La tercera puerta (25 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

BOOK: La tercera puerta
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—Ninguno según mis análisis.

Stone asintió con satisfacción y se volvió hacia los demás.

—¿Cuál es el informe del radar de penetración? —preguntó.

Un joven delgado y de aspecto nervioso se irguió en su silla y se subió las gafas en el puente de la nariz.

—El radar muestra que en la segunda cámara hay un único objeto muy grande cuyas dimensiones aproximadas son de cuatro metros de largo por dos de alto. Dispuestos ante él hay cuatro objetos idénticos pero más pequeños.

Hubo un breve silencio.

—Un sarcófago… —murmuró March.

—Y sus cuatro vasos canopos —añadió Tina.

—Tal vez. —Stone frunció el entrecejo—. Pero ¿en la segunda cámara en lugar de en la tercera?

—Al parecer hay varios objetos más —añadió el joven—, pero el eco de la señal hace que sea difícil distinguirlos.

—Muy bien —repuso Stone, pensativo—. Dedicaremos el resto del día a asegurar, estabilizar y descontaminar la primera cámara. Lo primero que haremos mañana será abrir la segunda puerta. Si entretanto alguien, en sus análisis, descubre algo nuevo o que se salga de lo corriente, quiero que me lo comunique en el acto. —Miró a Logan—. Por cierto, ¿quieres añadir algo, Jeremy?

—Sí. Anoche hablé con Fontaine y me contó que uno de los aparatos electrónicos que tiene a su cuidado ha tenido un comportamiento errático. Según parece, se enciende y se apaga por su cuenta y funciona cuando no debe.

Tina silbó por lo bajo la melodía de
La dimensión desconocida
.

—El aparato en cuestión —siguió explicando Logan— es uno de los teléfonos vía satélite. Cuando me enteré de que ambos incidentes se habían producido a la misma hora, la una y media de la madrugada, le pedí a Fontaine que comprobara la memoria del teléfono.

—¿Y? —preguntó Stone.

—La memoria interna mostraba que se habían efectuado un total de cuatro conexiones vía satélite sin autorización y que todas habían sido a la una y treinta y cuatro de la mañana, hora local. Las conexiones eran correos electrónicos encriptados enviados a un servicio de reenvío de internet que los hace imposibles de rastrear.

El silencio y el desconcierto llenaron la sala.

Stone se había puesto pálido.

—¿Cómo puede ser? Nadie tiene acceso a los teléfonos vía satélite. Solo los pueden utilizar los responsables de transmisiones.

—Un examen más a fondo del aparato reveló que había sido modificado con un circuito impreso hecho a mano. En estos momentos Fontaine lo está examinando con un osciloscopio y un generador de señales, pero parece que su función es recibir mensajes de texto inalámbricos de la banda ancha de la estación, codificarlos y mandarlos vía satélite de madrugada, cuando no hay nadie en la sala de comunicaciones. A partir de ahí, el satélite se encarga de enviarlo a su destino.

Siguió otro largo silencio. Logan se fijó en que todos se miraban unos a otros con incomodidad.

—¿Quién está al tanto de esto? —preguntó Stone.

—Fontaine y los que estamos aquí.

Stone se pasó la lengua por los labios.

—Esto no tiene que salir de aquí. ¿Entendido? Nadie más debe saberlo. —Meneó la cabeza—. Válgame Dios. Un espía.

—O un saboteador —apuntó Tina.

—O ambas cosas —añadió Logan.

38

T
INA Romero descendió por el Umbilical detrás de Stone. No llevaba respirador, solo una mascarilla N-95. El aire olía al Sudd y le dejaba en la boca un ligero regusto a vegetación putrefacta. A medida que bajaba, más frío hacía. Cuando llegó a la plataforma tenía los brazos en carne de gallina.

El centinela que montaba guardia ante la entrada la saludó con un gesto de la cabeza. Desde que Logan había descubierto las transmisiones sin autorización, Stone, que siempre se mostraba obsesivo en cuestión de secretismo, había doblado las medidas de seguridad. Además del centinela que vigilaba la Boca las veinticuatro horas del día, había ordenado que hubiera otro en el Portal y que se instalaran más cámaras de vigilancia, que Cory Landau se encargaba de controlar desde el Centro de Operaciones.

Tina sonrió tristemente para sus adentros. A pesar de las amenazas de Stone y de su exigencia de absoluto silencio, el rumor acerca de un saboteador o de un espía había corrido como la pólvora por toda la estación. El asunto no estaba desprovisto de cierta ironía: aunque el sentimiento predominante era de consternación, se combinaba con cierto alivio. Tina incluso se preguntaba si la presencia de un saboteador no sería explicación suficiente para los hechos insólitos que se habían producido.

Oyó ruido por encima de su cabeza y vio que March bajaba hacia la plataforma. Detrás de él, dos operarios de Valentino cargaban con las piezas de una grúa desmontable.

Stone miró al grupo.

—Está bien —dijo a través de la máscara—. Vamos allá.

