Las cuatro vidas de Steve Jobs (11 page)

BOOK: Las cuatro vidas de Steve Jobs
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Dicho y hecho, Scott movió los hilos para que Steve Jobs le recibiese. La bienvenida fue un poco más fría de lo esperado. Jobs le lanzó una provocadora pregunta: ¿eres lo suficientemente bueno como para trabajar en el equipo Mac? Hertzfeld le enseñó los diseños que había realizado y le dijo que quería unirse a ellos. Por la tarde, Jobs irrumpió por sorpresa en su despacho: «¡Buenas noticias! Formas parte del equipo de creación del Macintosh». «¡Genial! Pero antes tengo que terminar un proyecto para el Apple. Necesito uno o dos días», contestó Hertzfeld. Jobs, horrorizado, le preguntó: «¿Hay algo más importante que el Macintosh? Deja de perder el tiempo, el Apple III estará muerto en unos años; el Mac es el futuro. Empiezas ahora mismo».

Acto seguido desenchufó el ordenador de Hertzfeld, haciéndole perder todo el trabajo de aquel día, apiló los componentes y salió del despacho con el Apple II en volandas. «Sígueme; voy a llevarte a tu nueva oficina». Hertzfeld corría detrás de él hacia el aparcamiento profiriendo insultos. Sus quejas no sirvieron de nada porque su ordenador aterrizó en el maletero del Mercedes de Jobs y, al cabo de varios minutos, ya estaban en el edificio anexo a la gasolinera Texaco donde, al día siguiente, un compañero le comunicó que el lanzamiento del Macintosh estaba previsto en enero de 1982, once meses después. Hertzfeld estaba perplejo por lo irrealizable del calendario. Budd Tribble, su interlocutor, le puso en antecedentes:

—Steve insiste en que entreguemos el Mac a principios de 1982 y se niega a escuchar cualquier opinión contraria. ¿Has visto alguna vez
Star Trek?
Pues bien, Steve tiene un
campo de distorsión de la realidad.

—¿Un qué?

—Un campo de distorsión de la realidad. En su presencia, la realidad se vuelve maleable. Es capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa. La situación se atenúa cuando no está pero, de todos modos, resulta difícil tener previsiones realistas. Pero hay más cosas que debes saber de Steve.

—¿Cómo qué?

—El hecho de que te diga que algo es genial o espantoso no significa necesariamente que vaya a pensar lo mismo al día siguiente. Hay que filtrar sus comentarios. Si le das una idea nueva, lo primero que te dirá es que le parece estúpida pero una semana más tarde vendrá a verte para proponértela como si fuera suya.

Hertzfeld no tardaría mucho en darse cuenta de que lo que Tribble le contaba era la descripción de la realidad. Poco después asistió fortuitamente a una conversación entre Jobs y James Ferris que le impresionó. Ferris era un director creativo que se había incorporado para ayudar a Jobs a crear la carcasa del Mac. Jef Raskin había imaginado un ordenador horizontal, similar a una máquina de coser que se abriera por delante para revelar el teclado. Jobs buscaba diferenciarse y como aquella disposición ya había sido utilizada por un fabricante, Adam Osborne, insistía en que «el Macintosh debía ser diferente a todo lo demás», así que intentaba convencer a Ferris:

—Se trata de elaborar una imagen clásica que nunca se quede anticuada. Piensa en el Volkswagen Beetle.

—No me parece que sea el mejor modelo. Las líneas tienen que ser voluptuosas como si fuera un Ferrari —respondió Ferris.

—No, un Ferrari tampoco. ¡Será un Porsche!

Una semana después, Jobs y Ferris decidieron romper con los convencionalismos y optaron por una estructura vertical. Jerry Manock, creador de la carcasa del Apple II, sería el encargado de concebir la del Mac con la ayuda del diseñador Terry Oyama. Como era de esperar, su primer modelo fue criticado duramente por Jobs aunque, aun así, concedió que «había que empezar por algo».

Durante una reunión, en junio de 1981, Burrell Smith presentó la placa base del Macintosh y Steve le comentó sus críticas, aunque sólo en el plano estético.

—Esta parte es preciosa pero los chips de memoria son un espanto. Están demasiado juntos.

—¿Y qué más da? —quiso saber un nuevo miembro del equipo—. ¿A quién le importa el aspecto de la placa base? Lo importante es su funcionamiento. Nadie va a verla.

Steve Jobs refutó el argumento con vehemencia:

—La voy a ver yo y lo que quiero es que sea lo más bonita posible, aunque esté dentro de la carcasa. Nunca oirás a un buen carpintero decir que utiliza madera mala en el fondo de un armario con el pretexto de que nadie la va a ver.

Smith insistía en hacer valer su opinión mientras los demás miembros del equipo intercambiaban miradas cómplices, sabedores de que se estaba enfrascando en una batalla perdida.

