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Authors: Albert Hofmann

Tags: #Ciencia, Ensayo, Filosofía

La historial del LSD (11 page)

BOOK: La historial del LSD
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Un alegre cántico del ser

Los apuntes siguientes, de un agente de publicidad de 25 años de edad, pertenecen al libro n.° 627 de la Editorial Ullstein, «LSD - Die Wunderdroge» («LSD - La Droga Maravillosa») de John Cashman. La hemos incluido en la presente selección de informes sobre el LSD, porque la secuencia de máxima felicidad después de visiones de terror, que se expresa en la vivencia de muerte y resurrección aquí descrita, es típica del desarrollo de muchos experimentos con LSD.

Mi primera experiencia con LSD se desarrolló en la casa de un amigo que me sirvió de guía. El ambiente me resultaba familiar, la atmósfera era cómoda y relajada. Tomé dos ampollas de LSD (200 microgramos), mezcladas con medio vaso de agua pura. El efecto de la droga duró casi once horas, a partir del sábado a las 20 hs. hasta poco antes de las 7 hs. de la mañana siguiente. Desde luego, no tengo posibilidades de comparación… pero estoy convencido de que ningún santo ha tenido visiones más sublimes o hermosas ni vivido un estado más dichoso de trascendencia que yo. Mi talento para comunicarles estas maravillas a otros es muy reducido; soy incapaz de hacerlo. Tendrá que bastar un bosquejo casero, mientras que en realidad haría falta la rica paleta de un gran pintor. Debo disculparme por el intento de expresar con débiles palabras la experiencia más impresionante de mi vida. Mi aire de superioridad al ver la falta de recursos de otros para explicarme sus propias visiones celestiales se ha convertido en la sonrisa sabia del conspirador —las experiencias comunes no necesitan palabras.

Mi primer pensamiento después de haber bebido el LSD fue que la droga no tiene ningún efecto. Me habían asegurado que unos treinta minutos después se presentarían los primeros síntomas: una comezón en la piel. No sentí comezón alguna. Formulé una observación al respecto, pero me contestaron que aguardara tranquilo el curso de los acontecimientos. Como no tenía nada mejor que hacer, miré fijamente el dial iluminado de la radio y meneé la cabeza al compás de una canción de moda que desconocía. Creo que pasaron unos minutos antes de que notara que la luz del dial variaba sus colores como un calidoscopio. Veía colores rojos y amarillos claros que acompañaban a los tonos agudos, y púrpura y violeta con los tonos graves. Me reí. No tenía idea de cuándo había comenzado el juego de colores. Sólo sabía que ahora era un acontecimiento. Cerré los ojos, pero los tonos de colores no desaparecieron. Estaba dominado por el extraordinario poder lumínico de los colores. Quería hablar, explicar lo que veía, describir los colores vibrantes, brillantes. Pero luego eso no me parecía tan importante. Mientras lo observaba, unos colores radiantes inundaban el cuarto y se disponían en capas horizontales al ritmo de la música. De pronto fui consciente de que los colores eran la música, pero este descubrimiento no pareció sorprenderme. Quise hablar de la música de colores, pero no pude proferir palabra alguna, sino sólo un balbuceo monosilábico, mientras que atravesaban mi conciencia con la velocidad de la luz unas impresiones polisilábicas. Entraron en movimiento las dimensiones del cuarto, se modificaban continuamente, se desplazaron primero formando un rombo tembloroso, luego se dilataron en un óvalo, como si alguien inflara la habitación con aire hasta que las paredes amenazaran con estallar. Me costaba concentrarme en los objetos. Se derretían en una nada turbia o salían volando al espacio; hacían excursiones en cámara lenta que me interesaban sobremanera. Quería mirar el reloj, pero las manecillas huían de mi mirada. Quería preguntar la hora, pero no lo hice. Estaba demasiado fascinado con lo que veía y oía: sonidos alegres y armónicos… caras únicas.

Estaba fascinado. No tengo idea de cuánto duró este éxtasis. Sólo sé que lo siguiente fue el huevo.

El huevo —grande, palpitante, verde brillante— ya estaba allí antes de que lo descubriera.
Sentí
que estaba. Estaba suspendido en medio del cuarto. Yo estaba embelesado con su tremenda belleza, pero temía que pudiera caerse al suelo y romperse. Pero antes que pudiera completar este pensamiento el huevo se disolvió y descubrió una gran flor colorida. Jamás había visto una flor así. Pétalos de increíble delicadeza se abrían en el espacio y esparcían los colores más hermosos en todas las direcciones. Sentía los colores y los oía cuando acariciaban mi cuerpo, frescos y tibios, sonantes y aflautados.

