La Silla del Águila (20 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

BOOK: La Silla del Águila
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Posdata: Esta cinta te la entregará personalmente el joven Jesús Ricardo Magón. Ha entrado a la oficina como colaborador de tu protegido el subsecretario Nicolás Valdivia, quien le tiene absoluta confianza. Una vez que escuches el casete, destrúyelo, como confío en que hayas destruido todas nuestras anteriores comunicaciones por este medio. María del Rosario, no me hagas dudar de ti, como al principio...

PPD: Acabo de comer en mi despacho con el Director del Diario En Contra, Reynaldo Rangel. Yo creí que el Presidente había convocado en persona a los magnates de la prensa y (aunque hoy esté a oscuras) televisión. Rangel me informa que la reunión fue sumamente extraña. Sucedió puerta (o cortina) de por medio. El Presidente no se dejó ver. La plática fue a través de una cortina cerrada, pero como todos conocen la voz de Lorenzo Terán y la conversación fue muy fluida, nadie dudó de que el interlocutor fuese el Presidente. En todo caso (incluso en caso de duda) más les convenía a todos aceptar la solicitud presidencial... Pero aquí hay un misterio. Te repito, destruye la cinta. Y te repito, recuerda quién eres, quiénes somos, no te dejes llevar por tus hormonas, no traiciones tus propias reglas (no es indirecta). Que la frialdad gobierne a la furia...

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Diputado Onésimo Canabal a diputada Paulina Tardegarda

Distinguida colega y fiel amiga, ya conoces la manera como actúo. Creo que científicamente se llama "mimetismo" y es como los camaleones, que cambian de color para confundirse con el paisaje y no ser vistos. O sea, toman el color de la piedra si están sobre una piedra y el de la corteza del árbol si allí se encuentran. Pues yo, mi querida Paulina, estoy en el cruce de caminos. Caminos sin asfalto, andurriales, puro lodo, lo que se dice un muladar.

No cuento, por principio de cuentas, lo que ya sabes. O mejor, lo repito para tener completo el cuadro, o como dicen los ches, "tener la chancha y los veintes".

Los partidos están divididos. El propio partido del Presidente, Acción Nacional, se ha desmembrado en el ala ultrarreaccionaria y clerical, el centro democristiano y la izquierda panista asociada a la teología de la liberación. El Partido Revolucionario Institucional se ha partido en ocho. El ala ultraderechista que pide orden y represión. Los dinosaurios que se limitan a envejecer en el Museo de Historia Política Nacional. Los tecnócratas neoliberales que mantienen encendida la llama de la Diosa Macroeconomía. Los nacionalistas que ven en las reivindicaciones de soberanía la razón de ser del PRI. Los populistas que prometen todo y no cumplen nada. Más las facciones agraristas, sindicales y burocráticas del viejo corporativismo cardenista.

Fíjate nada más. En vez de la aplanadora del antes llamado Invencible PRI, ahora hay ocho minipartidos en busca de la unidad perdida.

Y a la izquierda, los verdes que son del color del dólar, los socialdemócratas que siguen el modelo europeo, los neocardenistas que quieren regresar a 1938, los marxistas de cuño leninista y los de profesión trotskista, más los que piden leer los escritos del joven Marx para proclamar "El marxismo es un humanismo".

No olvido a los grupúsculos indigenistas, ni a los desvelados de dos extremos: anarquistas y sinarquistas.

Mi manera de domar este circo en el Congreso, ya lo sabes, es hacerme ojo de hormiga y navegar con bandera de pendejo. Como si no estuviera allí. Que nadie me haga caso.

Me sé de memoria la táctica del Presidente y de su secretario de Hacienda Andino Almazán. Primero presentan las medidas que nuestro "Congreso confeti" de seguro va a rechazar porque son las que ofenden la sensibilidad popular o nacionalista y pueden ser denunciadas como leyes neoliberales, reaccionarias o antinacionalistas: impuestos a medicinas y alimentos, privatizaciones, gravamen de los libros... Para no aparecer como una recua de holgazanes (si no fueras mujer, emplearía otra palabra) el Congreso, por su propia iniciativa, aprueba las leyes que el gobierno no presentaría para no ofender a los ricos. O sea, impuestos progresivos, aumento del gravamen sobre la renta y ganancias de capital. Ya sabes, lo que de veras le da ingresos al gobierno, no el impuesto sobre las aspirinas o sobre los libros —que tú misma devoras— de Isabel Allende.

Así manejamos tú y yo a nuestro ingobernable Congreso. Ya se volvió regla y tú eres mi mejor aliada porque eres mujer, porque eres prohibitivamente austera (perdona, es tu gusto andar vestida como monja, no lo critico) y porque eres de Hidalgo, un estado inverosímil porque nadie se acuerda de que existe.

Pues ahora, mi austera e inverosímil señora, la necesito a usted como nunca para organizar el caos legislativo y hacer frente a las presiones que se nos vienen encima.