En marzo de 1981, Jobs fue invitado a participar en las conferencias de Ben Rosen, el inversor estrella de Silicon Valley, y dejándose llevar por la retórica no pudo evitar desgranar algunas pistas de hacia dónde se dirigía Apple con el impulso que les daría el Macintosh. Uno de los asistentes, programador y director de su propia y emergente empresa, un tal Bill Gates, se quedó electrizado por el discurso de Jobs y a la salida de la conferencia se enfrascaron en una conversación apasionada. De la misma edad que su interlocutor, Gates acababa de firmar un importante contrato para suministrar el sistema operativo que llevaría instalado el PC de IBM.

Sospechando que la revolución que Jobs anunciaba veladamente estaba más cerca de lo que otros podían sospechar, se acercó para tratar de tirarle de la lengua. Insistió en conocer más detalles e incluso le propuso que Microsoft se hiciese cargo del diseño de algunos de los programas para el misterioso ordenador que se perfilaba en el horizonte. El zorro había metido el hocico en el corral.

En la primavera de 1981, Bruce Horn estaba a punto de graduarse por la Universidad de Stanford cuando recibió una llamada de Jobs, que se había fijado en él en Xerox PARC, donde había trabajado a tiempo parcial.

—Bruce, soy Steve. ¿Qué piensas de nuestra compañía?

—Está bien pero ya he aceptado un trabajo en VTI Technologies.

—¿Qué? Olvídalo. Ven mañana a Apple a las nueve. Tenemos muchas cosas que enseñarte.

El día siguiente, Horn se reunió con el equipo del Mac empezando por Jobs, que no ahorraba adjetivos a la hora de describir el proyecto. Según él, Apple no sólo estaba preparando un ordenador nuevo sino que se trataba de un objeto histórico que revolucionaría el acceso al conocimiento. Durante dos días, los ingenieros le hicieron todo tipo de demostraciones del potencial del ordenador en el que estaban trabajando y, poco a poco, Horn se dejó llevar seducido por lo que estaba viendo. El lunes siguiente llamó a VTI para avisarles de que se incorporaba a Apple. Estaba convencido: el Mac cambiaría el mundo. También ante la insistencia de Jobs, Chris Espinoza, que había participado en los comienzos de Apple cuando aún no había cumplido quince años y que había regresado a sus estudios, dejó la universidad para unirse al equipo del Mac.

Para tener el campo libre para el proyecto Macintosh, Steve participó en la salida de Mike Scott. La reestructuración directiva llevó a Mike Markkula al puesto de consejero delegado y Jobs fue nombrado presidente del consejo. «Mike Scott despidió a mucha gente sin seguir el cauce adecuado», recuerda Wozniak, «y eso le costó el puesto. Además se había deshecho de gente muy buena». Scott abandonó Apple oficialmente el 10 de julio de 1981 tras redactar una carta de dimisión en la que dejaba constancia de su desencanto.

A principios del verano, Jobs, Raskin y Hertzfeld recibieron a Bill Gates y a otros tres ingenieros de Microsoft. Jobs hizo los honores y los cuatro invitados fueron deslumbrados con una demostración del interfaz gráfico que corría en un prototipo del Macintosh. Gates ametrallaba a Hertzfeld a preguntas para conocer los pormenores de aquella máquina milagrosa y su gran curiosidad alarmó a Steve Jobs que, en varias ocasiones, le dijo a Hertzfeld que no comentase los detalles. La investigación seguía en curso y no era conveniente filtrar la información más sensible.

Bill Gates, gracias a su excelente visión de futuro, era consciente del potencial del que estaban hablando. Era el ordenador del mañana y tenían que estar allí, incluso invirtiendo en el proyecto. Al fin y al cabo, se decía, el Macintosh necesitaba programas. Durante la cena que siguió a la presentación, las dos partes acordaron que Microsoft realizaría tres programas para el Mac, concretamente el procesador de textos Word, la hoja de cálculo Multiplan y el programa de gráficos Chart. Dado que Jobs tenía pensado lanzar el Macintosh en octubre de 1982, les impuso unos plazos muy ajustados. Sin embargo, Bill Gates no podía dejar de pensar en otra idea. Desarrollaría su propia interfaz para el PC de IBM, inspirada en la del Mac. Nada más regresar a Microsoft, se puso en contacto con Xerox para comprar una licencia de las herramientas gráficas desarrolladas en el PARC. El sistema operativo Windows acababa de nacer.

Con motivo del lanzamiento oficial del PC de IBM, en agosto de 1981, Jobs se permitió el lujo de dar la bienvenida en público al temible contrincante con un anuncio a página completa en el
Wall Street Journal
del 12 de agosto. «Bienvenida, IBM. En serio. Bienvenida al mercado más apasionante e importante desde que comenzó la revolución informática hace 35 años. Y enhorabuena por vuestro primer ordenador personal. Poner el poder de un ordenador al alcance de las personas permite mejorar la manera en que trabajan, piensan, aprenden a comunicarse y ocupan su tiempo libre. Hoy en día, los conocimientos de informática se están haciendo casi tan necesarios como saber leer y escribir. Cuando inventamos el primer ordenador personal, calculábamos que, en todo el mundo, más de 140 millones de personas podrían comprar uno si comprendían sus ventajas. Sólo el próximo año, calculamos que un millón largo habrá adquirido esos conocimientos y, durante la próxima década, el ordenador personal seguirá creciendo de manera exponencial. Esperamos una competencia responsable en el tremendo esfuerzo de distribuir esta tecnología americana al mundo y apreciamos la amplitud de vuestro compromiso. Nosotros aumentamos el capital social desarrollando la productividad individual. Bienvenidos a esta aventura. Apple».

