Un capitán de la dirección de tránsito lanzó a los hombres que tenía a su cargo —todos ellos disfrazados de civiles— contra los curiosos que se detenían, como siempre cuando hay un borlote. Los alumnos del Casco de Santo Tomás rompían el cerco para auxiliar a sus compañeros de la vocacional 7; muchos de los numerosos vehículos que fueron usados para cercar la zona por la policía fueron incendiados con bombas molotov. Por ambas partes aumentaba el número de los participantes. ¡Hasta los niños de la Unidad, desde las azoteas, aventaban piedras y querían pelear!
• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
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La población de la vocacional 7 es fundamentalmente de gente de la Unidad Tlatelolco y de chicos del rumbo de Tepito y de la Lagunilla. Todos, o la gran mayoría, éramos gente que apoyábamos al Movimiento. Antes de salir a repartir volantes en los camiones, en los mercados, en las escuelas y en otros lugares, los muchachos pasaban diariamente a nuestras casas a dejar volantes y a informar cómo estaba la situación. Había además una organización de padres de familia y de vecinos que apoyaban decididamente a los muchachos. Esto les consta a los granaderos. Se dieron cuenta perfectamente que eran los vecinos de Tlatelolco o las madres de todos estos muchachos los que estaban dispuestos a defenderlos. En dos ocasiones anteriores los estudiantes y la gente de Tlatelolco hicieron salir destapados a los granaderos.
• Mercedes Olivera de Vázquez, antropóloga, habitante del edificio Chihuahua de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco.
Con los granaderos era una lucha azteca, a pedradas. No era un problema de armas de fuego porque no traían más que macanas y cosas de esas. Por ejemplo, en Zacatenco, muchas veces quisieron entrar los ganaderos solos y no pudieron… Tenía que venir el ejército. Por eso, a partir del 23 de septiembre, los empezaron a armar con fusiles M-1.
• Raúl Álvarez Garín, del
CNH
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Los camiones del Poli le sirvieron de mucho al Movimiento. En un camión del Poli te sentías en tu casa.
• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
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En mis tiempos a una bola de vagos y malvivientes no solía llamárseles estudiantes.
• Pedro Lara Vértiz, sastre.
Soy de provincia y soy de origen campesino. Tengo veinticinco años y he visto compañeros de mi edad morir como nacieron: fregadísimos. Mi familia vino por hambre al Distrito Federal. Al principio nos arrimamos con unas tías en una vecindad por Atzcapotzalco. Mi padre era albañil. Desde la primaria comencé a trabajar en una fábrica de oxígeno; después me animé a entrar a una secundaria; tenía muchos deseos de ingresar al Poli, pero sin palancas, sin centavos pues ¿cómo? No conocía a nadie. Cuando llega uno de fuera así es: casi no habla con nadie. Yo era un tipo a quién no le gustaba oír cosas de política. Lo que necesitaba era salir avante con mi familia, quitarla de padecer lo que yo había visto y se me quedó grabado: cómo trataban a ni madre cuando iba a lavar y todo eso. Había casas donde en vez de pagarle le decían: «Llévate esta comida»; yo veía claramente cómo le daban las sobras. Claro, con hambre tiene uno que aguantar lo que sea pero a mí me daba rabia. Por fin entré al Poli. Trabajaba en las noches, estudiaba por la tarde y así llegué a la Superior. En el Poli me alejé de cualquier organización; todo tipo que formaba una sociedad me parecía malo. Yo era un autómata del trabajo y de la escuela y fuera de ello nada me interesaba. Dejé de ir mucho tiempo a mi tierra y al regresar vi que las condiciones en que vivían y viven hasta la fecha mis familiares seguían siendo exactamente iguales y me entró mucha desesperación. Bueno, la desesperación me entró a los doce años cuando empecé a trabajar en la fábrica de oxígeno. El representante de los sindicatos blancos, de la CTM, llegaba nada más a cobrar y para todo decía: «Está bien, señores». Corría a todo el que pidiera cosas que le corresponden al obrero. Todo esto me hizo reflexionar y cuando vi que el Movimiento Estudiantil cobraba forma dije: «A esto sí me meto». Me sentía ya hecho y dije: «Ojalá y se logre algo». Yo no pensé que el Movimiento fuera político sino que iba más allá; en primer lugar todos eran jóvenes, todos tenían coraje y todos estaban dispuestos a jugársela… En segundo lugar, los conceptos eran distintos; se pedían cosas concretas, y yo no sentí que se estaba engañando a nadie… ¡Nunca sentí que me movía en un ambiente de mentira o de simulación como sucedía en la fábrica, en las relaciones entre la CTM y los obreros!