El primer sentimiento de miedo sobrevino después, cuando el centro de la flor fue comiéndose lentamente los pétalos. Era negro y brillante y parecía estar formado por las espaldas de innumerables hormigas. Se comía los pétalos con una lentitud torturadora. Quise gritar que lo dejara o se apresurara. Me daba pena ver extinguirse lentamente estos hermosos pétalos, como si los devorara una enfermedad insidiosa. Luego, en una iluminación repentina, reconocí con espanto que esta cosa negra estaba deglutiéndome a mí. ¡Yo era la flor, y éste algo extraño y reptante estaba devorándome! Grité o chillé; no lo recuerdo exactamente. La angustia y el asco desplazaron todo lo demás. Oí que mi guía decía: «Tranquilo, acompáñame, no te apoyes, acompáñame». Intenté seguir su consejo, pero esta asquerosa cosa negra me causaba tal repugnancia que grité: «¡No puedo! ¡Por Dios, ayúdame!». La voz me calmó y consoló: «Déjalo llegar. Todo está bien. No tengas miedo. Acompáñame y no te resistas».

Sentí que me disolvía en esta horrible aparición. Mi cuerpo se derretía en olas, se unía con el núcleo de este algo negro, y mi espíritu era liberado del yo, de la vida e incluso de la muerte. En un único momento de claridad total reconocí que era inmortal. Pregunté: «¿Estoy muerto?». Pero esta pregunta no tenía sentido. De pronto hubo luz radiante y la belleza resplandeciente de la unidad. Todo estaba lleno de esta luz, luz blanca de una claridad indescriptible. Yo estaba muerto, y había nacido, y todo era un encanto puro y sagrado. Mis pulmones estallaban en el alegre cántico del ser. Era unidad y vida, y el amor sagrado que llenaba mi ser era ilimitado. Mi conciencia era aguda y universal. Vi a Dios y al diablo y a todos los santos, y reconocí la verdad. Sentí que salía volando al cosmos, ingrávido y sin ataduras, liberado, para bañarme en el resplandor bienaventurado de las apariciones celestiales.

Quería dar gritos de júbilo, cantar acerca de la nueva vida y el sentimiento y la forma. Sabía y entendía todo lo que puede saberse y entenderse. Era inmortal, más sabio que la sabiduría y capaz del amor que supera a todo amor. Cada uno de los átomos de mi cuerpo y de mi alma había visto y sentido a Dios. El mundo era calidez y bondad. No había tiempo ni lugar ni yo. Sólo existía la armonía cósmica. Todo estaba en la luz blanca. Con cada fibra de mi ser sabía que esto era así.

Incorporé esta iluminación dentro de mí y me entregué a ella por completo. Cuando comenzó a empalidecer me sentí impelido a retenerla, y me resistí obstinado a la invasión de la realidad de espacio y tiempo. Para mí las realidades de nuestra limitada existencia ya no eran válidas. Había visto las verdades últimas, y no podrían subsistir otras frente a ellas. Mientras me retornaban lentamente al reino despótico de los relojes, agendas y pequeñas maldades, intenté informar sobre mi viaje, mi iluminación, el susto, la belleza, todo. Debo de haber balbuceado como un demente. Mis pensamientos se arremolinaban con una velocidad impresionante, y mis palabras no lograban guardar el paso. Mi guía sonrió y dijo que había comprendido.

La selección anterior de informes sobre «viajes al cosmos del alma», por variadas que sean las experiencias que abarca, no permite dar una imagen completa de toda la amplia gama de reacciones ante el LSD, y que incluye desde sublimes experiencias espirituales, religiosas y místicas hasta graves perturbaciones psicosomáticas. Así se han descrito casos de sesiones con LSD, en las que la estimulación de la fantasía y de la experiencia visionaria, tal como se expresa en los protocolos e informes sobre el LSD aquí presentados, quedó totalmente ausente y la persona en ensayo se encontró todo el tiempo en un estado de horrible malestar físico y psíquico, o tuvo incluso la sensación de estar gravemente enferma.

También son contradictorios los informes sobre la influencia que el LSD ejerce sobre la vivencia sexual. Dado que el estímulo de todas las percepciones sensoriales es un rasgo esencial de los efectos del LSD, la embriaguez de los sentidos del acto sexual puede sufrir una intensificación insospechada. Pero también se han descrito casos en los que el LSD no condujo al esperado paraíso erótico, sino a un purgatorio o incluso al infierno de una terrible extinción de toda sensación y al vacío mortal.

Sólo en el LSD y los alucinógenos emparentados con él se encuentra tal variedad y contraste en las reacciones frente a una droga. La explicación de este hecho se encuentra en la complejidad y variabilidad de la estructura profunda anímico-espiritual del hombre, en la que el LSD logra penetrar y llevarla en la experiencia a la imagen.

9
Los parientes mejicanos del LSD

Hacia fines de 1956 una noticia de un diario me despertó un especial interés. Unos investigadores norteamericanos habían encontrado entre los indios del sur de Méjico unas setas que se comen durante ceremonias religiosas y generan un estado de embriaguez acompañado de alucinaciones.

La seta sagrada
teonanacatl

No se conocía entonces ninguna otra droga que provocara alucinaciones, como el LSD, salvo el cactus de la mescalina, que también existía en Méjico. Por eso me habría gustado contactarme con estos investigadores, para llegar a conocer esas setas en mayor detalle. Pero en aquel breve artículo periodístico faltaban nombres y direcciones, de modo que me fue imposible obtener más información. De todos modos seguí pensando en las setas misteriosas, cuya investigación química hubiera sido una tarea seductora.

