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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Forja (46 page)

BOOK: La Forja
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Alrededor de Joram y Mosiah, los bandidos se apresuraban sobre sus caballos para cumplir las órdenes de su comandante, algunos dirigiéndose al granero, otros vigilando a los Magos Campesinos, algunos de los cuales huían espantados, mientras otros intentaban en vano salvar sus casas de aquel fuego mágico. La atención de Joram y Mosiah, no obstante, estaba puesta en los hombres que sujetaban a Saryon.

A la luz de las incendiadas casas, Joram vio cerrarse un puño y luego oyó el sonido de un puñetazo que se clavaba en la carne. El catalista se dobló hacia adelante con un quejido, pero el guarda que lo sujetaba lo obligó a ponerse derecho. El siguiente golpe del atacante se estrelló en la cabeza de Saryon. Con el rostro repentinamente oscurecido por la sangre, el ahogado grito del catalista se cortó cuando el guarda hundió su puño de nuevo en el estómago del sacerdote.

—¡Dios mío! —musitó Mosiah.

Sintiendo cómo el cuerpo de su amigo se ponía rígido, Joram se volvió hacia él, asustado. El rostro de Mosiah se había vuelto de un color ceniciento, gotas de sudor perlaban su frente y contemplaba al catalista con ojos desencajados. Mirando a su espalda, Joram vio al catalista desplomado en brazos de su captor, gimiendo, encogiéndose mientras nuevos golpes llovían con brutal eficiencia sobre aquel cuerpo que no ofrecía resistencia.

—¡No! No lo hagas... ¿Estás loco? —gritó Joram, agarrándose a Mosiah—. Aún te harán cosas peores a ti si te entrometes...

Pero igual hubiera sido si se hubiese dirigido al aire. Lanzándole a su amigo una agria y colérica mirada, Mosiah golpeó violentamente a su caballo en las costillas y se precipitó hacia adelante, sacando casi a Joram de su silla al dar aquel salvaje salto hacia adelante.

—¡Maldición! —juró Joram, mirando a su alrededor en busca de ayuda para detener a Mosiah.

—Oye —a sus oídos llegó una melodiosa voz—, una espléndida conflagración ésta. Me estoy divirtiendo bastante. ¿Qué te parecería un paseíto hasta el granero para contemplar cómo cargan los sacos? ¡Por la sangre de Almin!, ¿qué es lo que pasa, viejo amigo?

—¡Cállate y sígueme! —le gritó Joram señalando con un brazo—. ¡Mira!

—Más jolgorio —dijo Simkin con entusiasmo, cabalgando tras Joram—. Me había perdido esto completamente. ¿Qué le
están
haciendo a nuestro pobre amigo catalista?

—Se negó a obedecer una de las órdenes de Blachloch —repuso Joram de mal humor, obligando a su caballo a ponerse al galope—. ¡Y mira, ahí está Mosiah! A punto de verse mezclado en esto.

—Creo que debería señalar que, por lo que parece, Mosiah
ya
está mezclado en esto —jadeó Simkin, rebotando sobre la silla mientras intentaba seguir su ritmo—. La verdad es que me divierte tanto como a cualquiera darle una paliza a un catalista, pero los hombres de Blachloch parecen estárselo pasando muy bien y no creo que les guste que nos entrometamos en su diversión... ¡Por la sangre y los sesos de Almin! ¿Qué
está
haciendo nuestro amigo?

Saltando de su caballo, Mosiah se había arrojado sobre el hombre que estaba golpeando a Saryon, derribándolo al suelo. Al caer los dos en un confuso montón, el otro guarda, que había estado sujetando a Saryon mientras su compañero lo golpeaba, arrojó al catalista a un lado y, haciendo aparecer un grueso tronco en su mano, hizo intención de estrellarlo en la cabeza del muchacho.

—¡Mosiah! —gritó Joram, desmontando del caballo y precipitándose como un loco hacia ellos, aunque sabía, sintiendo un agudo dolor en el corazón que lo sorprendió, que llegaría demasiado tarde. El tronco estaba ya a punto de alcanzarle la cabeza. Entonces Joram se detuvo, contemplando asombrado cómo un ladrillo se materializaba de la nada y flotaba en el aire justo encima de la cabeza del guarda.

