La gaviota

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Authors: Antón Chéjov

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

BOOK: La gaviota
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En
La gaviota
se juntan la grandeza del drama, con la arrebatadora particularidad de los personajes, especialmente el de Irina Nicolaievna Arkádina, la actriz. Es soberbia, egoísta, actriz dentro y fuera del teatro, dominadora y apasionada de sí misma. Desde que se levanta el telón, el público queda prendido en el vuelo de la hermosa gaviota y meciéndose en el diálogo se deja conducir por un mar fascinante de palabras, que en ocasiones es terrible y muchas veces resulta cómico. Antón Chéjov rompió con esta obra los moldes que habían petrificado al teatro en el siglo XIX y metió la vida y la literatura misma.

Es fantástico ver volar a
La gaviota
en un escenario, pero también es hermoso leer
La gaviota
muy despacio, saboreando sus palabras, siguiendo la estela de su misterioso vuelo.

Antón Chéjov

La Gaviota

ePUB v1.0

Oxobuco
29.01.13

Título original: Чайка
Chayka

Antón Chéjov, 1896.

Traducción: E. Podgursky

Diseño/retoque portada: Oxobuco

Editor original: Oxobuco (v1.0)

ePub base v2.1

Cuando Antón Chéjov comienza a escribir
La Gaviota
, el 21 de abril de 1895, anuncia el hecho a su amigo Suvorin y le comenta: «Escribo, no sin placer, a pesar de tomar tremendamente en serio las exigencias de la escena. Es una comedia…». En agosto de 1896 la da por terminada. El 6 de octubre, el Teatro Alexandriski de Petersburgo la representa en beneficio de una actriz cómica cuyo público, muy vulgar, llena la sala. Pero los espectadores, furiosos al no encontrar en la obra lo que esperaban, dan la espalda a la escena, hablan fuerte, gritan, se ríen y silban estrepitosamente. El pánico y la desesperación invaden a los actores.

Al alba, Chéjov, profundamente herido por este fracaso, toma el tren hacia Moscú. «Nunca más escribiré ni haré representar obras de teatro», anuncia al partir.

En 1898, Stanislavski y Nemirovich-Dantchenko fundan en Moscú el Teatro Arte. Chéjov, radicado en Yalta, Crimea, y ya muy afectado por la tuberculosis, rechaza durante mucho tiempo que
La Gaviota
sea representada por la nueva compañía. «La consideraba como su hijo enfermo a pesar de que la había comenzado como su hijo preferido», escribe Stanislavski.

Nemirovitch-Dantchenko obtiene por fin el consentimiento del autor y
La Gaviota
se representa, con un éxito enorme, el 17 de diciembre en Moscú.

Desde ese momento, el emblema del Teatro del Arte será una gaviota en vuelo.

PERSONAJES

I
RINA
N
IKOLAIEVNA
A
RKÁDINA
, viuda de Trepliov, actriz.

K
ONSTANTÍN
G
AVRÍLOVICH
T
REPLIOV
, su hijo, joven.

P
IOTR
N
IKOLAIEVICH
S
ORIN
, hermano de Irina.

N
INA
M
IJAILOVNA
Z
ARIECHNAIA
, joven hija de un rico terrateniente.

I
LYA
A
FANASIEVICH
S
HAMRÁIEV
, teniente retirado, administrador de Sorin.

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
, su mujer.

M
ASHA
, su hija.

B
ORIS
A
LEXEIEVICH
T
RIGORIN
, literato.

E
VGUENI
S
ERGUEIEVICH
D
ORN
, médico.

S
EMIÓN
S
EMIONOVICH
M
EDVEDENKO
, maestro de escuela.

Y
ÁKOV
, mozo.

Un C
OCINERO
.

Una D
ONCELLA
.

La acción se desarrolla en la finca de Sorin. Entre los actos tercero y cuarto transcurren dos años.