La primera es la amenaza de un levantamiento armado. Tengo bastantes indicios ("no me preguntes más, déjame imaginar...") de que Cícero Arruza anda alborotando a la oficialidad, a los caciques locales y al mismísimo general Bon Beltrán, o como se llame porque no lo sé escribir si no tengo el nombre frente a mí y a mí las lenguas extranjeras nomás no se me dan, te digo, Paulina, que Arruza quiere declarar al Presidente Lorenzo Terán incompetente "por causa grave", como dice el artículo 86 de la Constitución. Y como la mayoría del Congreso juzga incompetente al Presidente Terán, la medida puede fructificar. Sólo que entonces le toca al Congreso decidir quién va a ser el Presidente Sustituto para cumplir el sexenio de Terán. No tengo idea de a quién tienen en mente Cícero y sus aliados. ¿Sus aliados? ¿Nomás porque él lo dice? Averigua, Paulina, si de verdad los caciques y el señor secretario de la Defensa de impronunciable nombre alemán acompañan al general Arruza en su intentona de asonada militar, porque a eso se reduce su propósito.

Otro que me respira en el cogote es el ex-presidente César León, y ese sí que es tenebrosón. Él también maniobra para que el Congreso declare incompetente a Terán, pero no suelta prenda sobre quién debería sustituirlo provisionalmente, concluir el periodo y convocar a elecciones previa reforma del artículo 83 para que antes de la elección del 2024 se acepte la reelección de Presidente —o sea, la reelección del propio César León.

Ándate con cuidado, Paulina, porque el ex-presidente es una chucha cuerera que se las sabe todas y lo anima una ambición sin piedad. Trata de sacarle algo —visítalo, a ver si se deja— al Anciano ex-presidente que vive jugando dominó en el Portal del puerto. A César León ni intentes seducirlo, porque él sólo se deja embaucar por cueros de fantasía. Aunque es tan cachondo que hasta tú puedes parecerle la nunca bien ponderada Venus del Estado de Hidalgo. Sea dicho con todo respeto, Paulina.

Pero volviendo al viejo veracruzano, yo lo más que logro sacarle —hasta hoy, pero soy más testarudo que una mula (obstinado para mis enemigos, perseverante para mis amigos), es que

—En México ya hay un Presidente legítimo —dice El Anciano.

—Claro, Lorenzo Terán —le contesto.

—No, otro, en caso de que renuncie o se muera Terán.

—¿Renuncia, muerte? ¿De qué me habla usted, señor ex-presidente?

—Te hablo de la cabrona legitimidad, señor diputado.

(Perdón, Paulinita de todos mis respetos.)

—¿Hasta ai?

—Hasta ahí nomás, Onésimo.

Ya sabes que el viejo es una mezcla de momia y de esfinge. De manera que como no le saco más que enigmas, consulto con cara de santo inocente a algunos secretarios de Estado y todos me dicen lo mismo, nomás que con sus asegunes.

—La Constitución es clara —me dice Herrera el de Gobernación—. En caso de ausencia en los últimos cuatros años —sería el caso ahora— el Congreso nombra Presidente Sustituto que termina el periodo y convoca a elecciones. Es la ley y más clara ni el agua.

—Se puede cambiar la Constitución y tener un vicepresidente —me comenta Tácito de la Canal—. Pero eso requeriría el voto de las dos terceras partes de los congresistas presentes y la aprobación de la mayoría de las legislaturas de los Estados. ¿Cuánto tiempo cree que tome eso?

Se rasca la calva y se contesta a sí mismo.

—Uno, dos, tres años. Es irrelevante para la situación actual.

—¿Por qué no tienen ustedes un vicepresidente como nosotros —me pregunta el embajador de los EEUU, Cotton Madison—. Ya ve, matan a Kennedy, asume Johnson; renuncia Nixon, asciende Ford. Ningún problema.

Trato de explicarle que durante el siglo XIX, cuando tuvimos vicepresidentes, estos prohombres se dedicaron a minar y derrocar al Presidente en turno, empezando con la sublevación de Nicolás Bravo contra Guadalupe Victoria en 1827. Y Santa Anna, "el caudillo inmortal de Cempoalá” según nuestro Himno Nacional, le dio un golpe a su propio vicepresidente, Valentín Gómez Farías, aunque el "Quinceuñas" (el cojo Santa Anna, Paulina) fue capaz de darse golpes de Estado a sí mismo, como su siniestro émulo bolivariano Hugo Chávez hace veinte años.

Podría hacer una lista de lavandería de vicepresidentes desleales. Anastasio Bustamante contra Vicente Guerrero, y aun de generales que prefirieron asaltar el poder que defender al país contra un invasor extranjero, como sucedió con el traidor Paredes Arrillaga en la guerra con los americanos. Es una historia deprimente, pero más vale tomarla en cuenta, mi discreta amiga, para tener todas las cartas en la mano y que no nos vayan a coger durmiendo la siesta, como los gringos al propio Santa Anna en la batalla de San Jacinto, que nos costó la pérdida de Texas.

Faltaría, te digo, conocer el parecer de los caciques Cabezas en Sonora, Delgado en Baja California, Maldonado en San Luis y el temible Vidales en Tabasco. Te van a contar mentiras.

