bolsita que contenía huevos de un minúsculo crustáceo marino, la
Artemia salina
. Desde hacía milenios, esos organismos estaban en animación suspendida. El procedimiento para reanimarlos era medianamente complejo: había que decantar el agua durante tres días, entibiarla, añadirle el contenido de la bolsa, remover suavemente. Los días siguientes había que mantener el recipiente cerca de una fuente de luz y de calor; añadir con regularidad agua a la misma temperatura para compensar la evaporación; remover con delicadeza la mezcla para oxigenarla. Pocas semanas más tarde, el tarro hervía de crustáceos translúcidos, a decir verdad un poco repugnantes, pero definitivamente vivos. No sabiendo qué hacer con ellos, Michel acabó por tirarlos al Grand Morin.

En el mismo número, la historia de aventuras en veinte páginas hacía ciertas revelaciones sobre la juventud de Rahan, sobre las circunstancias que lo habían empujado a su condición de héroe solitario en mitad de las edades prehistóricas. Siendo aún niño, una erupción volcánica había diezmado su clan. Su padre, Crao el Sabio, sólo había podido legarle en el momento de su muerte un collar de tres garras. Cada una de las garras representaba una virtud de «los-que-caminande-pie», los hombres. Una era la garra de la lealtad, otra la garra del valor; la tercera y más importante de todas era la garra de la bondad. Desde entonces Rahan llevaba el collar e intentaba ser digno de todo lo que representaba.

La casa de Crécy tenía un jardín a lo largo, con un cerezo un poco más pequeño que el de Yonne. Él seguía leyendo
Todo el Universo
y
Cien preguntas sobre
. En su duodécimo cumpleaños, su abuela le regaló una caja de
El pequeño químico
. La química era muchísimo más fascinante que la mecánica o la electricidad; más misteriosa, más variada. Los productos venían presentados en sus cajas, con colores, formas y texturas distintas, como esencias eternamente separadas. No obstante, bastaba con mezclarlos para que reaccionasen con violencia, formando compuestos radicalmente nuevos a la velocidad del relámpago.

Una tarde de julio, mientras leía en el jardín, Michel se dio cuenta de que los fundamentos químicos de la vida podrían haber sido completamente diferentes. El papel que desempeña el carbono en las moléculas de los seres vivos podrían haberlo desempeñado otras moléculas de idéntica valencia, pero de mayor peso atómico. En otro planeta, en distintas condiciones de presión y temperatura, las moléculas de la vida podrían haber sido el silicio, el azufre y el fósforo; o el germanio, el selenio y el arsénico; o el estaño, el teluro y el antimonio. No había nadie con quien pudiera discutir de verdad sobre estas cosas; cuando se lo pidió, su abuela le compró varias obras de bioquímica.

7

El primer recuerdo de Bruno databa de los cuatro años; era el recuerdo de una humillación. Entonces iba al parvulario del parque Laperlier, en Argel. Una tarde de otoño, la institutriz había explicado a los niños cómo hacer collares de hojas. Las niñas esperaban sentadas en medio de la cuesta, ya con los signos de una estúpida resignación femenina; la mayoría llevaban vestidos blancos. El suelo estaba cubierto de hojas doradas; los árboles eran sobre todo castaños y plátanos. Uno tras otro, sus compañeros terminaban el collar e iban a colgarlo al cuello de su pequeña favorita. Él no hacía progresos, las hojas se rompían, todo se destruía entre sus manos. ¿Cómo explicarles que necesitaba amor? ¿Cómo explicárselo sin el collar de hojas? Se echó a llorar de rabia; la institutriz no acudió en su ayuda. Ya había acabado todo, los niños se levantaron para salir del parque. Un poco después, el colegio cerró.

Sus abuelos vivían en un piso muy bonito, en el bulevar Edgard- Quinet. Los edificios burgueses del centro de Argel se habían construido siguiendo el modelo de los edificios haussmanianos de París. Un pasillo de veinte metros atravesaba el piso y llevaba a un salón, desde cuyo balcón se veía la ciudad blanca. Muchos años más tarde, cuando se convirtió en un cuarentón desengañado y amargado, volvía a ver esta imagen: él mismo, a los cuatro años, pedaleando en el triciclo con todas sus fuerzas a lo largo del oscuro pasillo, hasta la luminosa apertura del balcón. Probablemente conoció su mayor felicidad terrenal en esos momentos.

Su abuelo murió en 1961. En nuestros climas, un cadáver de mamífero o de pájaro atrae al principio a ciertas moscas (
Musca, Curtonevra
); en cuanto empieza la descomposición entran en juego otras especies, sobre todo las
Calliphora
y
las Lucilia
. El cadáver, bajo la acción combinada de las bacterias y de los jugos digestivos que secretan las larvas, se licúa más o menos y se convierte en escenario de fermentaciones butíricas y amoniacales. Al cabo de tres meses las moscas han terminado su obra, y las sustituye un escuadrón de coleópteros de tipo
Dermestes
y de lepidópteros
Aglossa pinguinalis
, que se alimentan principalmente de grasas. Las larvas de la
Piophila petasionis
y los coleópteros de tipo
Corynetes
aprovechan las materias proteicas en proceso de fermentación. El cadáver, descompuesto, contiene todavía algo de humedad y es presa de los acaras, que absorben las últimas sanies. Una vez seco y momificado, sigue albergando explotadores: las larvas de las atagenas y las antrenas, las orugas de la
Aglossa cuprealis
y de la
Tineola biselelia
. Son éstas las que acaban el ciclo.

Bruno volvía a ver el ataúd de su abuelo, de un hermoso y profundo color negro, con una cruz de plata. Era una imagen tranquilizadora e incluso feliz; su abuelo debía de sentirse bien en un féretro tan magnífico. Más tarde se enteró de la existencia de los ácaros y de todas esas larvas con nombre de aspirante a estrella italiana. Sin embargo, incluso en la actualidad, la imagen del ataúd de su abuelo seguía siendo una imagen feliz.

Todavía recordaba a su abuela el día que llegaron a Marsella, sentada en una caja en mitad de la cocina embaldosada. Las cucarachas corrían entre las losas. Probablemente fuera ese día cuando casi perdió la razón. En pocas semanas había vivido la agonía de su marido, la precipitada salida de Argelia, la difícil búsqueda de casa en Marsella.

Estaba en un núcleo miserable, en los barrios del noroeste. Ella nunca había pisado Francia. Y su hija la había abandonado, no había ido al entierro de su padre. Tenía que haber un error. En alguna parte tenían que haber cometido un error. Volvió a empezar, y sobrevivió cinco años. Compró muebles, instaló una cama para Bruno en el comedor, lo matriculó en la escuela primaria del barrio. Iba a buscarlo todas las tardes. Al él le daba vergüenza ver a esa viejecita rota y seca que lo cogía de la mano. Los demás tenían padres; los hijos de divorciados todavía eran poco frecuentes.

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