ACTO PRIMERO

Rincón del parque en la finca de Sorin. Una amplia avenida que, partiendo del espectador, se hunde en el parque, lleva a un lago; en el paseo hay un tablado provisional levantado para una representación en familia; cierra por completo la vista del lago. A derecha e izquierda del tablado, arbustos. Algunas sillas, una mesita. Acaba de ponerse el sol. En el tablado, tras el telón, Yákov y otros trabajadores; se oyen toses y golpes. Masha y Medvedenko aparecen por la izquierda; regresan de un paseo.

M
EDVEDENKO
.— ¿Por qué va usted siempre vestida de negro?

M
ASHA
.— Es luto que llevo por mi vida. Soy desgraciada.

M
EDVEDENKO
.— ¿Por qué?
(Reflexionando.)
No lo comprendo… Usted goza de buena salud; su padre, sin ser rico, tiene una posición acomodada. Mi vida es mucho más dura que la suya. No gano más que veintitrés rublos al mes, de los que aún se me descuenta una parte para la jubilación, y a pesar de todo no llevo luto.
(Se sientan.)

M
ASHA
.— No es cuestión de dinero. Se puede ser pobre y feliz.

M
EDVEDENKO
.— En teoría, sí, pero en la práctica vea usted lo que resulta. Somos cinco: mi padre, dos hermanas, un hermanito y yo, y el sueldo es de veintitrés rublos. Hay que comer y beber, ¿no es cierto? También hay que comprar té y azúcar, ¿verdad? ¿Y tabaco? Pues arréglate como puedas.

M
ASHA
.—
(Mirando hacia el tablado.)
Pronto empezará el espectáculo.

M
EDVEDENKO
.— Sí. Actuará Zariéchnaia y la obra es de Konstantín Gavrilovich. Están enamorados el uno del otro y hoy sus almas se fundirán en un vehemente deseo de crear una misma imagen artística. En cambio, entre mi alma y la de usted no hay puntos comunes de contacto. La amo, la angustia no me deja permanecer en casa; cada día hago seis verstas a pie para venir a verla, otras tantas de vuelta, y no encuentro más que indiferencia por parte suya. Es comprensible. No dispongo de recursos, mi familia es numerosa… ¿Quién va a casarse con un hombre que ni siquiera tiene de qué comer?

M
ASHA
.— Tonterías.
(Aspira rapé.)
Su amor me conmueve, pero no puedo responder con recíproco sentimiento, eso es todo.
(Le ofrece la tabaquera.)
Sírvase.

M
EDVEDENKO
.— No me apetece.
(Pausa.)

M
ASHA
.— El aire es sofocante, es probable que esta noche haya tempestad. Usted siempre está filosofando o hablando de dinero. Para usted no hay desgracia mayor que la de ser pobre; en cambio, para mí es mil veces preferible ir harapiento y pedir limosna que… De todos modos, esto usted no puede comprenderlo…

(Entran por la derecha Sorin y Trepliov.)

S
ORIN
.—
(Apoyándose en un bastón.)
Hermano, el campo no me convence y, como es natural, nunca me acostumbraré a vivir aquí. Ayer me acosté a las diez y hoy me he despertado a las nueve con la sensación de que, por el mucho dormir, el cerebro se me había pegado al cráneo, eso es.
(Se ríe.)
Después de comer, he vuelto a dormirme, sin querer, y ahora me siento molido, tengo una pesadilla, al fin y al cabo…

T
REPLIOV
.— Tienes razón, necesitas vivir en la ciudad.
(Al ver a Masha y a Medvedenko.)
Señores, cuando empiece el espectáculo, les llamaremos ahora no se puede estar aquí. Tengan la bondad de retirarse.

S
ORIN
.—
(A Masha.)
María Ilínichna, haga el favor de rogar a su papá que mande desatar el perro; si no el animal no dejará de ladrar. Mi hermana no ha podido pegar el ojo en toda la noche.