El guardia de seguridad cogió un cabrestante eléctrico del suelo, y el grupo se acercó a la entrada. Tina se fijó en que los restos del granito habían sido retirados y que la primera puerta estaba completamente abierta. Alzó la cámara de vídeo. Aunque March había bajado varias veces y Stone al menos en dos ocasiones para supervisar la abertura de la segunda puerta, para ella era su segunda visita a la tumba.

Cuando entró en la primera cámara vio que había sido reforzada con traviesas longitudinales que iban de pared a pared y que la estatua del guardián Apep estaba cubierta por una lona. Tina lo agradeció: la figura era tan realista y agresiva que, a pesar de su incalculable importancia, no sentía el menor deseo de verla de nuevo.

La cámara, que había sido un pozo de oscuridad, estaba ahora brillantemente iluminada por focos de sodio, y Tina solo pudo admirar la belleza y el buen estado general de su contenido. Sin embargo —para su disgusto—, comprobó que los objetos más interesantes e importantes habían sido retirados y sustituidos temporalmente por etiquetas de archivo. Se dijo que aquello era obra de March. El cabrón estaba impaciente por poner la mano en todas aquellas piezas. Si las cosas se hacían a su modo, el yacimiento quedaría vacío y se perdería todo recuerdo de cómo era en su estado original. Para ella, el enfoque correcto era el contrario: examinar, estabilizar, analizar, describir, documentar y, después del debido proceso de restauración, dejarlo todo como lo habían encontrado.

El muro del fondo estaba cubierto por un gran plástico. Al otro lado la oscuridad era absoluta. Sabía que habían retirado completamente la segunda puerta, pero nadie había entrado todavía en la cámara. Ellos serían los primeros.

Sin decir palabra, Stone hizo un gesto con la cabeza a los dos operarios. Estos se adelantaron y con sumo cuidado quitaron el plástico, lo doblaron y lo dejaron a un lado. Tras este se abría un rectángulo de negrura.

Stone se aproximó a la segunda puerta, seguido de Tina y March. Allí, desde la entrada a la cámara número dos, Tina acertó a distinguir unas formas vagas en su interior. Notó que la boca se le secaba.

—Traed una de esas luces —ordenó Stone.

Un operario acercó uno de los potentes focos sobre ruedas, y un repentino resplandor inundó la pieza.

—Dios —musitó Stone con voz estrangulada. Una vez más, su fachada de autodominio se había desmoronado bajo el hechizo de Narmer.

A medida que sus ojos se adaptaban a la luz, Tina empezó a distinguir los detalles de la cámara número dos. Encendió el vídeo y empezó a grabar. Todas las superficies —techo, suelo y paredes— estaban recubiertas por lo que parecía oro macizo, responsable del inusitado brillo. A pesar de que el recinto era apenas más pequeño que la cámara número uno, contenía muchos menos objetos. Entre ellos, los cuatro vasos canopos hechos de calcita que contenían las vísceras del faraón momificado. Ante cada uno había un pequeño cofre de oro igualmente macizo. En una de las paredes, una gran pintura ilustraba lo que parecía la victoria de Narmer sobre el rey del Alto Egipto. En otra, Narmer se mostraba tumbado en un estrado, ya en su tumba, mientras era atendido por un sumo sacerdote. También había dos nichos situados en paredes opuestas, y cada uno tenía un serej de Narmer grabado en bajorrelieve con el nombre que el rey había utilizado en su coronación:
niswt-biti
, rey del Alto y el Bajo Egipto. A Tina le parecía curioso que los egiptólogos fueran capaces de leer el lenguaje pero que su pronunciación siguiera siendo un misterio. Aunque sabía que la mayoría de los usos de la frase se expresaban fonéticamente como
nzw
, tal como aparecía en los Textos de las Pirámides, allí había conservado la terminación femenina en «t», y eso le extrañó. Pero es que casi todo lo que había visto de Narmer y de su tumba le resultaba extraño. Muchas de las cosas que había en aquella cámara eran demasiado modernas para el Antiguo Egipto. El entierro de la tumba, los sellos reales, los objetos, los mensajes jeroglíficos que tanto recordaban al
Libro de los Muertos
… Todo ello era más propio del Imperio Medio o del Imperio Nuevo que del período arcaico de la Primera Dinastía. Era como si Narmer se hubiera adelantado siglos a su tiempo, y sus conocimientos, costumbres, hallazgos y revelaciones hubieran muerto con él y no hubieran resucitado hasta la llegada de los constructores de las pirámides, mil años después.

