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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

La Red del Cielo es Amplia (34 page)

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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—Eso es un insulto... —empezó a decir Takeshi, pero Shigeru silenció a su hermano colocándole una mano en el hombro.

—Se han cometido muchos errores —admitió Shigeru—, pero no es demasiado tarde para remediar algunos de ellos.

—Hablaré con mi padre —dijo Arai—, aunque no estoy en condiciones de prometer nada. Puede que no simpaticemos con los Tohan, pero, para ser sincero, tampoco sentimos gran afecto por algunos de los aliados de los Otori, en particular, nuestros vecinos más cercanos, los Noguchi. Tal vez resulte muy imprudente por nuestra parte desafiar abiertamente a los Tohan en este preciso momento. No tenemos nada que ganar. Vine a reunirme con vos porque me agradaba lo que había oído acerca del heredero de los Otori, y no me importa afirmar que me agrada lo que veo ahora; pero mis preferencias tienen muy poca influencia en la política del Oeste.

—Al menos, aseguradnos que no nos acuchillaréis por la espalda mientras luchamos contra los Tohan en el Este.

—¿Así que habrá guerra?

—Soy de la opinión de que Sadamu atacará a los Otori el verano próximo. Cuento con derrotarlos, pero no sería posible en el caso de que tuviéramos que combatir en dos frentes.

—Si Maruyama Naomi está de acuerdo con la proposición, los Arai también accederán con toda probabilidad. Y la señora Naomi elegirá sin duda la solución más pacífica, pues ésa es la manera de actuar de los Maruyama.

La carne estaba lista, pero a pesar de su suculento sabor, del vigoroso ejercicio del día y el aire refrescante de la noche, Shigeru comió con poco apetito y durmió con inquietud, y no sólo por las numerosas garrafas de vino y la dureza del terreno. Su anterior confianza sobre la sensatez y conveniencia de la alianza fue reemplazada por una apreciación más realista de sus dificultades, por los numerosos obstáculos: necesitaría meses de escrupulosa diplomacia, meses que no se podía permitir.

* * *

—Ha sido un error venir —le dijo a Kiyoshige mientras cabalgaban de regreso a Yamagata.

—Nunca se sabe. Has establecido una relación que podría convertirse en amistad. Y te has enterado de que te reunirás con la señora Maruyama antes de volver a Hagi.

Shigeru no respondió, pues no estaba convencido.

—En cualquier caso —prosiguió Kiyoshige—, sólo por la comida ha merecido la pena.

—Y por la caza —añadió Takeshi—. Lo único que siento es que no he visto manejar el sable al señor Arai. Si lucha de la misma manera que monta a caballo, debe ser digno de contemplar.

—No creo que vayas a tener la oportunidad —dijo Shigeru, a quien irritaba la alegría pueril de ambos muchachos—. Arai nunca luchará a nuestro lado. Lo más que podemos esperar es que no se convierta en nuestro enemigo.

El bajo estado de ánimo de Shigeru no se había disipado cuando regresaron a Yamagata y le relató a Irie el resultado del encuentro.

—No puedo poner remedio en unos cuantos meses al abandono de años —concluyó Shigeru—. Hemos desperdiciado todas nuestras oportunidades mientras los Iida se han dedicado a negociar, estableciendo matrimonios y alianzas. Estamos cercados por todas partes. Hay señales evidentes de que Sadamu está preparándose para atacar dentro de poco. Yo confiaba en poder fortalecernos contra él, pero es posible que, por el contrario, haya precipitado el ataque. ¿Estaremos alguna vez preparados para la guerra?

—Tenemos que pasar el invierno preparando hombres y armamento, y planificando la estrategia —respondió Irie—. Las provincias del sur y las del este son las más vulnerables. En lugar de regresar a Hagi contigo, puedo ir a visitar a Noguchi y hacerle ver la necesidad de mantenerse firmes y no ceder ante la intimidación de los Tohan.

