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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (2 page)

BOOK: La formación de Inglaterra
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El bronce es una mezcla de dos metales: cobre y estaño. Ninguno de ellos es muy común, pero las naciones civilizadas que bordeaban el Mediterráneo Oriental tenían buenas fuentes de cobre. La isla de Chipre, en la región nororiental del mar Mediterráneo, era una de ellas, y se supone que el mismo nombre «cobre» deriva del nombre de esa isla.

Con el estaño la situación era diferente. No sólo es en general raro, sino que sólo en muy pocas partes del globo se lo encuentra en concentraciones suficientes para una extracción provechosa. Las pequeñas cantidades que había en el Mediterráneo Oriental pronto desaparecieron y fue necesario buscar nuevas minas muy lejos. (En tiempos modernos, las minas más importantes están en el sudeste de Asia y en el centro de América del Sur, que eran inalcanzables para las primeras civilizaciones del Mediterráneo.)

A la cabeza de la búsqueda de nuevas minas estaban los fenicios, un pueblo que habitaba en las costas orientales del Mediterráneo (los «cananeos» de la Biblia). Eran los más osados navegantes del mundo cuando el Imperio Egipcio estaba en su apogeo y cuando los griegos, aún bárbaros, combatían bajo las murallas de Troya.

Los fenicios recorrieron el Mediterráneo de un extremo al otro. E hicieron más aún; atravesaron lo que hoy llamamos el Estrecho de Gibraltar y se aventuraron por el mismo océano Atlántico; fue el primer pueblo civilizado que lo hizo.

En algún lugar del Atlántico, hallaron minas de estaño en islas que llamaron (según el historiador griego Heródoto) las «Casitérides». Puesto que la palabra griega para designar el estaño es «kassiteros», podemos llamarlas las «Islas del Estaño».

Se admite generalmente que las Islas del Estaño eran las que hoy llamamos Islas Scilly. Son un grupo de unas 140 pequeñas islas (de sólo unos quince kilómetros cuadrados de superficie en total) que se extienden a cincuenta y seis kilómetros al oeste del extremo sudoccidental de Gran Bretaña. El pueblo del vaso campaniforme vivió allí, sin duda, y todavía pueden verse en ellas restos de círculos de piedras. (Uno de ellos, de unos seis metros de diámetro, se halla en la isla de Samson.)

Ahora hay poco estaño en las islas, pero hay un poco en la parte de Gran Bretaña que está más cerca de ellas. Es la región llamada Cornualles, y aunque las minas de estaño de aquí han sido explotadas durante unos tres mil años, aún producen pequeñas cantidades.

Entre 1500 a. C. y 1000 a. C., cuando los barcos fenicios navegaban por el océano hasta Gran Bretaña, las Islas Scilly y Cornualles deben de haber sido lugares activos. Después del 1000 a. C., cuando la importancia del bronce declinó, al descubrirse modos de extraer el hierro, el comercio del estaño decayó y la importancia de Cornualles se esfumó.

Deben de haber perdurado recuerdos de una época en que el extremo sudoccidental de esta península contenía una pujante ciudad, y surgieron leyendas para explicar por qué esa ciudad había dejado de existir. El espacio situado entre las Scilly y la punta de Cornualles (decían las leyendas) fue antaño tierra seca y constituyó el Reino de Lyonesse. Figuraba en las leyendas del Rey Arturo como la patria de uno de los más famosos caballeros, Tristán, y ha sido desde hace mucho una de esas crepusculares tierras románticas que pueden encontrarse en los libros de cuentos pero no en el mapa. Sugiero, pues, que Lyonesse sólo es el vago recuerdo de las Islas del Estaño.

Podríamos suponer que Gran Bretaña fue llevada al ámbito de la civilización, al menos un poco, como resultado de ese comercio, pero no fue así. Los fenicios que rían conservar su monopolio. Sólo ellos sabían donde estaban las Islas del Estaño; por ello, mantuvieron el estricto control de la provisión de bronce, como las naciones actuales quisieran mantener el estricto control de los suministros de uranio. El comercio de Gran Bretaña tenía una base muy estrecha, pues, y cuando decayó la importancia del bronce, desaparecieron las pequeñas ganancias que su gente había logrado.

La llegada de los celtas

Mientras el pueblo del vaso campaniforme erigía sus círculos de piedra y comerciaba con su estaño, se preparaban malos tiempos para él en el Continente.

En Europa Central, alrededor de 1200 a. C., vivía un grupo de pueblos a los que los griegos llamaban «keltoi». Probablemente, esto era una versión de un nombre con el que se llamaban a sí mismas las tribus particulares que encontraron los griegos. Ese nombre quizá proviniese de una palabra que significaba «valor» en la lengua nativa; en otras palabras, se llamaban a sí mismos «los valientes». Este nombre se ha convertido en «celtas» en castellano.

Otro nombre, probablemente de la misma fuente, es «Galli», que nos trasmitieron los romanos y que para nosotros se ha convertido en «galos».

