La prueba (7 page)

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Authors: Agota Kristof

Tags: #Drama, #Belico

BOOK: La prueba
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—Naturalmente, Lucas. Duerme en mi cama. Yo me quedaré en el sofá.

—Prefiero el sofá. Así podré irme cuando me despierte sin molestarte.

—Como quieras, Lucas. Acomódate, voy a buscar una manta.

Lucas se quita la americana y las botas y se acuesta en el sofá. Peter vuelve con una gruesa manta. Cubre a Lucas y le pone unos cojines debajo de la cabeza, y se sienta a su lado en el sofá.

—¿Qué problema tienes, Lucas? ¿Es por Yasmine?

Lucas menea la cabeza.

—En casa todo va bien. Sólo tenía ganas de verte.

Peter dice:

—No te creo, Lucas.

Lucas coge la mano de Peter y la aprieta contra su bajo vientre. Peter retira la mano y se levanta.

—No, Lucas. No entres en ese mundo que es el mío.

Se va a su habitación y cierra la puerta.

Lucas espera. Unas horas después se levanta, abre la puerta con cuidado, se acerca a la cama de Peter. Éste duerme. Lucas sale de la habitación, vuelve a cerrar la puerta, se pone las botas, la americana, verifica la presencia de sus «armas» en su bolsillo y sale de la casa sin hacer ruido. Se va a la calle de la estación y espera delante de la casa de Clara.

Un hombre sale de la casa. Lucas le sigue y después se adelanta a él por la otra acera. Para llegar a su casa, el hombre debe pasar por un parque pequeño. Allí, Lucas se esconde detrás de los arbustos. Se envuelve la bufanda grande y roja, que le ha tejido Yasmine, alrededor de la cabeza, y cuando llega el hombre, se coloca ante él. Le reconoce. Es uno de los médicos del hospital que examinaron a Mathias.

El médico dice:

—¿Quién es usted, qué quiere?

Lucas coge al hombre por el cuello del abrigo y saca una navaja del bolsillo.

—La próxima vez que vaya a casa de ella, le corto la garganta.

—¡Está completamente loco! Vengo del hospital, donde he hecho servicio de noche.

—Es inútil que mienta. No bromeo. Soy capaz de todo. Lo de hoy no es más que un aviso.

Del bolsillo de su americana Lucas saca un calcetín lleno de grava y le asesta un golpe al hombre en la cabeza, y éste cae desmayado sobre el suelo helado.

Lucas vuelve a casa de Peter, se acuesta de nuevo en el sofá y se duerme. Peter le despierta a las siete, con un café.

—Ya había venido a verte. Pensaba que te habías ido a tu casa.

Lucas dice:

—No me he movido de aquí en toda la noche. Es importante, Peter.

Peter le mira largamente.

—Entendido, Lucas.

Lucas se va. Yasmine le dice:

—Ha venido un policía. Debes presentarte en la comisaría. ¿Qué ha pasado, Lucas?

Mathias dice:

—Van a encerrar a Lucas en la prisión. Y no volverá nunca jamás.

El niño se ríe. Yasmine lo coge por el brazo y le da una bofetada.

—¿Te quieres callar?

Lucas arranca el niño a Yasmine y lo coge entre sus brazos. Seca las lágrimas que le corren por el rostro.

—No tengas miedo, Mathias. No me van a encerrar.

El niño mira a Lucas directamente a los ojos. Ya no llora. Dice:

—Pues qué lástima.

Lucas se presenta en la comisaría de policía. Le indican el despacho del comisario. Lucas llama y luego entra. Clara y el médico están sentados frente al policía. El comisario dice:

—Buenos días, Lucas. Siéntese.

Lucas se sienta en una silla al lado del hombre a quien ha pegado hace sólo unas horas.

El comisario pregunta:

—¿Reconoce usted a su agresor, doctor?

—No he sido agredido, se lo repito. He resbalado en el hielo.

—Y ha caído de espaldas. Nuestros agentes le han encontrado echado de espaldas. Es curioso, sin embargo, que tenga un hematoma en la frente.

—Seguramente habré caído de cara, y después me he dado la vuelta al empezar a recuperar el conocimiento.

El comisario dice:

—Ah, es eso. Así que usted pretende que ha hecho turno de noche en el hospital. Después de informarnos, resulta que usted abandonó el hospital a las nueve, y pasó toda la noche en casa de la señora.

El médico dice:

—No quería comprometerla.

El comisario se vuelve hacia Lucas.

—Las vecinas de la señora le han visto entrar varias veces en su casa.

Lucas dice:

—Desde hace un tiempo le hago los recados. Sobre todo la semana pasada, cuando estaba enferma.

—Sabemos que no volvió a su casa anoche. ¿Dónde estaba?

—Estaba demasiado cansado para volver. Después de que cerrasen los bares, fui a casa de un amigo y pasé la noche allí. He salido a las siete y media.

—¿Y quién es ese amigo? ¿Un compañero de la taberna, quizá?

—No. Es el secretario del partido.

—¿Y pretende haber pasado la noche en casa del secretario del partido?

—Sí. Me preparó un café a las siete de la mañana.