• Daniel Esparza Lepe, estudiante de la Escuela Superior de Ingeniería (
ESIME
), del
IPN
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Los camiones del
IPN
jugaron un papel muy importante en la lucha. Todos nos sentíamos más seguros, más confiados; eran al final de cuentas nuestros camiones. A nada se trató con tanto cuidado como a
nuestros
camiones. Además tenían un poder de atracción increíble; bastaba llegar en un camión guinda-blanco a una colonia para que automáticamente se reunieran a su alrededor centenares de gentes. Nosotros íbamos en ellos a las colonias obreras: San Bartolo Naucalpan, La Presa, Santa Clara, Netzahualcóyotl, etcétera; eran mítines muy bonitos. Cuando llegaba un camión del Poli y otro de la
UNAM
y se juntaban en el centro o en cualquier lugar de la ciudad para hacer un mitin, las gentes se subían a los camiones improvisados en tribuna y hablaban, criticaban al Movimiento, se solidarizaban con él, lo consideraban su propio movimiento, su propia lucha. Una vez llegamos en tres camiones del Poli para hacer un mitin en la Plaza Garibaldi. Teníamos un megáfono muy grande y lo llevábamos en la parte de arriba de uno de los camiones, en la parrilla o canastilla, creo que le llaman, y en cuanto entramos con los camiones y nos echamos un «güelum»,
los mariachis callaron
, subieron al camión-tribuna y hablaron de sus problemas, de su apoyo al Movimiento. Fue un mitin numeroso que duró más de una hora. En otro mitin, en la zona industrial Vallejo, cogieron una brigada de cerca de doscientos compañeros. Iban en camiones del Poli. Unos pudieron escapar pero a ciento veinte de ellos se los llevaron a la Procuraduría con todo y los camiones. Los muchachos salieron a los dos o tres días; fueron de las primeras detenciones que la policía hacía después del 26 de julio, pero los chavos salieron. Los que sí no salieron, los que no nos devolvieron fueron los camiones y vaya que lo sentimos.
• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
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El 23 de septiembre antes de que tomaran la vocacional los de la Montada estaba un camión de granaderos frente a la voca 7, y un compañero que acababa de salir de la cárcel se acercó con un bote recolector y con propaganda al camión. Como pensamos que le podían pegar, todos rodeamos el camión, pero se nos pusieron los ojos cuadrados cuando vimos que los granaderos estaban cooperando y recibían la propaganda. Nos acercamos a platicar con ellos y un compañero le hizo una entrevista a un cabo con un magnavoz de baterías para que todos oyeran y el granadero dijo que a ellos les daban treinta pesos por cada estudiante golpeado que llevaban a la cárcel. Dijo también que él tenía un hijo en la prepa 5; que estaba en contra de las decisiones de Cueto, Mendiolea y GDO; que él hacía lo que le mandaban porque necesitaba mantenerse, así como a su familia, y que si nosotros le dábamos trabajo y le pagábamos el mismo sueldo que ganaba como granadero él lo dejaría. También dijo que esas regalías que les tocaban por cada estudiante se debían a que hubo un intento de renuncia en masa y que para evitarlo les ofrecieron más lana. Luego otros granaderos le entraron a la plática y unos a otros se quitaban la palabra. Nos contaron que la policía puso una cuota especial por cada miembro del
CNH
que capturaran. Éstos son los granaderos del cuartel de Victoria, allí donde está la Sexta, entre Victoria y Revillagigedo… El granadero que habló era un hombre más bien maduro y no tenía cara de palo, como suelen tenerla todos.
• Antonio Careaga, vendedor de ropa.
En todos los países del mundo, la juventud es una etapa transitoria; un lapso que sólo abarca algunos años. Pero aquí se es joven y se es «estudiante» según el antojo y decreto personal de cada individuo. Los privilegios del estudiante no tienen fin. Por ejemplo Espiridión o Esperón o Espanten o Aspirina o como se llamara ese escolapio que se permitió encabezar el movimiento contra el doctor Chávez (que entre otras cosas es mi cardiólogo) llevaba quince años de estudiar en la
UNAM
y todavía no se recibía de fósil. ¿Es eso ser estudiante?
• Clemencia Zaldívar de Iglesias, madre de familia.
Yo detesto a los estudiantes porque detesté ser estudiante… Me salí de la Universidad porque no aprendía nada. Los maestros no iban, en el salón no cabía un alfiler, junto a mí, un cuate que dizque tomaba apuntes hacía tantas faltas de ortografía que me dieron ganas de pegarle. «¡Lárgate a parvulitos!, ¿qué diablos haces aquí?».
• Antonio Mereles Zamorano, ex estudiante de Medicina.