—Además de la urgencia de empezar a preparar soldados —añadió Shigeru—. Deben estar preparados para avanzar hacia la frontera con el Este en primavera.

—¿Quieres que me quede aquí a pasar el invierno para supervisar los preparativos?

—Envía mensajes antes de que lleguen las nieves, para ponerme al tanto de la situación. Entonces, decidiré —Shigeru se quedó en silencio—. Me preocupan mucho los espías —dijo, por fin—. Tengo la impresión de que Sadamu nos vigila constantemente y conoce cada uno de mis movimientos. ¿Qué puedo hacer para escapar de su red?

—Ten cuidado con quien hablas, y vigila qué personas se encuentran cerca —respondió Irie—. Rodéate sólo de guerreros que conozcas y en los que confíes. Elige tus sirvientes únicamente entre las familias del clan Otori.

—No es tan fácil como parece —respondió Shigeru, pensando en Muto Shizuka.

25

Al día siguiente, partieron a primera hora camino de Terayama. La belleza propia del otoño y la perspectiva de volver a ver a Matsuda Shingen animaban a Shigeru en cierta medida, aunque albergaba pocas esperanzas con respecto al encuentro con Maruyama Naomi. Sabía que su marido pertenecía a los Tohan y que la hija de éste estaba casada con un primo de Iida Sadamu llamado Nariaki. Naomi sólo era aproximadamente un año mayor que el propio Shigeru. A pesar de lo que todo el mundo afirmaba sobre la manera de proceder de los Maruyama, el heredero de los Otori dudaba que Naomi tuviera auténtico poder, que alguna vez pudiera actuar en contra de la voluntad de su marido y la familia de éste, que sería la misma voluntad de Iida Sadamu.

De hecho, cuanto más reflexionaba Shigeru sobre el asunto, más reticente se sentía a encontrarse con ella. Estos recelos se añadían a la furia que le provocaba su propia familia, su padre, sus tíos, quienes habían consentido que se llegara a semejante situación. Se preguntaba una y otra vez por qué ellos no se habían aproximado a los Seishuu años atrás, cuando él mismo y Naomi eran unos niños. Ambos tenían una edad muy parecida, podían haberse comprometido en matrimonio en aquel entonces. ¿Por qué los Seishuu no habían contemplado al heredero de los Otori como esposo de Naomi, en lugar de sellar una alianza con los Tohan? ¿Acaso también ellos, como la mayoría de los clanes de los Tres Países, consideraban a los Otori una potencia insignificante, un clan en declive destinado a ser eliminado por los Tohan?

Para cuando hubieron llegado a los pies de la montaña, Shigeru había decidido que no deseaba conocer a la señora Maruyama, y abrigó la esperanza de que no se encontrase en el templo. El viaje había avivado su intranquilidad en mayor medida, aunque debería haberse sentido entusiasmado por las extraordinarias muestras de afecto que recibió a modo de bienvenida. El avance resultaba lento debido al multitudinario gentío que deseaba saludarle, dirigirle la palabra, ofrecerle obsequios para él y sus hombres y conocer a Takeshi.

—Tendrás que aprender a mantener las distancias —le advirtió Kiyoshige tras efectuar el cuarto o quinto alto para examinar una técnica agrícola innovadora o para recibir información sobre una nueva imposición de impuestos—. Te comerán vivo. No puedes mostrarte accesible con toda esta gente. Es como caerse a un estanque en el que las carpas te mordisquean y no te dejan en paz.

—Además, a este paso nunca llegaremos al templo —añadió Takeshi.

Shigeru se daba cuenta de que se había convertido en una especie de símbolo para aquellas personas, quienes depositaban en él toda su confianza y sus ilusiones. Si les fallaba, quedarían sometidos al gobierno de los Tohan; Shigeru no soportaba la idea de que pudiera ocurrir. ¿Estaba realmente dispuesto a tomar medidas que conducirían a la totalidad del feudo a la guerra? Por otra parte, semejante adulación le entristecía en cierta manera. Carecía de fundamento, se trataba más bien de una fantasía, de un sentimiento poco realista e insostenible. Shigeru deseaba que la vida de aquellas gentes tuviera una base más sólida, que confiaran en la justicia porque fuera la voluntad del Cielo y no por el capricho de un héroe idealizado.

