El capellán Hardy estaba exhausto y alborozado; sonreía abiertamente y tenía grandes círculos oscuros bajo los ojos.
—Estoy tomándolo como una lección de humildad, capitán. Son mucho mejor que yo en mi trabajo, en lingüística. He decidido que el modo más rápido de aprender su idioma era enseñarles ánglico. Ninguna garganta humana hablará jamás su idioma, o idiomas, sin ayuda de una computadora.
—Estoy de acuerdo. Haría falta una orquesta completa. He oído algunas de sus grabaciones. En realidad, capellán, no se podía hacer gran cosa.
—Lo siento —dijo Hardy sonriendo—. Procuraremos enviar informes con más frecuencia. Por cierto, en este momento el doctor Horvath está enseñando el transbordador a un grupo de pajeños. Parecen particularmente interesados en el impulsor. El Marrón quiere desmontarlo, pero el piloto no le deja. Dijo usted que no había secretos en esta embarcación.
—Dije eso, desde luego, pero podría ser un poco prematuro que les dejasen ustedes manipular la fuente energética de su nave. ¿Qué dijo Sinclair de eso?
—Lo ignoro, capitán —Hardy parecía desconcertado—. Le han tenido todo el día en esa sala de herramientas. Aún sigue allí.
Blaine se rascó la nariz. Estaba obteniendo la información que necesitaba, pero no era precisamente con el capellán Hardy con quien quería hablar.
—Dígame, ¿cuántos pajeños hay a bordo del transbordador?
—Cuatro, uno por cada uno de nosotros. Yo, el doctor Horvath, la señorita Sally el señor Whitbread. Parecen estar asignados como guías.
—Cuatro —Rod estaba intentando acostumbrarse a la idea.
El transbordador no era una nave armada, pero pertenecía a la Marina de guerra de Su Majestad, y tener a bordo a un grupo de alienígenas... Demonios. Horvath sabía los riesgos que corría.
—¿Sólo cuatro? —preguntó—. ¿No tiene Sinclair un guía?
—Aunque parezca extraño, no. Hay varios pajeños viéndole trabajar en la sala de herramientas, pero no tiene ninguno concreto asignado a él.
—¿No hay ninguno tampoco para el piloto y para los técnicos espaciales del transbordador?
—No —Hardy caviló un momento—. Es extraño, ¿verdad? Como si clasificasen al teniente Sinclair como un simple tripulante.
—Será que no les cae simpática la Marina.
David Hardy se encogió de hombros. Luego, cautelosamente, dijo:
—Capitán, tarde o temprano tendremos que invitarles a subir a la
MacArthur.
—
Me temo que eso es imposible.
—Bien —dijo Hardy, con un suspiro—, por eso lo planteo ahora, para que podamos discutirlo. Ellos han demostrado que confían en nosotros, capitán. No hay un centímetro cúbico de su nave que no hayamos visto, o al menos sondeado con instrumentos. Whitbread podrá testificar que no hay rastro alguno de armas a bordo. Acabarán preguntándose qué secretos culpables guardamos a bordo.
—Se lo explicaré... ¿Están los pajeños cerca? ¿Pueden oírme?
—No. Y además no han aprendido suficiente ánglico todavía.
—No olvide usted que lo aprenderán, y no olvide las cintas grabadoras. Bueno, capellán, tiene usted un problema... sobre los pajeños y la Creación. El Imperio tiene otro. Hemos hablado durante mucho tiempo sobre la aparición de los Grandes Brujos Galácticos, y sus dudas sobre si dejaban entrar a los humanos o no, ¿verdad? Sólo que es al revés, ¿no cree? Tenemos que decidir si vamos a dejar a los pajeños salir de su sistema, y hasta que eso se decida no queremos que vean los generadores del Campo Langston, el Impulsor Alderson, nuestras armas... ni siquiera que vean qué parte de la
MacArthur
es espacio vital, capellán. Eso indicaría demasiado sobre nuestra capacidad. Tenemos mucho que ocultar, y lo ocultaremos.
—Está usted tratándoles como a enemigos —dijo suavemente David Hardy.
—Esto no es decisión de usted ni mía, doctor. Además, quiero plantear algunas preguntas cuya respuesta debo conocer antes de decidir si los pajeños son o no verdaderamente amigos.
Rod dejó que su mirada pasase por encima del capellán, y sus ojos se centraron muy lejos. No lamento que no sea decisión mía, pensó. Pero en último término deberán preguntarme. Aunque no sea más que como futuro marqués de Crucis. Sabía que habría de plantearse el tema, y que se plantearía más veces; estaba preparado.
—En primer lugar, ¿por qué nos enviaron una nave desde Paja Uno? ¿Por qué no desde el racimo troyano? Está mucho más cerca.
—En cuanto pueda se lo preguntaré.
—En segundo lugar, ¿por qué cuatro pajeños? Quizás no sea importante, pero me gustaría saber por qué asignaron uno a cada uno de ustedes, los científicos, otro a Whitbread y ninguno a los miembros de la tripulación.