Los celtas gradualmente se expandieron al oeste y al este, y por el 1000 a. C. ocupaban la mayor parte de la que hoy llamamos Francia. En tiempos antiguos, esta tierra era llamada «Galia», por sus habitantes celtas.

No mucho después del 1000 a. C., bandas de celtas cruzaron la franja de agua que separa a las Islas Británicas del Continente. (En su parte más estrecha, esta franja de mar sólo tiene treinta y cinco kilómetros de ancho y es llamada en la actualidad Paso de Calais [Strait of Dover, en inglés].)

Llegaron a tener un asiento permanente en la región sudoriental de la Isla, y lentamente fueron expandiéndose. Tenían la ventaja sobre el pueblo del vaso campaniforme de llevar consigo el nuevo metal bélico: el hierro. Este era mucho más común que el cobre y el estaño, y con él se podían fabricar armas más duras, más resistentes y mejores que las de bronce. El hierro tenía sobre el bronce la misma superioridad que había tenido el bronce sobre la piedra.

La única gran desventaja del hierro consistía en que era más difícil de extraer de sus minerales que el cobre y el estaño. Sólo algún tiempo después del 1500 a. C. se creó la técnica apropiada para la metalurgia del hierro en las regiones al sur del Caspio. Lentamente, este conocimiento se difundió, y con los celtas llegó a Gran Bretaña, que entró entonces en la «Edad del Hierro».

Por el 300 a. C., las tribus célticas dominaban casi toda la isla de Gran Bretaña. Más tarde, algunas de las tribus pasaron también a Irlanda.

Los celtas no sólo llevaron con ellos el hierro sino también importantes mejoras en la vida cotidiana: el uso de la madera para suelos y puertas, por ejemplo, y comodidades secundarias como navajas de afeitar para los hombres y cosméticos para las mujeres.

Las ciudades célticas alcanzaron un respetable tamaño, considerablemente mayores que todo lo que se había visto antes. La más grande, quizá, estaba en el lugar ahora ocupado por Glastonbury, en la parte sudoccidental de la Isla, a ciento cincuenta kilómetros al oeste de Londres.

Las lenguas célticas son una rama del gran grupo indoeuropeo de lenguas. Estas tienen una base gramatical común y una variación fácil de seguir en el vocabulario fundamental; son habladas en vastas extensiones de Europa y Asia, desde las Islas Británicas hasta la India.

Un dialecto céltico que se difundió por Gran Bretaña es llamado el «britónico». Este nombre, indudablemente, derivó del nombre que se daba a sí misma la tribu que lo hablaba y que más tarde dio origen a la palabra «Bretaña». Al referirme a los habitantes celtas de la Isla, los llamaré «britanos».

Los invasores celtas de Irlanda hablaban otro dialecto céltico llamado «goidélico». La versión de esta palabra que sobrevive hoy es «gaélico».

Por la época en que los celtas habían llegado a dominar las Islas Británicas, alcanzaron el momento de su máximo poder en Europa. No sólo se habían apoderado de Britania y la Galia, sino también se habían expandido hacia el Oeste, a España, y al Este, hasta las regiones que hoy llamamos Polonia y Rumania.

Hasta atravesaron los Alpes e invadieron Italia. En 390 a. C., los galos (como los llamaban los romanos) tomaron la misma Roma. Sin duda, Roma sólo era una pequeña ciudad de Italia Central a la sazón. Aún no se había destacado en el mundo, y durante tres siglos y medio no había hecho más que combatir con ciudades vecinas tan oscuras como ella. Más tarde, los galos se marcharon y Roma se recuperó
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, pero la Italia Septentrional siguió siendo céltica durante varios siglos más.

Más de un siglo después, los galos hicieron correrías más al este y penetraron en los centros mismos de la civilización. En 279 a. C., penetraron en Grecia, matando y saqueando. Algunos grupos hasta cruzaron el mar Egeo y penetraron en la península de Asia Menor. Finalmente, fueron derrotados y se asentaron en la región central de esta península. Esas regiones fueron llamadas «Galacia», o «tierra de los galos»
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.

Pero éste fue el momento culminante de los celtas. Sus enemigos se estaban agrupando, tanto desde las zonas civilizadas como desde las bárbaras.

Los romanos, después de recuperarse del saqueo de su ciudad por los galos, pasaron con sorprendente velocidad a imponer su dominación sobre partes cada vez mayores de Italia. En el 270 a. C., cuando los galos se asentaban en Galacia, Roma ya se había impuesto a toda la Italia al sur de la región céltica.

Ahora, los ejércitos romanos estaban demasiado bien organizados para que los galos, más primitivos, pudieran resistirlos. Por el 222 a. C., los romanos habían llegado a los Alpes y absorbido a las regiones célticas del norte de Italia.