El ataque al Casco de Santo Tomás, el martes 24 de septiembre, no nos halló completamente desprevenidos, como a los universitarios, porque muchos días antes habíamos tomado precauciones. Almacenamos bombas molotov, resorteras, piedras, palos, cohetones, cohetes —realmente logramos juntar una buena cantidad de bombas molotov— y accionábamos los cohetones por medio de una especie de cerbatana, un carrizo o un tubo largo —haga de cuenta una pequeña bazuka. No hacían daño, no podían herir a nadie, pero sí estallaban muy fuerte en el aire; su estampido desconcertaba a los granaderos y los asustó durante varias horas. Así pudimos mantenerlos a raya, por lo menos hasta la llegada del ejército. El enfrentamiento con los granaderos se produjo a las seis de la tarde; a esa hora comenzamos y se prolongó hasta el anochecer cuando entró el ejército. Llegó la policía montada; trajeron armas de fuego y pronto se oyeron los disparos contra los edificios. Los edificios cercanos fueron bombardeados con gases lacrimógenos y de ellos salieron hombres, mujeres y niños que fueron aprehendidos. ¿Qué culpa tenían ellos? Lo que fue muy dramático y nos indignó a todos es que llevamos a nuestros heridos a la Escuela Superior de Medicina y poco después la ocuparon los granaderos. «¡La cosa está que arde!», gritó un muchacho al pasar junto a mí.
• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
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Los estudiantes no sirven para nada. Cuando el gobierno los reprime contestan con gritos y piedras. Siempre gritan pero nada más. Se necesitan armas.
• Cleofas Magdaleno Pantoja Segura, campesino de Míxquic.
Los estudiantes tienen razón, pero a nosotros nos perjudica que quemen camiones, porque luego tenemos que ir caminando al trabajo.
• Guillermo Puga Quiroz, obrero de la fábrica Ayotla Textil.
Quemar camiones siempre ha sido una tradición en las luchas estudiantiles. Es una manera de enfrentarse al gobierno, fregarlo.
• Ernesto Ramírez Rubio, estudiante de la
ESIME
, del
IPN
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Agarramos camiones porque es lo único que se tiene a mano… Además los camiones no son del pueblo, son de los permisionarios.
• Eduardo Razo Velázquez, de la Vocacional 9.
El 25 de septiembre, en que ya tenían la Vocacional 7 los de la Montada, llegó un campesino con ropa muy humilde que llevaba cuatro hondas y las empezó a repartir allí en Manuel González. Allí mismo les enseñó a varios compañeros a hacer más hondas y los entrenó; todos se pusieron a entrenar con las hondas. El mismo 25, en la tarde, se programó una manifestación que iba a salir de la glorieta de Peralvillo rumbo al Zócalo. Después de organizarla comenzamos a caminar y a los cien metros nos atacaron los granaderos. Entonces los que traían hondas y estaban retirados las usaron por primera vez. El de mejor puntería era el campesino. Vimos que entre cuatro granaderos tenían a una muchacha encima del techo de un carro. El campesino se dedicó a tirarles con la honda y les dio a los cuatro. A un muchacho de la prepa 3 le pegaron con una bomba lacrimógena en la quijada y se la quebraron. Cuando lo vimos nos lanzamos a luchar cuerpo a cuerpo contra los granaderos, porque éramos más, cinco contra uno, pero cuando estábamos luchando nos dimos cuenta que traían marrazos, y entonces retrocedimos y de las ventanas de un edificio los vecinos de Tlatelolco empezaron a aventar agua, sillas, trapos encendidos, desperdicios, lo que fuera. Corrimos hasta la Vocacional 7 y como allí estaban posesionados los de la Montada tuvimos que refugiarnos en el puente que está a un lado de la Vocacional 7.
• Fernando Obregón Elizondo, estudiante de la
ESIQIE
del
IPN
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Yo no recibí educación en ninguna escuela porque mis padres no pudieron dármela, pero si la educación que imparten ahora es la de los estudiantes, entonces prefiero no haber ido a la escuela. Nunca he oído a gente más irrespetuosa, más grosera y más mal hablada.
• José Álvarez Castañeda, pesero en el trayecto Diana Zócalo.
Ahora estudiar es sinónimo de echar relajo.
• Trini, costurera.
Yo siempre les doy en los «altos» cuando me piden. Me gusta ver sus caritas jóvenes en la ventanilla de mi coche. Les doy un peso, tres pesos, el suelto que tenga a mano… Por lo menos los estudiantes son más guapos, más expresivos que los colocadores.
• Marta Zamudio, cultora de belleza.
Una noche que estábamos de guardia en la Vocacional 7 oímos los enfrenones de unos carros y salimos a asomarnos. Eran cinco carros. Bajaron muchachos como de diecinueve o veinte años con ametralladoras que dispararon contra toda la fachada de la escuela, el auditorio, las ventanas de los salones… Se supone que estos cuates eran del
MURO
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• Mario Méndez López, estudiante de la
ESIME
del
IPN
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La buena vida, chavo…
• Salvador Martínez de la Roca,
Pino
, del Comité de Lucha de la Facultad de Ciencias de la
UNAM
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En un mitin en Atzcapotzalco un policía subió a hablar; dijo que él era un hombre con dignidad, se quitó el uniforme y lo pisoteó. Luego nos pidió dinero para irse a su tierra. Estaba llorando de coraje.
• Julián Acevedo Maldonado, estudiante de la Facultad de Derecho de la
UNAM
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