Apartó aquellos pensamientos de su mente y se concentró en grabarlo todo en vídeo. Encima de los dos nichos había distintas ofrendas: amuletos, cuchillos de pedernal hermosamente tallados, figuras de alabastro, marfil y ébano. Pero el objeto más destacado yacía en el centro de la cámara. Era un enorme sarcófago hecho de un granito azul pálido sumamente escaso. Carecía de cualquier pintura ornamental —algo de lo más infrecuente— y estaba en perfectas condiciones; mucho mejor, por ejemplo, que el deteriorado ataúd de Tutankhamón. El granito había sido tallado en un exquisito trabajo de tracería, y en la cabecera se alzaba la figura de un halcón gigante que montaba guardia ceremonialmente sobre el cuerpo del faraón, con las alas extendidas y las estilizadas patas abiertas.

Los miembros del equipo permanecían callados, anonadados por el esplendor de lo que veían. Stone se adelantó con paso vacilante, como si caminara con prótesis. Realizó una inspección rápida de la cámara y se acercó a la hilera de pequeños cofres de oro.

—Estos cofres colocados ante los vasos canopos… —dijo en tono ausente, hablando más para sí mismo que para los demás— es algo totalmente desconocido para mí.

Se arrodilló ante el más próximo y lo estudió con atención; de vez en cuando tocaba delicadamente aquí y allá con sus dedos enguantados. Entonces, con la misma delicadeza, levantó la tapa. Tina contuvo la respiración. El interior del cofre estaba lleno de gemas centelleantes: ópalos, jades, diamantes, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y ágatas. Un tesoro incalculable.

—¡Santo Dios! —exclamó March.

Tina bajó la cámara para verlo de cerca.

—La mitad de estas piedras preciosas eran desconocidas para los antiguos egipcios —dijo—, por lo menos en una época tan remota…

—El faraón debió de abrir nuevas rutas comerciales que se perdieron tras el fin de su reinado —aventuró Stone en voz baja.

Tina se pasó la lengua por los labios resecos. Se dio cuenta de que el esplendor resultaba tan abrumador que se negaba a aceptarlo. Era imposible asimilarlo en su totalidad.

Stone la miró.

—¿Qué me dice de esos dos nichos? Nunca había visto una configuración igual.

—Tendré que examinarlos a fondo, pero es posible que tengan una doble función, que no sean solo simples nichos, sino símbolos de la gran prueba a la que Narmer tendría que enfrentarse en su paso al inframundo: la Sala de las Dos Verdades. Eso suponiendo que en su época esa creencia estuviera arraigada. De todas maneras, también en este caso debo decir que parecen únicos. Diría que ese doble propósito fue algo que se perdió con las dinastías que siguieron.

—¿Símbolos, dice? —dijo Stone.

—Como si fueran a ser utilizados en una simulación de la Sala de las Dos Verdades. Una especie de ensayo previo, por así decirlo.

—Pero eso es algo completamente nuevo —objetó March.

Tina hizo un gesto con la mano que abarcaba la tumba, como si dijera: «¿Y todo esto no lo es?».

Entretanto, los operarios habían estado ocupados montando la grúa. El guardia de seguridad la conectó al cabrestante y, a la orden de Stone, puso en marcha el motor. Un rugido llenó la cámara y después disminuyó hasta convertirse en un ronroneo. Los operarios colocaron los ganchos bajo los bordes de la tapa del sarcófago y a continuación, con sumo cuidado, la levantaron, la hicieron girar y la depositaron en el suelo.

El guardia de seguridad apagó el motor y todos, también los operarios, se acercaron para mirar. En el interior del sarcófago había un fino sudario de un material desconocido y tejido con un complejo diseño. Stone extendió la mano para tocarlo. En cuanto su guante rozó el sudario, la tela se desintegró en una nubecilla de polvo gris.

El murmullo de consternación que emergió del grupo fue sustituido rápidamente por una exclamación ahogada de sorpresa. A través del polvo se veía el ataúd que había en el interior del sarcófago, un ataúd de oro macizo en cuya tapa aparecía tallada la efigie de un rey vestido majestuosamente.

Sin decir palabra, Stone y March cogieron la tapa por las asas y la retiraron. Dentro descansaba la momia, envuelta en gruesos vendajes de lino. Toda ella estaba cubierta de pétalos de loto. Una máscara de oro con las rudas y enérgicas facciones del rey cubría el rostro.

Un hedor a muerte y descomposición brotó de la momia, pero Tina no lo notó. Se acercó aún más y se inclinó sin dejar de grabar; el corazón le latía a toda prisa.

—Narmer… —susurró Stone.

39


E
THAN me ha dicho que no hablas nunca de tu experiencia cercana a la muerte —dijo Logan.

Jennifer asintió. Se hallaban sentados uno frente a otro en el despacho de Logan. Era bien entrada la noche, y el sector Marrón —toda la estación, en realidad— parecía en completo silencio. Logan no había bajado a la cámara número dos para poder preparar aquella reunión. Algo en su interior le decía que, a corto plazo, eso era más importante para su trabajo y también para el bienestar de Jennifer.

—Estoy seguro de que sabes que eso no es lo habitual —continuó Logan—. A la mayoría de las personas que han tenido una experiencia cercana a la muerte les gusta hablar de ello. De hecho, la investigación de tu marido se basa en esa predisposición a hablar.

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