En la posada situada en la falda de la montaña había varios lacayos que lucían el blasón de Maruyama en las casacas. Se quedaron mirando a Shigeru y a Takeshi con abierta curiosidad en tanto que los hermanos desmontaban y dejaban sus respectivos caballos al cuidado de Kiyoshige.

—Iremos derechos al templo —dijo Shigeru.

—Sí, ya he comido y bebido lo bastante para varios días —comentó Takeshi, pues en cada parada les habían agasajado con profusión.

Mientras ascendían por la ladera, Shigeru recordó el día que había recorrido aquel camino a solas. Tenía entonces quince años, superaba en más de un año la edad que Takeshi tenía ahora. Los primeros días en el templo le habían parecido insoportables y no veía el momento de marcharse. ¿Le ocurriría lo mismo a su hermano? Habría otros muchachos tan jóvenes como él, pero serían monjes novicios, y no hijos del cabeza del clan. Pensó Shigeru que podría hablar con Matsuda, pedirle que tratase a Takeshi con benevolencia; pero en seguida desechó la idea. Matsuda trataría a Takeshi como encontrara conveniente, y la benevolencia era lo último que el joven necesitaba si es que iba a aprender a frenar su temeridad y a poner remedio a los efectos de la malcrianza por parte de su madre.

Al principio Takeshi iba a la cabeza por el sendero, saltando y dando brincos, pero a medida que la pendiente se volvía más empinada aminoró el paso. Tal vez la idea de los meses venideros empezaba a oscurecerle el ánimo.

Los monjes los saludaron con satisfacción contenida y de inmediato los condujeron ante la presencia de Matsuda Shingen, ahora el abad del templo. Matsuda les dio la bienvenida, sinceramente encantado de volver a ver a Shigeru. El nuevo abad examinó a Takeshi con detenimiento, pero no le dijo gran cosa más allá de comentar que en el aspecto físico, al menos, se parecía a su hermano. Luego llamó a dos jóvenes que llevaban ropas sencillas y la cabeza afeitada y les pidió que se llevasen al señor Takeshi y le enseñaran los alrededores mientras él conversaba con el señor Otori.

Los muchachos se marcharon en respetuoso silencio; pero antes de que hubieran atravesado los claustros del templo, Shigeru escuchó las entusiastas preguntas de Takeshi y, al momento, las risas de los tres.

—Es demasiado pronto para que tu hermano se instale con nosotros —comentó Matsuda—. Dudo que tenga la madurez...

—Confío en que la adquiera aquí, en el templo —respondió Shigeru—. En Hagi no recibe la disciplina suficiente; mis padres le consienten, Mori Kiyoshige le lleva por mal camino y Takeshi apenas muestra respeto por nadie. Quiero que se que de en Terayama por lo menos un año, acaso más tiempo. Debe recibir la misma educación y entrenamiento que yo...

—Ahora tengo otras responsabilidades —interrumpió Matsuda con gentileza—. No me es posible ausentarme del templo durante períodos largos, como hice contigo.

—Lo comprendo, por descontado; pero confío en que podáis enseñarle aquí mismo buena parte de lo que me enseñasteis a mí.

—Si está dispuesto a aprenderlo, te prometo que así será.

—Tengo otro motivo para traerle a Terayama en este momento —confesó Shigeru—. Si el año que viene vamos a entrar en guerra, estará a salvo de peligros; y si yo muero en el campo de batalla, el heredero del clan se encontrará en buenas manos. Confío en vos, Matsuda, pero no puedo fiarme de mis tíos.

—En mi opinión, estás en lo cierto en cuanto a ambas cuestiones: la guerra por venir y la falta de fiabilidad de tus tíos —repuso el abad con voz serena—; ¿pero están preparados los Otori? Debes retrasar las hostilidades en la medida de lo posible, mientras refuerzas tus tropas.