—Bueno, tienen razón, ¿no? Asignaron guías a las cuatro personas más interesadas en enseñarles...
—Exactamente. ¿Cómo lo supieron? Sólo como ejemplo, dígame, ¿cómo pudieron saber que estaría a bordo el doctor Horvath? Y la tercera pregunta es: ¿qué pretenden
ahora?
—
De acuerdo, capitán —Hardy parecía deprimido, irritado.
Era más difícil de rechazar que Horvath, y lo sería aún más... En parte porque era el confesor de Rod. Y el tema volvería a plantearse. Rod estaba seguro.
Durante las semanas que siguieron la
MacArthur
fue un torbellino de actividad. Todos los científicos tenían que trabajar horas extra cada vez que se recibían datos del transbordador, y cada uno de ellos quería ayuda de la Marina
inmediatamente.
Seguía en pie, además, el problema de las miniaturas fugadas, pero esto se había convertido en una partida, en la que la
MacArthur
iba perdiendo. En el comedor todos apostaban que habían muerto pero no se encontraban los cuerpos. Esto preocupaba a Rod Blaine, pero nada podía hacer.
Permitió también a los soldados que hiciesen guardias con uniforme normal. No pesaba ninguna amenaza sobre el transbordador, y era ridículo mantener a una docena de hombres incómodos con la armadura de combate. Lo que hizo fue doblar la guardia que vigilaba alrededor de la
MacArthur,
pero nadie (ni ser ni objeto) intentó aproximarse, escapar o enviar mensajes. Por otra parte, los biólogos analizaban frenéticos las posibles claves de la psicología y la fisiología pajeña, la sección astronómica continuaba trazando mapas de Paja Uno, Buckman se desesperaba cada vez que otros utilizaban los instrumentos astronómicos y Blaine procuraba mantener tranquila su superpoblada nave. Su admiración hacia Horvath aumentaba cada vez que tenía que mediar en una disputa entre científicos.
Había más actividad a bordo del transbordador. El teniente Sinclair había sido trasladado, inmediatamente después de su llegada, a la nave pajeña. A los tres días un Marrón-y-blanco comenzó a seguir a Sinclair de forma permanente; era un pajeño particularmente tranquilo. Parecía interesado en la maquinaria del transbordador, a diferencia de los otros pajeños asignados a los humanos. Sinclair y su Fyunch(click) pasaron muchas horas a bordo de la nave alienígena, examinándolo todo.
—Ese tipo tenía razón en lo de la sala de herramientas —dijo Sinclair a Blaine en uno de sus informes diarios—. Es como las pruebas de inteligencia no verbales que se hacen a los nuevos reclutas. Hay fallos en algunas de las herramientas, y mi tarea es arreglarlos.
—¿Qué tipo de fallos?
Sinclair rió entre dientes, recordando. Le resultaba difícil explicar el chiste a Blaine. El martillo de gran cabeza lisa machacaba un pulgar cada vez. Había que ajustarlo. El láser calentaba demasiado rápido..., un problema complicado. Generaba una frecuencia de luz inadecuada. Sinclair lo arregló doblando la frecuencia. Aprendió también mucho sobre lásers compactos. Hubo de pasar por otras pruebas como aquélla.
—Son buenos, capitán. Se necesita ingenio para idear algunos de los instrumentos de pruebas sin indicar más de lo que quieren. Pero no pueden impedirme que descubra cosas de su nave... Capitán, he aprendido ya lo suficiente para rediseñar los vehículos auxiliares de nuestra nave de modo que resulten más eficaces. O para ganar millones de coronas diseñando naves mineras.
—¿Se retirará usted cuando vuelva, Sandy? —preguntó Rod; pero sonrió abiertamente para indicar que bromeaba.
La segunda semana, le asignaron un Fyunch(click) también a Rod Blaine.
Se sentía al mismo tiempo decepcionado y halagado. La pajeña parecía igual que todas las demás: marcas marrón-y-blanco, una sonrisa suave en su cara ladeada que llegaba a una altura suficiente para que Rod pudiese darle palmadas en la cabeza... si la viese alguna vez en persona, cosa que nunca sucedía.
Cada vez que llamaba al transbordador allí estaba ella, siempre deseosa de ver a Blaine y hablar con él. Y su ánglico era cada día mejor. Intercambiaban unas cuantas palabras y eso era todo. Rod no tenía
tiempo
para un Fyunch(click), ni necesidad de uno, tampoco. Aprender el lenguaje pajeño no era trabajo suyo (a juzgar por los progresos hechos, no era trabajo de nadie), y sólo veía a la alienígena a través de la pantalla comunicadora. ¿Qué sentido tenía un guía al que nunca habría de conocer directamente?
—Parecen ceer que usted es importante —explicó Hardy.
Era algo digno de considerar mientras dirigía aquel manicomio de nave. Y la alienígena no se quejaba en absoluto.
