La reina de los condenados (73 page)

BOOK: La reina de los condenados
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Marius, al hacer su entrada en la sala, se mostró tenso de ira; nada pudo disimularlo. Me lanzó una mirada encendida, a mí, el que había aniquilado aquellos pobres e indefensos mortales y los había dejado esparcidos por la montaña. El lo sabía, ¿no? Ni toda la nieve del mundo podría encubrirlo.

«Te necesito, Marius. Te necesitamos.»

Su mente estaba velada; todas las mentes estaban veladas. ¿Podrían ocultar sus secretos a Akasha?

Mientras ellos iban entrando en fila en la sala, yo me dirigí a la derecha de Akasha, como ella quería. Y porque yo sabía que era dónde debía estar. Hice una señal a Gabrielle y a Louis para que se sentaran enfrente, cerca, donde pudiera verlos. La expresión del rostro de Louis, tan resignada, tan apenada, me sacudió el corazón.

La pelirroja, la vieja llamada Maharet, se sentó en el extremo opuesto de la mesa, el más próximo a la puerta. Marius y Armand se hallaban a su derecha. Y a su izquierda estaba la joven pelirroja, Jesse. Maharet aparentaba una pasividad total, un sosiego completo, como si nada pudiera alarmarla. Pero era bastante fácil ver por qué. Akasha no podía herir a esa criatura; ni al otro muy viejo, a Khayman, quien ahora se sentó a mi derecha.

El que se llamaba Eric estaba aterrorizado. Sólo con grandes recelos se sentó en la mesa.

Mael también tenía miedo, pero eso lo enfurecía. Lanzaba miradas airadas a Akasha, como si no le importase nada demostrar abiertamente su animosidad.

Y Pandora, la bella de ojos pardos Pandora, aparentaba una total despreocupación cuando tomó asiento junto a Marius. Ni siquiera dirigió una mirada a Akasha. Contempló, a través de las paredes de cristal, el exterior, desplazando los ojos lentamente, encantadoramente, siguiendo con la vista los árboles del bosque, las capas y capas de bosque nebuloso, con sus oscuras tiras de corteza de secoya y de verde punzante.

Otro que no estaba ansioso era Daniel. A éste también lo había visto en el concierto. ¡Nunca me hubiera imaginado que Armand lo acompañase! Ni siquiera había captado la más leve señal de que Armand estaba allí. Y pensar que todo lo que nos pudimos haber dicho estaba ahora perdido para siempre. Pero entonces pareció que eso no podía ser, ¿no? Pareció que tendríamos nuestro momento juntos, Armand y yo, todos nosotros. Daniel lo sabía, hermoso Daniel, el reportero y su pequeño magnetófono que en una habitación en Divisadero Street con Louis había empezado aquello. Por eso miraba con tanta serenidad a Akasha; por eso lo exploraba todo sin perder un detalle.

Miré al de pelo negro, Santino, un ser más bien regio, que me estaba evaluando de un modo calculador. Tampoco tenía miedo. Pero estaba interesado hasta la desesperación por lo que ocurría allí. Cuando volvió la vista hacia Akasha quedó impresionado por su belleza; tocó alguna profunda herida en su interior. La vieja fe llameó por un momento, la fe que había significado más que la supervivencia para él, la fe que se había consumido amargamente.

No había tiempo para comprenderlos a todos, para calibrar los eslabones que los unían, para preguntar el significado de aquella extraña imagen: las dos mujeres pelirrojas y el cadáver de la madre, que de nuevo vi en una imagen fugaz al fijar mis ojos en Jesse.

Me preguntaba si podrían registrar mi mente y encontrar todos los pensamientos que me esforzaba en ocultar; los pensamientos que inconscientemente me ocultaba a mí mismo.

Ahora la expresión de Gabrielle era ilegible. Sus ojos se habían entornado y se habían vuelto grises, como cerrándose a la luz y al color; me miró a mí y luego otra vez a Akasha, como si intentara descifrar algo.