—Sospecho que Sadamu nos atacará dentro de poco, a través de Chigawa. Tengo la intención de concentrar nuestra defensa alrededor de Yaegahara.

—Debes tener en cuenta la posibilidad de un ataque por partida doble, desde el sur del País Medio y desde el Este.

—Por eso he enviado a Irie a visitar a Noguchi y reclamar su apoyo. Además, el padre de mi mujer garantizará el respaldo de Kushimoto.

—Me temo que el año que viene es demasiado pronto —se lamentó Matsuda—. Procura no provocar a Sadamu, no vaya a pasar al ataque antes de lo esperado.

—Tengo que estar preparado, aunque no debo provocarle —repuso Shigeru con una sonrisa—. No veo cómo es posible hacer ambas cosas a la vez.

—Sea cual fuere tu elección contarás siempre con mi apoyo, y el señor Takeshi estará a salvo mientras se encuentre con nosotros.

Mientras Shigeru se levantaba para marcharse, el abad dijo:

—Demos un paseo por los jardines; es un día muy hermoso.

Shigeru siguió a Matsuda por el entarimado de madera pulida, que relucía bajo la luz taciturna. Los rayos de sol entraban por las puertas abiertas al fondo del pasillo, y desde el exterior llegaba el aroma a humo de hoguera y agujas de pino mezclado con el incienso que ardía en la nave principal del templo.

Al final de la galería atravesaron un pequeño patio y salieron a una estancia más amplia, cuyas puertas abiertas miraban a un jardín. La estera relucía con tonos dorados. A cada lado de la sala se veía un biombo pintado; Shigeru los había visto muchas veces con anterioridad, pero nunca dejaba de conmoverse por su belleza. Cuando llegó al templo por primera vez, los otros chicos le hablaron sobre las leyendas acerca del artista, Sesshu, quien había residido en Terayama durante muchos años. Se decía que el panel en blanco de uno de los biombos había estado pintado con pájaros tan fieles a la realidad que habían remontado el vuelo, y que los jardineros se quejaban de que los caballos de Sesshu vagaban por las noches, pisoteaban las cosechas y se las comían, por lo que exigían que al artista los amarrase.

Una amplia veranda miraba al jardín, orientado hacia el sur y ahora cálido bajo el sol otoñal. Se detuvieron sobre los tablones de madera de ciprés, de tonos plateados, mientras un monje les traía sandalias; pero antes de que Matsuda se calzase las suyas, el recién llegado le susurró al oído.

—¡Ah! —exclamó Matsuda—. Al parecer, requieren mi presencia durante unos momentos. Si me disculpas, señor Shigeru, me reuniré contigo más tarde.

Shigeru escuchaba el sonido de la cascada en la distancia y caminó en esa dirección, pues era uno de sus lugares preferidos del jardín. A su izquierda se encontraba el descenso hacia el valle: las laderas que iban adquiriendo tonos dorados y carmesíes, las cordilleras más allá, cuyas siluetas se recortaban en el cielo ya teñido de bruma bajo la luz de la tarde. A la derecha de Shigeru, formando el telón de fondo del jardín, estaba la propia montaña, de un verde intenso a causa de los cedros; entre ellos sobresalían los brotes de bambú, esbeltos y elegantes, así como la cascada, cuyas aguas cubiertas de espuma se desplomaban sobre las rocas brillantes como hilos de una rueca. Ascendió cierta distancia entre los helechos y luego se detuvo para volver la vista al jardín. Desde esa posición las rocas parecían montañas y los arbustos, bosques enteros. En aquella pequeña porción de terreno Shigeru podía ver la totalidad del País Medio, sus cordilleras y sus ríos. Entonces, la ilusión quedó desvanecida a causa de una figura que surgió entre los matorrales y que, en un primer momento, le pareció una diosa caminando entre su propia creación.

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