Gradualmente, los plebeyos entraron en la vida política y algunas de las familias plebeyas llegaron a ser muy prósperas. Poco a poco tuvieron acceso a los diversos cargos de la ciudad, aun el consulado.
Pero en los primeros años del consulado, los patricios hicieron ocasionales tentativas de recuperar su posición anterior y conservar todo el poder en sus manos. El jefe de este movimiento fue, según las leyendas romanas, el patricio Cayo Marcio.
En 493 a. C., el año siguiente a la secesión plebeya, Cayo Marcio —se cree— condujo un ataque contra la importante ciudad volsca de Corioli. Por su valentía y su éxito en esta batalla se le dio el nombre de Coriolano, por el que es más conocido en la historia.
Al año siguiente hubo escasez de alimentos en Roma y se importaron cereales de Sicilia. Coriolano propuso a los patricios negar cereales al pueblo si no aceptaba renunciar al tribunado.
Los tribunos inmediatamente lo acusaron de intentar dañarlos (lo que ciertamente hacía, y de un modo particularmente despreciable, especulando con el hambre de la gente). Fue exiliado y pronto se unió a los volscos.
Marchó contra Roma al frente de un ejército volsco y derrotó a los ejércitos que antaño había comandado. A ocho kilómetros de Roma se detuvo a fin de preparar el asalto final. La leyenda romana cuenta que rechazó las súplicas de una misión para que retirase su ejército. Se negó a oír los ruegos de los sacerdotes enviados a razonar con él. Finalmente fue enviada su madre, ante la cual cedió, gritando: «¡Oh, madre, has salvado a Roma, pero destruido a tu hijo!»
Coriolano alejó el ejército volsco y, según algunos relatos, se mató por considerarse doblemente traidor (y con razón).
Los historiadores modernos consideran que toda la historia de Coriolano es pura fábula. Señalan, por ejemplo, que en la época por la cual se suponía que Coriolano ganaba prestigio y fama en el sitio de Corioli, ésta no era una ciudad volsca, sino una leal aliada de Roma.
Sin embargo, aunque los detalles sean legendarios, el núcleo de la historia probablemente sea verdadero; cierto género de guerra civil continuó entre patricios y plebeyos durante un tiempo después de la secesión de los últimos y, finalmente, los plebeyos conservaron las conquistas logradas.
Los plebeyos pensaron que su propia seguridad exigía que se pusiesen por escrito las leyes romanas. Mientras esto no ocurriese, nunca se sabría con seguridad si los patricios interpretaban o no las leyes a su favor. Al poner por escrito todos sus puntos, los tribunos tendrían una base para argumentar.
Por el 450 a. C., según la tradición, apareció la primera codificación escrita de las leyes romanas. Para elaborar este código se eligieron diez patricios llamados
decenviros
, que significa «diez hombres». Ocuparon el poder en lugar de los cónsules hasta que fue elaborado el código escrito.
Se suponía que las leyes habían sido grabadas en doce tablas de bronce, por lo que se las llamó las Doce Tablas. Durante siglos, esas Doce Tablas fueron el fundamento del Derecho romano.
Sin embargo, la escritura de las leyes no suavizó y aclaró todo. La tradición romana sigue diciendo que los decenviros se mantuvieron ilegalmente en el poder después de la publicación de las Doce Tablas. Asumieron cada vez más los ornamentos del poder. Por ejemplo, cada uno de ellos se hizo acompañar por doce guardias de corps, llamados
lictores
.
Los lictores eran plebeyos que llevaban un símbolo especial de su cargo en la forma de un haz de varas atadas con un hacha en el medio. Esto indicaba el poder del gobernante (originalmente el rey, más tarde los cónsules y otros magistrados) de infligir castigos con varas o la muerte con el hacha. Estos símbolos eran llamados
fasces
, de una voz latina que significa «haces».
El líder de los decenviros era Apio Claudio Craso, hijo o nieto del Claudio que había provocado la secesión plebeya casi medio siglo antes.
Este nuevo Apio Claudio era firmemente antiplebeyo, y, según relatos posteriores, trató de imponer un régimen de terror. Pero fue demasiado lejos cuando trató de hacer suya a una bella muchacha, Virginia, hija de un soldado plebeyo. Apio Claudio planeó dar apariencia legal a su acción presentando testigos falsos que testimoniasen que la muchacha era en realidad hija de uno de sus esclavos y, por lo tanto, era también automáticamente su esclava.
El padre de Virginia, enloquecido, y viendo que no podía hacer nada legalmente para impedir que el poderoso decenviro se apoderase de su hija, tomó la dramática decisión (según la leyenda) de apuñalarla repentinamente en medio del juicio, exclamando que sólo mediante la muerte podía ella salvar su honor.
Los plebeyos, enfurecidos por estos sucesos, amenazaron con marcharse una vez más. En 449 a. C., los decenviros fueron obligados a ceder y abandonar su cargo. Apio Claudio murió en prisión o se suicidó.