Una súbita sensación de terror subió por mi espinazo. Quizás el terror había estado agazapado allí todo el tiempo. Ellos, éstos, nunca se rendirían. Algo inveterado lo impediría; así había ocurrido conmigo. Y una resolución fatal tendría lugar antes de que saliéramos de aquella sala.

Quedé paralizado un momento. Extendí el brazo y tomé la mano de Akasha. Sentí que sus dedos se cerraban delicadamente en los míos.

—Tranquilo, mi príncipe —dijo, muy discreta y muy amable—. Lo que percibes en esta sala es la muerte, pero es la muerte de las creencias y de los prejuicios. Nada más. —Dirigió la mirada a Maharet—. La muerte de los sueños, tal vez —dijo—, de los sueños que deberían haber muerto hace ya mucho tiempo.

Maharet aparentaba estar sin vida, pasiva, tan pasiva como pueda aparentar un ser vivo. Sus ojos violeta estaban fatigados, inyectados de sangre. De pronto me di cuenta de por qué. Eran unos ojos humanos. Estaban muriendo en su cabeza. Con la sangre les insuflaba vida una y otra vez, pero no duraba. Demasiados de los diminutos nervios de sus cuerpos estaban muertos.

Vislumbré de nuevo la visión del sueño. Las gemelas, el cadáver ante ellas. ¿Cuál era la relación?

—No es nada —susurró Akasha—. Algo olvidado hace ya mucho tiempo; porque ahora las respuestas no están en la historia. Hemos trascendido la historia. La historia está cimentada en errores; vamos a empezar con la verdad.

Marius replicó de inmediato:

—¿No hay nada que pueda convencerte de que te detengas? —Su tono fue infinitamente más sumiso de lo que yo había esperado. Estaba sentado, inclinado hacia delante, con las manos cruzadas, en la actitud de uno que se esfuerza por ser razonable—. ¿Qué podemos decir? Queremos que ceses tus apariciones. Queremos que no intervengas.

Los dedos de Akasha apretaron los míos. La mujer pelirroja me miraba ahora fijamente con sus ojos violeta inyectados de sangre.

—Akasha, te lo pido —dijo Marius—. Pon fin a esta rebelión. No te vuelvas a aparecer a los mortales; no des ninguna orden más.

Akasha rió suavemente.

—¿Y por qué no, Marius? ¿Porque trastorna tu precioso mundo, el mundo que has estado observando durante dos mil años, observándolo del modo en que vosotros los romanos observabais la vida y la muerte en la arena, como si tales cosas fueran un espectáculo o una obra de teatro, como si no tuviera la menor consecuencia, como si los hechos palpables del sufrimiento y de la muerte no importaran mientras uno estuviese entretenido?

—Me doy perfecta cuenta de lo que intentas hacer —repuso Marius—. Akasha, no tienes derecho.

—Marius, tu alumno aquí presente me ha ofrecido esos viejos argumentos —respondió ella. Su tono era ahora más calmado, de manifiesta paciencia, como el de él—. Pero, con más trascendencia, yo me los he ofrecido mil veces a mí misma. ¿Cuánto tiempo crees que hace que escucho las plegarias del mundo y que medito acerca de un modo de terminar con el infinito ciclo de violencia humana? Ya es hora de que escuchéis lo que tengo que decir.

—¿Vamos a jugar algún papel en esto? —preguntó Santino—. ¿O seremos destruidos como los demás? —Sus modales fueron más impulsivos que arrogantes.

Por primera vez, la mujer pelirroja manifestó un tenuísimo parpadeo de emoción; sus ojos cansados se clavaron en él de inmediato y sus labios se tensaron.

—Seréis mis ángeles —respondió Akasha dirigiéndole la mirada con ternura—. Seréis mis dioses. Si no decidís seguirme, os destruiré. En cuanto a los viejos, a los cuales no puedo despachar tan fácilmente —y volvió a mirar a Khayman y a Maharet—, si se vuelven contra mí, serán como los diablos opuestos a mí, y toda la humanidad los perseguirá hasta darles caza; y su oposición me será utilísima para mis planes. Pero, lo que teníais hasta ahora (un mundo por el que errar a escondidas), no lo volveréis a tener nunca.