—¡Eh, toma eso! —gritó el ladrillo.

Dejándose caer, golpeó al guarda violentamente en la cabeza, para desplomarse luego sobre la hierba. El guarda dio un paso hacia adelante tambaleándose, se balanceó como si estuviera borracho y cayó hacia adelante, aterrizando encima del ladrillo.

Saltando hacia adelante, Joram agarró a Mosiah, que rodeaba con sus manos el cuello del otro guarda.

—¡Déjalo ir! —gruñó Joram, arrancando a su amigo de su víctima.

El hombre rodó por el suelo, haciendo esfuerzos por respirar. Luchando por escapar de los brazos de Joram, Mosiah dio con su bota al guarda en la cabeza. El hombre se quedó inmóvil.

—¡No puede hacer nada! ¡Déjalo estar! —le ordenó Joram a Mosiah, sacudiéndolo—. ¡Escucha! ¡Hemos de salir de aquí!

Mirando a su amigo con ojos sedientos de sangre, Mosiah negó con la cabeza, aturdido.

—Saryon —jadeó, limpiándose la sangre del labio herido.

—¡Oh! Por el amor de... —empezó a decir Joram, malhumorado—. Ahí está, pero creo que ya no podemos ayudarlo. —Indicó con un gesto el cuerpo inerte del catalista, que yacía hecho un ovillo sobre el suelo—. Ponlo en un caballo, entonces, si insistes. Maldición, ¿dónde demonios está Simkin...?

—¡Ayuda! —gritó una voz sofocada—. ¡Joram! ¡Sácame a este sinvergüenza de encima! ¡Esta peste me está asfixiando!

Mientras Mosiah se inclinaba sobre el catalista, Joram se agachó y agarró al secuaz de Blachloch por el cuello de la camisa, levantándolo de encima del ladrillo. El ladrillo desapareció entonces, transformándose en Simkin, quien se colocó un pedazo de seda color naranja sobre la nariz mientras se quedaba contemplando al hombre con expresión de disgusto.

—¡Santo cielo, qué bruto! Me siento mareado. ¿Dónde están Mosiah y nuestro divertido amigo el catalista? —Mirando en derredor suyo, Simkin abrió los ojos de par en par—. ¡Oh!, me parece... —Dejó escapar un suave silbido—. Tenemos problemas.

—¡Blachloch! —murmuró Joram, contemplando cómo se aproximaba la enlutada figura, atravesando el humo y el fuego—. ¡Simkin! Utiliza tu magia. Sácanos de aquí... ¿Simkin?

El joven había desaparecido. Joram sostenía en una mano un ladrillo manchado de sangre.

4. Prisioneros

—Padre...

Saryon dio un respingo, saliendo de un oscuro sueño que parecía reacio a dejarlo escapar de sus garras.

—Padre —volvió a llamar la voz—. ¿Podéis oírme? ¿Cómo os encontráis?

—¡No veo nada! —gimió Saryon, intentando encontrar el origen de la voz con manos inseguras.

—Es a causa de la oscuridad que reina en este asqueroso lugar, Padre —dijo la voz con suavidad—. Temimos que la luz le impidiera descansar. Eso es, ¿podéis ver, ahora?

El suave resplandor de una única vela iluminó el bondadoso rostro de Andon, y le brindó un inestimable alivio al catalista.

Dejándose caer de nuevo en el duro lecho, Saryon se tocó la cabeza con la mano en el lugar donde notaba una especie de pesadez. Algo oscurecía la visión de su ojo izquierdo; intentó arrancarlo, pero la mano de Andon detuvo la suya.

—No os toquéis los vendajes, Padre —le avisó, sosteniendo la vela por encima de Saryon, y examinándolo bajo su luz—. O volveréis a sangrar. Lo mejor será que permanezcáis aquí tumbado tranquilamente durante unos cuantos días. ¿Os duele en algún otro sitio? —preguntó, con una sombra de ansiedad en la voz.

—En las costillas —respondió el catalista.

—Pero ¿no en el estómago o en la espalda? —continuó Andon.