Como resultado de todo ello, el poder de los tribunos como portavoces de los plebeyos siguió aumentando. Se les permitió sentarse dentro del Senado, para poder influir más fácilmente sobre la legislación. También obtuvieron gradualmente el derecho de interpretar los presagios para decidir si las tareas del Senado podían continuar. Si hallaban que los presagios eran desfavorables, podían fácilmente interrumpir todos los asuntos del gobierno, al menos temporalmente.
En 445 a. C. se permitió el matrimonio entre patricios y plebeyos, y en 421 a. C. éstos también tuvieron acceso a la cuestura.
Las querellas internas de Roma podían haber provocado su fin a manos de algún vecino agresivo, pero ya entonces se manifestó la buena fortuna que iba a acompañar a los romanos durante muchos siglos. Los vecinos más peligrosos eran los etruscos, pero éstos ya habían iniciado una rápida decadencia.
Gracias a la labor de Porsena, Roma y las otras ciudades latinas no parecían constituir un peligro para los etruscos, quienes entonces trataron de expandirse por las exuberantes y fértiles regiones situadas al sur del Lacio. Estas regiones formaban la Campania, la parte más rica de Italia en tiempos antiguos.
No parecía haber ningún obstáculo ante los etruscos, excepto las ciudades griegas, pero éstas, como siempre, estaban desunidas y era posible enfrentarlas una por una. En 474 a. C., los etruscos pusieron sitio a Cumas, la más septentrional de las ciudades griegas de la Magna Grecia.
Pero desgraciadamente para los etruscos, el asedio se produjo en un momento culminante de la historia griega. En la misma Grecia, el poderoso Imperio Persa había sido derrotado; en Sicilia, las fuerzas cartaginesas habían sufrido un abrumador golpe. En todas partes los griegos se sintieron triunfantes. Para ellos, no había ningún «bárbaro» demasiado difícil de derrotar.
Por consiguiente, cuando Cumas pidió ayuda, su llamado fue escuchado. Fue a su rescate Gelón, gobernante de Siracusa. Seis años antes había derrotado a los cartagineses, y estaba muy dispuesto a extender su poder a Italia. Envió al Norte sus barcos y los etruscos fueron totalmente derrotados.
Fue una derrota definitiva, pues nunca más los etruscos osaron aventurarse por el sur de Italia.
En lugar de los etruscos, pasaron a primer plano en el Sur las tribus nativas italianas. Las principales de ellas eran los samnitas. El centro de su poder era el Samnio, que estaba al este y el sudeste del Lacio.
Derrotado el poder etrusco por los griegos, los samnitas penetraron en la Campania y se apoderaron de ella. En el 428 a. C. tomaron Capua, la mayor ciudad no griega de la región.
Pero si los etruscos tuvieron que retirarse del Sur, peor les fue en el Norte.
Por la época en que los villanovianos (véase capítulo
Italia en los comienzos
) entraron en Italia, otro grupo de pueblos, los galos, avanzaron detrás de ellos y ocuparon buena parte de Europa al norte de los Alpes.
Después del 500 a. C., tribus galas se abrieron paso a través de la barrera de los Alpes, que encerraban la Italia Septentrional en un semicírculo, y empezaron a chocar con los colonos etruscos del fértil valle del Po. Poco a poco, a medida que pasaron los años, los galos extendieron su dominación. Y a medida que los galos avanzaban sin pausa, los etruscos se retiraban, hasta que todo el Valle del Po constituyó lo que fue llamado la Galia Cisalpina, que significa «la Galia de este lado de los Alpes»: «este lado» desde el punto de vista de Roma, por supuesto.
(La región situada al oeste y al norte de los Alpes fue llamada a veces la Galia Transalpina, o «la Galia del otro lado de los Alpes». Pero la Galia Transalpina era tanto mayor que la otra y, en siglos posteriores, fue tanto más importante, que se la llamó sencillamente «la Galia».)
A fines del siglo v, los etruscos estaban evidentemente en una crítica situación. Derrotados y expulsados de Campania y del Valle del Po, ahora tuvieron que luchar desesperadamente y sin éxito para mantener a los galos fuera de la misma Etruria. Los galos efectuaron devastadoras correrías por el corazón del país, y los desalentados etruscos sólo hallaron seguridad dentro de las murallas de sus ciudades.
Mientras los desastres se acumulaban año tras año para los etruscos, los romanos obtuvieron en forma creciente la libertad de reñir entre sí y contra las otras ciudades del Lacio.
La lucha no fue siempre fácil. Los volscos extendían su dominación sobre la mitad sudoriental del Lacio (avance que quizá fue la base de la leyenda de Coriolano) y se aliaron con los ecuos, tribus que habitaban en las regiones montañosas de los bordes orientales del Lacio.
En relación con las guerras que los romanos libraron contra los ecuos hay una leyenda que siempre ha gozado de gran popularidad, la de Lucio Quincio Cincinato. Era un patricio del mismo género de Coriolano, contrario al tribunado y a toda ley escrita. Pero es también pintado como un modelo de virtud e integridad de viejo estilo. Vivía frugalmente, trabajaba él mismo sus tierras y era un patriota completo. Cincinato se había retirado disgustado a su finca, negándose a intervenir en la política, porque su hijo había sido exiliado por usar un lenguaje violento contra los tribunos.