El comisario sale de la habitación.

El médico se vuelve hacia Lucas, y lo mira largamente. Lucas le devuelve la mirada. El médico mira a Clara, Clara mira por la ventana. El médico mira al frente y luego dice:

—No he presentado ninguna denuncia contra usted, aunque le reconozco perfectamente. Una patrulla de los guardias de frontera me ha encontrado y me ha traído aquí, como si fuese un vulgar borracho. Todo esto es muy enojoso para mí. Le ruego que guarde una discreción absoluta. Soy un psiquiatra de nivel internacional. Tengo hijos.

Lucas dice:

—La única solución es que se vaya de la ciudad. Es una ciudad pequeña. Tarde o temprano todo el mundo estará al corriente, hasta su mujer.

—¿Es una amenaza?

—Sí.

—Estoy destinado en este agujero perdido. No soy yo quien decide si me quedo o me voy.

—Eso no importa. Pida el traslado.

El comisario entra con Peter. Peter mira a Lucas, después a Clara, después al médico. El comisario dice:

—Su coartada está confirmada, Lucas.

Se vuelve hacia el médico.

—Doctor, creo que vamos a dejarlo aquí. Usted se ha caído al volver del hospital. El asunto ya está archivado.

El médico le pregunta a Peter:

—¿Puedo acudir el lunes a su despacho? Quiero irme de esta ciudad.

Peter dice:

—Ciertamente. Puede contar conmigo.

El médico se levanta y le tiende la mano a Clara:

—Lo siento muchísimo.

Clara vuelve la cabeza y el médico sale de la habitación.

—Gracias, señores.

Lucas le dice a Clara:

—Te acompaño.

Clara pasa delante de él sin responder.

Lucas y Peter salen también de la comisaría. Peter ve cómo se aleja Clara.

—Así que era por ella.

Lucas dice:

—Haz todo lo que puedas para trasladar a ese hombre, Peter. Si se queda en nuestra ciudad es hombre muerto.

Peter dice:

—Te creo. Estás lo bastante loco para eso. No te inquietes. Se irá. Pero si ella le amaba, ¿te das cuenta de lo que le has hecho a ella?

—Ella no le ama.

Cuando Lucas vuelve de la comisaría casi es mediodía.

El niño pregunta:

—¿No te han encerrado?

Yasmine dice:

—Espero que no sea nada grave.

—No. Todo va bien. Querían que prestase declaración como testigo de una pelea.

—Deberías ir a ver al señor cura. Ya no come. He encontrado intacto todo lo que le llevé ayer y anteayer.

Lucas coge una botella de leche de cabra y va a la rectoría. En la mesa de la cocina hay unos platos con comida helada. La cocina está fría. Lucas atraviesa una habitación vacía y entra sin llamar en el dormitorio. El cura está en la cama.

Lucas le pregunta:

—¿Está enfermo?

—No, solamente tengo frío. Siempre tengo frío.

—Le he traído leña suficiente. ¿Por qué no se calienta?

El cura dice:

—Hay que ahorrar. En leña y en todo lo demás.

—Sencillamente, es demasiado perezoso para hacer fuego.

—Soy viejo y ya no tengo fuerzas.

—No tiene fuerzas porque no come.

—No tengo hambre. Desde que no eres tú quien me trae la comida, ya no tengo apetito.

Lucas le tiende su bata.

—Vamos, vístase y venga a la cocina.

Ayuda al anciano a ponerse la bata, le ayuda a caminar hasta la cocina, le ayuda a sentarse en el banco, le pone una taza de leche. El cura bebe. Lucas dice:

—No puede seguir viviendo solo. Es demasiado viejo.

El cura deja la taza y mira a Lucas.

—Me voy, Lucas. Mis superiores me han llamado. Voy a reposar en un monasterio. Ya no habrá cura en esta localidad. El cura de la ciudad vecina vendrá una vez por semana para celebrar la misa.

—Es una decisión juiciosa. Estoy contento por usted.

—Echaré de menos esta ciudad. He pasado cuarenta y cinco años aquí.

Después de un silencio, el cura sigue:

—Tú te has ocupado de mí durante años como si fueses mi hijo. Me gustaría darte las gracias. Pero, ¿cómo agradecer tanto amor y tanta bondad?

Lucas dice:

—No me dé las gracias. No hay en mí amor ni bondad alguna.

—Eso es lo que tú crees, Lucas. Estoy convencido de lo contrario. Has recibido una herida de la que todavía no te has curado.

Lucas calla, y el cura prosigue:

—Tengo la impresión de abandonarte en un periodo particularmente difícil de tu vida, pero estaré contigo en pensamiento y rezaré sin cesar por la salud de tu alma. Te has metido por un mal camino, y a veces me pregunto adónde irás a parar. Tu naturaleza apasionada y atormentada puede arrastrarte muy lejos, a los peores extremos. Pero conservo la esperanza. La misericordia de Dios es infinita.

El cura se levanta y coge el rostro de Lucas entre sus manos.

—«Y recuerda a tu Creador en los días de tu adolescencia, antes de que vengan los días malos y lleguen los años de los cuales digas: no me complacen...».