Saryon negó con la cabeza, fatigado.

—Demos gracias a Almin —murmuró el anciano—. Y ahora debo haceros algunas preguntas. ¿Cómo os llamáis?

—Saryon —respondió el catalista—. Pero vos ya lo sabéis...

—Habéis recibido una fuerte herida en la cabeza, Padre. ¿Qué es lo que recordáis de lo sucedido?

Aquellos sueños. ¿Habían sido sueños en realidad?

—Re... recuerdo el pueblo, al joven Diácono... —Estremeciéndose, Saryon se cubrió la cara—. ¡Lo mató de una forma brutal, con mi ayuda! ¿Qué es lo que he hecho?

—No quería angustiaros, Padre —le dijo Andon en tono bondadoso. Dejando la vela en el suelo a sus pies, puso una mano sobre el hombro del catalista—. Hicisteis lo que teníais que hacer. Ninguno de nosotros creyó que Blachloch llegaría tan lejos, pero eso no hace al caso ahora. ¿Recordáis algo más, Padre?

Saryon rebuscó en su memoria, pero todo lo que halló fueron llamas, dolor, oscuridad y terror. Observando la expresión agonizante del catalista, el anciano lo palmeó en la espalda y exhaló un suspiro.

—Lo siento de verdad, Padre. Gracias a Almin que estáis sano y salvo.

—¿Qué me sucedió? —preguntó Saryon.

—Blachloch hizo que os golpearan por desobedecerlo. Sus hombres se... excedieron en el cumplimiento de su deber. Os hubieran matado si no hubiese sido por él.

Andon se volvió, y su mirada se dirigió a otro rincón de la oscura habitación.

Saryon siguió la mirada de Andon, lentamente, consciente ahora de la presencia de un dolor sordo en su cabeza. Había un joven sentado en una silla junto a una tosca ventana, con la cabeza apoyada en los brazos, contemplando el firmamento nocturno. Una media luna le arrojaba su pálida y fría luz sobre el rostro, subrayando con sombras bien definidas su semblante hosco y severo, las gruesas cejas negras, la boca de labios gruesos y expresión torva. El negro y rizado cabello, que parecía de color púrpura bajo la luz de la luna, caía enmarañado alrededor de las anchas espaldas del joven.

—¡Joram! —dejó escapar Saryon, sorprendido.

—Debo admitir que me quedé tan impresionado como vos, Padre —dijo Andon, hablando en voz baja, aunque parecía como si el muchacho hubiera olvidado totalmente su presencia—. Joram no parecía haberse preocupado nunca por nadie antes, ni siquiera por sus amigos. No se molestó en adoptar una actitud contraria a los actos malvados de Blachloch cuando intenté hablar con él sobre ello. Dijo que al mundo no le importábamos y que, por lo tanto, no nos teníamos que preocupar por lo que le sucediese al mundo. —Encogiéndose de hombros con impotencia, Andon pareció perplejo—. Pero según Simkin, cuando Joram vio que os golpeaban a vos, se lanzó en medio de la refriega, hiriendo gravemente a uno de los guardas. Mosiah también ayudó a rescataros, me parece.

—Mosiah... ¿Está bien? —preguntó Saryon con inquietud.

—Sí, está perfectamente. No le ha pasado nada. Tan sólo le han advertido que se ocupe de sus propios asuntos, eso es todo.

—¿Dónde estamos? —siguió preguntando Saryon, examinando su desolado entorno todo lo bien que la pobre luz y el dolor de su cabeza le permitieron. Estaba en una pequeña y sucia construcción de ladrillo, que no tenía más que una única habitación con una ventana y una gruesa puerta de roble.

—Vos y Joram estáis prisioneros. Blachloch los ha puesto a los dos aquí dentro, diciendo que algo estaba cociéndose entre ambos y que pensaba descubrir lo que era.

—Ésta es la prisión del pueblo...

Saryon recordó vagamente haberla visto durante uno de sus paseos.

—Sí. Estáis de regreso en el poblado. Os trajeron aquí en la balsa, navegando río arriba con las provisiones robadas. Ojalá se les atraganten —refunfuñó el anciano.