M
ASHA
.— Hable con mi padre usted mismo, yo no lo haré. Con su permiso, señores.
(A Medvedenko.)
¡Vámonos!

M
EDVEDENKO
.—
(A Trepliov.)
Cuando vayan a empezar, mande usted aviso.
(Salen los dos.)

S
ORIN
.— Total, que el perro volverá a ladrar toda la noche. ¡Vaya historia! En el campo nunca he vivido a gusto. Antes me tomaba a veces veintiocho días de permiso y me venía aquí para descansar a placer, pero éste es un sitio donde tan pronto llegas te asan con estupideces, así que ya el primer día te entran ganas de marcharte.
(Se ríe.)
Siempre me he marchado de aquí encantado de irme… Pero ahora ya estoy retirado, no tengo adónde ir, ésta es la cuestión. Me guste o no, aquí he de quedarme.

Y
ÁKOV
.—
(A Trepliov.)
Konstantín Gavrílovich, nos vamos a bañar…

T
REPLIOV
.— Está bien, pero dentro de diez minutos os quiero de vuelta.
(Mira el reloj.)
Pronto vamos a empezar.

Y
ÁKOV
.— Entendido.
(Sale.)

T
REPLIOV
.—
(Dirigiendo la mirada al tablado.)
Aquí tienes un teatro. El telón, luego el primer bastidor, luego el segundo y, después, espacio libre. Ninguna decoración. La vista se abre directamente sobre el lago y el horizonte. Levantaremos el telón a las ocho y media en punto, cuando salga la luna.

S
ORIN
.— Magnífico.

T
REPLIOV
.— Si Zariéchnaia llega tarde, se perderá todo el efecto, naturalmente. Ya debería estar aquí. Su padre y su madrastra la vigilan. A ella le es tan difícil salir de su casa como salir de la cárcel.
(Ajusta la corbata de su tío.)
Llevas la cabeza y la barba sin arreglar. Me parece que deberías cortarte el pelo…

S
ORIN
.—
(Peinándose la barba.)
Es la tragedia de mi vida… También cuando era joven parecía un borracho, eso es. Las mujeres nunca me han querido.
(Sentándose.)
¿Por qué estará de mal humor mi hermana?

T
REPLIOV
.— ¿Por qué? Se aburre.
(Sentándose al lado de Sorin.)
Tiene envidia. Está contra mí, contra el espectáculo y contra mi obra, porque no es ella la que actúa, sino Zariéchnaia. Aún no conoce mi obra, pero ya la odia.

S
ORIN
.—
(Se ríe.)
Invenciones tuyas, la verdad…

T
REPLIOV
.— Le duele que en una escena tan pequeña como ésta sea Zariéchnaia y no ella la que coseche los aplausos.
(Mira el reloj.)
Es todo un caso psicológico mi madre. Tiene talento, no hay duda; es inteligente, es capaz de conmoverse y llorar leyendo un libro, puede recitarte de memoria a Nekrásov de cabo a rabo; asiste a los enfermos como un ángel; ¡pero que no se te ocurra, en presencia suya, decir unas palabras de alabanza para la Duse! ¡Avisado estás! Hay que alabarla sólo a ella, hay que escribir sólo acerca de ella, hay que gritar de entusiasmo por su extraordinaria interpretación de
La Dame aux camélias
o de
Los efluvios de la vida
; pero como aquí, en el campo, este opio falta, ella se aburre y se irrita, todos somos enemigos suyos, todos somos culpables. Además, es supersticiosa, tiene miedo a tres velas encendidas y al número trece. Es avara. En un Banco de Odesa guarda setenta mil rublos, me consta. Pero si le pides que te preste algo se te pone a llorar.

S
ORIN
.— Se te ha metido en la cabeza que tu obra no gustará a tu madre y ya te inquietas, eso es. Tranquilízate, tu madre te adora.