Lucas baja la cabeza y su frente toca el pecho del viejo.

—«Y que oscurezcan el sol y la luz, la luna y las estrellas, que vuelvan las nubes...». Es el Eclesiastés.

El delgado cuerpo del anciano se ve sacudido por un sollozo:

—Sí. Lo has reconocido. Te acuerdas todavía. En tu infancia, te sabías de memoria pasajes enteros de la Biblia. ¿Tienes tiempo de leerla alguna vez, ahora?

Lucas se suelta.

—Tengo mucho trabajo. Y otros libros que leer.

El cura dice:

—Lo comprendo. Comprendo también que mis sermones te aburran. Ahora vete y no vuelvas más. Salgo mañana con el primer tren.

—Le deseo un reposo apacible, padre.

Lucas vuelve y le dice a Yasmine:

—El señor cura se va mañana. Ya no será necesario llevarle comida.

El niño pregunta:

—¿Se va porque tú ya no le quieres? Yasmine y yo nos iremos también si no nos quieres ya.

Yasmine dice:

—¡Cállate, Mathias!

El niño llora.

—¡Lo ha dicho ella! Pero tú nos quieres, ¿verdad, Lucas?

Lucas lo coge en brazos.

—Naturalmente, Mathias.

En casa de Clara, el fuego arde en la estufa del salón. La puerta del dormitorio está entreabierta.

Lucas entra en la habitación. Clara está acostada, con un libro en las manos. Mira a Lucas, cierra el libro y lo deja en la mesilla.

Lucas dice:

—Perdón, Clara.

Clara aparta el edredón de plumas que la cubre. Está desnuda. Sigue mirando fijamente a Lucas.

—Es lo que tú querías, ¿no?

—No lo sé. De verdad que no lo sé, Clara.

Clara apaga la lámpara de la mesilla.

—¿A qué esperas?

Lucas enciende la lámpara del escritorio, la dirige hacia la cama. Clara cierra los ojos.

Lucas se arrodilla al pie de la cama, separa las piernas de Clara, después los labios de la vulva. De ella sale un hilillo de sangre. Lucas se inclina y lame, bebe la sangre. Clara gime y sus manos se agarran a los cabellos de Lucas.

Lucas se desnuda y se acuesta encima de Clara, entra en ella, grita. Más tarde Lucas se levanta y abre la ventana. Fuera, está nevando. Lucas vuelve hacia la cama y Clara lo toma entre sus brazos. Lucas tiembla. Ella dice:

—Tranquilízate.

Ella acaricia los cabellos, el rostro de Lucas. Él le pregunta:

—¿No estás resentida conmigo por lo del otro?

—No. Es mejor que se vaya.

Lucas dice:

—Ya sabía que no le amabas. Eras tan desgraciada la semana pasada, cuando viniste a la taberna...

Clara dice:

—Le conocí en el hospital. Fue él quien me atendió cuando tuve una nueva depresión en verano. La cuarta desde la muerte de Thomas.

—¿Sueñas a menudo con Thomas?

—Todas las noches. Pero sólo con su ejecución. Con Thomas vivo y feliz, jamás.

—Yo veo a mi hermano por todas partes. En mi habitación, en el jardín, caminando a mi lado por la calle. Me habla.

—¿Qué dice?

—Dice que vive en una soledad mortal.

Lucas se duerme entre los brazos de Clara. En lo más profundo de la noche, una vez más, entra en ella suave y lentamente, como en sueños.

A partir de entonces Lucas pasa todas las noches en casa de Clara.

El invierno es muy frío ese año. Durante cinco meses no se ve el sol. Una niebla glacial se estanca sobre la villa desierta, el suelo está helado, el río también.

En la cocina de la casa de la abuela el fuego arde sin interrupción. La leña de la calefacción se agota rápidamente. Cada tarde, Lucas va al bosque para buscar madera que pone a secar junto a la cocina.

La puerta de la cocina está entreabierta para calentar la habitación de Yasmine y del niño. La habitación de Lucas no está caliente.

Cuando Yasmine cose o hace punto en la habitación, Lucas se sienta con el niño en la gran alfombra confeccionada por Yasmine que cubre el suelo de la cocina, y los dos juegan juntos con el perro y el gato. Miran libros de ilustraciones, dibujan. Con un ábaco, Lucas enseña a contar a Mathias.

Yasmine prepara la cena por la noche. Se sientan los tres en el banco de rincón de la cocina. Comen patatas, judías secas o col. Al niño no le gustan esas cenas y come poco. Lucas le prepara rebanadas de pan con mermelada.

Después de la cena, Yasmine lava los platos, Lucas lleva al niño a su habitación, lo desviste y lo acuesta, y le cuenta un cuento. Cuando el niño se duerme, Lucas se va a casa de Clara, en el otro extremo del pueblo.

4

Los castaños de Indias están en flor en la calle de la estación. Sus pétalos blancos recubren el suelo con una capa tan gruesa que Lucas no oye ni siquiera el ruido de sus pasos. Vuelve de casa de Clara, tarde, por la noche.

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