Saryon levantó la mirada hacia él, algo sorprendido.

—Mis seguidores y yo hemos hecho un juramento —dijo Andon con suavidad—. No comeremos la comida que le arrebataron a esas desgraciadas gentes. Antes nos moriremos de hambre.

—Es culpa mía... —murmuró Saryon.

—No, Padre. —El anciano suspiró y sacudió la cabeza negativamente—. Si alguien tiene la culpa, somos nosotros, los Hechiceros. Debimos haberle detenido cuando llegó aquí hace cinco años. Dejamos que nos intimidara. O, a lo mejor, ni siquiera era eso, aunque es un consuelo mirar atrás y decir que estábamos asustados de él. Pero ¿lo estábamos? Me lo pregunto. —Andon alzó la arrugada mano que había mantenido posada sobre un hombro de Saryon, y la llevó al colgante en forma de rueda que pendía de su cuello. Manoseándolo distraídamente, clavó la mirada en la parpadeante luz de la vela que había dejado sobre el suelo de piedra, a sus pies—. Creo que, en realidad, nos alegramos de su llegada. Era agradable la idea de vengarse del mundo que nos había injuriado. —Torció la boca en una agria sonrisa—. Aunque sólo fuera robando unas cuantas fanegas de grano por las noches. Su mención de suministrar armas hechas mediante nuestras Artes Arcanas a Sharakan nos pareció algo excelente, entonces. —Los ojos de Andon brillaron enrojecidos mientras contenía las lágrimas—. Las leyendas cuentan muchas cosas de las épocas pasadas, del esplendor de nuestro arte. No todo era malo. Muchas cosas buenas y provechosas las realizaron los miembros del Noveno Misterio. Si tuviéramos tan sólo una oportunidad de mostrar al pueblo las cosas maravillosas que podemos construir, cómo se podría ahorrar energía mágica, para poder dedicarla a la creación de cosas hermosas, maravillosas... ¡Ah!, ése era nuestro sueño —exclamó pensativamente—. ¡Y ese hombre malvado lo ha convertido en una pesadilla! Nos ha conducido a nuestra perdición. La destrucción de ese pueblo no quedará sin castigo. Al menos eso es lo que
yo
creo. Blachloch se ríe de mí cuando le comunico mis temores. O más bien, no se ríe, ese hombre nunca ríe; pero es como si lo hiciese, puedo ver el desprecio en sus ojos. «No se atreverán a venir a buscarnos», me dice.

—Puede que tenga razón —musitó Saryon.

Recordó entonces las palabras del Patriarca Vanya: «Los Hechiceros están aumentando en número y, aunque podríamos encargarnos de ellos con bastante facilidad, entrar allí para llevarnos a ese joven por la fuerza significaría dar pie a un conflicto armado. Representaría habladurías, molestias y preocupaciones. No podemos permitir eso, no ahora que la situación política en la corte se mantiene en un equilibrio tan delicado».

—¿Cuáles son sus planes? —preguntó Saryon, volviendo al presente y estremeciéndose. La prisión estaba helada. En el hogar, en el otro extremo de la habitación, ardía un fuego vacilante, que daba muy poca luz y aún menos calor.

—Quiere que trabajemos todo el invierno, fabricando armas. Entretanto, él proseguirá sus negociaciones con Sharakan. —Andon se encogió de hombros—. Si
nos
atacan, Sharakan vendrá en nuestra ayuda, dice él.

—Pero todo ello significa guerra —comentó Saryon con aire pensativo.

Dirigió la mirada de nuevo hacia Joram, que seguía mirando fijamente por la ventana contemplando la noche de luna. Saryon volvió a oír las palabras de Vanya una vez más. «Por eso, ya veis que es esencial que cojamos a ese muchacho vivo y, mediante él, pongamos al descubierto lo que son esos demonios, asesinos y Hechiceros malvados capaces de pervertir objetos Muertos dándoles Vida. Haciendo esto, podremos demostrarle al pueblo de Sharakan que su Emperador se ha aliado con los poderes de la oscuridad, y podremos entonces lograr su caída.»

BOOK: La Forja
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