Sonora: —Nuestro problema es crear maquiladoras, no intrigas —te dirá Cabezas.

Baja California: —Bastante problema son las aguas del Río Colorado y las actividades del narco en Tijuana —te dirá Delgado.

San Luis Potosí: —Aquí sólo nos preocupa proteger la inversión extranjera —te dirá Maldonado.

Tabasco: —Aquí sólo mis chicharrones truenan —te dirá Vidales.

Te dirán, te dirán, te dirán... Mentiras nada más. Pero no tratarán (perdón) de seducirte. Las mentiras vamos a interpretarlas al revés para saber la verdad. La seducción no tendrá lugar, primero porque, por decirlo de alguna manera, inspiras más respeto que la Corregidora doña Josefa Ortiz de Domínguez, heroína de la Independencia, y segundo (te lo repito) porque eres de Hidalgo y ese estado no aparece en el radar político de México.

Tenme al tanto, querida y respetada amiga.

44

Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

Vuelvo porque usted me lo pide. Vuelvo a Veracruz. Vuelvo a la plaza central del puerto. Vuelvo a los portales. Vuelvo al Café de la Parroquia. Vuelvo a encontrar al Anciano.

Es el famoso
déjá-vu
. El perico sobre el hombro del Viejo. El Viejo, esta vez, sin la corbata de moño. Viste guayabera. La autoriza el calor pegajoso, húmedo, sofocante, bajo un paraguas de nubes negras que presagian una tormenta que no estalla para limpiar la sórdida melancolía del trópico. Pero el Viejo sigue allí, con el vaso de café enfrente y las fichas de dominó dibujando un asimétrico escudo de marfil sobre la mesa.

Creo que duerme la siesta. Me equivoco. Apenas me paro frente a él, abre un ojo. Un solo ojeroso ojo. El otro sigue cerrado. El perico grita o dice o lo que hagan los pericos,

¡SUFRAGIO EFECTIVO! ¡NO REELECCIÓN!

El Anciano abre el otro ojo y me mira sombríamente. No oculta la manera de mirarme. No quiere ocultarla. Quiere que yo sepa que él sabe. Quiere que sepa que sabe que ya no soy el principiante que vino a verlo en enero. Quiere que sepa que sabe que soy el subsecretario encargado del despacho de Gobernación, por renuncia del titular, Bernal Herrera, precandidato a la Presidencia. Quiere que sepa que sabe que yo soy ahora el jefe de la política interior del país.

Y sin embargo, vuelvo a encontrarme con un personaje que actúa como si nada hubiese ocurrido en México desde 1950. Actúa, habla, como si viviésemos en el pasado. Como si las fogatas de la Revolución no terminaran de apagarse. Como si Pancho Villa aún no se bajase del caballo. Como si todos los generales no anduviesen en Cadillac. Como si (como se decía hace medio siglo) la Revolución Mexicana no hubiese desembocado en las Lomas de Chapultepec.

Y sin embargo (cuántos
cependants
no le cuelgo de sus hermosos lóbulos, mi sagaz y agreste dama) no tardo en darme cuenta de que El Anciano reconoce la presencia de mi juventud política —secretario de Gobernación a los treinta y cinco años de edad— pero quiere advertirme con gatopardismo jarocho que
plus ca change, plus c'est la méme chose
, que no me haga ilusiones sobre cambios radicales, transformaciones modernizadoras, etc. Que hay un sustrato permanente, una roca madre, no sólo de la política mexicana, sino de la política
tout court
.

Tiens, que por algún motivo (¿alianza francófona secreta con usted, evocación del mundo compartido de nuestros estudios, empleo de una lengua en desuso que permite comunicaciones crípticas?) utilizo locuciones francesas que no podrían estar más alejadas del profundo arraigo local de El Anciano del Portal.

—¿De manera que en esto va a terminar la tan cacareada transición democrática de México? —me dice sin mover un músculo de su famosa cara de momia.

—¿En qué, señor Presidente?

Ah —la sonrisa se le quiebra como una máscara de arena—. Se me olvidaba que usted es de formación gabacha. ¡Señor Presidente! "¡Monsiú le Presidan”.

Hace una pausa para sorber el café.

—Pues figúrese que a veces, para no dejar de educarme ya que la educación —dicen— es algo que nunca termina, yo me junto a jugar dominó aquí en la plaza con intelectuales mexicanos de formación germana. Aquí viene a verme don Cherna Pérez Gay, por ejemplo. Yo nomás le digo:

—Hábleme en alemán, aunque no entienda ni sopes. Me gusta el sonsonete gutural. Tiene un saborcito autoritario. Además, me hace sentirme filosófico.

Pues la última vez que Pérez Gay estuvo aquí, dijo lo siguiente:

—Cuando la Constitución de Weimar abrió la puerta a la democracia en Alemania, por primera vez, en 1919, después de siglos de autoritarismo, los alemanes se detuvieron en el umbral, con los ojos pelones, como campesinos invitados a un palacio...

No crea usted, señora, que hubo mimetismo alguno en las palabras de El Anciano. Mantuvo su sombría y penetrante, ojerosa mirada.

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