T
REPLIOV
.—
(Deshojando una flor.)
Me quiere, no me quiere. Me quiere, no me quiere. Me quiere, no me quiere. Me quiere, no me quiere.
(Se ríe.)
¿Ves? Mi madre no me quiere. ¡A ver! Ella desea vivir, amar, ponerse blusas claras, y yo he cumplido ya veinticinco años, le estoy recordando constantemente que ya no es joven. Cuando yo no estoy, ella tiene sólo treinta y dos años; cuando estoy, tiene cuarenta y tres: por esto me odia. Además, sabe que yo no acepto el teatro. A ella el teatro le gusta; le parece que, con el teatro, presta un servicio a la humanidad, al sagrado arte; en cambio, yo creo que el teatro contemporáneo no es más que rutina y prejuicios. Cuando se levanta el telón y a la luz crepuscular, en una estancia de tres paredes, esos grandes talentos, sacerdotes del sagrado arte, representan de qué modo las personas comen, beben, aman, caminan y llevan sus chaquetas; cuando de unas escenas y frases triviales intentan sacar lecciones de moral, de una moral canija, sin complicaciones, útil para la vida doméstica; cuando, en mil variantes me sirven siempre la misma cosa, la misma cosa, la misma cosa, huyo y huyo, como Maupassant huía de la torre Eiffel, cuya vulgaridad le aplastaba el cerebro.

S
ORIN
.— No se puede prescindir del teatro.

T
REPLIOV
.— Hacen falta nuevas formas. Nuevas formas hacen falta, y si no se encuentran, mejor es nada.
(Mira el reloj.)
Amo a mi madre, la quiero mucho; pero ella lleva una vida absurda, siempre va de un lado a otro con ese literato, constantemente su nombre figura en los periódicos, y esto me cansa. A veces habla en mí el egoísmo de un simple mortal, nada más; a veces siento que mi madre sea una actriz conocida, y me parece que si fuera una mujer como tantas otras, yo sería más feliz. Dígame, tío, si puede haber una situación más desesperada y absurda. A veces recibe en casa visitas: son todas personas célebres, artistas y escritores; entre ellos, el único que no es nada soy yo; y me toleran por ser su hijo. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo? He abandonado la Universidad en el tercer curso por circunstancias, como suele decirse, ajenas a la redacción; soy un hombre sin talento y sin un ochavo, un simple vecino de Kiev, según reza mi pasaporte. Es que mi padre era de Kiev, aunque también era un actor de nota. Bueno, pues cuando, a veces, en el salón de mi madre, todos esos artistas y escritores me conceden su benevolente atención, me parece que con su mirada miden mi insignificancia; yo adivino sus pensamientos y sufro de humillación.

S
ORIN
.— A propósito, a ver si me dices qué clase de hombre es ese literato. No hay modo de comprenderle. Siempre está callado.

T
REPLIOV
.— Es un hombre inteligente, sencillo, un poco melancólico, ¿sabes? Es muy formal. Aún le falta bastante para llegar a los cuarenta años y ya es famoso y nada en la abundancia… En cuanto a lo que escribe… ¿qué puedo decirte? Es agradable, tiene chispa… Pero… después de Tolstói o de Zola no apetece leer a Trigorin.

S
ORIN
.— Pues a mí los literatos me son simpáticos. En mis tiempos, dos cosas quería yo con pasión: casarme y hacerme escritor, pero no conseguí ninguna de las dos. Sí. Al fin y al cabo, hasta ser un escritor de pocos vuelos resulta agradable.