En 458 a. C., los romanos estaban fuertemente acosados por los ecuos, y un cónsul y todo su ejército se vieron amenazados por el desastre. Entonces se llamó a Cincinato. Se le nombró
dictador
. Según la ley romana, éste era un funcionario dotado de poder absoluto que se designaba en momentos muy difíciles, pero sólo por un lapso de seis meses. La palabra proviene de una voz latina que significa «decir», porque todo lo que el dictador decía era ley.
Cuando se le informó de su designación, Cincinato estaba arando su campo. Dejando el arado donde estaba, se marchó al foro, reunió un nuevo ejército, avanzó rápidamente hacia el lugar de la batalla, atacó a los ecuos impetuosamente, los derrotó, rescató al cónsul y su ejército y volvió a Roma, todo ello en un día. (Es demasiado para que sea cierto.)
De vuelta en Roma, Cincinato renunció inmediatamente a la dignidad dictatorial, sin ningún intento de usar su poder absoluto ni un momento más de lo necesario, y volvió a su finca.
(Este ejemplo de virtud, del uso del poder sin abuso, impresionó mucho a las posteriores generaciones. Al final de la Guerra de la Independencia Norteamericana, George Washington pareció un nuevo Cincinato. Por ello, los oficiales del Ejército Revolucionario formaron «La Sociedad de los Cincinnati» —usando el plural latino del nombre— una vez terminada la guerra. En 1790, una ciudad de orillas del río Ohio fue reorganizada y ampliada por un miembro de la Sociedad, y fue llamada Cincinnati en su honor.)
Mientras Etruria era devastada por los galos, los ejércitos romanos hasta se volvieron triunfalmente contra sus viejos opresores. La más meridional de las ciudades etruscas era Veyes, situada a sólo 20 kilómetros al norte de Roma. Era ciertamente más grande que Roma, y hasta quizá haya sido la mayor de todas las ciudades etruscas.
Las leyendas romanas hacen de Veyes una persistente enemiga de Roma y muestra a las dos ciudades casi constantemente en lucha, con no menos de catorce guerras entre las dos. Tal vez haya en esto alguna exageración, pues durante la mayor parte de los primeros tres siglos y medio de la historia romana, Veyes debe de haber sido, con mucho, la más fuerte de las dos ciudades, y Roma debe de haberla tratado con mucha cautela.
Pero ahora que Etruria estaba totalmente absorbida en la lucha contra los galos, Roma avanzó al ataque. En 406 a. C., los romanos pusieron sitio a la ciudad y, según la tradición, lo mantuvieron durante diez años bajo la conducción de Marco Furio Camilo. Finalmente, en 396 a. C., fue tomada y destruida, y su territorio anexado a Roma.
Después de la victoria, sigue el relato, Camilo fue acusado de haber distribuido sin equidad el botín. Lleno de cólera, abandonó a su ingrata ciudad en el 391 a. C. para marchar a un exilio voluntario.
Pero la victoria sobre Veyes fue al principio de escasa utilidad. No era probable que los galos, al penetrar cada año más profundamente en Etruria, se quedasen allí, y los romanos, que pescaron con éxito en las revueltas aguas etruscas, descubrieron que sus aguas también estaban revueltas.
Poco después de la captura de Veyes quedó muy claro que las correrías de los galos amenazarían al nuevo territorio romano al noroeste del Tíber y hasta a la misma Roma. Los romanos tendrían que luchar con los galos.
El 16 de julio de 390 a. C. (363 A. U. C.), un ejército galo, conducido por un jefe tribal llamado Brenno, chocó con los romanos en las márgenes del pequeño río Allia, a unos 15 kilómetros al norte de Roma, y los derrotó completamente. (En lo sucesivo, el 16 de julio fue considerado un día infausto por los romanos.)
(Por supuesto, los romanos no llamaban a esa fecha el 16 de julio. Nosotros hemos adoptado sus nombres para los meses, por lo que éstos nos son familiares, con dos excepciones. En la época de la República, los meses que llamamos julio y agosto eran llamados Quintilis y Sextilis, respectivamente, por los romanos. Cada mes tenía tres días principales. El primer día de cada mes, el día en que el mes era «proclamado» («calare») por el Sumo Sacerdote, era las calendas. De esta palabra deriva la nuestra «calendario». El día de mitad del mes —el 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y el 13 de los otros meses— era los idus, que proviene, quizá, de una palabra etrusca que significa «división». El noveno día anterior a los idus, contando este mismo día, era las nonas («nueve»). Las otras fechas se indicaban como tantos días antes del siguiente día principal. Así, el 16 de julio era «dieciséis días antes de las calendas de Sextilis». Era un sistema ridículamente farragoso, por lo que en este libro sólo usaré el sistema moderno de meses y días.)