La táctica de Jobs era inteligente porque recalcaba que Apple había sido la primera en lanzar un ordenador personal y, al dar la bienvenida a IBM, dejaba claro su señorío, dando a entender que la empresa de California no temía al número uno de la informática. En aquella época, la compañía de Jobs y Wozniak había vendido 300.000 Apple II, un tercio del parque total de ordenadores personales.

Sin embargo, el relanzamiento del Apple III mejorado, en noviembre de 1981, pasó sin pena ni gloria y las cosas empezaban a ponerse difíciles. Por su parte, el PC de IBM conocía unos inicios más que honorables para la época al agotar las primeras 50.000 unidades entre septiembre y diciembre (frente a las 135.000 de Apple en todo el año). El número uno de la informática surgía como duro competidor desde el primer momento.

Pero Jobs no estaba nervioso. Sus esperanzas para contrarrestar la temida llegada de IBM estaban depositadas en el Macintosh. Era la libertad, la diversión y la estética frente a un PC de IBM triste y aburrido. Además, al desmontar el PC, los ingenieros de Apple, entre ellos Hertzfeld, descubrieron que la máquina estaba ridículamente mal concebida. Los miembros del equipo de Macintosh (a los que Jobs llama los piratas) eran conscientes de que estaban en otro nivel, y se empecinaron en crear un producto de una envergadura completamente diferente guiados por un espíritu perfeccionista hasta niveles ridículos.

En cuestiones sentimentales, Jobs mantenía una relación con la cantante de
folk
Joan Baez, diecisiete años mayor que él (por aquel entonces tenía 23) y todo un símbolo que había sido la musa de Bob Dylan, a quien Steve Jobs idolatraba sobre todas las cosas. Sin embargo no duró mucho. Su siguiente pareja sería una atractiva mujer con un carácter de armas tomar llamada Christina Redse, de quien se decía que tenía un gran parecido con la actriz Darryl Hannah, con la que mantuvo una relación durante varios años.

Un día de diciembre, Bruce Horn se quejó a Andy Hertzfeld de que el desarrollo del Mac estaba basado en un prototipo de ordenador, el Lisa, que él aún no había visto. «Tal vez debería irme a una empresa de verdad, donde suministren las herramientas adecuadas a sus desarrolladores», amenazó enfurecido. A Hertzfeld no le gustó el comentario y se fue a buscar a Jobs para sugerirle que tal vez debían deshacerse de Horn. Para su sorpresa, Jobs le respondió: «¡No! ¡Dale un ordenador!».

Al día siguiente, Bruce Horn recibió un mensaje de Steve indicándole que se dirigiera a un despacho concreto de un edificio de Apple para que se llevara el ordenador que encontraría allí. La oficina en cuestión era la de John Couch, jefe del proyecto Lisa, así que a pesar de la seguridad de disponer de un mensaje firmado por Jobs, se llevó el equipo con cierta inquietud. «A día de hoy, sigo sin saber a ciencia cierta si Steve lo había acordado con John Couch o si éste último tuvo la sorpresa de encontrarse con un escritorio vacío», admite.

A principios de 1982, los locales de Texaco se habían vuelto a quedar pequeños y Jobs decidió reubicar al equipo de Macintosh a un espacio en el campus de Apple con el tamaño suficiente para acomodar a unas cincuenta personas. En aquella época, la principal preocupación de Jobs era encontrar al ejecutivo adecuado para preparar y liderar el lanzamiento del Mac. Don Estridge, el directivo de IBM que había impulsado el proyecto del PC de IBM hasta su comercialización, fue el elegido. Para tentarle, le prometió un salario anual de más de un millón de dólares pero Estridge declinó la suculenta oferta.

Como segunda opción, Jobs había echado el ojo a un as del márketing de 38 años llamado John Sculley, cuyos éxitos le habían dejado anonadado. Sculley había sido capaz de mejorar la popularidad de Pepsi Cola entre la gente joven consiguiendo ganar cuota de mercado frente a Coca Cola, su competidor y dominador histórico del sector. Jobs veía en él a un genio en su ámbito y pensaba que su perfil era ideal para una empresa como Apple.

La popularidad del fundador de Apple era tal que, cuando John Sculley contó a su hija que Jobs iba a venir a visitarle, ésta se puso a gritar: «¡Steve Jobs! ¡Vas a ver a Steve Jobs!» como si fuera Mick Jagger. «Como tantos otros, me sentía subyugado por aquel niño precoz, cautivador y legendario». Desde el primer momento, en aquella entrevista en 1982, se quedó atónito ante la audacia del fundador de Apple. Jobs, por su parte, apreciaba la apertura de espíritu del presidente de PepsiCo.

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