Entre tanto, en la región que ahora llamamos Alemania del Norte y Escandinavia, había otro grupo de tribus que, no hablaba ninguno de los dialectos célticos. Su lengua también era indoeuropea, pero pertenecía a otro subgrupo. Eran los germanos.

Los celtas, en su expansión, no habían podido apoderarse de las tierras germánicas, pero las habían rodeado por todas partes. Pero a medida que pasó el tiempo, la presión demográfica obligó a las tribus germánicas a lanzarse hacia el Sur. Las líneas célticas al principio resistieron, pero la presión era demasiado fuerte.

Por el 100 a. C., los celtas de Europa Oriental estaban siendo superados y los germanos se habían desplazado al Oeste hasta el río Rin. Del otro lado del Rin, germanos y celtas se enfrentaron. La situación era particularmente difícil para los celtas por el hecho de que, en el Sur, el poder romano había absorbido casi todas las tierras mediterráneas.

Aun en este momento de crisis para los celtas, Britania permaneció a salvo. Como ocurrió a menudo en la historia de la Isla, los treinta y cinco kilómetros de extensión de mar abierto que forman el Paso de Calais fue como un enorme foso de castillo que mantuvo alejados a todos los enemigos ocasionales.

Claro que osados viajeros de las tierras civilizadas del Mediterráneo a veces visitaban Britania, por lo que ésta no se perdió enteramente de vista.

Una visita famosa tuvo lugar alrededor del 300 a. C. Fue la de Piteas de Massalia (la moderna Marsella).

Massalia fue el puesto avanzado más occidental de la civilización griega y mantuvo una continua rivalidad con la gran colonia fenicia de Cartago, en la costa africana septentrional. Los cartagineses habían navegado por el Atlántico, y finalmente Piteas, el más osado de los viajeros masalios, los siguió allí.

Piteas fue el primer griego que dejó atrás el Mediterráneo y, al parecer, exploró las costas noroccidentales de Europa con cierto detalle. Escribió un relato de sus viajes que, desgraciadamente, se ha perdido. Sólo los conocemos por referencias de autores posteriores, quienes, en su mayoría, no tomaron en serio a Piteas, sino que lo consideraron como el tipo de viajero que vuelve para asombrar a la gente ingenua de su patria con cuentos increíbles e imposibles de verificar.

En realidad, lo que sabemos de sus relatos a menudo parece muy exacto, en la medida de nuestro conocimiento. Aparentemente, visitó Britania y observó el hecho de que los britanos trillaban el trigo en graneros cerrados, y no al aire libre como en las tierras mediterráneas. Esto puede haber parecido extraño y hasta risible para los griegos lectores del relato de Piteas, pero era muy razonable. A fin de cuentas, el clima húmedo y lluvioso de Britania hacía que la trilla al aire libre fuese muy poco práctica. Piteas también mencionó el hábito britano de elaborar cerveza con cereales y de beber miel fermentada (hidromiel). También esto debe de haber sido una rareza interesante para los pueblos mediterráneos bebedores de vino.

Pero lo que nos ha llegado de los relatos de Piteas no nos dice nada sobre las organizaciones tribales de la Isla, ni sobre las personalidades ni sobre el gobierno, la religión o la sociedad.

Julio César

Aunque Britania se haya sentido segura en las décadas posteriores al 100 a. C., no puede haber permanecido indiferente ante los sucesos de la Galia.

Britania comerciaba libremente con la Galia. Ambas regiones estaban unidas por el lenguaje y las costumbres comunes, y mantenían la amistad porque la separación oceánica impedía a cada una inmiscuirse en el territorio de la otra. Cuando el cielo se oscureció para la Galia, las nubes también se cernieron sobre Britania.

El comienzo de los problemas en la Galia tuvieron origen en un jefe guerrero que había surgido entre los germanos, a quien los romanos llamaban Ariovisto. Unió una serie de tribus bajo su liderazgo y luego condujo su banda guerrera a la Galia en el 71 a. C. Durante una docena de años, su influencia se expandió, al derrotar una tras otra a las desunidas tribus galas.

Al principio, los romanos lo contemplaron como a un aliado. Consideraban a los galos como sus enemigos tradicionales (nunca habían perdonado a los galos el saqueo de Roma en 390 a. C.), y el enemigo de los enemigos de uno es un amigo. Pero Ariovisto tuvo demasiado éxito y, por consiguiente, la estimación de Roma por él rápidamente se enfrió.

Además, uno de los principales romanos de la época era Cayo Julio César. Este era un hombre de gran ambición que tenía todo lo necesario para gobernar los vastos dominios romanos excepto una reputación militar y un ejército que le fuera leal. Esperaba obtenerlos, y para ello la Galia le pareció el lugar más adecuado.

En 58 a. C. condujo a las legiones romanas a la Galia, y aquí se reveló (bastante inesperadamente) como un jefe militar de primera clase. Derrotó a los galos, luego marchó contra Ariovisto, lo derrotó también, lo obligó a cruzar el Rin y luego lo cruzó él mismo en su persecución.

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