T
REPLIOV
.—
(Se pone a escuchar.)
Oigo pasos…
(Abraza a su tío.)
No puedo vivir sin ella. Hasta el ruido de sus pisadas es encantador… Estoy loco de felicidad.
(Se dirige rápidamente al encuentro de Nina Zariéchnaia, que entra.)
Mi hada, sueño de mi vida…

N
INA
.—
(Emocionada.)
No he llegado tarde… Naturalmente, no he llegado tarde…

T
REPLIOV
.—
(Besándole las manos.)
No, no, no…

N
INA
.— He estado inquieta todo el día, ¡tenía tanto miedo! Temía que mi padre no me dejase salir… Pero hace poco que se ha ido con mi madrastra. El cielo está rojo, ya empieza a salir la luna, y yo he arreado el caballo, ¡cómo lo he arreado!
(Se ríe.)
Pero estoy contenta.
(Estrecha con fuerza la mano de Sorin.)

S
ORIN
.—
(Se ríe.)
Estos ojitos, al parecer, han llorado… ¡Ay, ay! ¡Eso no está bien!

N
INA
.— Sí, es cierto… Ya ve cómo me cuesta respirar. Dentro de media hora me iré, hay que darse prisa. Por Dios, no me retengan, no puedo, no puedo. Mi padre no sabe que estoy aquí.

T
REPLIOV
.— En verdad, ya es hora de empezar, hay que llamar a todo el mundo.

S
ORIN
.— Iré yo, eso es. Ahora mismo.
(Se dirige hacia la derecha y canta.)
«A Francia van dos granaderos…»
(Mira a su alrededor.)
Una vez me puse a cantar de este modo y un fiscal delegado me dijo: «Tiene una voz muy potente, Excelencia»… Luego reflexionó un poco y añadió: «Pero… desagradable».
(Se ríe y sale.)

N
INA
.— Mi padre y su mujer no me dejan venir aquí. Dicen que esto es la bohemia… tienen miedo de que me haga actriz… Y yo siento atracción por este lugar, por este lago, como una gaviota… Usted llena todo mi corazón.
(Mira en torno.)

T
REPLIOV
.— Estamos solos.

N
INA
.— Me parece que hay alguien allí…

T
REPLIOV
.— No hay nadie.
(Se besan.)

N
INA
.— ¿Qué árbol es éste?

T
REPLIOV
.— Un olmo.

N
INA
.— ¿Por qué es tan oscuro?

T
REPLIOV
.— Porque ya anochece y todos los objetos se vuelven oscuros. No se vaya tan pronto, se lo suplico.

N
INA
.— Imposible.

T
REPLIOV
.— ¿Y si voy yo a su casa, Nina? Me pasaré toda la noche en el jardín contemplando su ventana.

N
INA
.— Imposible, le vería el guarda. Tesoro aún no está acostumbrado a usted y ladraría.

T
REPLIOV
.— La amo, Nina.

N
INA
.— Chist…

T
REPLIOV
.—
(Oyendo pasos.)
¿Quién hay? ¿Es usted, Yakov?

Y
ÁKOV
.—
(Detrás del tablado.)
El mismo.

T
REPLIOV
.— Que cada uno se ponga en su sitio. Ya es hora. Sale la luna.

Y
ÁKOV
.— Así es.

T
REPLIOV
.— ¿Hay alcohol? ¿Y azufre? Cuando aparezcan los ojos rojos tiene que oler a azufre.
(A Nina.)
Vaya usted, ya está todo a punto. ¿Está nerviosa?…

N
INA
.— Sí, mucho. Que esté su mamá, pase; a su mamá no le tengo miedo, pero está Trigorin… Actuar ante é1 me asusta, me da vergüenza… Es un escritor célebre… ¿Es joven?

T
REPLIOV
.— Sí.

N
INA
.— ¡Qué maravillosos sus relatos!

T
REPLIOV
.—
(Fríamente.)
No sé, no los he leído.

N
INA
.— La obra que ha escrito usted es difícil de representar. No tiene personajes vivos.

T
REPLIOV
.— ¡Personajes vivos! No hay que representar la vida como es ni como debería ser, sino como aparece en sueños.

N
INA
.— En su obra hay poca acción, todo son párrafos largos. Además, yo creo que en una obra de teatro ha de figurar el amor…
(Desaparecen los dos por detrás del tablado.)

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