Pareció que Eric estaba perdiendo su batalla silenciosa contra el miedo. Hizo un movimiento como si fuera a levantarse y a salir de la sala.

—Paciencia —dijo Maharet, lanzándole una mirada. Y volvió la vista de nuevo hacia Akasha.

Akasha sonrió.

—¿Cómo es posible —preguntó Maharet en voz muy baja—, romper un ciclo de violencia con más violencia, con violencia desenfrenada? Estás destruyendo a los varones de la especie humana. ¿Cuál puede ser el resultado de un acto de tal brutalidad?

—Sabes tan bien como yo el resultado —dijo Akasha—. Es demasiado simple y demasiado evidente para no ser comprendido. Había sido inimaginable hasta ahora. Todos esos siglos permanecí sentada en mi trono, en la cripta de Marius; soñé que la tierra era un jardín, un mundo en que los seres vivían sin el tormento que continuamente oía, percibía. Soñé en pueblos consiguiendo la paz sin tiranía. Y entonces, la absoluta simplicidad del plan me sorprendió; fue como la llegada de la aurora. Quienes pueden llevar a cabo un sueño así son las mujeres; pero sólo si se retira a todos los hombres, o a casi todos los hombres.

»En épocas anteriores, una revolución semejante no habría funcionado. Pero ahora es fácil; hay una vasta tecnología en que apoyarse. Después de la purga inicial, el sexo de los bebés podrá ser seleccionado; los fetos no deseados podrán abortarse piadosamente, como ya hoy en día se abortan muchos de ambos sexos. Pero en realidad no hay necesidad de discutir esos detalles. No sois tontos, ninguno de vosotros, por más que algunos seáis muy emotivos o impetuosos.

«Vosotros sabéis tan bien como yo que la paz universal quedará garantizada si la población masculina queda limitada a uno por cada cien mujeres. O sea que todas las formas de violencia gratuita desaparecerán.

»El reino de la paz será algo como el mundo no ha conocido nunca. Posteriormente, la población masculina podrá ser incrementada de forma gradual. Pero para que la estructura ideológica se transforme, los varones deben desaparecer. ¿Quién puede discutirlo? Quizá ni siquiera sea necesario mantener a uno de cada cien. Pero se hará como un gesto de generosidad. Por eso lo voy a permitir. Al menos para empezar.

Me percaté de que Gabrielle estaba a punto de hablar. Intenté hacerle un gesto para que callase, pero no me prestó atención.

—De acuerdo, los efectos son obvios —dijo—. Pero si hablas en términos de exterminio en masa, la palabra paz es una ridiculez. Liquidas a una mitad de la población mundial. Si los hombres y mujeres nacieran sin brazos y sin piernas, también podría llegarse a un mundo igual de pacífico.

—Los hombres merecen lo que les va a pasar. Como especie, recogerán lo que han sembrado. Y recuerda, estoy hablando de una purificación temporal, un retiro, por decirlo de algún modo. Es la simplicidad del plan lo que lo hace bello. Colectivamente las vidas de esos hombres no igualan las vidas de las mujeres que los hombres han matado en el transcurso de los siglos. Tú lo sabes y yo lo sé. Ahora, dime, ¿cuántos hombres en el transcurso de los siglos han caído muertos por manos femeninas? Si volvieses a la vida a todos los hombres muertos por mujeres, ¿crees que su número llegaría a llenar esta casa?

»Pero bien, esos detalles no tienen importancia. Repito, sabemos que lo que digo es verdad. Lo que importa, lo que es relevante, e incluso más exquisito que la misma proposición, es que ahora tenemos los métodos para hacer que suceda. Soy indestructible. Vosotros tenéis poderes para ser mis ángeles. Y no hay nadie que se nos pueda oponer y pueda vencernos.