El torbellino de actividad de aquel mes apenas si afectaba a Horace Bury. No recibía noticia alguna del transbordador, y nada podía aportar al trabajo científico de la nave. Siempre atento a los rumores que podían serle útiles, esperaba que las noticias se filtrasen; pero no se filtraban muchas. Las comunicaciones con el transbordador parecían quedar congeladas en el puente, y no tenía auténticos amigos entre los científicos, aparte de Buckman. Blaine había dejado de ponerlo todo en el intercomunicador. Por primera vez desde que habían salido de Nueva Chicago, Bury se sentía prisionero.
Le molestaba más de lo que debería haberle molestado, aunque era lo bastante introspectivo para saber por qué siempre había procurado controlar su entorno en la medida de sus posibilidades: en un planeta, a lo largo de años luz de espacio y décadas de tiempo... o en un crucero de batalla de la Marina. La tripulación le trataba como a un huésped y no como a un amo. Y en donde no era un amo, Bury se sentía un prisionero.
Además, estaba perdiendo dinero. En algún punto de las áreas prohibidas de la
MacArthur,
fuera del alcance de todos, salvo los científicos de más alto rango, los físicos estudiaban el material aurífero de la Colmena de Piedra. Le costó semanas enterarse de que se trataba de un superconductor del calor.
Sería, pues, un material de valor incalculable, y Bury sabía que debía obtener una muestra. Sabía incluso cómo podría conseguirla, pero se obligaba a esperar. ¡Aún no! El momento de robar la muestra sería justo antes de que la
MacArthur
aterrizase en Nueva Escocia. Allí esperarían naves, a pesar del coste, no sólo una nave en la que se le reconocería abiertamente como propietario y amo, sino por lo menos otra. Entre tanto, lo único que podía hacer en la
MacArthur era
escuchar, escudriñar, saber.
Tenía varios informes sobre la Colmena de Piedra para poder comparar. Intentó incluso obtener información de Buckman; pero los resultados fueron más divertidos que provechosos.
—Oh, olvide la Colmena de Piedra —había exclamado Buckman—. No tiene el menor interés. Fue
trasladada
allí. No tiene nada que ver con la formación de los racimos de los puntos troyanos, y los pajeños han alterado la estructura interna hasta el punto de que no hay manera de saber
nada
sobre la roca original...
Así que los pajeños podían hacer, y hacían, superconductores de calor. Y estaban además los pequeños pajeños. Le divertía mucho la búsqueda de las miniaturas escapadas. Naturalmente la mayoría del personal de la Marina continuaba buscando incesantemente a la miniatura huida y a la cría. Y la miniatura estaba ganando. Desaparecían alimentos de lugares extraños: camarotes, salas, todos los puntos salvo la cocina. Los hurones no eran capaces de localizar nada. ¿Habrían hecho las miniaturas un pacto con los hurones?, se preguntaba Bury. Desde luego los alienígenas eran... alienígenas; sin embargo los hurones no habrían tenido ningún problema para olfatearlos la primera noche.
A Bury le divertía la caza, pero... Aprendió la lección: una miniatura era más difícil de capturar que de mantener encerrada. Si acabase vendiendo miniaturas de aquéllas como animales domésticos, sería mejor que lo hiciese en jaulas seguras y firmes. Además estaba el problema de adquirir una pareja reproductora. Cuanto más tiempo permaneciesen libres las miniaturas, menos posibilidades tendría Bury de convencer a la Marina de que eran animalitos amistosos e inofensivos.
Pero resultaba divertido ver el desconcierto de la Marina. Bury investigaba por ambos lados y practicaba la paciencia; y las semanas seguían pasando.
Mientras los seis Fyunch(click) permanecían a bordo del transbordador, el resto de los pajeños trabajaban. El interior de la nave alienígena cambiaba como en los sueños; era distinto cada vez que alguien iba a bordo. Sinclair y Whitbread tomaron la decisión de recorrerlo periódicamente para comprobar que no construían ninguna clase de armas; quizás pudiesen descubrirlo, o quizás no.
Un día Hardy y Horvath se detuvieron junto a la cabina de observación del capitán después de una hora en las salas de ejercicio de la
MacArthur.
—
Los pajeños están a punto de recibir un tanque de combustible —dijo Horvath a Rod—. Fue lanzado aproximadamente al mismo tiempo que su propia nave, con acelerador lineal, pero en una órbita que permite un mayor ahorro de combustible. Llegará en el plazo de dos semanas.
—Así que es eso. —Blaine y sus oficiales se habían preguntado qué sería el silencioso objeto que avanzaba lentamente hacia su posición.
—¿Lo sabía usted? Podría habérnoslo dicho.
—Tendrán que recogerlo —especuló Blaine—. Vaya... me pregunto si no podría entregárselo una de mis embarcaciones. ¿Nos dejarían hacerlo?
—No veo motivo para que no lo hagamos. Se lo preguntaremos —dijo David Hardy—. Una cosa más, capitán.
Rod sabía que era una cuestión delicada. Horvath hacía pedir al doctor Hardy todas las cosas que suponía que él iba a rechazar.
—Los pajeños quieren construir un puente de cámara neumática entre el transbordador y su nave —concluyó Hardy.