Estaba de por medio el LSD, como se comprobó luego, cuando al año siguiente estas setas hallaron el camino a mi laboratorio sin que yo interviniera.

Por mediación del Dr. J. Durant, el entonces director de la filial de Sandoz en París, llegó a la dirección de investigaciones farmacológicas de Basilea, la pregunta del profesor Bleim, director del
Laboratoire de Cryptogamie del Museum National d’Histoire Naturelle
de París, de si teníamos interés en llevar a cabo el estudio químico de las setas alucinógenas mejicanas. Con gran alegría me declaré dispuesto a emprender esta tarea en mi sección, es decir, en los laboratorios de investigación de sustancias naturales. Así quedaba establecida la conexión con los emocionantes estudios de las setas mágicas mejicanas, cuyos aspectos etnomicológicos y botánicos se habían ya examinado científicamente en su mayor parte.

La existencia de estas setas mágicas constituyó durante mucho tiempo un enigma. La historia de su redescubrimiento se describe en
Mushrooms, Russia and History
[10]
(Pantheon Books, Nueva York, 1957), la obra clásica de la etnomicología en dos volúmenes muy bien presentados. Es una versión de primera mano, pues sus autores, el matrimonio de investigadores Valentina Pavlovna y R. Gordon Wasson tuvieron una participación decisiva en este redescubrimiento. La siguiente exposición de la historia de estas setas está extraída de la publicación de los Wasson.

Los primeros testimonios escritos sobre el empleo de setas embriagadoras en ocasiones festivas o en el marco de ceremonias religiosas y prácticas de curaciones mágicas se encuentra ya entre los cronistas y naturalistas españoles del siglo XVI, que llegaron al país poco después que Hernán Cortés conquistara Méjico. El testimonio más importante es el del franciscano Bernardino de Sahagún, quien, en su famosa
Historia General de las Cosas de Nueva España
, escrita entre 1529 y 1590, cita repetidas veces las setas mágicas y describe sus efectos y su empleo. Así describe, por ejemplo, cómo unos comerciantes celebraron la vuelta de un exitoso viaje de negocios con una fiesta de setas.

En la reunión festiva, mientras tocaban las flautas, comían setas. No ingerían otra comida; durante toda la noche sólo bebían chocolate. Comían las setas con miel. Cuando las setas comenzaron a dar efecto, se bailó y lloró… Unos veían en sus visiones, cómo morían en la guerra… otros, cómo los devoraban las fieras feroces… los terceros, que se enriquecían y podían comprarse esclavos… los cuartos, cómo cometían adulterios y luego eran lapidados y les rompían el cráneo… los quintos, cómo se ahogaban en el agua… los sextos, cómo encontraban la paz en la muerte… otros más allá, cómo se caían del tejado y morían… Todas estas cosas veían. Cuando disminuyó el efecto de las setas se reunieron y se narraron unos a otros lo que habían visto en sus visiones.

En un escrito de la misma época un dominico, fray Diego Duran, relata que en las grandes fiestas de la subida al trono de Montezuma II, el famoso emperador azteca, en 1502, se consumieron setas embriagadoras.

Un pasaje de una crónica de don Jacinto de la Serna, del siglo XVII, señala la utilización de estas setas en el marco religioso:

Y lo que sucedió fue que llegó al pueblo un indio de Tenango, llamado Juan Chichitón… Traía setas que había juntado en las montañas; con ellas realizó un culto a los ídolos… En una casa, en la que se habían reunido para celebrar a un santo, toda la noche se tocó el teponastli (instrumento musical azteca) y se cantó… Después de medianoche, Juan Chichitón, que oficiaba de sacerdote en este ritual, les dio de comer setas a todos los presentes a modo de comunión, y bebieron pulque… de modo que todos perdieron la razón, que era una vergüenza.

En náhuatl, el idioma de los aztecas, estas setas se llamaban «teo-nanacatl», lo cual puede traducirse como «seta divina».

Hay indicios de que el uso ritual de estas setas comienza en lejanos tiempos pre-colombinos. En Guatemala, El Salvador y las linderas regiones montañosas de Méjico se han encontrado las llamadas piedras de setas. Trátase de esculturas de piedra con forma de hongo con sombrerete, en cuyo tallo está esculpido el rostro o la figura de un Dios o un demonio animal. La mayoría tiene una altura de unos treinta centímetros. Los arqueólogos fechan los ejemplares más antiguos en el siglo V a. C. Una de estas piedras, del período maya clásico temprano (300 a.C. - 600 d.C.) se conserva en el Museo Rietberg de Zurich.

Si la idea de R. G. Wasson es cierta —y hay para ello argumentos convincentes—, de que hay una conexión entre estas piedras de setas y el
teonanacatl
, esto implica que el culto de las setas, el empleo mágico-medicinal y religioso-ceremonial de las setas mágicas tiene más de dos mil años de antigüedad.

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