—Eso no es cierto —dijo Maharet.

Un pequeño destello de cólera enrojeció las mejillas de Akasha; un glorioso rubor rojo que se desvaneció de inmediato dejándola con la misma apariencia inhumana de antes.

—¿Tratas de decir que tú puedes detenerme? —interrogó con cierta rigidez en los labios—. Eres muy imprudente al sugerirlo. ¿Sufrirías la muerte de Eric, Mael y Jessica, por poner un ejemplo?

Maharet no respondió. Mael estaba excitado, pero no de miedo sino de ira. Mael miró a Jesse, después a Maharet y por fin a mí. En mi piel pude sentir su odio.

Akasha continuó con la vista fija en Maharet.

—Oh, te conozco, créeme —prosiguió Akasha, suavizando levemente la voz—. Sé que has sobrevivido al paso de los años sin cambiar. Te he visto miles de veces a través de los ojos de otros; sé que sueñas que tu hermana vive. Y tal vez sea cierto, de algún modo penoso. Sé que tu odio hacia mí sólo se ha agudizado; y buscas en tu mente, retrocedes en el recuerdo, hacia el mismo principio, como si allí pudieras encontrar sentido a lo que está ocurriendo ahora. Pero, como tú misma me dijiste hace mucho tiempo en el palacio de ladrillos de barro a orillas del río Nilo, no hay sentido, no hay razón. ¡No hay nada! Hay seres visibles e invisibles; y cosas horribles que pueden acaecer al más inocente de todos. ¿No te das cuenta?, esto es tan crucial para lo que voy a hacer ahora como todo lo demás.

De nuevo Maharet permaneció sin responder. Estaba sentada tiesa; sólo sus ojos oscuramente hermosos mostraban un tenue destello de lo que podía haber sido dolor.

—Yo crearé el sentido y la razón —dijo Akasha en un trance de odio—. Yo crearé el futuro; yo definiré la bondad; yo definiré la paz. Y no invocaré a dioses o diosas míticos o a espíritus para justificar mis acciones, no invocaré moralidades abstractas. ¡Tampoco invocaré la historia! ¡No buscaré el cerebro y el corazón de mi madre entre el polvo!

Un escalofrío recorrió a los demás. Una leve sonrisa amarga se esbozó en los labios de Santino. Y como protectoramente, Louis dirigió su mirada hacia la muda figura de Maharet.

Marius estaba angustiado de que aquello prosiguiese.

—Akasha —dijo como en una súplica—, aunque pudiera realizarse, aun suponiendo que la población mortal no se rebelase contra ti y que los hombres no encontrasen algún medio de destruirte antes de que pudieras llevar a término este plan…

—Marius, o eres un estúpido o crees que lo soy yo. ¿No crees que sé de lo que es capaz el mundo? ¿Que no sé qué absurda mezcla de salvajismo y de astucia tecnológica conforma la mente del hombre actual?

—Mi Reina, ¡no creo que lo sepas! —replicó Marius—. De verdad, no lo creo. No creo que tu mente pueda abarcar la concepción total de lo que es el mundo. Nadie de nosotros puede; es demasiado variado, demasiado inmenso; tratamos de ponerlo a nuestro alcance con la razón; pero no lo logramos. Uno conoce un mundo, pero no es el mundo; es el mundo que ha seleccionado de una docena de otros mundos por razones personales.

Akasha sacudió la cabeza: otro destello de rabia.

—No pongas a prueba mi paciencia, Marius —dijo—. Te perdoné la vida por una razón muy simple. Porque Lestat te quería vivo. Y porque eres fuerte y puedes ser de gran ayuda para mí. Pero eso es todo, Marius. Anda con tiento.

Un silencio se hizo entre ellos. Con toda seguridad, Marius había advertido que ella mentía. Yo lo advertí. Akasha lo amaba y este amor la humillaba; por eso intentó herirlo. Y lo consiguió. En silencio, Marius se tragó su rabia.

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